Buscar dentro de este batiburrillo

sábado, 31 de diciembre de 2016

Felicidad tenebrosa.

Algo que no tiene que ver, "Fouché, el genio tenebroso" de Zweig... me gusta la palabra. "Tenebroso". La emparento con sombras, tinieblas, miedo... la bruna brumosa tarde umbría... es la "br" lo que le da la pauta, la "br" de temblor, de castañeo, de desasosiego, de escalofrío. 

¿Puede ser así la felicidad? Rotundamente, sí. Una felicidad en tinieblas, perversa, sombría y oculta. Una felicidad agazapada entre oscuros hielos, sin derretirlos. La felicidad que no se muestra, pero existe...

Yo tengo una rara concepción de la felicidad. La considero algo así como "todo encaja". Ves el mundo y sus piezas y sientes orden cósmico, aunque sea caos sideral. Es más, sabes que es caos sideral. Pero la sonrisa, igual que la de Drácula cuando le invitan a pasar a la casa, ya sea en el rostro de Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman, está. Puesta. "Salí de casa, con la sonrisa puesta..." ¿Ven? qué caos, qué mezcla...

Este año, como todos, han muerto muchos. Leonard Cohen me ha afectado más que el Nobel de Bob Dylan. Debbie Reynolds más que Carrie Fisher. A Prince y George Michael no les tenía trabajados en mi oído, pero duelen. Y he tenido una rara sensación. Lloramos, enterramos y olvidamos. Y yo no olvido... siento que acumulo en los columbarios de mi mente más máscaras de cera que rostros vivos.

Toda vida es absurda sin su muerte. No nos lancemos, sin muerte, la vida es un sinsentido mayor de lo que ya es. Sin muerte, sin "LA MUERTE", sea la de Pratchett o la de Bergman, Woody Allen no tiene gracia. Ni nada. Cuando llega el momento, alguien te hace balance, resumen (maldita necesidad) y califica según valores que no tienen valor alguno. Qué pérdida de tiempo... si es un músico, uno recuerda instantáneamente aquella vez que descubrió la letra o la música y la bailó en un lugar, su cuarto adolescente o la FNAC. Y los sueños que provocaron, ese extraño despertar, esa rara felicidad que preludiaba la realidad. Y tararea de pronto notando con ojos abiertos y nuca rígida la cercanía de la muerte. Por eso, Kubrick, que era un cabrón, hacía cantar a Alex aquella maravillosa "Singin' in the rain" retrotrayendo al espectador a un momento emocional tan opuesto y dispar... la felicidad de Gene Kelly convertida en felicidad de Alex asesino... seguro que uno escucha a George Michael y siente esa cercanía, cuando una canción suya fue hit hormonal un día... y es bueno. Es felicidad. Perseguida por tinieblas, pero felicidad...

Los romanos celebraban la muerte y la resurrección del mundo de manera rural. Estacional. Así copió el cristianismo. A día de hoy, con el cambio climático y días de diciembre que parecen veranillo de San Miguel, quizá la religión se acogote sola por la extrañeza de ir en mangas de camisa entre sol y cielo azul, en lugar de nieve y niebla. Pero tiene algo malo. Perderemos sensación de muerte. Porque sin muerte, la vida, digo, reitero, no tiene valor (más allá del poco que tiene y nuestros genes conceden mintiéndonos hormonalmente)

Y regreso... yo estoy feliz. Asquerosa, indecentemente feliz. Me da igual el cambio de año. Me da igual el año. Aborrezco los miles de wassaps que se envían y las felicitaciones de cambio de año cuando al día siguiente es... al día siguiente. Ponemos la barrera, mojón de Jano bifronte, para idealizar un cambio. Un cambio que no es cierto. ¿Qué cambio puede haber? Somos impulsos, motivación difusa, sentimientos aherrojados a duras penas por civilizaciones que los matan... ahí parezco un defensor de las tesis de Robert E. Howard, civilización que es muerte de lo primario, lo real, lo interior... un Conan que dice lo que quiere y hace lo que desea... un Solomon Kane en perpetuo conflicto por lo que debe y lo que es...  ¿Saben qué? Estoy feliz porque puedo estarlo. Bajo capas sombrías. Sobre tierras duras.

Así que puedo decir, creo, que tendré, espero, quizá en resumen, o... Bien, este año. Y el siguiente. No me paro a contar números. No me detengo a contar nada. Al final, todos los años, toda la vida, todo el tiempo del mundo, que sabemos es limitado, y a la vez, dilatado.

Un saludo,

viernes, 23 de diciembre de 2016

Repasos. ¿Qué tipo de repasos?

Si me pongo tontorrón, que es fácil, me pondría a glosar el año 2016 en cuanto a hechos personales. Pero no. Eso es una tontería. ¿Debo limitarme al marco temporal, ficticio, de eso que llamamos año, 366 días, etc? Me niego. Pero sí diré que he hecho algunos descubrimientos.

El primero, que se puede leer, y mucho, siendo padre, trabajando y estando cansado. En una rápida cuenta, saco de media 1h y 30' al día (otra tontería, creer que el tiempo de lectura es tiempo de calidad, cuando a veces es tiempo robado, un marco absurdo que no dice nada del contenido) entre viajes en tren, desayunos solitarios y momentos variados. Estoy deseando que eso crezca, como mi enano, para sentarnos en el sofá, tocándonos los pies, o superpuestos, bajo una manta, no mirándonos, si no inmersos en nuestros libros, cada uno el suyo. Un día lo conseguiré...

El segundo, que se puede publicar un libro y... que nada cambie. Bueno, en realidad ya pasó antes. Con el primer libro, "Sangre de hermanos" (que se vende más ahora que al inicio, qué cosas) tuve el reflejo ególagra adolescente y creí que sería un trampolín, una catapulta, una lanzadera de Cabo Cañaveral a la fama y todas esas sandeces. El segundo, "Relatos de un peatón sin aire", me dejó calmado. Iba con editorial, que es como lo de antes pero despreocupándome. Y aún no sé ni cuánto ni cómo he vendido (me figuro que más bien poco) pero vivo sin ningún tipo de problema. El tercero, no sé cuándo ni cómo llegará. ¿Serán relatos de esos que entran y salen del cajón, que leo, escribo, borro, releo, reviso, corrijo, tiro o alabo? ¿O quizá alguna de las malditas novelas que perturban a veces mi imaginación? Ni idea. Me importa poco. La fantasía no tiene por qué vivir plasmada en palabras impresas. Vive en nosotros, si queremos, si deseamos soñar. Y es tan sencillo...

El tercero, que todo pasa. Todo. Lo bueno y lo malo. Y lo bueno deja poso igual que lo malo se olvida pronto. Mi gato, mi cálido gato, está bien, entero, después de meses de idas y venidas. Ya no recuerdo los maullidos iniciales, el golpe, la sangre y la herida. No. Sólo me quedo con su ronroneo suave, sus bigotes largos, su morro húmedo y sus patas blandas. Mi gato. Las urgencias, los deseos insatisfechos, los miedos, las penumbras donde acechan monstruos de esos que no tienen forma, me importan ya menos. Todo pasa. Maldito Heráclito. Ya no hace falta leer casi nada más tras él. Ese río suyo es perfecto como explicación del mundo.

Y hay más, claro que sí. Pero esos, como he dicho, los repasaré yo, para mi goce personal. Y los que deba compartir con quien deba, en privado. Que las bitácoras no recogen todas las derrotas del navegante, a veces...

De todos modos, el año no terminó ni empezó el siguiente, así que... lo dejaré aquí. Disfrutad del calendario festivo, los muaks muaks, las felices fiestas, el solsticio, las Saturnalias, la Navidad, la  mitologia del paso ante Jano del año nuevo y todo eso. Y de las luces y las mentiras, siendo las primeras que nos ciegan y las segundas que, casi siempre, delimitan la verdad, sea la que sea. 

Un saludo,

lunes, 5 de diciembre de 2016

"Ay, las cosas que hago por amor"

Jaime Lannister, medio desnudo salvo por un camisón medieval, follándose a su hermana Cersei en un torreón algo derruido de los Stark. Todos tenéis esta imágen (si no has leído o visto "Juego de Tronos", no pasa nada; es al inicio... y si te enfadas por el descubrimiento, no es mi problema) y sabéis qué viene a continuación. "The things I do for love". Una frase que condensa muchas cosas, aparte de un empujón aparentemente sin preocupación y que provoca un enfrentamiento épico.

Hacemos tantas cosas por eso que llamamos amor, que no nos paramos a pensar en ellas. Mentimos, ocultamos, engañamos, seducimos, tergiversamos y recolocamos. Viendo hoy "The Crown" me ha venido esa frase a la cabeza, cuando el Duque de Windsor (un David...) contempla nostálgico la ceremonia de coronación de Isabel II, su sobrina, mientras un invitado grosero pregunta "eh, y a todo eso renunciaste tú, ¿por qué?" y él mira a Wallys Simpson y cabecea, duda, hasta que ella le responde. "Por amor". Y él calla. Otra mentira sobre mentira.

Mentimos por amor. Engañamos por amor. Porque el amor es una palabra que hemos inventado para describir una situación que no comprendemos del todo. Alguien (nuestro padre, nuestro hermano, nuestro hijo, nuestra pareja) nos provoca una sensación extraña, diferente a la que otros nos generan. Y tratamos de encasillarla, como Aristóteles, en una categoría que nos permita avanzar y no morir en el intento de clasificación. Eso es amor, eso amistad, aquello vecindad, lo de ahí casual encuentro y lo de allá odio. A ese le queremos para conversar, a este para ver películas, a aquella para follar, a la de allí, para soñar. Ese será el padre de mis hijos, ese será el amigo íntimo, aquel el deudor de nuestras confesiones, aquella la receptora de nuestros cotilleos. Hay muchas personas, y muchas relaciones, y no es unívoca la categoría (se entrelaza, puede ser la misma persona, o varias...) como tampoco es único el individuo que somos. Somos muchos, somos legión, y creemos que las voces en nuestro interior están calladas cuando en realidad forman un coro ensordecedor que nos atemoriza. No soy, somos. Y muchas veces, ni siquiera sabemos qué.

Mentimos por amor, sí. Porque creemos en la felicidad. Mentimos como me mintió mi hermano aquel día, con una sonrisa. "Nuestro hermano está bien, un accidente". Y mientras, estaban amortajándolo. Mentimos por cariño. "No, hijo, no me iré lejos, es... temporal". Y mi madre vivió casi medio año separada de mi padre y de mí. En su momento, no pude comprender la magnitud de esas mentiras. Duró la incomprensión en el primer caso instantes. En el segundo, sentí odio, luego entendimiento y, ahora, admiración. Mentimos por amistad. "Es un buen chico, lo habrá hecho sin querer". Y en realidad, quería. Mentimos, en definitiva, porque es la manera de evitar que los actos trasciendan las palabras y les demos otra denominación que conduzca a la violencia. No queremos, no deseamos llamar crudamente a las cosas por el nombre que más se acerca (aunque cada vez más creo menos en la precisión del lenguaje; lo siento, Wittgenstein...) y preferimos el relato, la ilusión. La mentira, en definitiva.

Nos mentimos por amor. Hemos creado una sociedad donde hemos puesto el amor y la libertad, el individuo y otras sandeces como santos de un nuevo altar. El humanismo, el hombre como medida y fin de todas las cosas. Creemos de pronto en los amantes de Verona como el epítome del amor puro y cortés, que lleva como a Marco Antonio y Cleopatra al suicidio perdiendo imperios. Creemos en esa libertad de los individuos para forjar destinos (siempre me casa esa palabra con desatinos... no sé por qué) y liderar caminos. Creemos en la libertad de elección cuando es nuestro cuerpo, para nada individual, el que decide y luego nos vende, como buen publicista, que la idea era nuestra. Creemos en mentiras y la del amor es la mentira suprema. No es la economía, estúpido. Es la bioquímica.

Nos mentimos respecto del amor. Lo llamamos amor y en realidad es una pléyade de sentimientos diferentes. Puede ser cariño destilado con los años, puede ser arrebato pasional, puede ser necesidad física, urgencia intelectual. Puede ser dependencia, económica, sentimental o puramente visceral. Pueden ser tantas cosas que lo reducimos a "amor". Son sentidos, sentimientos, chispazos y tormentas eléctricas. Son necesidades, son temblores del yonki. "Amo las carreras". Tanto que soy capaz de estrellarme como Ayrton Senna. "Amo la caza". Hasta el punto de fallecer de pie pegando tiros. "Amo el juego". De tal manera que pierdo hacienda, nombre y familia (algo que ya pasó en mi familia). "Amo..." lo que usted elija, sagaz lector. Sabes que es mentira. Es la pasión de la bioquímica.

¿Qué queda cuando las conexiones no rinden más? El entorno, la sociedad, el relato cultural al que nos hemos suscrito. Y la mentira. Pero sobre todo, saber que la literatura es el mayor fondo humano de la mentira. Desde Ulises, las mejores historias son de mentirosos, ilusionistas, titiriteros de la realidad. ¿Alonso Quijano, qué es si no un mentiroso que se miente por amor a las novelas de caballería? ¿Es alguien Falstaff? ¿Creeríamos en un Cyrano? ¿Por qué nos gusta tanto Di Caprio como Lobo de Wall Street o cualquier otro estafador? Porque mienten.

Quizá la mayor belleza es encontrar verdad en la mentira. Un día, de pronto, examinar nuestras historias, relatos, experiencias, sentimientos, y encontrar que había una parte de engaño, ilusión, un manto sedoso tejido con palabras e imágenes que nuestro querido cerebro manipuló mientras dormíamos. Y, repentinamente, apartar ese camisón y descubrir que bajo él no habita una piel joven, tersa y resplandeciente de carnalidad sensual, si no la verdad. La edad. La realidad. La muerte. Porque si la vida es mentira, la única verdad que permanece es, simplemente, la muerte. Y entonces, como el más cuerdo sabe, hay que reír, estruendosamente, a carcajadas, perdiendo el sentido, arrebatándose a la lógica, que es otra mentira. Hay que saludar la vida con la sonrisa del que sabe que, mañana, incluso hoy, ahora, puede morir.

Eso es lo que quizá sí podemos hacer por amor. Saber...

Un saludo,

sábado, 26 de noviembre de 2016

Se murió Fidel, dicen que mataron a Rita...

La prensa esta semana ha tenido (y tendrá) carnaza. Los que ya leemos de corrido y sin señas, sonriéndonos despectivamente por lo bajini, tomamos con precaución titulares y contenidos. No, yo ya no leo en profundidad ni El País, ni El Mundo, ni El Diario, ni el ABC, ni La Razón, Libertad Digital, La Vanguardia o Público. Ninguno de estos diarios (en versión digital) me aporta mucho. El País dejó de ser interesante hace muchos años. El Mundo es un vaivén de locos. El Diario, un panfleto, aunque más es Público. ABC o La Razón, delirios en forma de libelo. Y LD... añadan una S en medio y tendrán su significado. La Vanguardia me gusta por temas catalanes, es curioso. Y hay más, pero de cuando en cuando. Lo cierto es que la prensa es, dicho en castizo, una puta mierda. Que leo por informarme de lo que no informan, de paso...

Lo cierto es que tienen, como digo, carnaza. La muerte de Rita Barberá el martes, la de Fidel Castro hoy sábado. La primera ha generado un baile de declaraciones que rivalizaban en ser más y más esperpénticas. Y unos y otros han jugado a hacer el imbécil, incluso cuando unos han reivindicado su ofendido derecho a ser dignos (Podemos y mi fagocitada IU) y otros han cargado contra todos los demás, prensa y público incluidos, siendo más populistas que Graco o Alcibíades. Y en el interín, me ha pillado metido en lectura de Harari, el último libro, "Homo Deus", y un capítulo muy, muy interesante. ¿Cuál es la chispa humana, lo que nos hace superiores a los demás mamíferos y resto de animales?

El autor, de momento, incide en el tema de la cooperación. Pone un ejemplo muy al quite; Ceaucescu y la caída en 1989. También atrae a Federico de Prusia y una frase magnífica; "Mírelos, Mariscal. 60000 soldados armados hasta los dientes, unos asesinos que nos odian, más fuertes y rabiosos, y sin embargo todos tiemblan en nuestra presencia, mientras que nosotros no tenemos razones para temerles". Lo que importa es la cooperación. Las simbologías, los mitos compartidos, las creencias comunes, las ideas aceptadas... que Ceaucescu gobernara con la Securitate, el Partido Comunista, el Ejército y el apoyo de Moscú se explica fácilmente. Que lo haga cualquier gobernante, también; porque ahí da en el clavo Harari. Una élite que gobierne lo debe hacer IMPIDIENDO que el resto de sapiens se organice creando redes de poder alternativas que sustituyan la de esa élite. No dejar que haya sindicatos (o dejándolos tan desgastados, podridos y vilipendiados que nadie crea en su poder) agrupaciones sociales (criminalizarlas es sencillo, miren si no el sino del anarquismo en España) o cualquier otra red que no esté infiltrada, controlada y redirigida por los siervos de esa élite. Es, en toda su crudeza, un análisis materialista del mundo.

Rita gobernó Valencia porque tenía esas redes. Los gobernantes saben qué hacer, más desde que Nicolás Maquiavelo les dejó hasta un manual nada ingenuo titulado "El Príncipe", que debería leerse en toda escuela aunque solamente fuera para reconocer a los muchos príncipes del mundo que ostentan su poder sin el título. Rita perdió apoyos cuando esas redes dejaron de apoyarla. Y se murió, yo aún sospecho si de manera natural o natural que se muera siendo investigada y afectando en ello a su "querido" partido. Fidel ha muerto manteniendo esas redes, mediante su familia y otros sistemas, incluso tras la caída del comunismo de Moscú (lo cual es muy interesante... ¿por qué Ceaucescu cayó rápidamente y sin embargo Fidel no? Quizá Fidel aprendió la lección de las "democracias capitalistas", que es esa de "permite, controlando"...) y eso me recuerda que Franco, Franco, Franco, también murió en su cama, manteniendo el control a pesar de que nunca se metió en política (él ERA política en estado puro...)


El poder... esa cosa tan interesante... pero más lo es lo de la cooperación, pues un Fidel, una Rita, un Franco, no están en el mismo sin esa famosa cooperación. Y la cooperación se da porque hay algún beneficio o perjuicio, reales o imaginarios...

Un saludo,

martes, 22 de noviembre de 2016

Asideros.

Mi hermano escala mucho. Es una de sus muchas pasiones deportivas. Ha visitado al menos tres continentes para subir a varias cumbres, respondiendo a aquella pregunta de "¿Y por qué? - Porque está ahí". En la escala, es importante el amarre, el asidero. No se puede dar un paso sin estar seguro, porque el riesgo conlleva muy probablemente la muerte. Yo creo que en la escalada todo influye, pero hay un punto esencial; identificar correctamente los asideros.

De niño yo estaba perdido. Mis referentes no eran tales. Mi padre pasaba las horas que no trabajaba o dormía en el bar, echando la partida. Mi madre trabajaba, trabajaba, y trabajaba un poco más en la casa. Siempre estaba atareada. Mis hermanos, hasta donde yo recuerdo (a partir de una cierta edad, 9 o 10, recuerdo más en detalle) paraban poco en casa. Sé que me llevaban mucho con ellos, al cine, al parque... eran quienes, junto a mi madre, más me criaban. De muy niño recuerdo que en mi casa había un referente, por muchas cosas. Mi hermano Carlos. Rebelde, soñador, impulsivo, sanguíneo, atrevido. Cuando volvía de sus viajes, incluyendo lugares exóticos para mí como Suiza y la India, me traía algún regalo, y eso era mágico. Todos queremos regalos. Yo quería ser aventurero (quería ser muchas cosas, todas olvidadas a los pocos minutos) y él era un referente. Se murió. Mi hermano el segundo no lo era. También murió. El referente pasó a mi tercer hermano. Sigue siéndolo. Él sabe que lo es. Lo sabía entonces cuando, tragando de todo, se hizo cargo en gran medida de mi educación, de la que ahora exhibo. Juzgue el lector si ha hecho buena labor o no... 

Naturalmente, no es el único. Él ha conformado un asidero. Con los agarraderos tienes agarradas, claro. Peleas, insultos, gritos, violencias varias. Es cuando uno no sabe expresarse o no sabe escuchar. Y se es tozudo y orgulloso, claro. Pero siempre ha seguido ahí, firme, y si en algún momento he de tomarlo, sé que s firme, sólido, cálido al tacto aunque de lejos parezca liso y frío como una lámina de piedra lijada.

Otro asidero voluble lo conformó mi grupo de amigos del colegio. Hubo varios, a los que perdí la pista, ya por desidia o pelea. Antes de esa edad que digo, ya en 5º de EGB los conocí y casi a todos los mantengo, excepto los que menciono. De ellos, decir que me enseñaron, cada uno, cosas pequeñas, diferentes, especiales, pero que calaron fuerte y hondo. De pronto fueron formándose asideros. En uno, en otro. Me cuesta mencionarlos, pero incluso los que fueron resbaladizos y traicioneros, o quedaron lejos, fueron esenciales. Me enseñaron qué caminos no hay que tomar para subir a esa cima. Los asideros parecían seguros en sus casos, pero no lo eran. En cambio, los que parecían discretos, innecesarios por fáciles, tampoco. Resultaron los más firmes. Los mejores. Puede que se oculten con timidez, humildad, incluso falsa, por inmerecida, modestia. Es curioso; pasé al instituto (a dos, de hecho) y a la universidad, luego aquel Máster para trabajar, a empleos... pero nunca hallé a nadie que pudiera siguiera igualar a mis amigos, a mis asideros. En hombres no hallé amistad. En mujeres siempre buscaba sensualidad, sexualidad y placer, a fin de cuentas. Mi amistad con mujeres empezó tarde. Pero no pude cambiar o añadir fácilmente nuevos amigos. Añadí algunos, sí, que durante un tiempo me parecieron tan buenos como los de siempre, aunque luego fueran un fiasco. Otros permanecen. En todo caso, la amistad, la que mantengo hoy, con esos hombres y mujeres, es un asidero firme, duro, al que siempre agradezco que tenga clavos y cuerdas y refugios incluso. Sin ellos...

Me quedan más. Uno es ella. La mujer con la que llevo tantos años. Madre de mi hijo. A veces olvidamos que tuvimos un inicio de pasión (como todos) en el que el cuerpo se rebeló y electrocutó toda convención, creación y artificio social. Después ha sido una rodada sin par. Un día tras otro, sin pensar en el siguiente, sin hacer planes. Un día más, pensamos. Un día más. Hasta hoy. Ha sido más que asidero refugio, esas cuevas cálidas con un fuego esperando. Alguien con quien llorar. Con quien abrazarse. Con quien sentirse en comunión. Cierto que la maternidad y la paternidad modifican muchas cosas. Nos enerva, deja exhaustos, sin energías, más proclives a la respuesta escueta, seca, incluso cortante. El agotamiento es norma. Sin embargo, ese refugio, esa colección de asideros, permanece, y parece inmortal. Aunque sepamos que es, simplemente, un día más.

Hay también pequeños asideros, a veces diminutos pero que, si uno sabe ponerse bien, puede seguir trepando. Pero ese secreto, que no es tal, me lo guardo para mí, por una vez. 

Alguno dirá "¿y tu trabajo? ¿acaso no es el asidero más importante?". No. El trabajo me da dinero. Me permite vivir. He conocido a mucha gente interesante pero a mucha más que no me interesaba lo más mínimo, como ya me pasara en el instituto o la universidad. Es un medio. Me paga las cuerdas, los clavos, el equipo de escalada (lo que no me paga, lo comparto o pido prestado, la vida no se compra...) pero nada más. Y ha sido así desde que firmé mi primer contrato y después desde mi primer nombramiento. Ahora, si me preguntan por mi otro trabajo, el que no puedo llamar así porque entonces lo rebajaría, ese sí, es un asidero de lo más importante. Aquí está la prueba. Si no escribo, si no pongo palabras en un papel o una pantalla, al menos una, cada día, siento que mi cerebro ha malgastado el día. Que mis manos han perdido el tiempo (bueno, en realidad, en muchas ocasiones, no lo pierden, al contrario... lo disfrutan...) y he dejado morir horas del reloj cruelmente. Sí, como si se suicidaran desesperadas al verme perderlas así, complaciente, hedonista, irritantemente hedonista...

Si se pone una buena banda sonora a todo esto, y uno sonríe, la subida a la cima, apoyado en esos buenos asideros, es una gozada. Porque, aunque a mi hermano le gusta hacer cumbre, contemplar como un emperador los dominios a sus pies, satisfecho del esfuerzo, yo soy más del esfuerzo de subida, y prefiero que no se acabe. No veo otra cumbre que mi vida, y esa quiero escalarla hasta que me muera. O, al menos, lo intentaré...

Un saludo,

jueves, 17 de noviembre de 2016

Vida de barrio.

Hoy me he levantado algo costumbrista. Sí, como un Baroja crudo suavizado por Pérez Galdós. O un Cansinos Assens tras charlar con Josefina Aldecoa, si eso fuera posible, sobre este nuestro país. O como David a secas, astracanado en gregerías. El mundo es absurdo, eso ya lo sabemos todos aunque tratemos de dotarlo de sentido. Y suerte...

Digo costumbrista porque hago una vida de barrio muy peculiar pero a la vez absolutamente agradable. No es la vida de barrio de mi niñez, macarra, entre agujas de yonkis y pistas de básket donde arrancaban los aros día sí y día también cuando no había peleas a piedra y palo. No es esa vida de ir a jugar al bar al Double Dragon y gastar monedas de cinco duros con cuidado de que la partida durara mucho, o entrar en los billares de mayores, vestidos de cuero y humo de cigarro, amenazantes y atractivos. No. Tampoco la de salir de noche y perderse por lugares imposibles (incluyendo saltar tapias de cementerio para comprobar si los muertos siguen quietos en sus mausoleos) Es otra vida. Tras varios años de "exilio" en Alcorcón (relativo, pues sirvió para muchas cosas y todas buenas) en aquella urbanización cerrada y barrio inexistente, he vuelto a Madrid, he cruzado el río (igual que de niño, yendo a ver a Sergio, Emilio o Igor, en ese orden o en orden inverso) y ahora vivo en otro sitio que es especial.

Es especial por muchas cosas. El ritmo ha cambiado. Quizá sean mis ojos y mis piernas los que han variado el ritmo, da igual. Ya sabéis, el observador que cambia el objeto observado. El ritmo, digo, es pausado, tranquilo. A pesar de mi tendencia al grito, al movimieno espasmódico y brusco, he encontrado aquí una calma y una vida que me eludían demasiado tiempo. Y felicidad. Incluso en un comienzo tenso y duro (el día de mudanza ingresaron a mi hijo, y las cajas se acumularon en un bosque muerto de cartón, relleno de objetos durante semanas, incluso meses...) hice ya algo que me encanta; salir a pasear. Fui con mi amiga Pili, y de pronto sentí felicidad, la primera vez. Salir, pasear, disfrutar, volver a ver los edificios de noche jugando a adivinar qué historias guardan en las ventanas sin luz y cuáles en las que tienen luz, perderse por calles, por rincones, por lugares de pronto nuevos... 

En dos años he disfrutado de viejos conocidos y hecho algunos nuevos amigos. Y he descubierto que las charlas de parque son muy divertidas, más que las de bar, sin duda. La edad, la intensidad de los momentos y la necesidad de ser breve ante el cuidado de hijos hace que uno sea más directo. Como hablar en un lenguaje que no es el materno, eres más claro y honesto. He descubierto que puedo ser breve. Conciso. Aunque nadie lo crea, sobre todo mi buen amigo Jordi, el gongorismo ha muerto. ¡Viva el barojismo! :D

He dado muchos paseos. He ido andando, en bus, en metro, en bicicleta, a sitios donde antes solía acabar yendo en el maldito coche. He redescubierto la ciudad de mi adolescencia y juventud, los rincones, los edificios de ladrillo naranja o sucios, los cortes neoclásicos, el famoso y afamado Madrid de los Austrias (donde hay una casa de balcón que mira al viaducto, de frontón triangular sobre columnas finas, terrazo y pinta de ser muy cara y en la que viviría una de las muchas vidas que no he vivido...) y los secretos en forma de jardines, de pequeños parterres, rincones, viejos y nuevos, esculturas imprevistas, fachadas espectaculares arrumbadas fuera del circuito turístico, aceras de ladrillos espigados o baldosas muy pulidas de tantos pasos que han soportado... he disfrutado de la compañía de muchos y buenos amigos. Rafa y las partidas de los jueves que son excusas para charlar. Algunas de rol con los mismos de siempre. Piscinas tras el escuás (oscuás, qué dolor) y debates como los de antaño. Cenas en tascas, bares o restaurantes del barrio. Cervezas. Reencuentros con Igor, con Emilio, con Sergio, con Santi. Comidas con Julio (sí, comer es un acto social, único, especial... me encanta comer, soy comedor compulsivo, tanto como el contacto físico; necesito abrazar la carne y comerme las miradas, necesito pegarme a quienes aprecio y quiero, sentirles... aunque huyan despavoridos o les incomode mi afamado abrazo del oso y mis besos interminables :P ) y descubrimientos como esos que digo de parque. Madres de todo tipo, corajudas, divertidas, agradables, simpáticas, agobiadas, especiales, y niños que juegan, descubren, exploran, investigan, se divierten, lloran, se caen, pegan, les pegan, saltan, ríen, patalean, corren... he ido descubriendo el barrio, poco a poco, situando los nuevos lugares que a veces eran viejos. La biblioteca de (¡sorpresa!) Pïo Baroja, donde presuntamente estudiaba y acababa leyendo cómics, y ahora es lugar de visita semanal, es un ancla echada al pasado. Algún bar como el Coppola (fritanga, cerveza, pósters de sus películas) para cultivar la nostalgia. El DÍA, primer supermercado que tenía aquella infame Sky Cola o picoteos de patata y otros repletos de E-tetúasaber... el parquecito donde pedaleábamos y ahora es el camino a la heladería de los viernes en el buen tiempo. El parque de Arganzuela que ha extirpado la fuente elíptica objeto de una apuesta... los paseos se llenan de nostalgia, de pasado, pero también de futuro y color. Mi hijo descubre, juega en los mismos sitios, pisa una arena removida miles de veces pero siempre idéntica. Mi sonrisa vaga, pasea y ríe, y me siento, como digo, feliz.

Esa es la cuestión. Estoy feliz. No siento la cacareada crisis de los 40. No siento la extraña punzada del desasosiego todo el tiempo (por otros motivos, sí, pero la ansiedad es así, no respeta el raciocinio que la alimenta) y sí una felicidad que se resume en algo básico. Aceptación. Acepto mi vida. Mi entorno. Mi persona. Y gracias a eso acepto lo que sucede, lo que viene o vendrá, viviendo día a día. Creo que me mudé no a un nuevo barrio, si no a mi barrio, aquel que he ido construyendo año tras año y no tiene forma de edificio de ladrillo o piedra. Es el barrio de uno, el interior, donde sabe qué colmado vende la mejor conserva o qué frutería trae lo mejor de la temporada. El barrio interno donde uno conoce cada calle, cada callejón, giro, codo, recta, cuesta y rincón. El de los caminos inexplorados y las luces distantes. El lugar donde se siente uno a sí mismo, con uno mismo.

La vida de barrio es agradable. Madrugar, no. Trabajar, menos. Y siempre, tras las sonrisas, los rostros apacibles, las miradas llenas de felicidad, pueden esconderse dramas, miedos, historias terribles o deseos y pulsiones malévolos. Pero eso es ficción. La realidad es mucho mejor por una cuestión básica; es real. Pasa. Y pasa porque llegamos, buscamos, encontramos, a veces sin ir, sin explorar, sin querer hallar nada. Pero es.

Y entre árboles y ramas, donde la luz de otoño incide, partida por hojas a punto de caerse, paseo, paseo. Últimamente, con ganas de silbar, de poner las manos en los bolsillos o a las espaldas y sonreír, de mirar todo con indulgencia, de maravillarme de la belleza que se esconde en cada lugar, cada rincón de ese barrio. He perdido ya definitivamente la gravedad, la pomposidad (salvo si es para burlarme de ella) y la losa de la pregunta aquella. ¿Por qué?

Para ser felices.

Un abrazo,

lunes, 14 de noviembre de 2016

Crisis? What Crisis? SUPERTRAMP!

Alguna vez he dicho que me encanta, me impacta esa carátula del disco de un grupo llamado Supertramp! (que hoy podríamos traducir como las supertrompetas del fin del mundo, según algunos medios) donde se ve a un tipo tomando el sol con sombrilla en su tumbona, rodeado de residuos y chimeneas, bajo una sombrilla amarilla muy hortera, el periódico y un cóctel en la mesita de plástico. Es magnífica. Es brutal. Es la epítome del siglo XX y del XXI, si me apuran, ese hedonismo brutal y completo. Al carajo todo. A la mierda. Mientras tenga mi espacio bajo el sol donde disfrutar y tal. Chapó.

Voy a ser sincero. El mundo se fue a la mierda el día que los sapiens lo colonizamos. Tal cual. El día que nuestros instintos fueron lapidados por la cultura. La cultura... siento, en ocasiones, ese pálpito fascista de Millán-Astray y pienso en usar un revólver mágico que atine en toda diana. Pero la cultura es otro producto, otra creación humana. Una creación que en ocasiones da alegrías, en muchas otras desvela haciendo que persigamos un significado que no tiene o está muy lejos de ser tal. Pero da para conversar y eso es bueno, pues hablar hace feliz al que emite esos sonidos articulados y reconocibles, y a veces, también, al que los debe escuchar. Entonces, quizá, la cultura no sea tan mala, y los instintos atrapados bajo su losa liviana de ideas abstractas puede que estén mejor ahí... o no.

La verdad, las mejores conversaciones que he tenido versan sobre cultura, sexo y muerte. Justo hace unos días tuve una que combinó las tres. Rafa, mi buen amigo Rafa, ese rentista favorecido por la fortuna y una inteligencia (no excesiva, pero más que suficiente) que cultiva con esmero, me recibió en su casa con una indignación mesiánica. ¡El cine que llamamos "clásico de obras maestras" es una pamema! Vamos, que le había jodido revisar "Caballero sin espada" y nos puso a Santi y a mí algunas secuencias e imágenes, indignado, cabreado. Y con razón. Pero, eh, oye... así es la cultura. Cultura es tanto "2001" como el silbido del afilador en la calle. No mezclo en la vitrina irrespetuosa del cambalache, es la verdad. Cultura es hacer cosas. Cosas que nos hagan felices. Rellenar el tiempo que falta hasta la muerte, ese otro tema que tratamos (yo, como César, lo tengo claro; muerte rápida, dolor muy breve, inmediato) con cultura. Libros, discos, pelis, eso es lo que realmente importa. Y todo lo demás al carajo. ¡SupertrUmp!

Y el sexo... sexo. Sexo. Qué decir de ese tiempo indefinido en el que somos humedad, carne, piel, sensibilidad placentera y locura de gemidos, gritos y orgasmos. Ese tiempo indefinido en el que jugamos con la expectativa, las horas previas o posteriores de imágenes que encarcelan de pronto la realidad y nos regala un instante largo de felicidad completa. De adolescente recuerdo aquello de "eso da para paja", una manera basta de indicar que había sido relevante, potente, una imagen o sensación tan fuerte que había que reproducirla en nuestro cerebro una y otra vez como las películas que hipnotizan. Y da igual qué de para paja... puede ser una frase, un libro, una película, una situación rocambolesca o inaudita. El sexo, eso que impregna todo desde que nacemos (cuando no sabemos qué es, pero está ahí) hasta que morimos (gritando, igual que en un orgasmo, eso de "¡Dios, Dios!") es puro placer, puro juego, entrega, pasión, melaza, recreación, saboreo, baile, locura, todo. La cultura, a su lado, es un pálido reflejo de lo que los cuerpos, en solitario o hasta números inimaginables, pueden hacer. Yo siempre he dicho que las películas que más me han impactado son las del cabrón de Lars von Trier. "Los idiotas", una de sus fantasías Dogma, me sorprendió cuando de pronto, sin esperarlo, pero por pura coherencia con la historia que presenciaba, se ponían a follar. Tal cual, reproducido en cámara, húmedas penetraciones, besos, miradas perdidas, fricción de genitales, de manos en el cuerpo. Me quedé boquiabierto. No fue la primera vez. Más películas, no sólo del provocador Trier, han mostrado eso. Cultura y sexo. No es porno, es realidad (el porno es la Ci-Fi del sexo; nadie se lo cree, pero apenas atrapa en realidad las fantasías del masturbador... es una pálida aproximación, aunque las películas amateur, morbosas, de gente que lo hace sin saber que les miran o que les miran sin saber que pagan por ello porque robaron el vídeo son las mejores, para mí, las más cercanas a esa realidad que nadie graba... como un parto; un parto, en el cine, y doy la razón a Rafa, otra vez, no lo he visto aún de verdad. Bueno, ni en la realidad, llegué tarde... vaya digresión...)

Sexo. Cultura. Muerte. Si uno vive en eso, la plenitud de su vida es la que es. Póngale usted música, que la vida siempre mejora con una banda sonora que resulte molona, llena de ritmo. Follar, leer, morir. Follar, ver cosas, morir. Vivir. 

La gente siempre ha hecho esas cosas. No cambiará con nada, salvo la extinción masiva. Algo que, por cierto, Rafa apoya. Yo, con eso de ser padre, he aparcado mi misantropía para aceptar a más seres humanos en mi confianza. No tanto. Sigo creyendo que sobra un 95%, pero el tema números es tramposo. A algunos y algunas sí salvaría de extinciones, y suerte que tengo de que existan. A otros les he salvado con mi memoria, y algún día tengo que dedicarles lo que les debo. Mis padres... aunque, como siempre, lo que no recuerde me lo inventaré. Como digo, ellos son mi entorno de toalla en la mugre, los compañeros de cóctel en la sed ajena, a quienes resguardaría bajo la sombrilla amarilla, tan amplia como pudiera hacerla, con quienes me recostaría o cedería la tumbona. A vosotros. Y vosotras (por si  hay guardianes del género en el lenguaje que quieren tocarme mis preciados cojones, aunque la prelación ya dará para ello) 

Crisis... una gran tienda de cómics. Una palabra que no significa nada más que "lo de antes ya no funciona igual, hay que cambiar o reparar". Un término falso. Una mentira más. Siempre estamos en crisis. O sea, es la normalidad. Y ésta tampoco existe. Y si sigo, acabaré en el solipsismo, así que termino aquí ésta reflexión de corrido que me ha salido por pura necesidad. La de expresar, la de decir, no sé si la de mentir. 

Todos a bailar...

Un saludo,

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Capas de realidad.

Toda persona tiene un momento en su vida en que siente, como Segismundo, que la vida es sueño. O lo que es lo mismo, una mentira, una ilusión. Pero luego recuerda, igual que Woody Allen, que los mejores filetes se toman en esa vida real. Lo cierto es que, no sé si el cómic, la novela de Ci-Fi, la clásica, la filosofía, las películas, todo en general, me ha generado una certeza y a la vez una incertidumbre. Que la vida se configura por capas, muchas capas. Y que cuanto más quitas éstas, no encuentras un "núcleo" o único final, si no un vacío. Porque las capas son la realidad.

Tengamos por ejemplo mi propia vida, aunque vale cualquiera. He sido hijo, hermano, huérfano. Familiarmente he perdido y me han perdido. He vivido sensaciones, vivencias y experiencias de todo tipo en ese ámbito. Una capa. Se entremezcla, como la telilla de las cebollas, junto a los amigos, los pares, las decepciones, los maestros, las némesis, las antítesis, los iguales. Amigos que tornaron enemigos, enemigos que eran menos, amigos que no eran, conocidos que eran amigos, y todas las vivencias y experiencias y sensaciones junto a ellos. Amigos íntimos, amigos no tan íntimos, amigos perdidos por el camino y otros encontrados en medio de la nada. Otra capa.

Pasemos a la del amor o las relaciones. Las reacciones hormonales, los enamoramientos, las endorfinas, los flechazos químicos. Los rechazos, las decepciones, las frustraciones, las peores decepciones. El amor considerado una bella arte y realmente un simple nombre. He vivido historias de locura, de ajeneidad, de espontaneidad y de entrega. El sexo ha sido grandioso, aburrido, especial, fascinante, decepcionante, intenso, sencillo, inexistente, abundante, serio, ajeno. Amor y sexo que han creado relaciones, destruido relaciones, forjado relaciones. Del amor y del sexo han salido ramificaciones y nuevas capas, pero esta es una gran capa...

Hijo, hermano, amigo, pareja, y... padre. Una nueva capa de repente más dura, más opaca, al tiempo más oculta. Ser padre me ha postergado a ojos de los demás, salvo de quienes me seguían viendo con los mismos ojos, los que me reconocían como esa entidad llamada "David" y que estaba configurada por algunas de las capas esenciales que he mencionado. Pero ésta era nueva... de pronto, relegado a un asiento oscuro y trasero, silenciado, oculto para ojos ciegos a mi rostro, mi cuerpo, mi persona. Y esa capa se sigue formando cada día, cada momento.

Estas capas se complementan con extraños filamentos que las une, telillas transparentes, crujidos de realidad. Soy también miles de personajes leídos, vistos en películas y series, escuchados en historias, anecdotarios y cotilleos. Soy también, porque no puedo evitarlo, el amigo del amigo que un día hizo aquella cosa, el hermano del hermano que descubrió un secreto espantoso, el conocido que todos rechazaban y marginaban. Soy ellos, soy todos, porque un pedazo de su vida entra en mí cuando sé de ella, no puedo evitarlo. Dirán que son las capas de cebolla más acuosa, menos nutritiva, porque es menos real. No, lo niego. Sin ellas no sería tampoco yo. Sin el sufrimiento de los otros no comprendería el mío y la manera de atajarlo. Sin la alegría de muchos no entendería la propia. Sin las vivencias y acciones, que en lo más íntimo de mi ser apruebo o desapruebo, no podría ser yo. Porque la moral no es innata, es nuestro juicio a los demás, y siempre, siempre, equivocado. Ahí, siempre, recuerdo aquella reflexión de un conocido que es amigo. Sonreír. Y hacer sonreír. La vida es simple.

No, no lo es. A veces nuestra sonrisa esconde un perjuicio, un tenebroso secreto. O no, nada tan gótico. Tan sencillo como una verdad que nos hace felices en otra capa de nuestra realidad pero que podría acuchillar y hacer infelices a otros en su capa más próxima. Como cebollas en un mismo saco, nos podemos transmitir el frescor o la podredumbre. O la quietud. Pero lo cierto es que ni la vida es simple ni es fácil sonreír siempre, ni hacer sonreír. A veces debemos estar serios para que otros sonrían. Y a veces debemos sonreír cuando otros lloran. 

En las capas hay muchas interconexiones. Un multiverso de personalidades, extrañas algunas, pero que conviven con nosotros, salen a la palestra y toman la nueva máscara de esa tragedia llamada vida. En nuestro interior, en alguna capa, vive el amigo despechado, el amante vengativo, el colega traicionero, el hijo disoluto, el padre terrible. Y sus acciones pueden quedar conscriptas en la capa, o salir en forma de bulbo, de raíz seca, de poro negro, de dolor supurante. Somos capas de emociones, de vivencias, de sueños, de locuras, de inexactitudes.

Las capas, sin embargo, son reales. Todas ellas. Y ninguna es menos real que las demás. A veces nos arrancamos una y es como tirarse de la piel y dejar en carne viva un trozo de nuestro cuerpo. Nos falta esa capa, no lo sabíamos hasta que sufrimos el dolor. Pero lo interesante de la vida es que siempre crece una nueva, sustituyendo a la anterior, a veces con cicatriz, a veces no. Y la memoria almacena o descarta esas cicatrices emocionales de manera que podamos sobrevivir y acumular más capas, más inviernos, más sueños. Pero siempre, con una máxima; no dejar que las capas nos abrumen por asfixia, sofocando nuestra respiración, vidriando la vista, abotargando el tacto, quemando el gusto, eliminando el olfato. La vida son sentidos, sabiendo, de inicio, que el primero es la muerte.

Porque no cabe lamento por las capas. La muerte es el final. El último de todos. Y como la cebolla cortada, triturada, tragada y digerida, nos convertimos en lo que sabemos que somos, por más que busquemos permanecer. El mismo polvo de estrellas que acumuló energía solar durante una fracción de tiempo ridícula. 

Hagamos que signifique algo, en alguna capa, en algún momento, en nuestra vida.

Un saludo,

viernes, 28 de octubre de 2016

Dylan.

NiÚltimamente he tenido debate (cómo no) con Rafa y alguno más sobre la pertinencia o no del Nobel a  Dylan. Salieron también los guardianes de la ortodoxia, zelotes del buen gusto y separadores de ambientes (a Dylan, Grammies, pero el Nobel, no) así como los sumos sacerdotes de la LITERATURA. Ya saben. Lo de que lo merece Murakami o Roth (pero curiosamente, nadie, salvo mujeres e ingenuos como yo, dice una Ursula K. Leguin o una brillante Margaret Atwood) o incluso autores rarunos. Todos han dictado su sentencia. Pero me llama la atención del debate una cosa; no la obviedad de que es un premio privado y subjetivo como el de la Paz o Economía (nadie discute los de Ciencias... por ignorancia y no entrar en un jardín de carnívoras, imagino) si no que la "LITERATURA"  no es simplemente un montón de texto negro sobre fondo blanco. ¿Acaso Sabina no construye historias, como hicieran Krahe o Hilario Camacho? ¿Leonard Cohen no nos regala imágenes impagables? ¿Raperos o poetas de metro, tampoco? Historias. La literatura es eso, contar la misma historia de otra manera. La misma, nadie se engañe... ningún tema nuevo, salvo técnico. Cambia el ingenio para invadir el espíritu del lector o receptor y atraparle en.una historia, en LA historia.

Dragó y algunos imbéciles más pontifican sobre literatura y desprecian lo que escapa a su apertura mental, aunque realmente no hacen más que demostrar su temor ante lo que no comprenden, actitud muy humana. ¿Es menos literaria una serie de televisión que una saga que construye imágenes con palabras?

El Nobel de literatura es hijo de su tiempo. Ha premiado teatro, poesía, ensayo, periodismo... letra impresa. Porque no había cine. Para eso está el Oscar (a las artes cinematográficas, son listos: ARTES)  y aún así... yo no veo mal el premio, de la indiferencia inicial que me produjo he pasado a su defensa. ¿Y por qué no? Arte... Arte... y el arte es tan subjetivo como pleno el alcance que tiene afectando nuestro espíritu con las historias que se nos cuentan. Sean mediante el medio que sean...

Melancholy mood, friends. Disfrutar es lo que importa...

Un saludo,

jueves, 29 de septiembre de 2016

El olvido y el humor.

Ayer tuve una conversación (breve) con mi hermano sobre un tema que daba mucho de sí. El postulado era, ¿se puede hacer un humor riéndose de las víctimas de algún tipo de suceso cuando aún esas víctimas sienten fresco el dolor? Ejemplo, víctimas de ETA, situación del País Vasco y "Ocho apellidos vascos" donde Carmen Machi es la viuda de un Guardia Civil que vive fuera del pueblo y de cuyo marido sospechamos murió en un atentado (o no, deliberadamente queda ambiguo)

Salió el tema de los límites del humor, hasta dónde se puede reír uno, cuándo... "La vida es bella" o Zapata y el antisemitismo de la izquierda (yo preferiría decir antisionismo...) Pero de todo eso, me gustó más la tesis que mantenía mi hermano y que, quizá mostrando que debo vivir en una cápsula, es muy cierta. Que en España no olvidamos o asumimos, más bien enterramos bajo la alfombra a toda prisa y nos descojonamos en clave de humor negro para generar un mecanismo de defensa que no es ese sano olvido o restañar de heridas.

Yo tengo unos cuantos recuerdos de ETA. Uno es cuando iba al instituto y pasó lo de Irene Villa. En ese mismo día o el siguiente (no existía ninguna red social salvo las maledicentes de la gente) escuché ya muchos chistes macabros, duros. Recuerdo que servían de anestesia para las imágenes que TVE emitía (entonces no existía esa censura creyendo que la infancia es algo sublime que no debe ver la realidad...) y me impactaban tanto. Chorros de sangre sobre cabezas ahumadas, pelos revueltos y uniformes descorchados. Pero pasado el tiempo, me sentía algo incómodo con esos chistes, aunque como todo adolescente que quería ser mayor, repetía como un loro. Otro recuerdo viene el año siguiente. Tenía examen de gimnasia y, de pronto, notamos un estruendo, los cristales temblaron, cayó el polvillo y nos miramos interrogantes. Algunos decidieron salir y ver qué pasaba. Tonto, les seguí. Bajamos a la plaza de la Cruz Verde. Primero el olor a quemado, como una barbacoa, mezclado, picante. Luego el humo. Después, entre gemidos y sollozos, hierros retorcidos y cuerpos tan reales como los del telediario o más. Recuerdo bien que alguno vomitó. Yo miraba hipnotizado. Y el profesor cogiéndonos de los brazos y arreándonos de vuelta al instituto a empellones. Nadie hizo bromas. No recuerdo ninguna.

Después, la conciencia. Si paseaba por Juan Duque a ver a algún amigo, los PM patrullando. Visiones de gente que se agachaba en Carabanchel para mirar bajo el coche. Pasquines de etarras buscados que parecían quinquis del barrio. El atentado a Aznar, que parecía el cúlmen de todo. Y mi charla con una votante de HB en San Sebastián tras asistir a una carga de los antidisturbios contra varios aberchales. ETA existía, mataba, y aquí o allá te salpicaba una información sobre el tema. Gente que tenía miedo de confesar a qué se dedicaba porque, a fin de cuentas, vivían en el miedo. Los años pasaban más. En aquel 11M infame, recuerdo la cara de susto del "héroe por la paz" llamado Arnaldo Otegi dejando claro que ellos nunca jamás habrían hecho algo así. Tanto fue que se desmarcó a todo correr. Pero es curioso. No recuerdo chistes, al menos, no de los que yo me pudiera reír sin problema. Y llegamos a Carmen Machi.

Cuando pude ver "Ocho apellidos vascos" me hizo gracieta la simplificación y estereotipos manejados, todos, desde Sevilla a aquella ficticia Argoitia. Las bromas del "Comando G" o las tonterías de Dani Rovira. Y me parecía impactante el despertar de Karra Elejalde en la cama de Carmen Machi y descubrir que ella era una malévola "españolista". Un tono grueso, brochazo, que no me hacía reír de pura felicidad tanto como de cierto garbancismo patrio. La película es intrascendente. Los andaluces quedan de torpes cerriles con gracia y los vascos de nada folladores que buscan la revolución guiados por el primer papanatas que les impulsa. La historia es de servilleta de bar y los personajes, salvo precisamente Machi y Elejalde, prescindibles. Y a mí me sorprendió en el personaje de Machi esa especie de resignación y aceptación. La de una mujer que amó y decidió dejarlo todo en una tierra peligrosa. Lo que me recordó otra anécdota que viví en Irlanda. Del norte.

Paramos con el coche Cris, Fani y yo en un apeadero para comer los sandwiches. Había una mujer con su hijo. Nos pusimos a charlar. La mujer era católica, fue lo primero que nos soltó tras contar de dónde veníamos. Después de la charla social normal, nos comentó que era la viuda de un paracaidista inglés destinado en Belfast, que habían matado miembros del IRA o alguna rama similar. Pero que ella no cejaba. Que no se iba de allí. Que se había enamorado de él a pesar de que le llamaran "invasor" y otras lindezas. Que tenía amigas que dejaron de verla, sus padres la dejaron de lado y nadie la trataba con corrección. Si alguien ha estado en Belfast, eso no es Bilbao o San Sebastián. Cada 20 o 30 metros hay una cabina para poder llamar al número gratuito de la policía y el ejército. Hay verjas. Hay calles que, como nos demostró el taxista, no puedes tomar según tu confesión. Hay urbanizaciones donde plantan más banderas que repollos. Y conviven con todo ello llenos de cierto humor. El taxista, protestante, pistola en la guantera y cadenita más tatuajes orangistas, nos contó al pasar al lado de un hotel que ese era "el hotel más bombardeado de toda Europa", y que él sabía quién estaba detrás de las bombas católicas y protestantes. "El gremio de cristaleros". Era sentido del humor para convivir con ese puto horror. Y lo tenían todos. Las caras eran siempre de expectación, de prevención. Los chavales semejaban bestias agazapadas esperando reconocer una presa o un aliado. Y todo eso, junto a aquella mujer pelirroja del apeadero me hizo pensar que la tragedia se mide no tanto en muertos como en decisión. La decisión de vivir de una determinada manera contra la decisión de otros de impedirlo. El personaje de Machi y la norirlandesa católica, de pronto, se me hicieron uno.

La celebérrima frase de Mark Twain (creo) de que el humor es igual a tragedia más tiempo me viene a la mente hoy. Los hijos, que te distraen. También el comentario de Cris sobre el "Gran Dictador" de Chaplin en 1940 (¿se podía hacer humor con campos de trabajo ya abiertos, purgas, asesinatos, exilios, rescisión de derechos?) o la brutal secuencia de inicio de "Postal", ese engendro de Uwe Boll. O la reciente "Ha vuelto" de David Wnendt. ¿Cuándo es aceptable convertir la tragedia en humor? ¿cómo se destila? Pienso en "Vaya semanita", ese humor de la tierra que banalizaba para hacer soportable el día a día con ETA en el hombro. Pienso en los silencios de amigos de allí cuando sale el tema, miedo a significarse, a ser claro, a no poder expresar la ira y el cabreo por las posturas de tantos imbéciles a uno y otro lado del espectro. Y me viene a la cabeza de nuevo la chica pelirroja norirlandesa. O a Irene Villa absolviendo a Zapata de sus crímenes tuiteros. Pienso en los vodeviles que se hacían ridiculizando a Hitler en los años 20 e inicios de los 30. Pienso en tantas y tantas tragedias que no han tenido un cómico detrás que las explotara, no sé si tempranamente o demasiado tarde. Pienso en que el humor y sus límites son aquello a lo que uno quiera atreverse, pero reconociendo las consecuencias. Y que Emilio Martinez Lázaro jugó magistralmente con esa peculiaridad del español medio. El olvido y distanciamiento de aquello que barre bajo la alfombra de la vida cotidiana. Es verdad que no somos empáticos, ¿para qué serlo si nos podemos matar? Y que ETA y sus crímenes han sido una cosa "lejana" que afectaba a otros (policías, militares, luego algún civil "que algo habrá hecho" y políticos, esa hez que realmente cagamos nosotros...) y por tanto, podíamos obviar. Pienso, no sé, que no hay remedio. Que no hay una ética reprobable porque no hay ética que valga. Que queremos ser y acabamos, como aquella triste frase, siendo españoles porque no podemos ser otra cosa, y quienes intentan serlo, acaban hartos, exiliados o muertos. Pienso que, por eso, el personaje de Machi es como es; una resignación donde ella también crea su mundo paralelo y no deja entrar lo malo del que le rodea. Que sufre, pero no deja que otros la hagan sufrir...

En fin. Yo opino que hay que reírse de todo, porque es el mecanismo clásico del humano para enfrentarse al terror. Pero que la risa primera, bruta, pura, también arrastra muchas corrientes personales de prejuicios y odios o filias y preferencias, es una verdad incontestable. Los que odian o aman "Charlie Hebdó" o "El Jueves" saben que el humor es crítica social asqueada y hecha de manera que impida al que la realiza empuñar un arma y volverse loco a tiros. Una válvula de escape, que se suele decir. Pero qué tiempo es el correcto... no sé responderlo. Eso es de cada uno. Si pasa poco, ofende. Si pasa mucho, no interesa. Quizá por eso Woody Allen acierta a veces, y otras no. En todo caso, yo prefiero el humor negro, sólido y dolorido de otra película de Borja Cobeaga; "Negociador". Ahí, creo, él sí contó lo que quería sin pensar en la taquilla, por suerte para todos. Si me toca recomendar, menos "Ocho apellidos vascos" y más "Negociador". 

Un saludo,

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Lo tecno mola.

Tecnocracia. Lo escucharán muchas veces. Término de la gente que está harta de la "política". Como si fuera un abstracto ajeno a la misma. "Gestionen España como una Empresa", "elijan a los mejores para cada puesto", etc. Como si fuera otra cosa, algo mágico (siempre el pensamiento mágico...) que resolverá todos los problemas. Tengo una mala noticia. La tecnocracia ES política.

La tecnología (ese prefijo tan bonito, en todas partes) es, ni más ni menos, una herramienta para algo. Como la política. Pero además, su uso tiene un fin deliberado. Así, un fabricante de pistolas no puede desligarse de su fin, aunque invoque el "es otro el que aprieta el gatillo". Ya, pero no tiene gatillo que apretar si no le das uno... el fin es matar, punto. O herir. Que se haga en defensa propia o por puro sadismo da igual. Sirve para eso. La tecnocracia igual. No es un constructo abstracto, amigos. Por mucho que se invoque la "racionalidad" y se asimile a la "verdad", sigue siendo una persona formada en un ambiente concreto con, ¡cielos! ideas políticas concretas. Que sí, que las tiene. Las tenemos todos. "Haga usted como yo y no se meta en política" es otra idea política, amigo mío...

Así pues, cuando escucho la invocación al "Gobierno tecnócrata" se me ponen los pelos de punta. Porque sé a qué idea política se refiere. A la que interesa a una élite siempre igual, siempre en la cima de la mierda. Pero siento algo similar cuando se invoca el poder del "pueblo". Yo recuerdo mi pueblo; allí, los de ciudad íbamos al pilón y no nos dejaban correr delante de la vaquilla, y mucho menos tirar los tejos a las autóctonas. El "pueblo" es otro ente abstracto que habla de una entidad incorpórea que interesa o no invocar.

No, lo tecno a mí no me mola. Ni lo crático. Ni siquiera lo que habla del demos. Tampoco lo ista. Realmente, encuentro poco gusto por nada que no sea una tiranía ejercida por mi persona, pero sin espada colgando, que genera demasiada ansiedad.

Pero no dejaré de reír cuando me diga alguien que "la tecnocracia es lo mejor para..."

Un saludo,

viernes, 26 de agosto de 2016

El pudor o el poder

Con el tema del "burkini" y las muchas y variadas formas que toma el (para mí, cada vez más absurdo) debate, me salta a la mente el tema básico sobre el asunto. El rollo del pudor.

¿Qué es el pudor que tanto invoca la creadora de la dichosa prenda? "Honestidad, modestia, recato", dice la sacrosanta (y viejuna) RAE (curiosamente, en segunda acepción, "hedor, mal olor"; ¿vendrá por el olorazo de refajo y sudor de viejo revenido que produce apretar las carnes con ropas oscuras?) pero todos lo entendemos como un cierto respeto a unas reglas de decencia o moral, algo "público" (y no "púbico") que afecta no al que exhibe, si no a quien mira.

Y ahí va el tema. Ya he citado alguna vez eso de la Biblia de que "si no te gusta lo que miras, arráncate los ojos", una forma radical de apartar la mirada, la verdad. O de trasladar la moralidad del asunto al que mira, no al que es observado. ¿Qué tiene de malo el "burkini" en la playa? ¿en qué se diferencia de una pareja de góticos tomando el sol, o de pálidos clínicos, incluso de gente con neopreno? En un primer lugar, diríamos, en nada. Pero por desgracia, sí tiene diferencia. Mientras que el gótico es un penoso remedo del vampiro victoriano afectado y triste (en todo sentido), el pálido tiene problemas médicos y los del neopreno son unos frioleros, las (ellas, no ellos; ellos curiosamente no participan del pudor) del "burkini" lo usan para ocultar su cuerpo, tapar con modestia, pudor, un objeto de deseo ajeno. Enjaular un pastel que se supone todos quieren comerse. Hay una moral, hay una política detrás (ellas deben cubrirse, ellos... no. Mal vamos, pues los michelines y barrigotas de ellos son asquerosamente repugnantes, y me refiero a la de todos los hombres, blancos, negros, amarillos, morenos, pálidos, de Wisconsin o de Sicilia... yo encuentro mi propia barriga, peluda y ahora mismo engrosada, de mal gusto estético para quienes la miran) y hay una directriz teleológica. Vamos, que no es ni parecido al gótico, al del neopreno o al que lleva camisetas de Decathlon.

El pudor se transforma así en herramienta del poder. Las mujeres que usan el "burkini", consciente o inconscientemente, juegan el papel de peones (sin valor, por cierto) para una interpretación del mundo que utiliza la otra herramienta, la religión (muy bien engrasada y dispuesta, por supuesto) en la que las mujeres, ese 51% de población, se tiene que joder y aguantarse, acatar las normas de unos hombres tristes, celosos de la posible independencia física e intelectual de ellas. Porque se les necesita para producir en el hogar, para satisfacer al hombre del hogar, para criar en el hogar. Limpiadora, ama de cría y puta. Tres trabajos en uno si logramos someterlas, sin necesidad de pago alguno. Y encima, les vendemos que es libertad... igualico igualico que ver a un judío llevando una esvástica "como símbolo de integridad humanista", por decir algo.

Yo lo tengo claro. ¿Prohibir? Un error lógico que busca solucionar con inmediatez. Es otra forma de ejercer el poder por el pudor. Pero defender que puedan llevar esa prenda es, ni más ni menos, que aplaudir a Chamberlain cuando entregó Checoslovaquia, "peace for our times". Y en Europa no aprendemos, se nos dan fatal las analogías. En fin. Al final, el "islamófobo" de Houellebecq va a tener razón. La sumisión llega con facilidad en una sociedad donde los valores son cascarones vacíos...

Un saludo,

martes, 16 de agosto de 2016

La intolerancia.

Seguro que hay artículos muy buenos por la red pidiendo tolerancia y todo eso, ante las noticias que nos llegan siempre de las relaciones entre quienes vienen de la cultura del Islam y los que estamos en eso llamado Occidente. Muchos. Y bien escritos. Pero ninguno habla de la verdad absoluta, de lo cierto. Que en realidad la intolerancia siempre triunfa, de un lado o desde el otro.

Las fotos se supone que hablan solas. Mentira. Las fotos no hablan. Muestran. Las jugadoras egipcias con el uniforme completo (casi idéntico, salvo para la cabeza, que el usado por las españolas en voley playa un día de lluvia) contra las jugadoras alemanas no es un alegato a favor de la tolerancia o un estudio del machismo de las diversas sociedades contra sus mujeres. Me ha hecho gracia la equidistancia con la que se ha tratado a ambas partes (recuerdos de ETA y tal me vienen a la mente...) una imponiendo la vestimenta completa y la otra imponiendo una desnudez y carnalidad sensual obligada. Lo cierto es que la intolerancia genera preferencias, y me decanto por defender a aquellas que pueden mostrar su cuerpo casi desnudo o vestido (como las españolas, aunque sea por una rendija del reglamento) sin que por ello reciban palizas de muerte y tal. Que sí, hay asesinatos machistas en nuestra cultura occidental proveniente, como todas, de un heteropatriarcado machista y asesino (no he podido escribirlo todo sin partirme el ojete, perdón a la comunidad gay también por ello) pero no tantos ni tan constantes y bien vistos como en otros ámbitos donde la ablación de un clítoris no es como la depilación del coño. Una es una imposición, la otra, elección.

Más noticias exacerban. El "Burkini" prohibido en Cannes y otros lugares (en algunas playas de Córcega, tras trifulcas varias) porque se considera un problema de convivencia. En seguida se habla de intolerancia. Pues sí. Miren, la República que nació en Francia en el siglo XVIII, de la que muchos demócratas y progresistas y tal se consideran herederos era INTOLERANTE. Y asesina. No toleraba a quienes pudieran ser obstáculo, y los asesinaban, exiliaban o encarcelaban. La República francesa nació en sangre, como bien deja claro su himno más apreciado y que hace temblar de emoción, "La Marsellesa". Y si no hubiera sido intolerante y asesina contra quienes querían acabar con ella, habría perecido (como ya ha sucedido en más de una ocasión) y no podría ser, paradójicamente, predicadora de la paz y la tolerancia. ¿Suena a oximorón? Lo cierto es que lo bueno surge casi siempre de lo crudamente práctico y sangriento.

En todo caso, nadie alza mucho la voz cuando en el mundo Saudí, Wahabista y soporte del Califato, se ajusticia a ateos (nadie habla de "Ateofobia", qué curioso...) homosexuales, seguidores de modas occidentales o simples amantes de alguna libertad (sobre todo, mujeres) e incluso se silencian noticias de trato a occidentales (mujeres, sobre todo) que han sido en público contempladas como lo que ellos creen que son, putas degeneradas. Y su intolerancia crea un modelo que defiende lo que ellos creen, esto es, la supremacía masculina frente a la femenina, y la del creyente sobre todos los demás. El celo del follador de cabras en el desierto, de donde nacen esas religiones tan pacíficas (judaísmo, cristianismo e islamismo) que provocan tantas y tantas muertes. Por suerte, tras siglos de lucha, en Occidente el mundo grecolatino ha sido el contrapeso del cristianismo y lo ha postrado (a sangre y fuego, o con máquinas y capitalismo; otra cosa es si el aliado capitalista sigue sirviendo a la causa...) dejándolo exangüe y como mero complemento decorativo (¿el 30% de las bodas del año pasado en España fueron religiosas y un 75% se sigue declarando "católico"? Venga, comiencen las risas...)

No, lector. Eres intolerante. Lo sabes. Puedes ocultar con palabras y frases hechas muchas de tus fobias, pero eres intolerante. Contemplas con recelo ciertas cosas ajenas a tu cultura porque es natural. El prejuicio cultural es inherente, y pocas culturas consideran que las extranjeras aportan algo positivo a las propias (si no, sucede ese fenómeno que llamamos "aculturación", algo que logró el Imperio Estadounidense durante los últimos 40 o 50 años) Eres intolerante y no quieres mostrarte como tal. Un acierto, porque hoy día, si eres intolerante contra ciertas cosas, pierdes el respeto de tu entorno. Pero si me dan a elegir, prefiero ser intolerante desde ciertas perspectivas, aunque se me tache de muchas cosas. Es lo malo de estos (y todos) los tiempos, que en momentos de crisis y exacerbación de contrarios, los que pretendemos el punto medio tenemos asegurada la eliminación. Y yo tampoco he sido nunca de puntos medios, la verdad. Por eso digo, sin ambages, que lamento las prohibiciones, pero las prefiero a las confrontaciones de opuestos. Que no hemos vivido una historia sangrienta y dura en Europa durante varios siglos, en los que finalmente se ha impuesto una cierta idea de democracia, paz, civismo, convivencia, laicismo y otras ideas más respetables que las originadas por las religiones y sus interpretaciones para volver a esos caminos. Que si no luchan desde dentro quienes directamente tienen que hacerlo (mujeres feministas, aunque consideren el feminismo como una "lacra occidental"; ateos, gays, liberales...) como siempre ha sido así, nadie les apoyará desde fuera, pues las injerencias sientan mal (y suelen estimular la cerrazón autóctona, que nos lo digan en 1808 y ya tal) Así pues, la intolerancia, a veces, debe ejercerse para poder practicar la tolerancia.

Y si tras esta reflexión ahora quieres, lector, acusarme de intolerante (ya sabes, ese tipo de cosas que parecen decirse con ánimo de ofender) puedes. Porque lo soy. Y tú también. Pero el problema es que yo ya no transijo con ciertas cosas. Occidente y estos últimos 40 años me gustan. No he sido balcánico, ni del bloque del Este comunista, ni tampoco he vivido demasiado cerca el terrorismo etarra. He tenido la suerte de nacer y vivir en un estado vasallo del Imperio Estadounidense, y no me siento orgulloso de ello, pero desde luego me siento mejor que si fuera un kurdo en cualquier parte, un chiíta en Yemen, un sunita en Irán o un cristiano en Afganistán. Y quizá, sólo quizá, esos "inventos del demonio" occidentales sean, en suma, mejores que otras expresiones culturales para las que siento, como tú, una sana intolerancia cuando veo que no puedo ser tolerante en su integración. Una integración tan simple como que "oye, vive como quieras a mi lado, pero procura no intentar matarme"...

Un saludo,

martes, 19 de julio de 2016

Hijos de los hombres

La distopía de P.D. James, convertida en película por Alfonso Cuarón, es, quizá, una de las maravillas que mejor explican nuestros días actuales.

Un mundo donde ya no hay niños, nadie puede procrear y todos son conscientes (en mayor o menor grado) de su futura extinción. Un planteamiento brutal que hunde sus premisas en las famosas "teorías conspiratorias" de aguas envenenadas, medicamentos de los que se abusan, pesticidas, problemas de alimentación, destrucción medioambiental... ¿suena de algo? Sin decir "cambio climático", uno se siente transportado ahí con mayor intensidad que la nueva de "Mad Max". 

En ese mundo, por cierto, hay grupos terroristas urbanos, con objetivos diversos, que operan en Gran Bretaña. Una Gran Bretaña que está aislada de Europa (predicciones del "Brexit" de 2006...) y que trata a la inmigración que intenta llegar a su isla como a ratas inmundas o subhumanos (jaulas con inmigrantes, perros custodiándolas, urbes costeras convertidas en "Junglas de Calais"...) a pesar de que, como hemos dicho, todos saben que se extinguirán (no a la vez, que es como más llevadero por eso de la camaradería, si no poco a poco, según mueran los hombres) Los atentados, empero, son chapuceros, de marca casera, llevados a cabo por gente que está desesperada, aislada de la sociedad que no le integra ni comprende ni quiere. Una sociedad por cuyas rendijas se cuela el odio y el rencor para estallar en forma de asesinatos y matanzas sin sentido. ¿Suena de algo?

Hay unas cuantas escenas donde se ve a los musulmanes, desintegrados pero integrados en su propia comunidad, como un elemento cohesionado pero sin valor ni fuerza. Se supone, de manera implícita, que el poder militar británico les tiene sometidos, igual que a otras facciones que luchan por... ideales viejos. Y es que, al final, es una cuestión cruda de poder, del poder de matar. ¿Suena de algo?

Cuando ví esta película, un escalofrío fuerte y doloroso me recorrió el cuerpo para terminar en chispazos de revelación en mi cerebro. No solamente veía la película con mis dos ojos, la leía con el tercero, ese que tenemos atrás para los libros. Tampoco la veía sin más, la saboreaba de manera extraña en cada uno de sus exquisitos y brutales planos secuencia. Y a día de hoy, habiéndola visto, no sé, quizá tres veces, si la pasan por televisión me quedo atrapado en hipnosis, pero soy incapaz de ponerla en el lector DVD porque me repele (quizá más incluso que "La carretera") ¿Por qué? Porque es cruda realidad.

Una cuestión que me atrae es que, en esa sociedad de británicos aislados, que confían en recuperar obras de arte del viejo continente, asolado, como representantes viejos y caducos de una civilización que, cuando mueran, no será más que un vestigio o gabinete de curiosidades para un alienígena u otra especie inteligente que ocupe el planeta, hay un distanciamiento (típico) de los que no son como ellos. Ya he comentado el tema de los inmigrantes (en la historia, huyen de Europa porque aquello es un caos sin gobiernos, regido por caudillos, teócratas y otras ramas del fanatismo poderoso) y cómo no hay interés en integrarlos, si no en humillarlos, separarlos de la humanidad. Quizá eso sucede hoy cuando leemos "afgano refugiado toma un hacha y mata gente en el tren" o "camionero tunecino arrolla franceses en un paseo de Niza". Ese afgano y ese tunecino, ¿qué motivación tenían? Sí, decir que el ISIS estaba detrás es sencillo, pero... ¿por qué en el ISIS y, no sé, no en un grupo heavy? Claramente, la inspiración wahabista, islámica y totalitaria (en el sentido pleno del término) hace que embracen esas doctrinas con un simple corolario; occidente no me acepta (aunque ni yo me acepte) y por eso lo destruiré siguiendo los dictados de su mayor enemigo. No es una cuestión de cultura, es de religión. Fanatismo. Si hemos fracasado es porque el Islam está resultando impermeable a Occidente, que aún digiere el virus del Cristianismo pero no la cepa desértica del Islam. Y cuando no hay anticuerpos válidos, se recurre al antibiótico, el cañón de amplio rango...

No sé. Todo es tan "Hijos de los hombres", que me planteo si no nos falta siquiera una pizca para que se haga realidad. Pero no, porque miro las tasas de nacimiento en otros lares y... Malthus tenía razón.

Un saludo,

martes, 5 de julio de 2016

Después de la Democracia

Ahorrémonos unos cuantos párrafos. Diré, a modo de ejemplo, Yuval Harari y Raffaele Simone. Ficciones. La Democracia como una de ellas, tan real y creíble como Dios, el Dinero, la Igualdad o el Capitalismo. Toda ficción se destruye cuando nadie o pocos creen ya en ella. Un ejemplo, la República de Weimar en 1933. ¿Cuántos, de los que no huyeron, creían en ella?

Estamos en un período transicional, tan largo y espeso que no acertamos a ponerle fin y desde luego, menos aventurar cuál fue su principio (yo apuesto por 1991, el fin de la URSS) y similar en cuanto a esa "Tardoantigüedad" o "fin del Ancien Regime", por ser períodos oscuros, difusos y poco comprensibles. La pregunta no es ¿qué ha cambiado? si no más bien ¿qué está cambiando?

La crisis global es una crisis que no está teniendo respuesta global. Y como siempre, se da de manera local. Grandes masas de gentes empobrecidas o ilusionadas huyen a Europa, continente de más fácil acceso que América o Australia. Estas migraciones masivas hacen tambalearse todo el cimiento (ilusorio) en el que están construidas las democracias europeas, e incluso la misma UE. Se viene buscando un Estado benefactor que no puede siquiera ya cubrir las necesidades (esa "annona" romana...) de sus habitantes establecidos sin quebrar la ficción de que hay dinero, algo muy difícil. Porque el dinero, señores, no existe. Es una afirmación nada baladí; basándonos en la realidad, el dinero no es más que una ficción de valor que lo gana o pierde en relación a la confianza que se quiera tener al mismo. Y ahora mismo, la confianza existe porque lo sostiene la misma mentira que atrae a los emigrantes; que hay suficiente para todos en forma de prestaciones y recursos. ¿Es así? La realidad es que no. Pero el miedo a alternativas como el trueque, el intercambio de servicios por productos o la simple expropiación de recursos hace que cultivemos la ilusión de que el dinero existe y nos permite adquirir productos sin cesar. 

Aquí diré que el Capitalismo, otra ficción que no existe, ha hecho sin embargo un buen trabajo arruinando a una gran porción del planeta en sentido global a cambio de beneficiar a una pequeña porción del mismo de manera global. Las viejas elites se han encontrado en la globalización y se han dado la mano y mirado con reconocimiento, acuciantes en su necesidad de proteger su clase (sí, su clase) de cualquier nuevo asalto al poder como ya vivieron en tantas y tantas ocasiones antes. Pero sin capitalismo, también, no habría existido desarrollo. La pregunta es, ¿es adecuado un desarrollo que genera una catarata de riquezas pero que apenas sí riega con cuatro gotas a 4/5 partes de la población humana?

La Democracia hizo de moderadora del Capitalismo. Y de tanto mamporrear, se convirtió en su vasalla. Vaciando de contenidos su sentido, tocaba después pensar qué fórmula podría triunfar. ¿Un fundamentalismo religioso? El Islam lo intenta. ¿Un fanatismo nacionalista? En Europa están creciendo. ¿Un corporativismo empresarial de corte feudal? De momento, es la fórmula que va ganando.

Cuando se deja de creer en algo, ésto pierde su valor. Es como los dioses de Mundodisco; si no les adora nadie, dejan de existir. Son, como la Democracia, ficciones. Y ayer aún había quien creía en esa ficción. Hoy todos la dan por muerta. Si Dios murió a manos de Nietzsche hace unos 100 años, la Democracia murió a manos del Capitalismo, lentamente, desde los años 90. 

¿Y después?

Un saludo,

miércoles, 29 de junio de 2016

Imperfecciones

Pasadas las segundas elecciones, tras el necesario cambio de diciembre y la dudosa necesidad de junio, voy a hablar de política. Del PP, para concretar.

Los seguidores de Unidos Podemos, esto es, Podemos + IU + Confluencias, muchos de ellos, se han sentido como forofos de un equipo que les defrauda en un partido importante. Lógico. Y en lugar de pensar qué han hecho mal, muchos han usado las redes (esa virtualidad que no ve casi nadie más que ellos, modernillos urbanitas) para calificar de borregos, imbéciles, fascistas, abueletes, tontosdelhaba, etc, etc, etc, a quienes votaron al PP, responsabilizándoles del fracaso de UP. Y ahí queda el calentón. Pablo Iglesias está quemado, Alberto Garzón cuestionado (ya de antes...) y los "segunda fila" de aquellos partidos, afilando, como siempre, sus cuchillos.

No me interesa el PSOE. Sigue teniendo parte de las cualidades que voy a contar del PP, atemperadas por una laxa y pantanosa interpretación de "ser de izquierdas" que antes les fue bien y, ahora, no.

Del PP se dice que es el partido del miedo. Pero ojo, no que den miedo (que lo dan por otros motivos) si no porque saben gestionar el miedo. El miedo que todos tenemos, muchos de manera irracional. El miedo que compartían mis padres, gente que se creía de izquierdas (y por eso votaba al PSOE, refugio de ese miedo) y que les hacía buscar instintivamente soluciones de estabilidad, de calma. No se engañe nadie. El PP sabe gestionar el miedo de la gente, y a veces lo atiza, grosera y crudamente, pero con éxito, para ganar.

El miedo es una de las herramientas más eficaces en cuanto al control del ser humano. Miedo a que te quiten tus propiedades (y lo que comporta) o las destruyan en una lucha insensata. Miedo a que hagan daño a tus familiares o amigos. Miedo a que desaparezca alguna de las estructuras que consideras estabilizadoras (recogida de basuras o pensiones, por poner dos tipos) y que conoces de siempre. ¿La policía local? ¡No la toquéis! ¿las corridas de toros? ¡Son tradición! ¿la Legión y su cabra? ¡Que desfilen pintorescamente!

El miedo es muy potente. En la guerra es lo que hacía huír para conservar la vida, y por eso muchos ejércitos dedican más recursos a empujar desde la retaguardia que a perforar el frente. Desde el Centurio y su ayudante el Optio con las varas dando leña de vid a los rezagados, hasta los soviéticos pegando con ametralladora y gritando "ni un paso atrás". El miedo hay que gestionarlo bien. Miedo a que España se vaya de la UE (¿y la europea?) como Gran Bretaña por culpa del populismo (Farage, apreciado por extremistas de todo cuño, incluso por mí a veces cuando escucho algunos de sus discursos, cuya intencionalidad es otra...) y caiga en ese abismo insondable de... ¿qué? Miedo a que no tengamos qué comer, como en Venezuela. Miedo a que las mujeres se tapen, como en Irán. Miedo a que la mezcla de razas repugnante y viscosa se haga realidad, con ese multiculturalismo de refugiados y demás. Miedo a que los trabajos vuelvan a ser esclavistas. Miedo a otra Guerra Civil. Miedo a cosas personales, tan bien definida por Lovecraft como esa indefinición apuntada pero que cada uno rellena a su (dis)gusto.

Incluso entre quienes apoyaron primero a Podemos por rabia, por otro tipo de miedo (al futuro quebrado, a perder casa o empleo, a que todo se banalice aún más) se han encontrado con que no han sido lo suficientemente rápidos, ni sus dirigentes tan hábiles como para tornar su situación desesperada en tranquila. Es la elección de lo "malo conocido", que es la forma de expresar "ahí ya sé las reglas del juego y me adapto como puedo", volviendo así al "caballo ganador" que nunca falla (o se percibe que no falla) aunque se drogue, dope o el jockey le de fusta. Lo que ocurrió siempre en España, donde los dirigentes sabían y saben, de manera natural, que hay que dejar el espacio a la queja sonora, abrupta, individual y nada relevante, porque genera la falsa sensación de alivio ante situaciones desesperantes. Quéjese, pero de manera irrelevante, y vuelva al redil.

Todo eso pesa en un votante, aunque no en la superficie, si no en el fondo reptiliano (vale, perdón por la broma difícil) del cerebro. El PP lo gestiona de maravilla, y el tiempo ha ayudado al nuevo Cunctator de la política. Rajoy.

Somos imperfectos. Los que creían ver en UP una ruptura, una especie de redención, de promesa, de sueño, de ilusión, se han quedado con un palmo de narices. Unos claman que se han "robado" los votos. Bueno, es una democracia imperfecta, con un sistema de circunscripciones, adjudicación y sistema electoral que sí, pervierte la representación, pero no hasta el punto del "robo". Métodos sutiles. En todo caso, son las reglas de un juego que, en Podemos, lleno de politólogos, deberían conocer bien. Un ejemplo; yo no juego al "Monopoly" con las reglas del "República de Roma". Lo cierto es que el miedo ha podido a la ilusión, y aquí digo, lapidario, lo siguiente:

Como siempre.

Ahora tocará ver cuánto dura el gobierno en minoría de Rajoy. Los cambios que habrá, las concesiones, las esporádicas revueltas, los ramalazos... y cómo afrontará la oposición UP. Del PSOE lo sabemos. No es el PASOK o la SPD, pero estaba llamado a ser sustituido, fagocitado, por UP, y ahora.... Ahí también veremos qué hace IU. Vaya ensalada de siglas. Esa es otra de las facultades del miedo; rechazar lo complicado.

Nadie es perfecto.

Un saludo,

miércoles, 15 de junio de 2016

¡Cuernos!

Hoy estoy bravo y quiero hablar de toros. Chamullar de capotes. No iré con mano izquierda, porque lo que conozco del percal es ná de ná. A toro pasado, comenzaré por un principio cualquiera. 

La isla está húmeda y los mozos alterados. Los acróbatas que darán saltos y tomarán el toro por los cuernos para ello hacen fila, se secan las manos sudorosas con arena y aprietan las fajas. Alguno rezará. Estamos en la primera corrida de toros y corre también un año, quizá de hace 3.500. Esto es Creta y quizá aquello es un palacio de los que forman la famosa cultura minoica. Pero... ¿por qué jugarse la vida dando saltos sobre aquella bestia negra de cuernos blancos? Quizá porque del toro se siente el "Ka" egipcio, esa vitalidad gruñona y rebelde que todos quieren apropiarse. Y qué mejor manera que burlando su fuerza, primero, pero obteniéndola de su sangre después. Porque la sangre es la vida.

Saltemos como un acróbata. Hércules ya ha capturado al toro de Creta y Teseo le ha dado matarile al del laberinto, mitad hombre mitad bestia. Los toros han inundado el Mediterráneo como hicieran desde el Paleolítico pintados en cuevas. Todo el mundo los adora. Pero adoran más a los nuevos hombres que vierten sangre, los luchadores que ofrendan en la arena su misma vitalidad para que se sacie la sed de los muertos. Gladiadores, luchadores muchos que se enfrentarán unos a otros y serán arrastrados con ganchos fuera de los anfiteatros, dejando en el albero charcos de sangre negra. El toro cobra vida en la forma vital del luchador vestido de hierro. Y pasa al culto religioso.

El culto a la sangre, siempre. El Taurobolio, de Grecia a Roma, la ducha de sangre vivificadora, que mientras fuera en espectáculo se vierte por hombres entre hombres, aquí se toma de dioses animales para bestias humanas, mezclándose, entreverando un nuevo tejido en las sombras de lo público. Y de esa mezcolanza vendrá, un día, el otro culto...

Decía mi amigo Alejandro que nada cambia tanto. En Mérida, la plaza de toros está pegada a un recinto sagrado del Taurobolio para los misterios de Atis, Cibeles o Mitra, depende cómo se quiera llamar. Todo fluye, e igual que las iglesias se edifican sobre otras sensibilidades de lo sagrado previas, lo homogéneo tiende a permanecer cercano. Culto a la sangre, al toro, a su fuerza y vitalidad. Vida.

Yo soy nuevo en la plaza. No he toreado, pero tampoco he disfrutado, aunque esté llena hasta la bandera, de la corrida. Las autoridades no me imponen, el silencio previo y los "olés" que lo rompen no me impresionan, aunque percibo algo de misa y religión en todo ello. Las trompetillas, esos instrumentos de latón siempre del gusto de pompas y espectáculos, rebotan entre mis oídos con dolor. Con los toros hay división de opiniones. Unos a favor, otros no. Si me tiro al ruedo es para exclamar un "¡Cuernos!" y porqué me meto aquí si no sé torear. Échenme un capote. Saben de qué chamullo. De la muerte y de la muerte de una vieja tradición. Muerta ya, porque nadie la quiere. Como la misa de a 12, a 12 piezas de doblón, el paño de colores, la mantilla, la almohadilla, la pica, las cestas, los rebufos de cultura perdida. A los toros no va ni la autoridad competente, no digamos el abonado consentido. Antes se perdía Cuba y la gente acudía a la corrida para olvidar. Ahora algunos van al fútbol (los gladiadores siguen tirando más que los toros y los acróbatas que les saltan) o lo ven en casa a gritos y patadas. Los toros no han muerto, los toreros les matan, pero no saben que ellos mismos también están muertos. Ya no son cultura, son vestigios de una vieja cultura que no comprenden. Tan vieja, que no la reconocen. Pero todo esto lo veo desde la barrera, no salto ni me corto la coleta. La alternativa, más que prohibir, es dejar morir lo que se está muriendo sólo desde hace tanto tiempo. Y cuando acabe, decir, como en los tebeos, aquello de ¡¡CUERNOS!!

Sí, hablar de toros, como de política o religión, tiene sus riesgos. Y me he quedado a gusto, qué quieren. Será la edad, que no me da alternativa. 

Un saludo,




martes, 24 de mayo de 2016

Por qué debes leer

Últimamente me he aficionado a muchos podcast. "Charrando de tebeos", "Los retronautas", "Podcaliptus bombón", "Luces en el horizonte", "Personas con historia", "Cienciaes.com", "El podcast del Búho" o "Memoria histérica", estos dos últimos ya cerrados. En ellos, disfruto escuchando a personas disertar sobre temas de ciencia, literatura, cine, algo de música, tebeos y mil cosas más. Me quedo con la frase que abre "Luces en el horizonte", sacada de "Alta fidelidad":

" Libros, discos, pelis, eso importa. Puede que sea cínico, pero es la puta verdad"

Coincido plenamente. Libros, discos, pelis... eso que llaman cultura. ¿Por qué leer?

Porque la lectura, está demostrado, mejora la presión cardiovascular del cerebro, elimina ansiedades, potencia sentimientos e instruye para todo tipo de situaciones. Una persona que lee novelas de zombis sabrá cómo afrontar una hecatombe similar el día que suceda. O al menos, a reconocer un sistema social y económico corrupto, podrido y decadente. Una persona que lee novelas de fantasía heróica podrá actuar con valores cada vez más olvidados, como el heroísmo, la coherencia, la justicia, el bien y esas cosas. Una persona que lee ciencia ficción podrá reconocer los cambios en su entorno y sobre todo, su entorno, pues la Ci-Fi suele ser el género más sociológico, junto al "Noir", que existe. Una persona que lee novelas históricas, además de entretenerse, si tiene algo de juicio crítico, podrá ir a los ensayos y trabajos donde realmente se explica el entorno donde éstas tienen lugar. Y una persona que lee cualquier novela, relato, cuento, historia corta, historia larga, de amor (dicen amor cuando es sexo o, cuando menos, sensualidad para una mano) será mucho menos proclive a enfermedades mentales de esas que asolan nuestra modernidad. Como verse todo Woody Allen en una semana, ahorra psicoanalistas.

La lectura estimula. Logra que veamos lo que no existe y podamos crearlo un día. ¿Cuántos científicos leyeron a Julio Verne y pensaron en cohetes para ir a la Luna? Aunque he descubierto que es un tema controvertido (interesante, al menos) me imagino a Von Braun con un ejemplar en la mano. La literatura estimula. Wells inspira a Hawking cuando habla de contactos no muy pacíficos con alienígenas. Y los gadgets y cacharritos de Flash Gordon, han dado alguna que otra alegría luego...

Me encantan los podcast que ponen de relieve eso que comento. Curiosamente, la mayoría son aragoneses (Maño's power, que diría aquel) y son gente inteligente, ponderada, culta, hilarante. Quizá son como esos filósofos que tuvieron tiempo para meditar mientras otros les cocinaban el puchero, no sé. Pero la lectura es, para mí, primordial. ¿Quieres superar un fracaso amoroso? Lee. ¿Una situación imprevista en tu trabajo? Lee. ¿Una guerra que te haga huir de tu país? Lee (y de paso, ármate)

Ah, y nada de "géneros menores" o "géneros mayores". Para mí, tan respetable es leer "El Quijote", por mucho que su lenguaje haya ido expirando con los siglos merced a la estulticia del gobernante, como "Juego de tronos", aunque salga cada mucho tiempo y la serie haya adelantado a los libros. Leer todo, desde aquellos "Barco de Vapor" o "Elige tu propia aventura" o "Los Hollister cocinan pavo" o "Los cinco destrozan un motel de Wisconsin". Leer incluso ¡incluso! a Tintín, porque los tebeos se leen y se ven, también. Leer a Kubrick en sus imágenes. Leer a Dead Can Dance en sus canciones. Leer. Todo. Incluso mis libros (pero eso lo digo con la boca chica)

¿Tiempo? "El suficiente"...

Un saludo.

sábado, 21 de mayo de 2016

Seriados

Alguna vez he dejado constancia de mi gusto por las series televisivas. No las de parrilla, como quien dice, si no esas que puedes ver en cualquier momento, a veces de una tacada. Algo que "El Ministerio del Tiempo" ha logrado en RTVE, la de "Cuéntame"...

Mi tríada capitolina la componen "The Wire", "Los Soprano" y un vacilante tercer podio para "Yo, Claudio" o alguna otra, según me de. Por ejemplo, "Tremé", o la mutilada "Boardwalk Empire". Reconozco mi gusto por las de la BBC. Desde el moderno "Sherlock" o las estupendas "Luther" y "Black mirror" hasta las viejunas pero tan modernas "The young ones" o "Yes, Minister". La dicción, la actuación, todo eso suple a veces el presupuesto. Y si tiene encima, como "Peaky Blinders", una gran ambientación, es un gustazo. Hay miniseries buenísimas, como "37 días" que muestran un episodio vital de la historia reciente de Europa, magníficamente ambientadas y desmenuzadas, como "Parade's end" con el ahora ubicuo Cumberbatch. Y claro, "Vikingos". Una serie que me gusta por muchas razones. "Misfits", hasta que dejé de verla (como el culebrón de "Downton Abbey", el "Arriba y abajo" remozado) me parecía soberbia. Y "Utopía" es quizá de lo más lisérgico y atrevido que he visto, emulando a Kubrick en algunas ocasiones. Me he reído junto a Cris muchísimo viendo "The IT Crowd", una especie de adelanto de lo que vendría después con la archifamosa "The big bang theory". Solamente por el episodio de "El Internet", mereció la pena... "In the flesh" es una vuelta de tuerca al tema zombi, y estoy a la espera de la segunda temporada. Siempre historias imaginativas, contadas con poco dinero pero mucho arte (arte, claro que sí) e inspiración. Y sí, confieso, he visto "Los mosqueteros", donde D'Artagnan es un secundario bien relegado. Pero sobre todo, debo dar las gracias a la BBC por permitir que llegara un grupo de ácidos locuelos llenos de surrealismo a cambiar las reglas de la televisión... los Monty Python y su "Flying Circussss" (léase esa ese final arrastrada ;) )

Claro que hay muchas más series. "Juego de Tronos", esa serie que atemoriza cada lunes a medio mundo con posibles "spoilers" y que me produce rabia porque yo quería leerlo todo antes de verlo. "Modern family", un pasarratos. "Sons of anarchy", un drama shakespiriano con actores tan potentes que uno desea más y más. "Californication", que dejó de interesarme en la segunda o tercera temporada pero seguí viendo por lo mismo que todos. "Érase una vez", curiosidad que también abandoné pronto, algo que no sé si ocurrirá con "Penny dreadful", cuya segunda temporada me ha parecido tan hueca como todo "Mad men" desde la segunda. Sí, lo reconozco, "Mad men" me parece HUECA. Los personajes no evolucionan un ápice en décadas, el cambio es ridículo en algunos, las situaciones son presuntamente chulas pero de "poser" o postureo puro, los hilos argumentales me la bufan... en fin, un bluff en toda regla. En cambio, "Last man on earth" es una maravilla, cortita e intensa, donde con poco se logra mucho. En las fallidas, sin embargo, encuentro "Los 100", una insufrible Ci-Fi mal llevada y peor actuada, o la cancelada "Jerichó", que podría haber sido mucho más sin tanto estirar tramas insustanciales. Cierto, una serie puede permitirse estirar un chicle y esperar a un archifamoso "cliffhanger" para seguir, pero algunas... también recuerdo "Dig", promisoria y decepcionante. "Girls", de una pretenciosidad crispante. "Lost" (péguenme, me da igual) que no aguanté más allá de varios primeros capítulos... en fin, hay listado, pero no caigo ahora más. De las que considero un placer culpable, "Spartacus", aunque no aguanté mucho tampoco. "Homeland", que después de los rizos de la segunda temporada me cuesta retomar. O "Héroes", esa vuelta de tuerca al concepto Marvel que, como "Powers", también dejé por lo enrevesada y absurda que estaba ya siendo. No obstante, "Ash vs Evil dead" no decepciona, al contrario... ¡Qué gustazo volver a esas historias!

Pero sin duda "House of cards", a pesar de una segunda temporada llana (salvo por Putin) está entre mis favoritas actuales. Quiero ver la versión de la BBC, por supuesto, pero no sé si atreverme... Naturalmente, "El Ministerio del Tiempo" también me tiene atrapado, llegando a sacarme alguna lágrima como en los episodios del asedio de Baler (los últimos de Filipinas, para que nos entendamos) y alegrándome que tenga tanto éxito (aunque la calidad se resienta por los presupuestos) En su día, "Rome" me produjo cierto placer también, aunque fueran "las alegres aventuras de Lucio Voreno y Tito Pullo" con licencias. Ver a César encarnado en Ciaran HInds o al brutal Marco Antonio en James Purefoy (que también está en la que acabo de comenzar a ver, "Hap and Leonard") ya cubre toda suspensión de realidad en otros asuntos. He disfrutado mucho con la primera (y la segunda) temporada de "True Detective". La primera por lo enorme del producto, ese revisitar el terror de los Chambers y Lovecraft, esa mitología puramente americana. La segunda, porque sin la primera hubiera sido una estupenda historia policial y "noir" sin hermano mayor con quien compararse. No puedo dejar de hablar de "Black sails", diversión con la recreación de Robert L. Stevenson hecha con muy buena factura. En su día también me encantó "Friends", apertura de todas las comedias tipo "Cómo conocí a vuestra madre", que tiene momentos grandiosos. "Narcos" es otro descubrimiento de Netflix, como en su día las miniseries históricas de HBO tipo "John Adams" o las de la segunda guerra mundial "Hermanos de sangre" o "Pacífico", fantásticamente complementadas con entrevistas a veteranos y metraje documental de la época. Los mitos modernos... Sin duda, mi respeto a la delicada vida familiar de "The americans" también me hace apreciar esta serie (espías del KGB en suelo americano en plena época Reagan... ya eso atrae) y a su hermana complementaria "Deutschland 83", una gran recreación del "gran juego" en las dos Alemanias. Entre las "tecnológicas" me quedo con "Silicon valley", magnífica y ácida, y "Mr Robot", un producto muy Kubrick también desasosegante e intrigante. "Turn", otro producto histórico donde disfruto viendo casacas rojas, está bastante bien.

Es un repaso nada exhaustivo. Seguro que olvido series más viejas ("El equipo A", "El coche fantástico", "V"...) porque no las veo igual. "Curro Jiménez", por ejemplo, alguna vez que he visto reposiciones tengo un sentimiento mixto, de sorpresa y de decepción. Y también olvidaré series actuales, bien porque no me han dejado poso o porque mi memoria es frágil, que lo segundo es más cierto. Pero el resumen de esta entrada, para mí, es... ¡cuánto por ver! Si mi paternidad ha relegado el cine a ocasiones casi especiales, me encuentro con que hemos regresado, paradójicamente, a los inicios del séptimo arte. Sí, amigos. Cuando "Los vampiros" o "Fantomas" de Feuillade se estrenaron hace unos 100 años en Francia, era cine por entregas. Series. Lo que en los treinta y cuarenta tendría éxito en EEUU con los "Flash Gordon" o "Fu Manchú". No es nada nuevo. Cambia el medio, pero no el mensaje. Seguimos, en el fondo, queriendo cotillear en las vidas ajenas, conocer a qué se enfrentan, cómo lo resuelven o cómo reaccionan. Y queremos sorpresas, imaginación, escenarios mágicos... 

Queremos historias.

Un saludo,