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martes, 22 de noviembre de 2016

Asideros.

Mi hermano escala mucho. Es una de sus muchas pasiones deportivas. Ha visitado al menos tres continentes para subir a varias cumbres, respondiendo a aquella pregunta de "¿Y por qué? - Porque está ahí". En la escala, es importante el amarre, el asidero. No se puede dar un paso sin estar seguro, porque el riesgo conlleva muy probablemente la muerte. Yo creo que en la escalada todo influye, pero hay un punto esencial; identificar correctamente los asideros.

De niño yo estaba perdido. Mis referentes no eran tales. Mi padre pasaba las horas que no trabajaba o dormía en el bar, echando la partida. Mi madre trabajaba, trabajaba, y trabajaba un poco más en la casa. Siempre estaba atareada. Mis hermanos, hasta donde yo recuerdo (a partir de una cierta edad, 9 o 10, recuerdo más en detalle) paraban poco en casa. Sé que me llevaban mucho con ellos, al cine, al parque... eran quienes, junto a mi madre, más me criaban. De muy niño recuerdo que en mi casa había un referente, por muchas cosas. Mi hermano Carlos. Rebelde, soñador, impulsivo, sanguíneo, atrevido. Cuando volvía de sus viajes, incluyendo lugares exóticos para mí como Suiza y la India, me traía algún regalo, y eso era mágico. Todos queremos regalos. Yo quería ser aventurero (quería ser muchas cosas, todas olvidadas a los pocos minutos) y él era un referente. Se murió. Mi hermano el segundo no lo era. También murió. El referente pasó a mi tercer hermano. Sigue siéndolo. Él sabe que lo es. Lo sabía entonces cuando, tragando de todo, se hizo cargo en gran medida de mi educación, de la que ahora exhibo. Juzgue el lector si ha hecho buena labor o no... 

Naturalmente, no es el único. Él ha conformado un asidero. Con los agarraderos tienes agarradas, claro. Peleas, insultos, gritos, violencias varias. Es cuando uno no sabe expresarse o no sabe escuchar. Y se es tozudo y orgulloso, claro. Pero siempre ha seguido ahí, firme, y si en algún momento he de tomarlo, sé que s firme, sólido, cálido al tacto aunque de lejos parezca liso y frío como una lámina de piedra lijada.

Otro asidero voluble lo conformó mi grupo de amigos del colegio. Hubo varios, a los que perdí la pista, ya por desidia o pelea. Antes de esa edad que digo, ya en 5º de EGB los conocí y casi a todos los mantengo, excepto los que menciono. De ellos, decir que me enseñaron, cada uno, cosas pequeñas, diferentes, especiales, pero que calaron fuerte y hondo. De pronto fueron formándose asideros. En uno, en otro. Me cuesta mencionarlos, pero incluso los que fueron resbaladizos y traicioneros, o quedaron lejos, fueron esenciales. Me enseñaron qué caminos no hay que tomar para subir a esa cima. Los asideros parecían seguros en sus casos, pero no lo eran. En cambio, los que parecían discretos, innecesarios por fáciles, tampoco. Resultaron los más firmes. Los mejores. Puede que se oculten con timidez, humildad, incluso falsa, por inmerecida, modestia. Es curioso; pasé al instituto (a dos, de hecho) y a la universidad, luego aquel Máster para trabajar, a empleos... pero nunca hallé a nadie que pudiera siguiera igualar a mis amigos, a mis asideros. En hombres no hallé amistad. En mujeres siempre buscaba sensualidad, sexualidad y placer, a fin de cuentas. Mi amistad con mujeres empezó tarde. Pero no pude cambiar o añadir fácilmente nuevos amigos. Añadí algunos, sí, que durante un tiempo me parecieron tan buenos como los de siempre, aunque luego fueran un fiasco. Otros permanecen. En todo caso, la amistad, la que mantengo hoy, con esos hombres y mujeres, es un asidero firme, duro, al que siempre agradezco que tenga clavos y cuerdas y refugios incluso. Sin ellos...

Me quedan más. Uno es ella. La mujer con la que llevo tantos años. Madre de mi hijo. A veces olvidamos que tuvimos un inicio de pasión (como todos) en el que el cuerpo se rebeló y electrocutó toda convención, creación y artificio social. Después ha sido una rodada sin par. Un día tras otro, sin pensar en el siguiente, sin hacer planes. Un día más, pensamos. Un día más. Hasta hoy. Ha sido más que asidero refugio, esas cuevas cálidas con un fuego esperando. Alguien con quien llorar. Con quien abrazarse. Con quien sentirse en comunión. Cierto que la maternidad y la paternidad modifican muchas cosas. Nos enerva, deja exhaustos, sin energías, más proclives a la respuesta escueta, seca, incluso cortante. El agotamiento es norma. Sin embargo, ese refugio, esa colección de asideros, permanece, y parece inmortal. Aunque sepamos que es, simplemente, un día más.

Hay también pequeños asideros, a veces diminutos pero que, si uno sabe ponerse bien, puede seguir trepando. Pero ese secreto, que no es tal, me lo guardo para mí, por una vez. 

Alguno dirá "¿y tu trabajo? ¿acaso no es el asidero más importante?". No. El trabajo me da dinero. Me permite vivir. He conocido a mucha gente interesante pero a mucha más que no me interesaba lo más mínimo, como ya me pasara en el instituto o la universidad. Es un medio. Me paga las cuerdas, los clavos, el equipo de escalada (lo que no me paga, lo comparto o pido prestado, la vida no se compra...) pero nada más. Y ha sido así desde que firmé mi primer contrato y después desde mi primer nombramiento. Ahora, si me preguntan por mi otro trabajo, el que no puedo llamar así porque entonces lo rebajaría, ese sí, es un asidero de lo más importante. Aquí está la prueba. Si no escribo, si no pongo palabras en un papel o una pantalla, al menos una, cada día, siento que mi cerebro ha malgastado el día. Que mis manos han perdido el tiempo (bueno, en realidad, en muchas ocasiones, no lo pierden, al contrario... lo disfrutan...) y he dejado morir horas del reloj cruelmente. Sí, como si se suicidaran desesperadas al verme perderlas así, complaciente, hedonista, irritantemente hedonista...

Si se pone una buena banda sonora a todo esto, y uno sonríe, la subida a la cima, apoyado en esos buenos asideros, es una gozada. Porque, aunque a mi hermano le gusta hacer cumbre, contemplar como un emperador los dominios a sus pies, satisfecho del esfuerzo, yo soy más del esfuerzo de subida, y prefiero que no se acabe. No veo otra cumbre que mi vida, y esa quiero escalarla hasta que me muera. O, al menos, lo intentaré...

Un saludo,