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sábado, 1 de junio de 2013

Optimismo, hartazgo e incertidumbre

Paseo últimamente por estas aceras del sentimiento y la reflexión. Pero no solo por ellas, aunque son las que más transito.

Sí, ya lo sabéis, voy a ser padre. Pero el embarazo, que no es la época más dichosa de una mujer (a la mía, seguramente, el anuncio de que le adjudicarían su plaza en propiedad, sería lo más de lo más...) tampoco lo es en el caso de un hombre. Vives bajo estadísticas, percentiles, sustos, y, sobre todo, incertidumbre. 

La mía es si el feto será bebé y el bebé, niño.No me voy a poner tiquismiquis. Ya es un ser vivo. Está formándose, creciendo. Aunque no tanto. Un poco de incertidumbre sobre su peso, si será una enfermedad, si algo hemos hecho mal... y el miedo nada agradable de pensar que pueda tener alguna discapacidad, física o intelectual. Uno espera que su hijo mejore, perfeccione a sus padres. Legítimo, pero iluso.

Pero soy optimista. Me siento bien. Aunque he tenido un rebote en mi peso, producto del abandono nervioso de la dieta (magistral, Inma... quien quiera, se la recomiendo, es lo mejor... :)) y mi caída en algunos hábitos propios del intranquilo, no estoy mal. Cojo la bici tres días por semana, recorro más de 20 kilómetros en cada jornada, pues me bajo antes o subo más tarde al tren, y brujuleo por aquí y por allá. También continúo el baloncesto, y ya siento la musculatura como más firme y potente. Vaya, a mis 36 años, mejor que a los 21... qué triste, señor, qué triste... sin gafas, con diente nuevo, rodilla protegida (gracias a la bici) y sensación de estar en plenitud (falsa, aparente, pero sensación a fin de cuentas) de mis capacidades. Y el futuro entonces se ve como algo asequible, no remoto e inalcanzable. Me siento capaz de todo.

¿Todo? Pues no... porque llega el hartazgo. Harto de trabajar, en un trabajo monótono, gris, que no saca lo mejor de mí ni harto de vino. Harto de pamemas y tonterías sociales obligatorias, sintiendo que ya no me importa un carajo decir, como antes, lo que pienso, pero conscientemente. Harto de ver el mundo a mi alrededor, en lo político, enfangado, asquerosamente pringoso, lleno de mierda. Harto de desear guillotina, matanzas depurativas y saneamientos que dejarían a Robespierre como un pobre budista ciego. Harto de desear que la justicia sea cierta, llámenla Karma o Iustitia o Carmencita Carmelaria. Harto de tanto y tanto, que no podría listarlo aquí sin aburrir y provocar la náusea.

En esas tres coordenadas me muevo, más o menos. Prevalecen, espero, las endorfinas deportivas generadas que alimentan mi optimismo, arrinconan la incertunmbre y silencian el hartazgo. Pero está ahí, todo, siempre. Y quien tiene gato en casa, sabe lo que es ser atacado por un depredador agazapado. Hay sensación de peligro. Aunque mi gato es, en gran medida, un peluche peludo con patas de algodón...

Un saludo,