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martes, 29 de diciembre de 2020

Charlas de paseo.

 Antes teníamos tertulias en casa (siempre asociadas al juego de mesa o de rol), en algún evento de restaurante, en visitas a merenderos... Pero la pandemia nos redujo la posibilidad, y aunque alguna hubo por videoconferencia, la realidad es que echábamos de menos vernos. Ayer lo hicimos. Y de las charlas en las circunstancias anteriores pasamos al paseo que sirvió de excusa.

Nos salió un poco a la antigua usanza. Aunque convocados mediante móvil, acabamos yendo a la casa de uno de ellos, para obligarle a salir, y luego caminamos y caminamos, en dos-tres grupitos enmascarados y alejados entre sí. Hacía un frío que pelaba, las mascarillas ensordecen la palabra dicha, y había ganas de parar en algún sitio para charlar sin interrupciones. Pero estuvimos, al final, casi cuatro horas. 

Uno de los temas que salió, por cortesía del Sr. F., fue el de las redes sociales y su monopolio por parte de los jovenzuelos de hoy día. Dicho con cierta condescendencia y desprecio. Porque hablamos de cómo muchos de ellos habían colonizado estas redes, haciéndolas inhabitables para los que, de vez en cuando, escribimos más de tres frases con una pretensión de coherencia y argumentación. Esto condujo (o trajo) el tema de las identidades, de los ofendidos y de algo terrible; que hoy esa mamarrachada puede costarle el trabajo (y por tanto, el dinero para costearse esto tan caro que llamamos vida) a más de una persona. Normalmente, señoros marichulos blancos heterosexuales recargados de privilegios. Ahí es nada.

También el del tema del respeto. Coincidimos en que nuestra generación, que vivió en unos años 80 inexistentes como niños-adolescentes, respetábamos, más que tolerábamos. Lo de los 80 inexistentes viene porque, al parecer, no usamos bicicletas, ni tampoco nos partimos la crisma en columpios de hierro, ni merendamos pan con chocolate, ni tampoco jugamos en bares que apestaban a tabaco con aquellos videojuegos industriales. Tal es la credulidad de algunos en una época en que existen fotos donde no puedes pellizcar la misma para aumentar su tamaño. Y diferenciamos entre respeto y tolerancia porque lo segundo implicaba un recelo que, en realidad, nos dimos cuenta correspondía más a la generación que nos precedió. Nosotros respetábamos. Había diferencias, claro está, pero buscábamos más lo que nos unía. Y eso, por lo que veo, nos ha hecho únicos ante la nueva hornada.

La cosa es que apareció el tema del rol y cómo se ha popularizado hasta el punto de que hay gente que vive de exhibirse en las RRSS haciendo bailecitos dignos de las web porno donde ponen cámaras y las estrellas hacen lo que les piden los fans. El "baila para mí" versión digital; nada nuevo, tan digno como el dinero que se gana y tan respetable como cualquier oficio que se ejerza desde la sedentarización. Pero lo curioso es que cualquier crítica a estas nuevas estrellas no es ya posible. No hay un filtro. El dogma de "tu opinión es tu opinión y me la pela, porque la mía es mía y es mejor, concretamente, 8 millones de seguidores mejor" se ha instalado con, creo, nefastas consecuencias. No voy a ponerme Pérez-Reverte (lo digo a menudo) porque ya lo hizo Cicerón y estoy seguro que Catón el viejo y otros también se ponían así ("puñeteros jovenzuelos, sois escoria, no sabéis lo que es la vida...") y es algo normal; llega un momento en el que una generación, a partir de cierta edad (difiere según la esperanza de vida) desprecia a los más jóvenes porque tienen lo que ellos están perdiendo; vitalidad arrolladora. Igual que esos jóvenes desprecian a los más mayores por lo que no tienen; experiencia y sabiduría. El momento perfecto en el que una persona es vital y sabia es... Nunca. O quizá a veces.

Uno de los insultos, al parecer, era el de "boomers". Viejos. Antes se decía carcas, viejales, cosas así. Ahora, con la penetración del inglés tan indiscriminada, somos boomers frente a los nativos digitales que se han hecho con el nuevo relato. Y si no tiktokeas, no tienes Insta, eres un pardillo en el far west de Twitter y sigues en el viejo mundo de FB, pues boomer sin respeto. Y llegamos a las identidades. Porque si los mayores de 25 somos eso, carcas o boomers, sin más, los de debajo son... mil cosas y mil más.

La identidad es algo curioso. Los novatos de la vida trocean sus circunstancias para encontrar algo que les haga únicos. Ser blanco es un desdoro (diferenciar por pigmentación... ¿a qué me suena? Ah, sí. Racismo) y ser heterosexual, la marca de Caín del opresor (vaya, puñetera biología, ¿por qué nos hizo dimórficos?) así que hay que encontrar otras. Un tanto por ciento de sangre indígena, algo de pigmentación no blanca, un gusto sexual (qué manía de los censores y opresores por el sexo...) no normativo, algo que nos haga especialmente únicos. También porque es la manera, al menos en anglosajonia, de empezar a pillar cacho de algún tipo de subvención. Que seamos honestos, aquí las subvenciones y ayudas por ser tullido o subnormal las apreciamos tanto que no rechazamos esos dos términos, aunque prefiramos capacidades diferentes, si llevan aparejadas una paga. Y dado que no podemos ya currar como negros (aunque la esclavitud de los negros haya sido un hecho y ninguna Wakanda ni blackwashing de la historia puede cambiarlo, además, para mal, pues si eliminas el racismo de la historia, ¿no ha habido nunca? ¿por qué se pelea entonces?) ni dar palizas gitanas (aunque el abuso de quienes son muchos e imponen su régimen abusivo así pueda ser de colectivos tanto gitanos como mafiosos o de otros grupos) ni ser nenazas (claro, otra igual, no hubo machismo hasta ayer, identificando mujer con debilidad y con incapacidad...) pues cambiamos el lenguaje sin tener en cuenta cómo modificamos la realidad. Que no lo hacemos, porque ésta es tozuda (decía Woody Allen que era el único sitio donde podías comerte un buen filete... perdónenme los veganos y el engañado de Matrix que lo sabía, en ese cuento de Calderón de la Barca) y aunque reescribamos la historia, historia es. Como ejemplo, un chico, gay, quería hacer un juego realista y minuciosamente histórico de jugadores en la Alemania Nazi. Y un personaje de los que jugaban, prota, era un oficial de las SS con un ayudante... negro. Cuando se le señaló la incongruencia, en lugar de decir "pues sí, la he cagado", se defendió aduciendo que todos cargaban contra él por ser... gay. La identidad asumida por delante de cualquier argumentación. "Es que claro, como soy negro...", decía aquel personaje de "Amanece que no es poco". Raro es que no hayan prohibido esa película.

Me gustó ayer charlar con mis amigos. Santi, Emilio, Igor, Rafa, Ibáñez, Rocío... Crean estas reflexiones, estas charlas, y son agradables. Pero como dijo Rafa, "somos mayores, y no me avergüenzo de ello, ¿por qué debería? Se pone demasiado énfasis en el valor de ser joven, sin más. Y uno puede ser idiota, da igual la edad". No sé si esas fueron sus palabras, pero las recreo como quiero recrearlas. Eh, es mi opinión y vale más que cualquier otra. Y si no te gusta, ya te censuraré, que no estoy para respetar, qué digo, tolerar diferencias o, peor para muchos de estos jovenzuelos, indiferencias.


Un saludo,