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miércoles, 25 de septiembre de 2013

El test del nacionalista



¿Es usted nacionalista? Podría ser un breve test, sencillo, claro, para determinar si comparte alguno de los rasgos propios de esta ideología que, desde el siglo XVIII al XXI, sigue mutando y generando pasión.

Por ejemplo, la primera pregunta; ¿cree usted que su territorio abarca, “desde siempre”, unas determinadas localidades que limitan con…? ¿Considera que, históricamente, “de siempre”, esos territorios que usted menciona son parte irredenta de su país? ¿Sin más?

Si la respuesta es “sí”, cae en la trampa de creerse que los territorios son inmutables, como las fronteras. Que siempre han sido pertenencia de una población determinada, y no de un terrateniente, noble, rey o similar miembro de una oligarquía, oclocracia, aristocracia, que lo consideraba SU hacienda, su patrimonio, y las personas sobre éste, parte del mismo. Imagine su casa; ¿cree que la habitación de sus hijos es, efectivamente, de sus hijos? Pues los nobles igual. Sentían que cedían ese espacio a sus hijos, los cuales eran, por qué no decirlo claramente, parte también de su patrimonio (patronímico, patrimonio, matrimonio… ¡cuántas palabras de posesión!)

Ya sabemos si considera que “desde siempre” ahí, aquí, en ese territorio del que hablamos, ha sido o no parte sin más de “su” país. Pasemos a otra.

¿Siempre se ha hablado la misma lengua en ese territorio?

Si considera que es así, “de siempre”, nueva trampa. Seguramente hayan existido docenas de lenguas conviviendo, pugnando por prevalecer. Incluso cuando piensa que no debe nada a “la otra” lengua, es seguro que comparten cientos de palabras, raíces, ideas, conceptos y otros temas, y que algunos los han modificado no una, si no miles de veces, según el uso. ¿La misma lengua? ¡Si su padre y su madre usan expresiones que a lo mejor ni ellos comprenden!

Ya sabemos si considera que “desde siempre” ahí, aquí, en ese territorio del que hablamos, se ha hablado la misma lengua en todo “su” país. Vamos por otra.

¿Cree que el color del pelo, la piel, los ojos, la forma de la nariz, una característica concreta de sus dedos o piernas, algo en su cuerpo, es definitorio de su etnia, pueblo, incluso ¡atrevimiento! Raza?

Si dice que sí, pues vaya, no conoce entonces la cantidad de accidentes biológicos sujetos a evolucióm a que ha llegado su cuerpo para ser el que es. Un gen aquí, un cromosoma allá, quítame de ahí una enfermedad o una mutación… mezcle, tenga diferentes ambientes (frío, calor, soleado, sombrío, rural, urbano, montañés, litoral…) para que se expresen diferentes, coma de una u otra manera (¿mucha carne, mucho pescado, muchas verduras, lácteos sí, no, cereales?) y su cuerpo es… el que es. Un pueblo es una indefinición que se supone arraigado a un territorio y a una lengua. Vaya, dos conceptos vistos antes que vemos son… lo que son. Por tanto, tenemos que, estadísticamente (la ciencia de lo posible y lo imposible, de la mentira hecha verdad y las verdades ocultas en las mentiras) puede ser que tenga tal o cual rasgo físico porque… el azar es lo que tiene.

Y si entonces el territorio, el lenguaje, la etnicidad, son como vemos, cuestiones que históricamente, lingüísticamente, biológicamente, dependen de variables que han variado con el tiempo, ¿qué nos queda?

Comprender que los nacionalismos son inventos.

Pero si ha respondido a las tres preguntas básicas con afirmaciones, entonces es usted un nacionalista. Me da igual si español, castellano, catalán, vasco, andaluz, gallego, ceutí, de La Mancha o calzando borceguíes. Es nacionalista. Y un mentecato, pero esto es ya mi opinión personal. Porque vive un artificio inventado por otros, para perpetuar oligarquías, para favorecer ambiciones ajenas. Su tierra es el accidente donde nació usted, sin buscarlo. Su lengua es lo que hablen en casa y en su alrededor, variando la lengua con más vitalidad de la que cree, usando la que más sencillo sea usar para comunicarse. Y su etnicidad, incluso, ¡Raza! es resultado de miles de variables diferentes combinadas con gran aparato de azar.

Español, catalán, vasco, carabanchelero… son categorizaciones propias del prejuicio aristotélico, urdidas para ocultar la verdad. Que es usted un estúpido ser humano, concretamente, si hemos de categorizar, un Homo Sapiens Sapiens, heredero de miles de años de evolución en los que, curiosamente, el nacionalismo no es ni la milésima parte de la centésima fracción de microsegundo que tenemos de historia viva.

Pero, ¡ay! Se ha olvidado usted de eso. O quizá nunca se lo enseñaron. Interesadamente… y mientras, envuélvase en trapos de colores, en himnos bellos e inventados, en ficciones históricas e ilusas promesas. La verdad seguirá estando ahí dentro, que no fuera. Dentro de su sesera. Si la usa.

Eso sí, mientras, podremos tergiversar otros conceptos. Libertad, derecho, soberanía, unión-desunión, y ya tal. Lo cierto es que, mientras usted lame las palabras y conceptos, otros endulzan o amargan las mismas según sus intereses, que no los suyos. Los de clase. ¡Ah, que hay clases! Pues desde que nos sedentarizamos, oiga… y ya van más de 10.000 años. Eso ya sí que es un parpadeo veloz.

Un guiño,

sábado, 14 de septiembre de 2013

Hope springs eternal

Me gusta Capercaillie. Desde los días en que descubrí a este grupo y otros muchos en el programa de Ramón Trecet. El tipo ese que daba sermones en Diálogos3, comentaba básket NBA en los 80 y ponía música buena, mucha de ella, del Sello Resistencia, el de su esposa. Capercaillie era una ventana más al folkrock celta que me molaba tanto, y encima es de los pocos grupos a cuyo concierto en directo he ido. Y he ido a muy pocos directos.

Hay una canción que me encanta, la que da título a ésta entrada. Buscadla, leedla y comprended porqué.

La traigo a colación porque hoy estoy ya un poco hastiado del asunto Cataluña. Ya puestos, del asunto España y del asunto "tú contra mí o viceversa".

Francamente, querida, me importa un pepino rancio. Lo de la independencia. O no. Y la integridad territorial, ni te narro. Aquí los tontos pelean por la raya en la era, pero se olvidan de quienes la poseen. Y eso es lo que han logrado. Enfrentar a estúpidos contra idiotas, mezclándolos con imbéciles y tontos de capirote.

Pero miento, no me deja de preocupar. En el sentido de que, cuando Cataluña estornuda, es que España tiene fiebre desde hace tiempo. Somos el enfermo de Europa (siempre hay uno...) y llevamos en cama, creyéndonos sanos, lustros. Algunos ponen fecha a la caída, 1978. Otros antes, incluso, con un período de convalecencia jodida. Yo paso de dar fechas, que la Historia es una perra muy cabrona y dura. Asustaríamos a los niños en horario infantil.

Cuando Cataluña estornuda, el resto se saca el pañuelo para tapar el ruido y los mocos. Pero copón, los mocos están ahí, la fiebre consume la sesera y el estornudo se oye en Letonia. "¡Jesús!" o "¡Salud!" dependiendo de si es usted conservador o progresista. Vaya, otra vez delimitando campos. Y la cosa es que se prefiere eludir la realidad. "Nah, un catarrillo. En tres días, con píldoras Constitucionales, como nuevo". Los cojones. "Eh, pero es que solamente veo la nariz roja, el resto del cuerpo no ha manifestado síntomas". Claro, los pulmones van que te cagas, el corazón late de fábula y el cerebro tiene las sinapsis echando chispas. No te jode. Y aquí recuerdo el poema de Quevedo y el agujero del culo. Búsquenlo, que yo estoy vago y San Google es el mejor escriba irlandés que conozco.

La cosa es que las fronteras, las banderas, el hecho diferencial (joder, somos diferentes en costumbres, pero macho, pertenecemos a la misma especie, Homo Stúpidus Antecessor del Europeus Post Revolutionarius) el que aquí seas Pepe y allí Pep o Pepiño, o Pehpeh, tanto me da, y todo un corto etcétera de gilipolleces, me traen al pairo. Eso mismo. Bullshit, que diría el británico. Crap. Shit. Tontunas de la hora chanante.

A mí lo que me importa de esto es que, a lo mejor, cuando Cataluña sacó el trapo rojigualda para sonarse el moco de la fiebre (o la Senyera, no sé, a lo mejor me lío, no me peguéis... soy daltónico para las banderas y las veo todas igual... estúpidas) el resto reaccionó incorrectamente. En lugar de "Eh, es verdad, Esto (sea lo que sea Esto) apesta, hiede, está podrido tron" se dice "Ni de Blas Ordovás, cabrones, aquí todos juntos sin rechistar, y si alguien se pira de mi fiesta, antes le tengo que dejar yo salir, que eché llave a la puerta. ¿Os gusta? Modelo CE 1978, pero los alemanes de arriba me la cambian en un plis plas. Ordovás". Es como aquella peli de Buñuel, "El ángel exterminador". Copón, (ESPOILER!!!) nadie puede largarse de la fiesta y deriva en algo peor que surrealista.

Ahora en serio, que me ha entrado una vena macarra-revertiana que te rilas (muy suya la expresión de chulasco) y quiero ser algo más formal.

Yo quiero ser un ciudadano. Y quiero una socialdemocracia de verdad que busque asegurar los pilares de una sociedad estable, rica, acomodada, la mejor posible que se ha conocido. La de la Sanidad, la Educación, las Pensiones, los servicios Públicos esenciales... la que busca equilibrar las desigualdades mediante políticas de redistribución y reparto solidario, que no benéfico y caritativo. Una sociedad que ha demostrado dar los mejores años a Europa y los países que tomaron dicho modelo. Yo no quiero ser súbdito de una monarquía impuesta por una dictadura y que presuntamente es democrática, cuando es simplemente parlamentaria y bipartidista, cerrada, oligárquica en lo político y lo económico. Quiero que me pregunten, pero no cada 4 años. Quiero elegir a mis representantes y cantarles las cuarenta no cada 4 años, si no cuando toque. Sea el día antes de las elecciones o el siguiente al "No me cambiará el poder". Quiero sensatez, el "middle-ground" de los anglosajones, el llegar a acuerdos para todos y no la sección fanática y hooliganesca de mi tribu. Quiero superar la Historia de un país que, como dice Stephen Dedalus, trato de olvidar cada mañana. Quiero un futuro, cojones, un futuro. Para todos.

Así que Cataluña estornuda, los más idiotas miran la nariz enrojecida o el soplamocos de colores, y seguimos eludiendo lo que cualquier doctor (de la Pública, of course) preguntaría.

¿Ha fumado usted mucho? ¿ha cometido excesos? Porque tiene el cuerpo escombro, una ruina, ni Manara le redibuja algo mejor, oiga... 

Esto es lo que tenemos ahora. Eso, y una primavera que, espero, retorne eternamente tras el otoño, el invierno, y el peor verano de nuestro descontento abúlico.

Of clearing all the scum...

Un saludo,

martes, 10 de septiembre de 2013

Y de la Trinidad al serial barato...

Yo crecí con dos trilogías mágicas; "Star Wars" e "Indiana Jones". En ambas hay una coincidencia especialmente interesante. Harrison Ford. Carpintero antes que actor. ¿Necesito ser más explícito?

Steven Spielberg era el tetragramatron de aquellas historias, junto con un George Lucas que sonaba a profeta. Era hundirse en la butaca y saber que estábamos viajando. 

Hubo esperas, y en otros casos, como el mío, acortadas por la edad. Yo me pimplé la trilogía de "Star Wars" de seguido, gracias a reposiciones a las que me llevó mi hermano. Luego, cuando el estreno de "La última cruzada", me había visto las dos anteriores, en vídeo y en reestreno (sí, cuando había...) varias veces. Repetí, de hecho, en el extinto Cine España, la tercera. Y en los dos casos, las dos trilogías, que cerraré piramidalmente con una película que vale para triangular, "Blade Runner", sentí lo mismo. La conclusión de historias magníficas, narraciones mágicas, aventuras sin igual. Inicio y fin de algo irrepetible.

Pero claro, yo era niño, luego adolescente y, ahora, maduro de cuerpo y aun adolescente de mente. O demente, según quien me trate. No sabía que existía una "Industria". ¿"Industrial Light & Magic"? Eso.

Y entonces crecí, las trilogías se aposentaron como algo mítico, cerrado, que permitía soñar continuaciones y derivaciones. Soñarlas. La perfección de la irrealidad. Lo que no existe es siempre lo perfecto. Y Lucas y Spielberg decidieron que querían más. Pasta. Dinero.

Caímos. Yo no respeto la "nueva trilogía" de Star Wars. Para mí es un engendro episódico, aburrido, del que salvo los diez o veinte últimos minutos de cada película. Ni qué decir del superyayo de Indiana Jones, hablando de Gordon Childe con un motero de los cincuenta presunto sucesor. Más maduro de cuerpo, siendo como digo adolescente mental, aquello sentó como una traición. Y lo es...

Las películas de Kubrick tenían una estructura de pico. Como el famoso de la Paramount. El protagonista ascendía a un clímax y, la otra mitad, era descenso al infierno anticlimático. Bien podría Kubrick rodar un documental sobre esas trilogías + "Blade Runner". De cómo pasaron de ser míticas a seriales baratos y vergonzosos. De cómo quieren hacer un remake de "Blade Runner", añadir una segunda trilogía postiza a "Star Wars" o sacar una quinta de "Indiana Jones". Y uno siente, en lo profundo de su ser adolescente, la muerte de esa infancia, de esa magia, de esa virtud casi religiosa.

Como siempre, los sueños fueron alcahueteados por un buen puñado de dólares...

Un saludo,