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viernes, 12 de septiembre de 2008

Das Kapital

Quedaba el tercer pilar del mundo moderno (tras el religioso y el nacional) por criticar, y qué mejor que hacerlo mediante el recuerdo de los libros de un filósofo pobre, Karl Marx, maltratado ya en vida y mucho más posteriormente (Otro Karl, éste Popper, le dedicó argumentos como aquel criticando el historicismo de la obra de Marx) por decenas de “Liberales” (malogrado término a día de hoy) y otros triunfalistas post-soviéticos. Lo cierto es que el Capitalismo, como sistema actual económico y político, es nefasto. Y lo es por muchas razones.

Primero de todo, es como el Moloch ilustrado por Fritz Lanz en “Metrópolis”, un monstruo que devora sin compasión. Es un mecanismo feroz, que no para, que no se detiene, y que se alimenta de personas. Sin ellas, es ineficaz. Aunque las personas no deseen entrar en él, forman ya parte de él. Y no hay muchas maneras de escapar, salvo contadas ocasiones. Siempre hay reemplazos.

Segundo, está tan consolidado como sistema que no tenemos claro qué puede sustituirlo, y es más, el miedo a cambiarlo, con todas sus consecuencias, es infinitamente mayor que la esperanza de un cambio. Por tanto, usa el miedo, como la religión o el nacionalismo, para pervivir.

Tercero y más importante; genera muchos bienes, pero para ello, como decía Tomás Moro, primero ha de crear culpables para luego aplicarles un castigo. Esto es, primero han de existir personas esquilmadas, tierras sustraídas, producciones parasitadas y todo un compendio más de robos para pervivir. Con ese resultado, podemos comprar los armarios de Ikea, los pollos de Carrefour, el pegamento en Leroy Merlin, los televisores en Media Markt y así con todo. Una persona medianamente rica vive sobre los hombros de decenas inmensamente pobres. Como yo y casi todos los que leen esto. Perqueños carroñeros...

Así pues, uno se pregunta, ¿es posible cambiar el capitalismo por otro sistema? No. Se intentó en otras épocas, de manera ideal, sangrienta e incluso práctica. Fracasó. ¿Se puede entonces modificar el capitalismo? Prácticamente, no. Las moderaciones de los movimientos sociales han sido lentas, escasas, siempre a punto de perderse (como en nuestros días, donde un nuevo vendaval depredador busca aniquilar todas las mejoras de una pequeña parte del mundo) y encima, insuficientes. ¿Qué hacer, pues?

Dice el dicho castellano que “las cosas de palacio, van despacio”. Siempre es así. El ser humano no tiene grandes objetivos en mente a desarrollar con brillantez (antes hubo algún que otro estadista, pero los menos; el resto, son burócratas para el mantenimiento de su poder…) pero sí aspiraciones, anhelos y sueños. Quizá la corriente, si surge, sea capaz de parar el vendaval del que hablo (y lamentablemente, gran parte de la Derecha en éste y otros países sopla así al viento) mediante pequeñas acciones. Quizá Moloch no tenga mucho más que comer, y se haga más voraz y entonces más violento, usando para ello a sus guardias (sean los que sean; no es cuestión de policía o ejércitos, también está la coerción mediante sutiles formas como la de echar al individuo del sistema…) y eso vuelva a traernos las revueltas, revoluciones y demás motines sangrientos. O no, según Popper, porque la miseria del historicismo es lo que tiene. Como Fukuyama, la Historia acaba, ya no hay ideologías, solo un sistema, un mundo, una forma. El Capital.

Y yo ya parezco la bruja Avería…

Un saludo,

martes, 9 de septiembre de 2008

Más de religión

Si ayer criticaba los nacionalismos como un virus caduco e innecesario que produce más males que soluciones, hoy retomo mi diatriba contra las religiones. ¿Todas? se preguntará algún astuto lector (creo que no tengo de esos) y sí, diré que todas.

No hace falta ser experto en antropología para entender al ser humano en cuanto a su sentimiento de fe y necesidad de trascender. Todo hombre, desde que siente, intenta usar la parte racional para explicar su corta estancia en un mundo que cada vez se muestra más longevo que nuestra propia vida. Y claro, pensar que es irremediable la muerte, que el corto camino entre el nacimiento y el deceso es eso, estrecho, espinoso, sucio y breve, nos lleva a la angustia vital. De esa manera, el sentimiento más lógico es el de la fe, el de creer en una trascendencia, en un mundo más allá de la muerte. Ahí nacen las religiones.

O más bien, ahí se organizan. En el Neolítico, con los primeros casos de sedentarismo, esa mística se organiza y cae en manos de personas que ven su potencial. Serán los primeros sacerdotes, clérigos, administradores de la fe ajena. Ellos serán los que impongan las primeras leyes morales, quienes velarán porque la sociedad caiga en sus manos y con su pegamento ético, se mantengan fieles a un sentimiento organizado, ya colectivo, donde el individuo pierda su crítica y su capacidad de superar el miedo por sí mismo o por otros medios. La religión será la fórmula, y sus administradores, los ejecutores.

Porque cambian un miedo por otro miedo. Si nos aterra la brevedad y posible futilidad de nuestras vidas, ellos impondrán el miedo a transgredir las normas inventadas (con tino a veces, sin sentido las más) mediante el recurso a la condena eterna... eterna, suena muy largo. Pero el miedo es así, capta lo irracional y lo potencia. Y si queremos creer que "viviremos" después de morir, ya sea mediante el alma, su transmigración, reencarnación o lo que sea, ya hemos dado la llave para nuestro sometimiento. Que empezará siendo voluntario, pero luego nos hará esclavos.

Vivir es algo breve, pero no inútil. Ya con lograr que nuestros semejantes tengan mejores condiciones, presentes y futuras, con que la felicidad sea nuestro objetivo, para todos, y que mantengamos un mundo más o menos estable y sin penurias, tenemos más que suficientes objetivos. También el acomodarse es uno de ellos, y finalmente, está el peor de todos, el más nihilista; el religioso. Porque en él, somos egoistas, queremos la salvación por encima de todo (esto suena cristológico, o mitraico, o islamista, o casi cualquier otra religión que pensemos...) y por ello no vacilaremos en saltarnos reglas que son, a mi juicio, positivas para todos.

En suma, las religiones no son más que vicios adquiridos y alimentados por parásitos en forma de clérigos y acólitos, y si queremos mejorar nuestras vidas y las de los demás, vale más la pena pensar en fórmulas distintas que calmen ese sentimiento temeroso, buscando éticas sin necesidad de religiones que las soporten de manera "divina" y tratando de, sobre todo, convivir con nuestros semejantes.

¿Será posible o es otra quimera?

Un saludo,

lunes, 8 de septiembre de 2008

De más nacionalismos

Llamaba yo en otro mensaje a los nacionalismos catalán, vasco, gallego, leonés y cualquier otro en España como "micronacionalismos", por suponerlos tan enanos que era mejor denominación aquella. Error, porque entonces suponemos que hay nacionalismos e incluso macronacionalismos y que en todas esas escalas hay una gradación positiva o negativa según su posición. No, no nos equivoquemos. Nacionalismos, de todo tipo, son siempre negativos.

Un nacionalismo no suma, excluye. Un nacionalismo no une, separa. Un nacionalismo no genera ni innova, anquilosa y detiene. Un nacionalismo, en líneas generales, acaba siendo violento, peligroso para todos, integrantes o no, y destructor de todo tipo de valores. ¿Por qué esos calificativos? por lo visto en la historia desde el siglo XIX, donde emergen con fuerza, y especialmente en el siglo XX, causantes de dos guerras mundiales, de innumerables conflictos europeos y extraeuropeos (ya sabemos que la Historia es eurocentrista...) y de millones de muertes.

Quizá la cura esté en una frase, cargada de hondo clasicismo, que dijo una vez Maragall, ahora enfermo y por tanto objeto de muchas burlas; que el futuro estaba en los municipios, en las ciudades. Ese era el modelo antiguo de Roma, la urbanidad, entendida como reglas cívicas en una urbe, el punto de encuentro de todos, el Foro humano por excelencia, el crisol. Evidentemente, ciertos valores no deberían continuar (la esclavitud, por ejemplo, aunque aun exista con otros nombres y formas, o el machismo absoluto) pero otros deberían resurgir, como respuesta a los nacionalismos. La ciudadanía como motor, como elemento propio de nuestro planeta. No el definirnos por pasados míticos, lenguajes unívocos, costumbres reinventadas o idiosincrasias elaboradas.

Me da más pena que un vasco en San Sebastián responda que él no es español si no euskaldún (en perfecto castellano, claro está) no por no definirse como español, si no por reducirse aún más en su nacionalismo de inclusa. Me da pena que no se dé cuenta de que ser vasco o español son etiquetas reducidas, limitadas y pobres. Que no se considere ciudadano, más en nuestros días, donde se califica más de pintoresca su actitud que de noble. Un hombre de mundo, como antaño se decía, liberal, a la antigua usanza, capaz de comunicarse en su idioma u otros (el lenguaje, esa es la gran barrera, y al tiempo, la gran definición... una lengua es la expresión del pensamiento individual y colectivo, y por tanto, la herramienta a observar y conocer para entender...) y desprovisto de prejuicios, capaz de ser crítico con sus propios orígenes, escéptico ante lo que no es demostrable... ese es quizá el modelo a seguir. O al menos, un posible ejemplo.

Yo, desde luego, vivo en España, soy español por nacimiento, madrileño también por nacimiento, de Carabanchel, y si así siguiera... apenas habría dado un paso fuera de mi casa. Y como decía Gandalf, los mayores viajes comienzan dando un simple paso más allá del felpudo, y luego otro, y luego...

Ese es quizá el viaje que nos falta a todos para curarnos de ese virus del siglo XIX; el nacionalismo.

Un saludo,

viernes, 5 de septiembre de 2008

Abortar en tiempos de crisis

Pues sí, ahora estamos en nueva vorágine política, empresarial, escolar... y lo que ha saltado a la palestra pública es el tema del aborto. Por supuesto, voces a favor y sobre todo, gritos y escandalosos regüeldos en contra. De los de siempre, los que piden libertad religiosa y buscan restringir la ajena diaria...

Voy a despacharme con pocas frases en este asunto.

Que hagan un estudio de hasta cuándo y cómo se puede abortar, sin riesgo para la madre. Una vez hecho eso, que la sanidad pública y la privada tenga capacidad de aceptar la demanda. Si estás en la pública, no hay objeción de conciencia válida. Sirves a los ciudadanos, al público, no a una ética limitada de un grupo concreto. Y cuando sea así, que la mujer decida.

Si quiere, aborta.

Si no quiere, no aborta.

Punto.

El resto, todo es estupidez, fanatismo, intento de someter al resto a un credo, ética y forma de vida. Y eso es, simplemente, una forma de autoritarismo que conduce a los totalitarismos que ya hemos sufrido.

Un saludo,

jueves, 4 de septiembre de 2008

La Iglesia Evanjelica para la formación...

No, no han leído mal. EvanJelica. Tal cual. Es un cartel que he visto, discretamente guardado tras una puerta que antaño fuera taller mecánico y ahora, reconvertido en Iglesia que ocupa parte del sótano de mi viejo hogar, del que me mudo en breve. Y eso, porque mi padre, siempre observador, me descubrió la instalación de ésta Iglesia de inmigrantes iberoamericanos ahí mismo, bajo mi puerta.

Puedo decir que no es el único negocio que han abierto. Al lado de mi portal, antaño había una empresa de limpieza. Ahora es gestoría para llevar los papeles de los inmigrantes, preferentemente, ecuatorianos. En una esquina, el bar de siempre, donde me envicié con mi primera máquina matamarcianos (bueno, realmente, el Double&Dragon) ahora es una especie de bar fantasma regentado en ocasiones por extraños sudamericanos. En la calle de al lado, otro bar, donde me tomaba churros con chocolate en las mañanas de resaca, ahora tiene platos impronunciables, también de éste colectivo.

Por la calle los veo, igual que los quinquis antiguos del barrio, con camisetas rotas o sucias, achaparrados, igual de morenos, regordetes, seseantes, miradas desconfiadas, salvo cuando están con sus compañeros en el antaño bar de los siniestros más conocido de Madrid, el "Brujas", epítome de las peleas de bandas callejeras de cuando copiábamos el sistema a N. Y. pero sin ir más allá de los puñetazos. Ahora, beben allí, pelean a puñetazo limpio igual que antes siniestros, rockers, punkis y fachas, pero entre ellos, por mujeres mayormente, por palabras mal entendidas o mal dichas, por desesperación, por alcoholismo y por trabajos que siguen embruteciendo a los hombres.

Todos ellos, ahora, tienen una Iglesia EvanJélica. Con J, por supuesto. Indiferencia a la B y la V (vodas, he leído, y vizcochos) a la G y la J, a la S en vez de la C (casi siempre) aunque mucho voseo y uso del usted... agora tienen, vive Dios, una Iglesia donde formarse. ¿En gramática? ¿sintaxis? ¿fonética? ¿semántica? ¿ortografía? No. En la única forma de agua, según reza uno de sus panfletos, que de verdad sacia la sed... ni que fuera un anuncio.

Alguna vez he expresado que no me importa la inmigración. Mi padre pasó años en Bélgica y Alemania. Trató de cruzar los Pirineos cuando cumplió 18 años, siendo detenido por la Guardia Civil y devuelto a su pueblo con algunos golpes. Mi tío Vitorino también emigró, se casó con una belga, vivió allí muchos años y ahora, por aquello del buen clima, vive en la costa con su pareja. Tengo familia que ha viajado e incluso una rama instalada en Australia. Dentro del país, muchos han cambiado su residencia, yendo en busca de trabajo y mejores oportunidades. ¿Acaso con éstos antecedentes no he de entender a qué viene un rumano, un senegalés, un ecuatoriano o un marroquí?

Pero en esas historias de inmigración de antaño, algo había diferente. Cuando en los barracones donde se alojaban alguno montaba gresca, robaba, se portaba como un cenutrio o la hacía gorda, los propios compañeros le echaban con cajas destempladas, y trataban, con mucha vergüenza, de no relacionarse con ellos ante los patronos. Se intentaba ser educado, respetuoso con normas y conductas que no eran las propias, a veces asombrados de la distancia ética y material entre España y el país en el que estaban. Había consideración, casi veneración, ante aquellos ciudadanos de otros países.

Aquí, sin embargo, la cosa es diferente. España es el segundo país del mundo que más inmigración ha recibido después de EEUU. Flipante, colega. Y claro, con todo entra lo bueno, lo malo y lo peor. Y en general, entra lo que puede entrar, aquellos que se lo han trabajado para estar aquí. Y muchas veces, ante la perplejidad y silencio de los que estábamos ya por acá, han decidido que no tenían que respetar reglas de nadie, salvo las propias, y tampoco dar cuentas a nadie. Lo entiendo; somos un país que emite miles de normas y siempre buscamos la manera de incumplirlas, si no de ignorarlas. Buen ejemplo.

Eso sin embargo ha degenerado. Y ahora, con el grifo de la construcción estrangulado, muchos se plantean, ay madresita, virgen del camino y otros santos varios, si ha sido buena idea venir aquí. Pero para eso ya está su solución; la Iglesia EvanJélica... donde serán formados en... las buenas doctrinas del patrón religioso charlatán, previo pago de una buena comisión. La Religión organizada es lo que tiene, si no se le paga, como la Mafia, rompe algo. No piernas, pero sí nervios morales, fibras éticas y otras esencias dignificadoras de la vida.

Tomad este mensaje como un chiste. El de un país donde dejamos (ya lo hacíamos) degenerar el lenguaje, y por tanto, la expresión de la realidad. El de un país, España, que no ha sabido acoger a éstas personas, y ellos, en consecuencia, han hecho lo que les ha parecido. ¿Guardar colas? Cuando parece que algo parecido se formaba en las marquesinas de autobús, llegaron ellos para ignorarlas... y recibir reprimendas, como la de mi padre, emigrante retornado, es racismo. Igualito que el de los rubios y atléticos belgas que arrasaron su Congo durante años...

Gracias, evanJelizadores. Gracias a vosotros, la humanidad está mejor.

Un saludo,