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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Otro libro de relatos (Autopromoción)

Pues sí. Como el año 2020 no era suficientemente malo (bueno, también ha tenido sus cosas positivas) he terminado de pergeñar un libro de relatos. Pero por eso lo dejaré para publicarlo en 2021, en plena tercera ola. Por no saturar más la salud mental de los ciudadanos.

No son muchos relatos. Siete. Mi número favorito. Algunos ya tienen años. Otros no. Los he revisado, revisitado, he quitado algunos que no me convencían e incluido uno que me parecía suficientemente bueno. Bueno o malo... Eso ya lo decidirá el lector.

El compendio se titula "Parpadea". Minimalismo Amazon. La plataforma del mal donde dejan publicar a cualquiera (ya me veis...) aunque tras la mala experiencia con "Relatos de un peatón sin aire" (donde la editorial ya no sé si no existe o no existe para mí, más me da) lo de las editoriales "normativas" me decepciona y por eso me resulta más agradable saber que hay un sitio donde te sometes al juicio de los lectores, sin más. Puro capitalismo. Sin propaganda. De hecho, entronca con lo hablado estos últimos días con Rafa. Ya no se vende la obra, se vende la presencia y sombra del autor. Veremos.

Aún no está publicado. Me quedan algunas cosas, y durante la maquetación mínima que impone Amazon, a veces reviso, reviso, y pasa lo de siempre. La frase "esto no está acabado" es constante. En todo. De hecho, no he revisado "Sangre de hermanos" (de ese, no lo entiendo, llevo ya unos miles vendidos) ni tampoco los "Relatos..." salvo para mi reedición (la mía no se vende, pero la otra me consta que sí, aunque ni idea de cuánto; no cobro o no me pagan, lo mismo da...) y mucho menos "Conciencia de macho", un fracaso en toda regla (este mes creo que he vendido uno, a alguien que se debe haber confundido) y que me lleva a pensar en la ligereza con la que afronto siempre todo lo relativo a la escritura. 

Y acabo además con una noticia algo tangencial pero cercana. Me decepciona lo que he conocido de "todostuslibros.com". Por lo visto, ahí (como en Amazon) te inscribes pagando una cuota o tarifa o lo que sea, como librería. Y si no aceptas las condiciones, no entras. Yo pensaba que era algo más o menos altruista que sí buscaba plantar cara a Amazon reuniendo a todas las librerías de barrio para crear una plataforma y logística que abreviara el camino al lector. No. De pronto, he recordado aquel horrendo engendro que se llamó "Scaramouche, el musical del que no has oído hablar". Y por algo era. Tan malo que hui de la sala dejándome el paraguas aunque fuera jarreaba de lo lindo. Decepción... quizá ese sea el hilo común. 

En fin, ya avisaré cuando los publique (aviso, ya está publicado). Aunque mi ilusión gamberra está más puesta en el otro proyecto que también arranco en 2021 y espero terminar en 2024... Aunque los planes están para que siempre salten por los aires y los pedazos nos dejen un buen chichón al caer en lluvia de azar. 

Un saludo,


martes, 29 de diciembre de 2020

Charlas de paseo.

 Antes teníamos tertulias en casa (siempre asociadas al juego de mesa o de rol), en algún evento de restaurante, en visitas a merenderos... Pero la pandemia nos redujo la posibilidad, y aunque alguna hubo por videoconferencia, la realidad es que echábamos de menos vernos. Ayer lo hicimos. Y de las charlas en las circunstancias anteriores pasamos al paseo que sirvió de excusa.

Nos salió un poco a la antigua usanza. Aunque convocados mediante móvil, acabamos yendo a la casa de uno de ellos, para obligarle a salir, y luego caminamos y caminamos, en dos-tres grupitos enmascarados y alejados entre sí. Hacía un frío que pelaba, las mascarillas ensordecen la palabra dicha, y había ganas de parar en algún sitio para charlar sin interrupciones. Pero estuvimos, al final, casi cuatro horas. 

Uno de los temas que salió, por cortesía del Sr. F., fue el de las redes sociales y su monopolio por parte de los jovenzuelos de hoy día. Dicho con cierta condescendencia y desprecio. Porque hablamos de cómo muchos de ellos habían colonizado estas redes, haciéndolas inhabitables para los que, de vez en cuando, escribimos más de tres frases con una pretensión de coherencia y argumentación. Esto condujo (o trajo) el tema de las identidades, de los ofendidos y de algo terrible; que hoy esa mamarrachada puede costarle el trabajo (y por tanto, el dinero para costearse esto tan caro que llamamos vida) a más de una persona. Normalmente, señoros marichulos blancos heterosexuales recargados de privilegios. Ahí es nada.

También el del tema del respeto. Coincidimos en que nuestra generación, que vivió en unos años 80 inexistentes como niños-adolescentes, respetábamos, más que tolerábamos. Lo de los 80 inexistentes viene porque, al parecer, no usamos bicicletas, ni tampoco nos partimos la crisma en columpios de hierro, ni merendamos pan con chocolate, ni tampoco jugamos en bares que apestaban a tabaco con aquellos videojuegos industriales. Tal es la credulidad de algunos en una época en que existen fotos donde no puedes pellizcar la misma para aumentar su tamaño. Y diferenciamos entre respeto y tolerancia porque lo segundo implicaba un recelo que, en realidad, nos dimos cuenta correspondía más a la generación que nos precedió. Nosotros respetábamos. Había diferencias, claro está, pero buscábamos más lo que nos unía. Y eso, por lo que veo, nos ha hecho únicos ante la nueva hornada.

La cosa es que apareció el tema del rol y cómo se ha popularizado hasta el punto de que hay gente que vive de exhibirse en las RRSS haciendo bailecitos dignos de las web porno donde ponen cámaras y las estrellas hacen lo que les piden los fans. El "baila para mí" versión digital; nada nuevo, tan digno como el dinero que se gana y tan respetable como cualquier oficio que se ejerza desde la sedentarización. Pero lo curioso es que cualquier crítica a estas nuevas estrellas no es ya posible. No hay un filtro. El dogma de "tu opinión es tu opinión y me la pela, porque la mía es mía y es mejor, concretamente, 8 millones de seguidores mejor" se ha instalado con, creo, nefastas consecuencias. No voy a ponerme Pérez-Reverte (lo digo a menudo) porque ya lo hizo Cicerón y estoy seguro que Catón el viejo y otros también se ponían así ("puñeteros jovenzuelos, sois escoria, no sabéis lo que es la vida...") y es algo normal; llega un momento en el que una generación, a partir de cierta edad (difiere según la esperanza de vida) desprecia a los más jóvenes porque tienen lo que ellos están perdiendo; vitalidad arrolladora. Igual que esos jóvenes desprecian a los más mayores por lo que no tienen; experiencia y sabiduría. El momento perfecto en el que una persona es vital y sabia es... Nunca. O quizá a veces.

Uno de los insultos, al parecer, era el de "boomers". Viejos. Antes se decía carcas, viejales, cosas así. Ahora, con la penetración del inglés tan indiscriminada, somos boomers frente a los nativos digitales que se han hecho con el nuevo relato. Y si no tiktokeas, no tienes Insta, eres un pardillo en el far west de Twitter y sigues en el viejo mundo de FB, pues boomer sin respeto. Y llegamos a las identidades. Porque si los mayores de 25 somos eso, carcas o boomers, sin más, los de debajo son... mil cosas y mil más.

La identidad es algo curioso. Los novatos de la vida trocean sus circunstancias para encontrar algo que les haga únicos. Ser blanco es un desdoro (diferenciar por pigmentación... ¿a qué me suena? Ah, sí. Racismo) y ser heterosexual, la marca de Caín del opresor (vaya, puñetera biología, ¿por qué nos hizo dimórficos?) así que hay que encontrar otras. Un tanto por ciento de sangre indígena, algo de pigmentación no blanca, un gusto sexual (qué manía de los censores y opresores por el sexo...) no normativo, algo que nos haga especialmente únicos. También porque es la manera, al menos en anglosajonia, de empezar a pillar cacho de algún tipo de subvención. Que seamos honestos, aquí las subvenciones y ayudas por ser tullido o subnormal las apreciamos tanto que no rechazamos esos dos términos, aunque prefiramos capacidades diferentes, si llevan aparejadas una paga. Y dado que no podemos ya currar como negros (aunque la esclavitud de los negros haya sido un hecho y ninguna Wakanda ni blackwashing de la historia puede cambiarlo, además, para mal, pues si eliminas el racismo de la historia, ¿no ha habido nunca? ¿por qué se pelea entonces?) ni dar palizas gitanas (aunque el abuso de quienes son muchos e imponen su régimen abusivo así pueda ser de colectivos tanto gitanos como mafiosos o de otros grupos) ni ser nenazas (claro, otra igual, no hubo machismo hasta ayer, identificando mujer con debilidad y con incapacidad...) pues cambiamos el lenguaje sin tener en cuenta cómo modificamos la realidad. Que no lo hacemos, porque ésta es tozuda (decía Woody Allen que era el único sitio donde podías comerte un buen filete... perdónenme los veganos y el engañado de Matrix que lo sabía, en ese cuento de Calderón de la Barca) y aunque reescribamos la historia, historia es. Como ejemplo, un chico, gay, quería hacer un juego realista y minuciosamente histórico de jugadores en la Alemania Nazi. Y un personaje de los que jugaban, prota, era un oficial de las SS con un ayudante... negro. Cuando se le señaló la incongruencia, en lugar de decir "pues sí, la he cagado", se defendió aduciendo que todos cargaban contra él por ser... gay. La identidad asumida por delante de cualquier argumentación. "Es que claro, como soy negro...", decía aquel personaje de "Amanece que no es poco". Raro es que no hayan prohibido esa película.

Me gustó ayer charlar con mis amigos. Santi, Emilio, Igor, Rafa, Ibáñez, Rocío... Crean estas reflexiones, estas charlas, y son agradables. Pero como dijo Rafa, "somos mayores, y no me avergüenzo de ello, ¿por qué debería? Se pone demasiado énfasis en el valor de ser joven, sin más. Y uno puede ser idiota, da igual la edad". No sé si esas fueron sus palabras, pero las recreo como quiero recrearlas. Eh, es mi opinión y vale más que cualquier otra. Y si no te gusta, ya te censuraré, que no estoy para respetar, qué digo, tolerar diferencias o, peor para muchos de estos jovenzuelos, indiferencias.


Un saludo,

domingo, 20 de diciembre de 2020

Púlpitos y pulpitos a la brasa.

Mi amigo Rafa y yo solemos discutir mucho de si tal o cual película es buena o mala. Algo subjetivo y sujeto a la apreciación de cada uno. La última polémica no ha sido "Mank", que está bien aunque a mí no me ha ilusionado tanto como a él (porque él la ha visto en el cine, desafiando la pandemia, y yo en Netflix, acomodado en este aislamiento tan épico) sino "El Cid" de Amazon. Una serie que él no ha visto (ni verá) y que yo sí he visto entera ya. Todo viene por las palabras de Sergio del Molino, un participante de "La cultureta" y escritor, autor de "La España vacía". Ya tuve un primer desacuerdo con ese tertuliano cuando hablaron de "Gambito de Dama", donde se pusieron a criticar el título sin saber ni la acentuación de la palabra ni su significado. Se puede perdonar; si uno no juega al ajedrez, un gambito suena a una gamba macho. Pero se cebaron con el título, siguieron con algunas apreciaciones bastante estúpidas, perdieron el punto acerca de qué iba la serie y aunque sólo escuché unos 15-20' (el trayecto en coche de mi trabajo a casa) me sorprendió la soberbia unida a la estupidez e ignorancia que demostraban. Cabe decir que la radio no me apasiona (me gusta Radio 5 porque son noticias en bucle con alguna sorpresa, y Radio Clásica porque me calma y calma a mis vástagos) y que tanto Alsina-Cansino como estos programas de Onda Cero, me acaban aburriendo. Aguanto el podcast de "La vida moderna" porque es lo que es sin ninguna otra pretensión; tres amigotes diciendo chorradas ingeniosas de temas de actualidad. Pero me he ido mucho del hilo; la conversación con Rafa (en tres tiempos) vino porque el tertuliano, Sergio del Molino, despedazó la serie y la trató de cutrez malgastadora.

"El Cid" no es uno de mis personajes favoritos. No. Tampoco su época me interesa (en general, entre el siglo V d.n.e. y el XV, apenas me interesa, salvo algo en filosofía, algo de Bizancio, algo de culturas concretas...) y me suena, pero no recuerdo, las constantes riñas post visigodas de unifico un reino y lo reparto entre mis hijos, me pego con mi primo y me alío con el rey moro de al lado, y ahora publico unos fueros y doy categoría de villa y pongo un obispado aquí... Es una época que escapa a mi interés. Pero esta serie, como "Cortés", era una serie que intentaba sacar a unos personajes históricos de nuestro sustrato común. Porque El Cid y Cortés, como también podrían ser Séneca o Teodosio, Carlos I o El Empecinado, son de estas tierras, hicieron cosas que dejaron huella y calaron. Y una serie histórica siempre interesa. Así que me dispuse a verla, con la primera conversación mantenida junto a Rafa (telefónica, llevamos sin vernos meses) fresca. 

Y me cabreé. Añade una tribuna del susodicho (Sergio del Molino) titulada muy explícitamente "Ola k ase, Cid Kampeador, kampeas o ke ase" que resulta desde el inicio muy grosera, ignorante y destructiva. Y no digo ni vitriólica ni ningún otro lugar común. Digo lo que digo.

Es cierto que el primer episodio es un mareo. Que lo comparen con "Juego de tronos" es inevitable, ya todo lo que huela a medieval se le compara (vaya, pero cuando salieron los libros, un crítico del NYT los calificó de "mierda con dragones"... otro listo) y también por la cantidad de personajes que presenta. Pero tiene virtudes. Me resulta creíble, si bien carece de ese "knack" o brillo o cosa especial que te hace decir "joder, mola". Es bueno, correcto, profesional. Sin más. La serie avanza (sólo tiene 5 capítulos) y tiene algo de "vamos a ser serios" que la lastra, pero también la hace atractiva. Me ha obligado a buscar figuras, y desde luego, ningún Ministerio de Igualdad subvenciona que Urraca fuera lo que fue (recordé entonces una novela histórica que tenía mi madre, que había leído con esfuerzo, y que acabó diciéndome "qué tía, lo que hizo") y que algunas otras actuaran como lo hicieron. Querer tener lo que uno cree le corresponde es habitual, independientemente del sexo. El lenguaje, además, intenta conjugar expresiones con regusto arcaico o viejo con modernas formas de hablar, para no perder a los espectadores (imaginen una serie donde todos hablaran un castellano del siglo XI... ni Menéndez Pidal hubiera podido con ella) pero desde luego los diálogos no son de instituto televisivo ni dicen tontunas. Que un lego como yo entienda que un rey sí sabe qué significaban las parias y tuviera que conjugar su cobro con los obispos pesados y la nobleza, no le convierte como dice, sin gracia, en un "CEO de Castilla S.A.", que encima es erróneo y demuestra que no ha visto la serie. Es un conde de Castilla elevado a rey en León por matrimonio, que por cierto genera toda la trama palaciega de nobles leoneses que quieren verle muerto.

La serie es buena, y Jaime Lorente no es lo mejor, pero lo hace con solvencia, soporta bien el peso y, quizá, está bien que sea un poco pardillo y llevado por ideales. Porque escenas tan interesantes como el triple rezo ante Zaragoza no son un alegato de convivencia ni nada por el estilo. Es un "medírsela" con oraciones (el judío está muy bien, tiene que ser como es, agresivo para no acabar en un progromo de la época) y entronca perfectamente con el obispo (Juan Echanove, contenido, bien manejado en latinajo eclesiástico, otra cosa que es de agradecer) y el imam criticando a sus gobernantes "civiles" porque son tibios y llevan una relación tensa pero de intereses. En tan solo tres párrafos y un título que sí que sonroja, Sergio del Molino demuestra esa estupidez propia de cierta "intelectualidad" española. "Mejor las series en inglés" (como si estas fueran mejores, como "The Spanish Princess", que ni funcionan por lo rigorista ni por lo artístico, y un centenar más que es "much ado about nothing"...) que de paso es una crítica a la siempre criticada dicción del actor español (que sí, Jaime Lorente es de Murcia, ¿y qué?) y una soberbia sin igual. "No tengo ni idea, pero como tengo una tribuna, os voy a dar la brasa", piensan todos estos personajes. Y sí, todos queremos tribuna (yo uso esta, que sé que leen cuatro gatos y me sirve de diario personal) para soltar nuestras opiniones (son eso, al final, opiniones) pero cabrean a veces.

En la conversación con Rafa ha salido esto, claro. A él le hacen gracia, no quiere más que eso, que sigan de bufones para su solaz y entretenimiento. Y oye, bienvenido sea. Entretener es algo sublime y maravilloso, y mal visto y peor pagado. Pero a veces a uno se la bufa lo que opinen otros, como en este caso o, en otro también reciente, el del intelectualoide Jordi Serra (autor de la infumable "Liberté") asegurando que los que disfrutan con Star Wars deberían ir al psicólogo. La verdad, entiendo que la riña, el grito y la pelea vendan (como los de Zenda poniendo a parir a Máximo Pradera, otro ejemplo de la claque lapidando a un autor que odian) pero uno ya acaba harto. Al menos, otros, sabían mostrar y hacer crítica sin tanta presunción de brillantez. Cansinos Assens, cuando habla de todos en "Memorias de un literato", pone a caldo a más de uno, pero no con ánimo, si no solamente mostrando, como me gusta a mí, con los ojos abiertos y perplejos, lo que veía, sin más. Y me encanta Baroja, por más que le presente como lo hace (un huraño gruñón y tacaño que tiene malas e hirientes palabras para muchos de manera gratuita) pero sin la visión de Cansinos Assens (otro Rafa) no le podría dotar de un poco más de valor al personaje.

Ah, porque ese es el corolario al que hemos llegado en nuestra última conversación de casi una hora; que desde hace mucho, no se venden obras, si no personajes que proyectan su sombra sobre la obra. La hiperexposición de todos a todos hace que no compremos un libro o una película, si no un trocito de carne del autor, como quien se lleva un pedacito del muro de Berlín y se cree que comprende ya todo lo que significó aquello. Mercado, nada más. Lo artístico y lo "intelectual", si alguna vez lo hubo, resultan baratijas del Rastro.

Y si alguna vez me dan un púlpito con miles de oyentes, que alguien me ponga a un esclavo detrás al modo del triunfo romano. Que me puedo ir muy arriba.

Un saludo,

jueves, 10 de diciembre de 2020

Es la pasta, capullo.

Todo es dinero. Nos movemos por dinero (o sus equivalentes) y hacemos por un interés lo que hacemos. El interés puede ser lucrativo o no (me atrevo a decir que siempre) y el altruismo y esas memeces se convierten en un barniz sobre la cruda madera sin desbastar. A veces, pocas, raras, alguien prefiere otros valores o cuestiones al dinero. Admiración, reconocimiento, alegría, satisfacción... en la pirámide de Maslow, que se mueve según las personas y culturas (el baile entre la mitad y la cumbre es constante) algunas personas prefieren otras cuestiones que, normalmente, se califican de "éticas". Y ya sabe todo el mundo lo que siento al escuchar hablar de ética, me viene a la mente el monólogo inaugural del mafioso italiano en "Muerte entre las flores".

Como ejemplos; muchos países africanos y la India, entre otros, han pedido mediante la ONU que se hagan públicas las patentes de las vacunas contra el Covid19 y, así, no palmar los estimados 4.000 millones de dólares que supondría vacunar a su población. Me imagino que los Moderna, Pfizer y demás estarán mirando a la cotización en Bolsa (donde, por cierto, ha entrado en el mercado de futuros el agua... ¡¡EL AGUA!!) y ni saben dónde cae África porque no es rentable. En la UE los gobiernos comprarán millones de dosis, con nuestro dinero (hay que recordarlo) lo que es una manera de decir "acatamos el juego capitalista.". No queda otra. Los desarrollos más lentos de vacunas, que saldrán en 2-3 años como pronto, sin tanta inversión (ni pública ni privada, en España, en algunos casos, dirigidas por jubilados, que no son como otros de los que hablaré en el siguiente párrafo) serán gratuitos, porque, yo qué sé, hicieron el juramento Hipocrático y se lo creen. 

Mientras, aquí tenemos a un jubilado (sí, ese, claro que lo iba a mencionar) emérito y tal, que quiere regresar por Navidad a su vieja casa y, para eso, ha "regularizado" su situación con Hacienda. Una nadería, de todo lo que tiene, porque ha pagado, creo, unos 700.000 euros de regularización. Lo que uno gana trabajando en pocos meses. Pero silencio (la mejor defensa) y poco ruido (que queda desacreditado por lo anterior) demostrando que nada cae por falta de ética o valores. Cae porque deja de ser aceptado por otros y, como dijo Josep Plá en sus impresiones del fin de Alfonso XIII, cuando la gente cree que eso deja de mover duros y pesetas, busca otra máquina. República o lo que toque.

Por supuesto, no pueden faltar los divorcios (si lo sabré yo...) y tenemos ahí el del Brexit. GB no quiere irse sin más, quiere irse con el mejor reparto posible. "Déjame a mí esto, esto y esto, y para ti esto otro. No me toques mis fundamentos financieros, pero dejo de darte lo que te daba, que amor no era..." y claro... una dubitativa UE que está mirando de reojo a los pesados de Hungría y Polonia (qué cáncer interno, dioses) y el reparto del Plan Marsh..., digo, Merkel o Von der Leyen o quien toque para el nombre, pues como que dice "bah, si ni estáis en el continente...". Pero es un divorcio que se ha alargado no por el fin del amor, si no por el reparto de la pasta. El negocio conjunto que acabó.

Por otro lado, el PSOE, el partido que va cada día a paso más firme a la nada (aunque no va solo) juega a recolocar piezas siguiendo intereses de todos. ¿Tenemos cientos de inmigrantes ilegales llegados a Canarias? Avión y a soltarles por Andalucía, que siempre hacen falta temporeros y allí se confundirán. Y de paso, dejamos problemas a una CCAA que ya no es nuestra. Cuestión de pasta, que no de ética. Como la mercadería congresil de hacer una comisión para investigar la Kitchen y al ya defenestrado Rajoy... sin traerse a Casado, que a lo mejor sí accede a negociar la renovación del Poder Judicial así, con ese gesto de "Crea una comisión para ocultar el problema, no arreglarlo". Pero eso es el poder, donde dinero y relevancia a veces se confunden... la ética... para el mafioso italiano arriba referenciado.

Todo es dinero, pasta, recursos, interés. Reconocerlo es mostrarse insensible, el malo de la peli, el peor de todos. Pero cuando a eso se une la ética (y aquí se retuerce todo) podemos verlo de otra manera. A lo mejor la indiferencia de las empresas a la petición de África permite que éstas puedan invertir en esa investigación con solvencia, porque necesitan dinero, recursos, negocio. A lo mejor el gesto del jubilado emérito es una manera de pedir perdón y cumplir con la ley, sin necesidad de ello. Quizá el PSOE esté dando oportunidades laborales a esos pobres inmigrantes que han pasado por mafias y peligros por buscar una vida mejor. Quizá...

Decía otro mafioso, Capone, no sé si él o atribuido, lo de "con una palabra amable y una pistola llegas más lejos que sólo con una palabra amable". Y por eso, en estos días en que la violencia no se justifica con nada, el ajuste fino de los estados para evitarla es un arte. Y, sin embargo, es que ellos tienen su monopolio... y lo pagamos todos.


Un saludo,

viernes, 13 de noviembre de 2020

¿Qué dice tu Izquierda?

    Vamos, vamos. Ser de Izquierdas siempre ha tenido un marchamo de molonidad, de ser guay, de estar en la vanguardia, lo progresista, la sonrisa luminosa de quien es solidario, empático, luchador por los derechos de los pobres y decepcionados, el currela, el explotado, el colonizado, el...

    Pero no. Ser de Izquierdas ya no es lo mismo. ¿A quién se defiende? ¿A un currela sea de donde sea, o al currela euskaldún explotado por los capitalistas españoles fachas? ¿A la mujer, venga de donde venga, o la bella dona catalana que sufre el acoso de los machistas españolones? ¿A los niños para que sean bien educados, o a los enanos andaluces que deben aprenderse el himno de Blas Infante y comprender las grandezas robadas de la España centralista? Lleva tiempo complicándose, precisamente, por las etiquetas, los adjetivos, las diferenciaciones que logran poner luz en esas minorías que antes tenían menos visibilidad y que ahora parecen las únicas visibles.

    La semana pasada, tras echar una partida de "Polis" con mi amigo Sergio (terraza, al aire fresco, mascarilla, gel antes y después de poner el tablero y las fichas...) vino mi amigo Emilio y comimos juntos charlando. De educación sexual (tienen hijas adolescentes) y el tema del "sexo no binario", y cómo se educa ahora. Recordamos nuestro pasado (cintas VHS y revistas...) y cómo aprendimos de manera fragmentaria y por diferentes vías. Del control parental, móviles antes de tiempo, el porno como ciencia ficción que puede ser peligrosa sin educación, y de eso, "sexo no binario". El lenguaje. Hablamos y coincidíamos en que el lenguaje es siempre la base de todo cambio. Y cómo el lenguaje cambiante, con intención de imponerse según un cierto "buenismo" o ensalzamiento de minorías (individuales, incluso) por identidades, estaba siendo tan caótico, tan extravagante y estrambótico, que nos sentíamos superados. Y surgió un término que ya llevo tiempo escuchando; la izquierda líquida. Había ya relaciones líquidas, de esas que fluyen pero no permanecen, pero aplicado a la izquierda, a una ideología política, aterra.

    Ayer charlé con un amigo cuyo nombre no diré. Un catalán en Barcelona con cierta edad. Y estaba hasta las narices de cómo la izquierda ha ido desviándose en una órbita cada vez más excéntrica. Apoyando cosas que ahora parecen aberrantes. ¿ETA mata guardias civiles? "Algo habrán hecho..." ¿CiU y PNV quieren más autonomía? "Claro, por mejorar educación y servicios sin centralismo avasallador..." y seguíamos con esos equívocos, constatando que no, que las autonomías se han convertido en centros de poder financiados que no buscan mejorar la vida del ciudadano, si no perpetuarse. Sin más. ¿País Vasco? PNV. ¿Cataluña? CiU y derivados. ¿Andalucía? PSOE. ¿Madrid? PP. ¿Ha mejorado la vida de sus ciudadanos? Pues sanitariamente, quizá. Educativamente, no.

    Recuerdo perfectamente mi primera votación. Mi padre, acérrimo defensor del PSOE (fuera González el Señor X o no, hubiera corrupción en Interior o en Andalucía todo fuera una falsedad...) me dijo claramente que no podía votar a otros porque quería su pensión. Defendía lo suyo. Lógico. Uno no vota sólo por ideología. Lo hace por interés, y la ilusión de creer que sus representantes defenderán sus intereses (que normalmente son oponerse a los de otros, cosas de la política) aunque luego decepcionen. Yo en aquella hice una cosa que he repetido muchos años; ver los programas y comparar. Como si aquello fuera una realidad ("Haremos esto y aquello") y fuera a suceder. Iluso.

Las izquierdas que he ido conociendo desde mi edad adolescente a la adulta, han sido muchas y variadas. La abertxale nunca la comprendí. Ese marchamo de lucha armada contra el fascismo... Vale, con Franco comprensible, pero, ¿luego? Esas escisiones, esos abandonos... "A Yoyes se la pringaron por ser valiente", decía mi madre. Y añadía un día, certera ella, "Con Franco no podíamos hablar sin miedo, todo miedo, a ver quién te escuchaba, cómo, si te denunciaban, si te daban dos hostias por rojo... Pues con ETA lo mismo, pero de otro lado". Totalitarismos con pistola. Si cambias el uniforme gris con porra y mostacho y el tricornio por la coleta y pendiente y ropa de montaña con pasamontañas, tienes lo mismo. Y luego las izquierdas nacionalistas de otros lados, tampoco. "Por la opresión de las minorías". Ostias. Como digo, en la conversación con Sergio y Emilio, listamos y nos salía que cada persona podría constituir una minoría en sí misma. Como si la identidad lo fuera todo.

    Las izquierdas hace tiempo que no tienen ni un bastión moral ni otro ideológico. Son así, líquidas. ¿Que toca defender a muerte a las personas transexuales? Venga, aunque las feministas más radicales digan que eso es el caballo de Troya y diluye su lucha. ¿Que las mujeres son una minoría a bonificar en todos los sentidos? Bueno, las hay con una renta y con otra renta... Y el victimismo recuerda al victoriano concepto de dama desmayada. ¿Que un currela de un sitio tiene más derechos que otro, porque no es igual Valladolid que Bilbao? Ejem. Y así con todo. A cualquier cosa, como diría aquel, le llaman izquierda...

    Así que, dado que la fragmentación de la izquierda es ya superior a la de los Frentes Populares de Judea, Uniones y demás, y es ridícula, defendiendo cosas más absurdas de las que los Monty Python, Faemino y Cansado o Mortadelo y Filemón defenderían, pues nada. Queda lo de siempre. Escuchar para obedecer, no para luego usar los engranajes del cerebro y decidir si eso es una estupidez supina o una idea brillante. Porque la crítica está mal vista, es demodé. Hay que hacer caso al gurú del momento; si aquí no hay un racismo institucionalizado social y políticamente como en EEUU, da igual, hay que hacer bandera de un BLM local. Si aquí no derribamos una o dos estatuas del "genocida" Colón o un señoro blanco cualquiera (blanco porque las esculturas, si estaban pigmentadas, perdieron con los siglos sus colores, y si son posteriores, son neoclasicismos en mármol clarito) no somos gente con conciencia. Por los dioses (uno solo es apelar a una intransigencia con los demás cultos) que alguien piense en les gallines, guajines...

    Cada día que pasa, soy más defensor de Michel Onfray y sus microrrevoluciones. Actuar en tu entorno, intentar mejorar la vida de tu inmediato alrededor. Un hedonismo ético, una visión que parece la hiperespecializada que denunció Ortega y Gasset, la pareja española esa. Una forma de ver la vida preocupado más por si lo cercano, lo que al final siempre importa (lo de la "humanidad" suele quedar tan abstracto, ¿verdad?) está bien. Simple. Pero qué difícil es no tener los ojos en el aquí y el mañana al tiempo... Y en el ayer. Necesitamos ser Beholders...

    Mientras, que nadie llore si le dejan de llamar "izquierdista" y demás. El pack antiguo (camiseta del Che, música antropológica, palestino, pantalones montaña, decir que si Marx y el comunismo nop, etc) se actualiza como los móviles con chorradas cada vez más frecuentes. Yo, al menos, ya no sé qué dice mi izquierda. Ni me importa mucho, la verdad. Mejor que no nos dicten sin más.


Un saludo,

lunes, 12 de octubre de 2020

Rey o República.

 Los doce de octubre en el mundo, pero especialmente en España, son siempre motivo de polémica. Que si masacre de indígenas (y aquí resumo; sí, pregunten a los franceses, portugueses y anglosajones en general, más criollos independientes después...) que si nada que celebrar (bueno, como amante de Roma, un día festivo es de agradecer...) que si no hay orgullo por nada, que si la bandera, el ejército, el Rey... El Rey...

Pablo Iglesias, el inmoral vicepresidente que dejó Vallecas por un chalet con hipoteca y vida burguesa (todos sabemos que un izquierdista debe mantenerse pobre y demostrarlo, como Calpurnia casta y los Doritos con glutamato) ha estado en la tribuna de autoridades (porque es vicepresidente de un gobierno social-comunista e ilegal) con su pin rojo antifascista (¿Qué es ser hoy día antifascista?) y viendo cómo se acercaban sin mucho orden ni concierto los representantes de bomberos, SAMUR y SUMA, a la tribuna, desluciendo la marcialidad de los demás (profesionales del paso de ganso, como decía Henry Jones en la tercera y última de la saga) y declarando así que es republicano. Guay. República. Frente al Rey. Esto antes ni se pasaba por la cabeza de muchos (menos de Anguita, claro).

Los que están siempre defendiendo al Rey, Felipe VI o el anterior ya olvidado, siempre tienen un argumento estrella; no es un profesional de la política (entendido como un cleptócrata consumado eso de ser un político) y cuesta menos que un presidente republicano. Ese es el argumento "económico". Luego están los demás. Que si la historia, que si la tradición, que si lo carca... Oye, genial. Un minúsculo, pequeño, tontísimo detalle; un Rey es alguien que asciende al puesto de manera hereditaria (o por dedazo de un dictador, o, perdón, un señor algo autócrata) y no hay manera (al menos, tal y como se concibe constitucionalmente) de quitarle de ahí. El olvidado robó, para sí y su familia (que atrajo a los cleptómanos no profesionales como los Urdangarines...) y ahora vive en su excelente olvido con un "quitadme lo bailao", dicho con esa nonchalantería y campechanía que exhiben desde que los borbones son borbones en España. De alguna manera, la sensación que tengo es que hicieron de España su colonia (en Francia quedaban unas pocas décadas para la Gillete de cuerpo entero) y nos quitaron la opción de evolucionar con los Austrias (más sosos, pero más profesionales) a algo más, no sé, molón. Porque la historia de España desde los borbones es... joder. ¿Cómo decirlo? Nefasta. En muchas cosas.

Pero claro. Tienes luego a los que están siempre defendiendo una República y sacan como bandera la tricolor de la II, con todo lo que implica su compra. Que si moral de perdedor digno, que si intento efímero de ilusión, que si aquello molaba... Oye, una república burguesa apiolada por los reaccionarios (el trío calavera de altar-trono-ejército) y los revolucionarios (¿me da turno para mi revolución, porfa?) y con los del medio peor que el ejército romano en Cannas, pues... Como que no. Ni saben qué quieren. Qué proyecto de República, qué maneras (federal, unitaria, centralista, atomizada, cantonal los miércoles, asociada...) y qué todo. Entonces piensas en Estanislao Figueras y dices "cómo no iba a estar el tipo hasta los cojones de todos nosotros..."

Pero me está quedando un post equidistante y casi casi Pérezrevertiano. No. La verdad que prefiero una República a un Rey (por esa tontería de la limpieza de cargos cada cierto tiempo, porque mola ver algunas como la de Portugal que se permiten ser eso, molonas, porque, bueno, uno cree que es lo racional...) pero no a toda cosa, no de cualquier manera y no a cualquier coste. Y uno se acomoda. Entra en lo friki y se deja llevar, se aísla de la realidad y prefiere la alternativa. Eso de la trampa de la ilusión. Y roto el bloqueo de la realidad infructuosa, impedida y frustrante, piensa que los reyes que quiere son los del mus, o a Drácula, y las repúblicas que masca son las de Roma, y las democracias, aquellas de escalera como la ateniense, con cargos por sorteo. Y luego, con calma, me saco un libro y leo un poco por evadirme. 

En fin. No hay nada que no se pueda celebrar ni dejar de celebrar. Y que griten todos, que mientras no saquen las armas, yo no sacaré el pasaporte. 

Un saludo,

viernes, 10 de julio de 2020

Censura, censurador, que tu vida es muy dura.

Ayer estuve con mi amigo Rafa y con Fernando Jadraque, traductor de Valdemar. Hacía años que no veía al último, casi veinte, pero fue como un retomarlo desde ayer. Hablamos de cine, literatura, mujeres y demás cuestiones. Y salió un tema clásico, el del cine español que sufrió el recorte de la censura franquista. 

Rafa rescató un clásico de los años 60 cuyo título he olvidado, como siempre. Era poco más o menos que una revista de variedades que iba a un pueblo y tenía que enfrentarse a la censura de las matronas, el cacique y el cura. Y una frase maravillosa, cuando el cura quiere meter tijera; "¡Pero si ya viene censurado desde Madrid!" le dice el responsable de esa revista. Vamos, que ni la capitalidad de un régimen dictatorial libraba de más censuras a posteriori... Salieron a colación las diferentes versiones de películas recortadas y retocadas (a veces en el doblaje, cambiando sentidos enteros) por la censura, creando, en realidad, infinitas variaciones de la obra que cada autor había intentado hacer en primer lugar.

Siempre se ha dado la censura. Normalmente, la ejercía un poder más o menos constituido, centralizado y normalizado. A veces era directa y clara (el índice de libros prohibidos, las oficinas del ejército en casi cualquier nación y guerra, las de las dictaduras...) y otras más indirecta y por indicaciones. Muchas veces era autocensura provocada por el miedo ("mejor no hablo de eso, que me va a caer la del pulpo") y otras directamente ignorancia de temas a tocar. Siempre se han intentado controlar los relatos de las personas para así configurar una realidad. Si no se habla de algo, no existe (si no hay un personaje abiertamente homosexual, por ejemplo, en una obra, no existe y pretendemos que todos son como nosotros... aunque si esto último se logra, quizá un lector que oculta su orientación sexual puede identificarse igualmente con ese personaje...) y si se habla de algo, se reviste de una realidad concreta. La historia de la literatura, sin embargo, es la de la transgresión. Y la del cine, el cómic, y casi cualquier arte, en realidad. Todo es una transgresión, porque lo que cada uno oculta en la mollera es informe, hasta que toma forma y, de pronto, se hace tangible. Y ahí ya es pasar de aquella potencia a la realidad del hecho. Por eso un sueño húmedo de todo censor es no tener que censurar, porque todos son uniformes en el pensamiento y acción y nadie, nadie, transgrede las normas que, se supone, quedan claras y nítidamente fijadas para todos. Una ilusión, por cierto.

Viene lo de la censura porque, siendo duro eso de cercenar un libro, una película o incluso una canción, más duro es convertirse en guardián de una moral que impone una visión concreta del mundo. Digo que es duro porque exige conocer las desviaciones que existen, calificarlas y decidir sobre su peligrosidad. Es una exposición constante, mortal, también aburrida y muy contaminante. Al final, uno puede no saber qué está realmente censurando, llevado por la imaginación, y generar resultados peores a los censurados (me estoy riendo con el final de "Viridiana", un ejemplo de esto) y, encima, un censor debe estar siempre "a la última" para evitar que se la cuelen. Lo de siempre de la carrera armamentística, escudo contra pólvora y esas cosas. 

Los modernos censores ya no se amparan en Estados (bueno, salvo los de autocracias dictatoriales como Corea del Norte o China, y seguramente otros sistemas de capitalismo que controla medios para su beneficio) si no que son ciudadanos concernidos (o ciudadanas) que buscan "limpiar" a la manera bíblica todo el mundo del mal. "Si no te gusta lo que tus ojos ven, arráncatelos", creo recordar que es la cita. En este caso, arrancar mejor lo que los ojos no soportan ver. La moderna censura es más asimétrica, se basa en multitudes sin más criterio que una ola emocional inspirada en alguna idea feliz sin mucho contraste. ¿Colón es un genocida, verdad? Derribemos sus estatuas. Cervantes también, que lleva golilla y es más o menos de la misma época, y es blanco y con barba. ¿Quijote y Sancho? De ficción, pero creada por ese esclavista y racista que estuvo preso en Argel y le daba igual el color de la piel de la gente. Y así, de manera efectiva, se intenta con la clásica iconoclastia que sufrió el Imperio Romano (culpa del cristianismo, otro fanatismo...) ejercer una damnatio memoriae que demuestra una falta de memoria y una ignorancia sin límite. Es esporádico, claro, pero representativo. Se sabe de siempre qué maravilloso es tener una masa detrás de algo. Les ocupa tiempo (quemar sinagogas, o iglesias, o libros, o herejes) y crean un estado de temor que provoca esa autocensura que he descrito ("mejor no hablo de eso...") y, así, parecen acercar más el mundo que creen debe venir cuanto antes. La censura de la multitud en EEUU siempre ha tenido un nombre, incluido en la no mejor película de Fritz Lang pero que es muy representativa, "Furia". Es el linchamiento  posterior silencio de los implicados. Porque una cosa es censurar, pero otra es llevar a la muerte a quienes se censuran. Entonces ya pasamos de censores a autores "intelectuales" (es un adjetivo que entrecomillo porque es darles demasiado empaque) de un asesinato. Y no debe ser literalmente un asesinato; basta con cercenar no ya su obra, si no la posibilidad de que se lucren con su obra, eliminándola del mercado y cerrando así el grifo de sus ingresos. Seguro que ya salta a tu cabeza, lector, más de un nombre de esas personas vetadas...

Los modernos censores hacen lo que siempre ha hecho la humanidad del sándwich mixto. De la exaltación de la mediocridad. Romper, gritar, negar, borrar, eliminar. Incapaces de crear con lo que tienen entre manos, deciden que es más fácil destruir. Y lo es. Montar laboriosamente algo es complejo, dedicamos tiempo, y puede salir bien, mal o fatal. Pero es un esfuerzo. Romperlo, destruirlo, sin embargo, es algo catártico y que se hace en pocos segundos. Crea la falsa ilusión de ser más eficaz. Pero si luego miramos al solar con las ruinas, nos atenaza una pregunta siempre... ¿Y ahora, qué?

Y esa es la derrota de los censores. Nunca saben qué viene después. Por eso, pase lo que pase, son derrotados. Porque no saben crear. Y los creadores siempre sabrán cómo sortear su estulticia mediocre. Sí, luego se volverán a levantar, para volver a censurar... Y así estamos media historia escrita. 

Pero por eso digo, la vida de un censor es, ay, muy dura. Hay que entenderles. Y casi, casi, agradecerles los obstáculos para esforzarse más en sortearles. Tengamos empatía con los censores; nos ayudan a hacer no un mundo mejor, si no miles... 

Un saludo,

lunes, 4 de mayo de 2020

La cuarentena de los diez mil días.

En Venecia, hace unos siete siglos, se inventó el término de "cuarentena", esto es, cuarenta días o jornadas confinados en los barcos que podrían ser sospechosos de transportar la peste u otras enfermedades. La cuarentena del puerto ha sido habitual durante el resto de siglos, como una medida de contención ante las enfermedades que traían esos aviesos comerciantes que arriesgaban sus barcos más allá de la costa para traer mercancías que luego eran deseadas. Cuarentenas que salvaban las vidas, porque se estimaban siempre más importantes que los bienes. A fin de cuentas, ¿quién consumiría esos bienes si no había nadie vivo para comprarlos?

Las pestes saneaban la población. Quedaban de pronto abiertos muchos caminos que antes copaban personas mayores, cargos que morían, gente importante que debía ser reemplazada. Y en el caos se buscaba siempre un cambio, aunque fuera mínimo, de las condiciones de vida. Las costumbres sociales variaban un tiempo, y los poderes se relajaban ante la vida que permanecía, en ese instinto gregario de la humanidad por pervivir sabiendo que, sin los demás, es imposible la supervivencia.

La famosa gripe de 1918, la mal llamada "española" (porque la prensa habló libremente de ella y, claro, todos aprovecharon para cargar contra España, país atrasado y deliciosamente enemigo de todos desde hacía tanto) mató más gente que los obuses de la recién terminada Gran Guerra. Y la mortandad mundial favoreció el avance de luchas que antes habían estado detenidas; el sufragio femenino, las repúblicas frente a las monarquías autoritarias, la relajación de las costumbres ante el sexo y las relaciones, la liberación de la mujer en muchos ámbitos, el triunfo de muchas luchas sociales y laborales... Millones de muertos abrían el camino a esos experimentos. Igual pasaría con otra peste, la de los fascismos que llevaron a la segunda Gran Guerra. Acabada esta, muchos países, con Gran Bretaña a la cabeza, se volcaron en eso que llamaban "Estado del Bienestar", donde la educación y, sobre todo, la sanidad, estaban a la mano de cualquiera. Es decir, entre las ruinas de un desastre, siempre se puede construir algo nuevo, mejor incluso.

El covid19 no es la gran tragedia, ni de lejos, del siglo XXI. Sí ha sido una global, viralizada por todos los países. Todos han reaccionado con esa cuarentena que ha puesto, sin distinción, a todos y cada uno de los ciudadanos o súbditos o esclavos de las naciones en sus casas, confinados. Una cuarentena que ha sido infinitamente menos dura que las de los marineros que retornaban de Asia o las Indias. Ha habido pan horneado de manera casera, recetas, postres, y gracias a la electricidad e internet, infinitos accesos al ocio. El peor de los escenarios, con familias sin recursos, una sola habitación para seis y pizza de desayuno, comida y cena, son sin embargo el mejor comparado con cualquiera de los que se vivían hace apenas 100 años. Una peste con más nombre que efectividad ha sido contenida por una sociedad que aún no sabe la magnitud de lo que le viene encima.

Intuyo que habrá muchas más pandemias, ahora que el planeta está exhausto a pesar del breve paréntesis que nos hemos dado de mutuo acuerdo. Su recuperación será mínima, comparado con lo que se viene en las próximas décadas. Al presionar y destruir cada vez más lo poco que queda no urbanizado o transformado por el hombre (no dejo de recordar Trantor, aquel planeta capital de metal sin luz natural...) abrimos puertas a nuevas enfermedades y plagas que, no, no son castigos divinos ni del viejo cabrón de Yahvé ni de la Madre Tierra. Es simplemente la vida, la evolución. Tenemos delante, de nuevo, el desastre o la redención. O el camino intermedio. Harari habla de un cambio de paradigma en cuanto a la energía con la que obtener y procesar los recursos. Quizá, hasta que la tengamos, o la refinemos, podríamos pensar en recetas que mantuvieran la cuarentena sobre la sobreexplotación de nuestro planeta. Porque es el único sitio en el que seguimos confinados, sin posibilidad (hasta ahora) de abandonarlo. Quizá recetas donde los combustibles que contaminan y degeneran nuestro entorno se reduzcan hasta quedar de una manera tan marginal como la afición a los toros en España. Quizá recetas donde los nuevos empleos no supongan una carrera estresante hacia una meta inalcanzable de eternos beneficios que son humo e ilusión, y que dejan más escoria que oro. Quizá un nuevo paradigma de menor consumo, más pensado, menos impulsivo, de más calidad que vaya por tanto acompañado de mayor valor. Quizá, en la cuarentena del hogar, hemos pensado, filosofado y recurrido a memes, vídeos y otras píldoras de inmediatez (estaría bien una encuesta sobre si ha aumentado la lectura de libros estos días... pero no creo que se haga) que nos han abierto la mente a reflexiones arrinconadas que no queríamos desempolvar. Quizá muchas cosas puedan pasar, y no todas buenas. Quizá nos venga un modelo de Estado autoritario que impone su autoridad con mentiras. Quizá nos estemos engañando y esto sean los últimos suspiros de un humanismo democrático que muta, como los virus, en humanismo autoritario por la gracia del virus y el miedo que apareja. Quizá ya estemos en ese escenario perfecto donde se combinan Orwell y Huxley, que a fin de cuentas, son Hobbes con otra tecnología. Quizá el pesimismo y el optimismo sean legítimos porque, como la pelota de tenis en "Match point", no sabemos aún dónde caerá.

Nos quedan unos diez mil días de cuarentena, en realidad. De la que, cuando salgamos, o quizá no, descubramos que no hay normalidad, ni nueva ni vieja. Sólo vida. Cambiante, desasosegante, atractiva. Lo bueno, siempre, es que podemos soñar. Y, quizá, un día, cumplir esos sueños.

Un saludo,

viernes, 17 de abril de 2020

Niños, perros y epidemias.

Desde hace unos años, comparto impresiones en foros de crianza de niños. Son, muchas veces, útiles y alentadores, porque ponen en contacto personas diferentes con experiencias similares y propuestas de soluciones variadas. Aunque algunos en determinados foros se empeñen en escribir lxs niñxs, les niñes o con arroba, suelen ser bastante informativas. Pero cuando ocurre algún tipo de problema, como la actual pandemia de Covid19, las cosas se desatan.

Lo primero de todo que me encendió, una vez establecido el Estado de Alarma y la escalada en el conocimiento que íbamos teniendo del virus (que sigue siendo fragmentario) fue la comparación de "los perros tienen más derechos que los niños" (o niñes, si es usted asturiano, aunque sería más apropiado guajes) que es falaz y completamente ridícula. Pero para entender el enfado, hay que empezar desde el inicio.

El Estado de Alarma confinó a millones de niños y adolescentes con sus padres una semana antes de que éstos pudieran empezar a teletrabajar, a tener permisos retribuidos o no o, directamente, caer en un ERTE o despido. Y, de pronto, todos los progenitores chocaron con una realidad de plomo; ¿voy a estar con mis hijos TANTO tiempo en casa?". Ante semejante escenario, las huidas, crujir de dientes y enfados por una situación difícil de manejar (Sin colegio o guardería para ocupar a nuestros hijos esas largas horas de jornada laboral y gimnasio o cervecitas, por favor) muchos destilaron la frustración haciendo lo clásico; comparar y hablar de injusticia. Que nadie pensaba en los niños ("Los Simpson", qué visionarios...) y en sus muchos derechos (ya sabemos, como es una sociedad "Adultocéntrica", otro terminarajo que no acabo de asimilar, los niños son invisibles, y por supuesto que no tienen deber alguno...) que les estábamos coartando. Las formas impersonales me apasionan. Sirven para derivar responsabilidades. Cuando mis hijos rompen algo y dicen "se ha roto", rápidamente rehago su frase y digo que "lo has roto, dí porque has sido tú, el/la responsable" (esto es lo que tiene ser padre de niño y niña, que transitas por el género constantemente). La cuestión es que nadie quiere ser responsable de la situación, y ahí radica el primero de los grandes problemas.

Como digo, tras pintar el escenario con brocha gorda, pongamos la tramoya. Un Estado de Alarma que prohíbe salir a los niños, sí. Porque suelen ser asintomáticos, vectores de contagio muy potentes y un riesgo general para la salud de todos. Quien tenga un poco de cabeza y haya tenido a sus vástagos en la guardería y luego el colegio, sabrá que los primeros años pillan todo tipo de enfermedades que les entrena el sistema inmunitario, pero nos las pasan mutadas a peor, muchas veces. Y las cogen porque los niños juegan, experimentan, y eso implica rebozarse, tirarse al suelo, tocar todo, lamer todo, chuparse los dedos que han tocado todo, morderse, besarse, escupirse, abrazarse, tocarse todo el rato. Pedirles que se queden quietos y con las manos en los bolsillos no suele dar resultados hasta que cumplen ya 6-7 años, y un rato corto. Por eso se cerraron colegios, escuelas infantiles, parques y cualquier otro lugar donde los niños pudieran ejercer esa labor de expansión del contagio. Seamos claros, se han convertido en un peligro real y claro. Porque suelen ser asintomáticos, porque son niños (tocar, chupar, ensuciarse) y porque los adultos no hemos hecho una labor de comprensión del problema.

Así llegamos a la comparación de derechos entre perros y niños (o niñes y canes, si queremos ser incorrectos y repipis con el lenguaje, o guajines y perrus, yeque) y la falsa premisa de "los perros (y sus dueños por extensión) tienen más derechos que los niños, que unos son animales, mascotas, y otros son el futuro y el tesoro más preciado de nuestra sociedad". Y es una falsa premisa porque se parte de una presunta injusticia que es, simplemente, constatación de un hecho; la necesidad de evitar la propagación de un virus que mata. Se llama empatía.

Los niños no son el mal, pero me da que es más la rabia de los padres por aguantar lo que no aguantan el resto del año lo que impulsa las peticiones de salida del confinamiento que otra cosa. Porque durante el año les estabulamos en la escuela, en las extraescolares, en casa del vecino, con los tíos, con amigos, en cumpleaños de los que salimos huyendo, en campamentos de verano, etc. Y eso, si sumamos las horas, dejan en neto poquitas horas con ellos, de las de verdad. Horas que solemos rellenar con actividades que nos gustan y queremos que ellos hagan también, adaptándoles a nuestros gustos y no escuchando ninguno de los suyos. Que sí, es cierto que, si les dejamos, estarían 24 horas viendo la tele y el resto del tiempo haciendo burradas varias. Pero a ver, como siempre, hay términos medios. Y requieren algo simple. Verles, escucharles y conducirles, con respeto y firmeza, por donde les pueda ir mejor. Y eso requiere atención, abrir un espacio en el cerebro para ellos, un espacio que no usaremos para otras cosas y que, hasta ahora, rellenaban educadores, entrenadores y monitores.

Seamos claros, a mí, si alguien me pía que pobres nenes o criaturas (anda, mira, he evitado lo del lenguaje de género con una forma neutra...) y que somos adultocéntricos y niñófobos, giro los ojitos y pienso que, en realidad, está deseando perderles un buen rato de vista. Comprensible. Los divorcios se dan tras el verano y haber pasado con la pareja muchos días juntos ("¿Tú eres así?") pero no hay divorcios de los hijos, como bien analizó Orna Donath en "Madres arrepentidas". Sólo vías de escape. Y estos días, el alcohol gana a los bollos, creo...

En fin. Que la única epidemia que nunca cesará es la misma. Peor que el Covid19, que la peste, que mil enfermedades. Y sabemos la respuesta. Es la epidemia causante de comparar perros con niños.

Un saludo,


lunes, 16 de marzo de 2020

El Rey de Amarillo

Chambers supo captar la ansiedad de su símbolo mortal con "El Rey de Amarillo". El amarillo remite a enfermedad, pus, dolor, decadencia, muerte putrefacta .Su símbolo, asociado al Hastur de Lovecraft, además, es similar al de un mensaje de alerta contra virus y enfermedades peligrosas, ese "biohazard" que aterra. El virus, la pandemia, la muerte. Ya sabemos por dónde vamos.

El coronavirus, la Peste del siglo XXI, o al menos, elevado a esa categoría, ha creado una curiosa tormenta perfecta. Es lo más aterrador que van a vivir algunas generaciones. En mi caso, sigue siendo la caída del muro de Berlín y alguna cosa más, como el golpe de estado que paró Yeltsin o las escenas de la guerra de Yugoslavia, lo que más me marcó. Ni siquiera las Torres Gemelas (me pillaron en Escocia y nos enteramos de noche) o la muerte agónica de Juan Pablo II me impactaron. Para mí, lo anterior sí me creó la sensación de inestabilidad, de que el mundo cambiaba (los manuales de geografía del colegio a la universidad cambiaron muchísimo en pocos años) más de lo que uno controlaba y que aquí las cosas eran temporales.

Pero nos hemos puesto de pronto frente a una realidad. Que vamos muy deprisa. Como si el mundo exigiera de nosotros la misma velocidad que un correo electrónico o un mensaje instantáneo en el móvil, o una publicación de Red Social que inmediatamente debe tener impacto y reacciones. Todo parece que debe ser para antes de un chasquido de dedos, y lo que tarda un poco más se mira mal. No es la calidad, es la rapidez y la cantidad. Toneladas voluminosas de experiencias y yaes, inmediatez. Sin ánimo de vanagloriarme, ya describí eso en la introducción de mi libro de relatos, hace años. Me aterraba la velocidad, y me sigue aterrando.

Hoy, de pronto, espejismos que creíamos o queríamos creer sólidos nos devuelven la imagen más deformada que ni Valle-Inclán imaginó. No existe el teletrabajo cuando tienes niños en casa. Y por tanto, no existe la conciliación. Y además, los cuidados no son fáciles de dar y producir, según esa verborrea del capitalismo positivista. Los pilares de nuestras sociedades no los conforman los militares ni los políticos ni los clérigos ni el rey y su casa. Lo conforman cajeras de supermercados (en vías de extinción con esa manía de dejarnos engañar y autoservirnos) o camioneros, o repartidores, o dueños de colmados, o personal del transporte público, o personal de centros de mayores y tercera edad, o los héroes de esta historia, la delgada línea blanca de sanitarios (médicos, enfermeras, técnicos, auxiliares) que al margen de si la sanidad pública está bien o mal o peor aún, se baten el cobre día a día incluso tras haber gritado hace meses que esto iba a pasar. Y cuando las maestras y profesores ya no están para educar o entretener, según percepción, a nuestros vástagos, y los sanitarios no pueden cuidar nuestras dolencias habituales, caemos en la cuenta de cuánto valen. Usando un término rancio que alguno calificará de colonialista opresor, diré que un Potosí.

No tenemos conciliación. Los cuidados los intentamos endosar a otros u otras porque son un engorro. Seguimos cultivando el espejismo de actividades que producen dinero pero nada más (nótese la ironía) y olvidamos que la vida, esta, no otra, es finita y acaba.

No, no abogo por el nihilismo más absoluto, ese extremo del péndulo que más de uno aducirá. No. Pero sí por parar. Por olvidarnos después de esta crisis de los móviles y teléfonos que ahora conectan, aunque no suplen la cercanía física. Por caminar más despacio y pasar de comprar objetos que prometen experiencias, olvidando que las experiencias llegan, no se compran. Por valorar el tiempo limitado que realmente tenemos para nosotros y los que amamos, los que queremos y valoramos, e intentar hacer ese esfuerzo que nunca hacemos por mil y una excusas que parecen servir para adocenarnos en un atracón de series de Netflix o similar sin quedar con quienes queremos o debemos dar una oportunidad. Por el amor. Por ese abismo insondable de terrores inimaginables que es lanzarse al vacío sin red y tras dos piruetas mortales que es el amor, el amor sin límite ni tasa ni objeciones, porque es un sí sin más, un sí rotundo, un sí que aunque contenga un pero es un no espero porque muero. Si algo ha despertado, y está aletargado, latente, pulsando entre episodio y episodio de televisión basura y mediocre, es el ansia por morder la fruta nada prohibida de vivir.

La humanidad como especie sale de casi todo. Esto es una pequeña piedrecita en el camino que no es tan grave como otras anteriores. Una china molesta con la que caminaremos unos meses. Pero si aguijonea la conciencia y nos devuelve el alma densa y porosa que hemos relegado al trastero, junto a la bici que compramos y no usamos ni un día para disfrutar, bienvenida sea. El dolor, siempre, es antesala del mayor de los placeres. O algo así.

Así que dejemos al Rey de Amarillo que se enseñoree solitario en aquella Carcosa que antes tuvo vida, felicidad, risas y amor. Le durará poco la superposición de ese plano al nuestro. Luego, simplemente... Vivir.

Un saludo,

martes, 4 de febrero de 2020

Sin título.

De alguna manera, algo supersticiosa, me negaba a estrenar el año escribiendo aquí, en mi bitácora de navegante en derrota. Quizá porque ni soy Joseph Conrad y esto de usar lenguaje marinero me parece postureo, ni tampoco porque últimamente me considere siquiera un escritor. Algo recurrente, de todos modos. Suelo dejar de sentirme así, un "escritor", cuando llevo tiempo sin escribir o bloqueado en los proyectos que inicié. También cuando escribo algo y me parece insustancial, vacío, falto de esa magia que suele estar en los mejores escritos. Porque, seamos sinceros, sin pasión, de la verdadera, todo está vacío.

Quizá ese el motivo. La pasión. Mi pasión, mis pasiones, se han moderado o calmado, aunque no extinguido, en los últimos tiempos. Hay una pasión, sin embargo, que no, y que convive con la sensación de espera, a veces alimento de la misma, otras frustración, y que no puedo contar aquí. Es la mujer a la que quiero. Una mujer a la que quiero ver todos los días, a todas horas (descontando comidas, trabajo, sueño... pero ahí también quiero estar...) y que, a veces, pasamos sin vernos días, que no sin hablarnos, escucharnos y sentirnos. Esa pasión vive, se revuelve como las llamas de una gran hoguera y calienta como el sol tu mejilla en verano. Pero no quiero escribir sobre ella. 

Mis otras pasiones, como digo, están en retirada o guarecidas ante realidades más perentorias. Mis hijos, cada vez más demandantes de atención, de guía, de acompañamiento y cariño, de atenciones diversas, rellenan el tiempo que antes dedicaba a las diversas pasiones. Leer sin tasa, ver películas sin escrúpulos, jugar al baloncesto, recrear o preparar recreaciones históricas, pasear sin rumbo ni horario, charlar con amigos a los que veía casi todos los días. Todo eso se ha mitigado, reducido o cambiado. Leo menos, veo menos películas, no juego al baloncesto y las recreaciones son escasas y tasadas. Paseo cuando no les tengo, y hablo con muchos amigos, pero no ya cara a cara. De hecho, me encanta pasear y charlar con ellos, hacer dos o tres actividades al tiempo. Pero todos estamos algo agotados, consumidos por los hijos y, por supuesto, la edad.

La edad es algo real. Nuestro cuerpo demanda comodidad, menos sobreesfuerzos y más reposo. Pide que no le traumaticemos realizando una actividad que antes era fluida, fácil, agradable. La humedad engrana los músculos, pero la sequedad empieza a hacer mella. Lo que antes era flexible, ahora quiebra, y la irresponsabilidad de vivir sin tiempo se convierte en utopía. He cambiado muchas de esas cosas, del foco y atención que dedicaba, a realizar las mil tareas que, sin esclavitud de por medio, recaen en nosotros. Y es así. Sin lamentaciones. 

Miento. Lamento escribir menos, y mejor. Lamento no dedicar más tiempo a las palabras. Encontrar esa que encaja en la idea o emoción. Alguna vez he experimentado la epifanía del lenguaje, de encontrar los términos adecuados, la expresión justa, la única válida. Y sentirme ufano, alegre, enrojecido de excitación y vida. Esa emoción, como las que sabemos tuvimos de más jóvenes (la excitación de seducir, ser seducido, la aventura de algo desconocido, el atractivo de la novedad, la sorpresa del descubrimiento...) la conozco, pero no la experimento con la misma intensidad ahora. Salvo en determinadas ocasiones que la recreo con... Ella. Vaya, no quería, pero escribo sobre ella. 

Sin releerme, entiendo el recelo que me invadía antes de escribir. Una reflexión sin título, sin desarrollo incisivo, sin un final con el puñetazo o caricia adecuados. Porque ya he terminado. O será que no quiero continuar... Aquí, ahora. Esto. Quizá no quiera ya la exposición que, limitada, me molesta. Quizá.

Un saludo,