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sábado, 29 de marzo de 2008

Extraños sentimientos

Retomo la escritura de opiniones tras un largo período de ensayo una vez más frustrado, puesto que ni he sabido por dónde iba con la escritura de esos "relatos" ni tampoco me han servido para lo que quería originalmente, esto es, práctica de escritura, práctica obligada para ganar un hábito y para lograr unos fines. También lo hago porque al final, como siempre, me gusta más opinar, costumbre española extendida tanto o más que la siesta, y con los mismos beneficios personales, los de sentirse después relajado y satisfecho de uno mismo. Pero creo que mi insatisfacción por muchos y diversos temas no se va a curar de golpe aporreando un teclado como mero juntaletras que soy...

Lo primero de todo, estoy llegando a un punto irracional y nada lógico (¿debía serlo?) en el que creo que definitivamente es mejor dejar de escribir. Es un sentimiento, un sentimiento claro, que me dice al oído, en bajito y con sorna, muchas maldades y verdades entremezcladas. La primera, nunca he dedicado tiempo a practicar como debiera. Siempre empiezo gran cantidad de cosas con fuerza casi explosiva, las cosas, y después... se van deshinchando con el tiempo, perdiendo energía, quedando abandonadas con desinterés por mi parte. Si bien es cierto que escribir no ha sido una actividad empezada y abandonada a los pocos meses, sí lo es que nunca la he proseguido con constancia, tratando de mantener una coherente práctica, creando un hábito, buscando mejorar y escribir, escribir y escribir. Chandler y Hammet, por ejemplo, lo hacían por obligación, todos los días unas 1.000 o 1.200 palabras, no recuerdo la cifra exacta, pero da igual; para ellos el papel era como una cadena de montaje donde ensamblaban sus historias. Y siempre lograban, por pura práctica, relatos mucho mejores que otros "inspirados". Mi actividad ha sido como un río que ya partía con caudal escaso, y las sequías y veranos lo han dejado peor que el Manzanares en Madrid. Al menos ese río tiene esperanza, aunque no me refiera a la "lideresa"...

La segunda, muchas veces he dejado que lo práctico gobernara mi vida. Y dicho así parece paradójico o incluso sarcástico. Ni mucho menos. Lo lamento porque he perdido aquel punto de mi juventud en el que experimentaba sin miedo todo tipo de cuestiones, físicas o, más bien, intelectuales. De ahí queda un cierto eclecticismo, una falta de rigor formalista, un tanto de desorden y maraña de ideas de cuya confusión a veces nacían cosas interesantes. El haber regido mi vida por cuestiones prosaicas, por necesidades imperativas, ha cercenado muchos intentos, vanos seguramente, de lograr algo. Escribir por puro gusto ya no es una posibilidad, porque hay demasiadas cuestiones en mi mente como para tomar en serio cualquier tipo de libro. Leo todo y encuentro formalismo, irrealidad, falta de honestidad en esa lectura... ahora mismo, cualquier libro de "escapismo" ya no logra el efecto que antes tenía, el de someterme a la imaginación del autor y entrar en un mundo mágico, onírico, falso, inventado, absolutamente irreal. Pero por el contrario, la literatura "práctica" tampoco me atrapa. No quiero datos, no quiero funciones, no quiero dogmas ni tampoco sistemas. En la frontera de ambas, suelo quedarme con híbridos que no me llenan pero al menos palían mi incapacidad de volver a disfrutar de lo que es el mundo de los sueños. Porque quizá, para eso, para soñar, hay que ser inconsciente, incapaz de ver el mundo tal como es, y dejarse tragar por un marasmo de locura...

Un psicólogo lo llamaría frustración artística, quizá. O que me siento viejo sin dejar de ser ni siquiera joven. Quizá muchas cosas me hallan condicionado, quizá me falte el valor necesario para saltar desde la roca al precipicio peligroso pero tan atractivo de una vida sin reservas, sin pasos atrás, sin resguardos y refugios. Me he acostumbrado a cosas cómodas, seguras, tranquilas. Y al dormir la sangre, al circular más lenta, he aliviado muchos dolores, pero no he llegado a esa bendita epoché escéptica. Ni al epicureismo de un amigo mío. Ni a nada similar. Las recetas tampoco me valen, porque me río de todo y lo hago porque veo siempre la parte ridícula, la parte absurda, la parte de la que uno puede reirse siempre. El exceso de seriedad, la falta de humor, tantas y tantas cosas de las que puedo reirme. Es una bendición que se convierte en maldición cuando no encuentras certezas absolutas a las que agarrarte (y de las cuales no burlarte) y descubres entonces unas pocas, unas muy limitadas. Sentimientos, volátiles, difusos, como el amor o cierta amistad. Y la misma ayuda se convierte en problema, estando uno siempre sobre una cresta afilada de la que caerse es peligroso, pero también es cortante al paso.

No estoy plenamente satisfecho de mi vida. Hay algunas cuestiones que me hacen sentir mal. Como el tiempo cambiante, de sol, lluvia, vientos, frío, calor y apacibles mañanas, así me siento. Mi corazón tiembla, muchas veces, y mi mente arrolla con sus pensamientos muchos de mis días.

Hay una cosa, una única cosa, que me ancla al mundo sin traba alguna. A ella le dedico mi confusión y confesión, puesto que aun no comprendo cómo puede ser que me halla encontrado, me ame desde entonces y, después de conocerme, como nadie lo ha hecho, me siga amando. Y en el fondo, sigo siendo un romántico enamorado del amor...

Para Cris.