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sábado, 13 de febrero de 2016

Mi ateismo.

12 de febrero de 2016. Recibo una carta en mi buzón del Arzobispado. Tras casi 20 años, es la contestación que esperaba. Ya no pertenezco a la Iglesia Católica tras mi "acto formal". Antes hubo otros intentos. El primero acabó con una conversación surrealista telefónica en la que el secretario del Arzobispo (Rouco Varela) me acabó diciendo, prácticamente como aquel robot taxista a Schwarzenegger en "Desafío total", aquello de "denúncianos, gilipollas". Antes apareció la ética, la estética, la filosofía, la moral, la historicidad, la renuncia, el librepensamiento, el ateísmo, la libertad, charangas resumidas en un "no te vas, Ordovás". El segundo intento fue más discreto. Dos cartas, dos respuestas donde "tomaban nota", pero nada más. Y el tercero ha sido más efectivo. He seguido los pasos de algunos sitios de internet y, desde noviembre hasta ahora (más por mi dejadez y estado físico que otra cosa) ha sido exitoso. Hoy puedo decir que he apostatado.

Pero... ¿y por qué?

Mi ateismo comenzó pronto. Al morir mi hermano, yo no quería tener nada que ver con Dios, su Iglesia ni nada de eso. La muerte del segundo me sacó del juego. Únicamente hice la comunión (je...) por el soborno, como a los delfines. Y puedo decir, sin problema, que a la catequesis fui el primer y el último día, nada más. Dejé claro al cura que eso "no era lo mío". Era un deseo familiar. Y había regalo. El cura lo comprendió, igual que entendió, en una conversación que tuve con él en sus dependencias de la Iglesia, que yo no creía ni podía tener fe. Lo entendió. Después de un año, creo que le mandaron de "misiones".

¿Por qué mi ateísmo? Mi extracción social, mi entorno, nada me predisponía a una religiosidad de ningún tipo, salvo la supersticiosa. Sí, tenía una tía ex-monja. Sí, mi madre respetaba a los curas como emanación de un poder más bien terrenal (años de dictadura) y hasta tenía amistad con alguno (le faltaba el boticario y el alcalde para un mus en el Casino) pero... sí, algunos amigos iban a misa. Pero no creía. Me parecía ridículo creer en algo que simplemente no sentía con ningún sentido, y menos aún racionalmente. Empecé siendo como casi todo ateo, un furibundo apologeta del ateísmo. 

Mis amigos pronto acabaron hasta los cojones de mí. Lógico, si era más prosélito que la secta. Me moderé. Pasé por fases agnósticas, pero seguía evitando entrar en recintos sagrados según la secta católica salvo para visita turística. No me levantaba si iba a un evento típico (boda, comunión, bautizo) e incluso hice de alguna iglesia mi zona de repaso de exámenes. Es tan silencioso el templo... más que la biblioteca. Leí, me reafirmé, compré argumentos intelectuales... y pasé. Hasta que decidí el paso. 

Aún recuerdo el estupor de mi familia. No me lo impidieron (no eran de impedir, más bien de dejar hacer y que me estampase con la realidad) pero temieron por las consecuencias. Más que cuando me declaré objetor de conciencia. El miedo a un poder muy terrenal. E hice mi primer intento. Nulo. Patético. Me enfurecí y regresé al ateísmo militante. 

Es un coñazo. Argumentar de sentimientos y fe es una pérdida de tiempo. Quien cree, cree, sea en Jesús o Pablo Iglesias. No hay argumentación racional que valga. Malgasté saliva, tuve enfados, escuché barbaridades y solté sin dudarlo muchas. Y me calmé de nuevo. Decidí que la mejor manera de abandonar la secta y su influencia, incluso en mi entorno, era ignorando su existencia y vivir mi vida sin su barrera. 

Me casé por lo civil. No he bautizado a mi hijo (esa será su decisión cuando crezca... como ponerse o no pendientes) y tampoco asistí, si podía evitarlo, a actos religiosos, salvo si era para quedarme sentado sin tanta genuflexión y respuesta militar y por respeto a las personas involucradas. En una boda, la de mis buenos amigos Pili y Emilio, tuvieron la deferencia de dejarme leerles un texto dedicado a ellos, pero claramente separado de la ceremonia religiosa. Siempre recuerdo con ironía que fue la primera vez que he visto a un montón de personas en una iglesia aplaudiendo a un ateo. Y no la incendié ni eran turba mitrailleur.

La religión católica, ese sustrato que está ahí, no ha sido eliminada del todo de mi cuerpo como no eliminamos todos los parásitos ni las toxinas, por más ejercicio que hagamos. Convivo con ello, pero distanciado. No creo en el pecado. No creo en castigos ni recompensas por una moral más que difusa. No creo en su poder. Y con no creer, gané. Ese es mi ateísmo. Sencillo.

La apostasía es un acto formal, indoloro y sencillo. Es como ganar un trámite administrativo a un ente público. Que, por cierto, tengo varios en curso. Es reivindicarme un tanto. Ya no trato de ser incendiario como Nietzsche. Simplemente, vivo.

De todo se sale. Para el Islam, un ateo es lo peor, pues ni siquiera es del "Libro" como un hebreo o un cristiano. En fin, guardaré mis pulgares para cuando me cuelguen en su Al-Andalus soñado, pero más cuidaré mis dedos corazones. Ese signo es tan universal, que me valdrá como despedida si lo preciso así.

Ah, la carta. Me temo que no volveré con la secta, sus senos no son nada turgentes. Aún lo son los de las ménades, mucho más atractivos y deliciosos...



Un saludo,