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sábado, 5 de diciembre de 2015

Contaminación.

Cualquiera que viva en una ciudad moderna sabe lo que es. Una boina de color parduzco y picor en la garganta, mucosidad irritada y ojos llorones. Asma. Toses dignas de un dispensario para tuberculosos. Pero se asume como algo normal. Como las muertes por tabaco o las muertes por accidente de tráfico. O esas de un rayo que te da y te electrocuta.

Quizá el asumirlo como algo normal no sea tan normal. Quizá sea una propaganda de una industria que vive de alimentarse de esto. Extraer petróleo (los países árabes, Venezuela, EEUU, Rusia, ¿les suena? Sí, conflicto moderno geopolítico del copón...) para refinarlo y venderlo (barriles al alza, a la baja, crisis políticas si a unos como la OPEP en el '73 se les pone...) y alimentar esa vasta locura que llaman "parque móvil". Quizá vasta locura porque se planteó, desde los años 50 en EEUU como el triunfo icónico del capitalismo o "american way of life". Cigarrillos anunciados en grandes carteles de la ruta 66 que te hacían sonreír justo antes de pillar mal la curva y estamparte contra el cactus que crecía en medio de unas rocas. Y vasta porque se exportó a todo el mundo. "Mi coche, mi libertad". Libertad. La libertad es consumir de todo... y ser consumido por todo. Quizá esa sea la mayor contaminación de todas. La ideológica, tan bien imbuida que creemos natural.

El mundo es finito. Lo creamos o no. Y que 600 millones de occidentales, más unos 100 de rusos, más ahora casi 1000 de chinos, más 500 millones del resto consumamos petróleo, carbón en las fábricas que alimentan la electricidad que permite mover fábricas donde millones trabajan a destajo (¿ese es el proletariado?) que producen millones de productos que consumen millones en el mundo tras transportarse en miles de barcos con miles de contenedores por los mares aceitosos y llenos de plástico hasta los puertos arruinados de decenas de países, es, en suma, lo que mantiene la máquina del capitalismo en funcionamiento. Produce, consume, tira. Entre medias, en los engranajes, no somos más que otra pequeña pieza que puede morir de cáncer de pulmón por fumar o inhalar el fétido aire que está contaminado por nuestro sueño de consumir.

Churchill tuvo una idea revolucionaria, que fue equipar a los temibles barcos de la Royal Navy con motores alimentados por derivados de petróleo. Adiós al carbón. Hola a los conflictos nuevos del futuro. Irán, Irak, el Golfo... y con eso, y la nueva y grande revolución financiera (acuña 1 billete que luego moveremos ese billete tan rápido que parecerá que hay 10000) creamos nuestro mundo. Y la contaminación.

En Madrid hay un protocolo que nunca se activó por quienes lo crearon (el PP y su inefable alcaldesa, Ana Botella) pero que el nuevo gobierno de Carmena ha usado y, de paso, tras multas europeas, actualizado (ahora, los medidores ya no están en parques verdes aislados... gran lugar para medir la contaminación real). Es curioso, pero he conocido gente a la que eso ha escocido, y por diferentes razones. Que si el trabajo, que si las visitas, que si mi libertad de moverme... libertad... ¿capitalismo?

Desde que me mudé a mi nuevo hogar tuve la suerte de poder combinar el tren con la bicicleta. Suerte, de verdad, porque no todo el mundo tiene esa opción, salvo si vives y trabajas en la ciudad. O cerca y bien comunicado. Cuando he hecho comentarios acerca de lo bien que sienta (son 12 kilómetros de regreso, que despejan, y aunque sean casi todos cuesta abajo, permiten hacer un ejercicio moderado que se siente) he tenido respuestas muy radicales, producto, supongo, de la mala conciencia o la soberbia creencia de que menoscaba la libertad ajena. Yo no creo que la imposición sea la mejor política, pero sí que es la que, a corto plazo, funciona, y puede crear luego costumbre que dure más tiempo (si no, vean el plácido franquismo qué sociedad nos ha legado 40 años después...) y si se acompaña de educación, pedagogía, ejemplo, pues mejor que mejor. Una quimera. Pero desde luego, tras un año pedaleando por Madrid (y lo hago por cierta conciencia, por ahorro, por deporte, y porque llego antes a mi casa que usando otros medios de transporte, incluído coche) he tenido reacciones de todo tipo. Me han llamado muchas cosas, incluso me han deseado la muerte (un taxista, no hace mucho, en plena Castellana) pero no por ello me siento ni mártir ni con ganas de esconderme.

Cada uno que haga lo que crea conveniente, pero que luego, si no llueve en Madrid, no piense eso de que la contaminación es culpa del clima seco. Clima que, por cierto, nos estamos cargando y nos da igual. Y, desde luego, no me siento ya beligerante con depende qué personas, pues esos tiempos en los que yo creía que podría razonar, convencer con argumentos, dialogar, discutir un tema, ya han pasado. Me quedo con una de mis últimas discusiones, con una de mis compañeras "señoras qué" de 55 años en el trabajo. "¿Que apostatas? Pues eres idiota, la verdad, eso es una tontería". Mi respuesta fue simple. "Se trata de respeto. Cree en lo que quieras, pero no taches mis ideas de estúpidas porque puedes recibir la misma consideración hacia las tuyas". Sin saber qué responder, quedó en un "pues me parece una tontería y punto".

Y punto... en fin, mientras las urgencias se sigan llenando de niños que tienen pulmones tocados, a mi hijo le tenga que poner aerosoles, y vea multitud de casos, en mi mismo hospital por ejemplo (han crecido en los últimos años espectacularmente...) seguiré pensando lo mismo. Tu coche, bien. ¿Y nuestra libertad de respirar aire sano?
Un saludo,