Estamos tan acostumbrados a que
las cosas “sean como siempre han sido”, que muchas veces no nos planteamos que
puedan ser de otra manera. O incluso, que fueron, de hecho, de otra manera.
Ejemplo, “el ser humano es
avaricioso y siempre robará a la mínima oportunidad”. Comprender algo así,
dentro de la naturaleza humana, no invalida la propuesta de que “controlado y
supervisado, el ser humano retiene su avaricia y no tratará de robar
constantemente”. Por ejemplo.
Con la República pasa algo parecido.
“Las dos repúblicas que ha tenido España, acabaron en caos, pronunciamiento
militar y guerra”. El corolario parece ser que una tercera terminará igual.
Sin más análisis. También está el otro argumento, el de “El advenimiento de una
III República resolverá todos los males de España”. Sin más, así, mágicamente.
Pero veamos algunas cosas que podrían hacer pensar en un cambio real,
progresivo.
“El diputado o senador, es un sirviente
público a respetar en todo momento, y no debemos molestarle en su casa o en el Congreso o Senado, ya sea
gritándole, amenazándole o intimidándole. Cada cuatro años votamos y le elegimos o
no, y son las urnas, no los jueces, las que le validan”. Bien, desgranando el
argumento, lo que debiera ser es, más bien, que “El diputado es un sirviente
público a respetar, pero también es un ciudadano que ha optado libremente por
representar a otros ciudadanos. Si actúa de manera contraria al interés de sus
electores, éstos tienen derecho, dentro del respeto a la ley y sin violencia, a
exigirle el cumplimiento de las promesas que hizo. Y siempre serán los jueces y
mecanismos institucionales de control los que determinarán si ha cometido o no
delito durante su mandato.”
“Elegir a uno u otro político es
lo mismo, todos roban, así que tenemos lo que nos merecemos”. Tampoco es así.
Merecemos lo que votamos, pero votamos listas cerradas, no a políticos
concretos que representan a un electorado concreto. Tenemos una ley (la
Ley D’hont, del Régimen Electoral General)
que obliga a elegir una lista cerrada de diputados (no de senadores, que, por
inercia, suelen salir elegidos de los mismos partidos que se votan al Congreso,
por considerar el Senado una cámara inútil) en lugar de elegir libremente a
nuestros representantes directos, como electores. Por tanto, tenemos lo que nos hacen merecer
una serie de individuos que han decidido hacer más y más indirecta la
representatividad de los ciudadanos y, por tanto, su control efectivo y real. Y
así nos cuelan constantemente a amigos que quedan aforados y protegidos de todo
mal, para seguir robando y repartiendo el botín entre esos mismos amigos.
“Elegir a uno y otro político no es lo mismo; quienes roban, deben ser
juzgados, y no los merecemos ni pueden ser candidatos posteriormente”.
“Izquierdas y derechas son lo
mismo, y más en nuestros días donde no tiene sentido hablar de ideologías, pues
éstas han muerto”. Expresar que “no hay ideologías” es una de las mayores
falacias de los tiempos modernos, pero también ocurrió en el pasado. Proclamar
la muerte de las ideologías es, realmente, tratar de imponer una muy
específica, asociada, normalmente, pero no exclusivamente, a las derechas.
Existen y existirán ideologías de izquierdas y derechas, progresistas y
conservadores. La dicotomía es real, ineluctable; luego matizada por las
personas, claro está. Pero no son lo mismo, no eluden la realidad; la lucha de
clases existe, desde hace miles de años, renombrada, matizada, retocada. Pero
existe. Y si hay una dialéctica, hay un debate. Y si hay debate, hay un
movimiento. Y entonces no es lo mismo una que otra.
La III República que yo anhelo, no
es la idealización de un pasado, la revancha o la imaginación
sin más. Es el marco del cambio, de la madurez de un pueblo de súbditos, el
español, que debe ya trascender su borreguil y mansa vida para convertirse en
algo tan complejo, y tan simple, como en ciudadanos. Con sus deberes, sus
derechos, sus opciones y sus capacidades. La III República que yo anhelo no
busca recuperar una u otra bandera, si no valores. Educación, Sanidad, pilares
del bienestar social y público; un sistema político representativo y
proporcional, una separación de poderes real, un Estado laico y neutral... La creación de
oportunidades para participar en igualdad de condiciones (que no en igualdad de
recompensas) y premiar el mérito, el esfuerzo y la capacidad, no la
mediocridad, el engaño y el amiguismo. La III República que anhelo es,
simplemente, el marco para darle un futuro mejor a nuestros hijos, a nuestros
mayores y a todos en general, estemos o no de acuerdo con ellos.
Y claro, en ella, deberíamos
caber todos con lo que puede ser, no con lo que, resignados, decimos que es. Porque entre lo que es y lo que debiera ser, no hay más que una estrecha separación. La certeza de que puede ser.
Un saludo,