Buscar dentro de este batiburrillo

miércoles, 11 de marzo de 2015

Lúcida derrota.

Dejadme haraganear en ambos palabros. Lúcido es aquello iluminado, consciente, conocedor, claro de razonamiento y expresión. Un adjetivo muy positivo. Representa visiones de color, vivo, agradable. Entonces, ¿puede juntarse con la derrota? Dejadme holgar en los dos palabros. La derrota marinera, la derrota o destino, el trazar un camino un rumbo, un objetivo. De pronto, la derrota no suena tan mal. Un destino bueno, reluciente. Pero, ¡ay!, la lucidez se acerca mucho a la acidez, no sé si de estómago o de mente. Pues cuando se es lúcido se ve el mundo como es. El pobre Quijano dándose cuenta que no es Quijote, postrado y diría que maldiciendo por esa cordura recobrada y más insana que el sueño. Porque el lúcido contempla la derrota, la que conocemos, la mala. Eso de perder. Y quien conoce historia de España es un lúcido derrotista. Siente la proximidad de algo bueno y enseguida, ¡zasca! la eterna derrota. Por eso se desencanta, se hace ácido, reprime con cinismo cualquier ilusión.

Es curioso cómo en la educación cultural española no hay un término medio. O eres un optimista que cree que todo está de puta madre, o un pesimista incorregible que piensa que todo está de puta pena. No hay término medio. Aristóteles está gafado. O tenemos los peores políticos del universo, o tenemos... ah, espera, eso siempre es hipócrita. Si decimos lo contrario, digo. Pero sucede con lo demás. Cada aspecto, cada detalle. Sea en vida pública, claro, en la privada... seguimos la estela hidalga. Pero, me pregunto, ¿qué nos sucede? ¿dónde y cómo dejamos que la felicidad brille por su extraña ausencia?

Tengo que decir que soy un Stephen Dedalus que aborrece gran parte de su historia por pesadillesca. "Ese mal sueño del que aún no me he despertado". Siempre tenemos los mismos componentes. Parece que encarrilamos a un buen sendero, ahí, ahí, casi está, mira mira, vamos por buen camino y... ¡tortazo! No falla. A toda esperanza de cinco minutos contraponemos la oscuridad de diez años. Tenemos una rara tendencia reaccionaria a la razón, la felicidad y el progreso entendido como camino a dicha felicidad. No sabemos. O sabemos siendo sádicos. Quizá algo de los toros, mire usted. Aquí nos descojonamos más que nadie de las caídas, los accidentes y las fatalidades. Tenemos una capacidad para el humor negro y brutal que no encuentro en otras partes. O que quizá no lo he buscado tanto. Pero siempre, siempre, tenemos esa lúcida derrota. El extraño destino de un país que no sabía que lo era.

Este blog es misántropo. O algo así. Como su autor.  Un tipo absurdo. Pero es que, cuanto más leo de nosotros, de nuestros antepasados, más me gusta mi gato. Un amigo mío lo denomina así; "españolako". Adjetivo despectivo. Pero no sé, oiga, ni Unamuno nos salva de esta rara disquisición...

Un saludo,