Buscar dentro de este batiburrillo

martes, 20 de octubre de 2009

El síndrome del quemado y el agua necesaria

Dice siempre mi amigo Andrés que me quejo demasiado. "¡Ay, mi vida! ¡ay, mi trabajo! ¡ay, mi rodilla!" y que por tanto soy, dicho en plata, un quejica. Cierto, me encanta quejarme. Porque considero que mis prioridades en la vida son, por este orden, la felicidad propia y ajena de quienes me rodean, el disfrute conjunto de lo bueno que da la vida y el merecido descanso tras hacer lo que más nos guste a todos. O dicho en plata de ley, mi prioridad en ésta vida es disfrutarla al máximo, haciendo o no haciendo lo que me guste y evitando lo que me disguste.

Soy de la generación de en medio, en medio de las promesas falsas, banales e irreales de éxito, basado en el compromiso y en el trabajo duro. Mis generaciones anteriores fueron engañadas dando todo por sus empresas, hasta la vida, y no pidiendo casi nada a cambio, antes al contrario, agradeciendo las miserias que les concedían. En el otro lado del péndulo estaba oscilando el que se aprovechaba del sistema parasitando éste al máximo, que los había... esas dos tendencias han continuado, pero suavizándose, en mi generación, la de en medio. Treinta y pocos o y pico. Todos fuimos instruidos, eso sí, en el valor del trabajo como algo irrefutable. De hecho, el sentido de muchas de nuestras vidas.

En medio de todo eso queda la verdad. Y la verdad, la puta verdad, que diría mi amigo Javi, es que nos han engañado como a chinos, de esos que viven en provincias contaminadas de plomo y donde prefieren evacuar a la población antes que cerrar sus comunistas fábricas de capitalismo. Y de la mentira nace la necesidad de ver la verdad, y la verdad, perdón, la puta verdad, es que el trabajo, el 90% de ellos, y también durante un tiempo en el 10% restante, no valen nada. No valen la salud, la felicidad, la vida, en suma.

Síndrome del quemado, llamo a éste escrito. Todos lo vivimos o sufrimos algún momento, y de hecho, algunos que lo niegan lo interiorizan tanto que viven ya eternamente en la unidad de quemados. Aunque no lo sepan. Y en el mundo de la Administración Pública, en donde más trabajadores hay, salvo la gran empresa de España, el Paro, es donde más quemados hay. Estamos. Somos.

¿Qué agua se puede beber o echar en la piel abrasada para evitarlo? Flema británica de por medio, la indiferencia activa combinada con la pasiva preocupación por resolver los problemas del trabajo en el trabajo, dejándolo luego allí. Y si es posible, dejar claros los límites. Saber qué estamos dispuestos a aceptar y qué no. Y luego, ver si estamos todos de acuerdo.

Luego queda lo importante, vivir... fuera del trabajo, sin el trabajo, para nada por el trabajo.

Ah, ¿he mencionado que da lo mismo hacer bien que mal nuestro trabajo? lo primero no suele reportar elogios o parabienes, y lo segundo, aunque pueda caer una bronca, no impide que sigamos cobrando nuestros (magros) sueldos.

Un saludo,

martes, 13 de octubre de 2009

Cambiando el rumbo

Hacía días que no escribía, principalmente, porque no tenía gana alguna. Ni aquí ni en los borradores que garabateo en ratos muertos. Pero el tema siempre está presente, bajo la piel, como una brasa a la cual hay que soplar de cuando en cuando para avivar. Y hoy he soplado...

Repasaré un poco para los no iniciados; soy una especie de funcionario, un estatutario de Sanidad, un auxiliar administrativo para más señas, cuyo puesto está en el Hospital de Majadahonda. Da la puta casualidad que estoy en el epicentro de la privatización ejercida por mi jefa, Aguirre, e iniciada por un anterior presidente, socialista para más señas, llamado Leguina. Y el epicentro es un departamento de cuyo nombre no quiero acordarme pero que ha logrado generar tantos nervios y sentimientos adversos en mi persona que las decisiones tomadas han costado tiempo pero llegan, como todo...

Mañana inicio mi siguiente fase en las oposiciones. Tras pasar casi tres años estudiando varias de grupos varios, entre el D y el C, acabando en el sumidero de Sanidad, he decidido dar el salto y jugar por algo más alto, el B o C2 como lo llaman ahora. Gestión de Empleo. Al CEF, estudiando todos los días y allí de curso los miércoles por la tarde. Decisión de la que no me arrepiento lo más mínimo.

Pero el asunto es que no aguanto más en el departamento de cuyo nombre no quiero acordarme... y por ello, tras muchos problemas de índole personal, he decidido decirles que quiero cambiarme. A algún sitio más agradable, más tranquilo. Con tareas más rutinarias, sencillas y sin presión. Con menos gente a tratar, si es posible. Sí, soy un absoluto misántropo. Un antisocial del trabajo. Yo quiero elegir mis compañías, y en el mundo laboral, por desgracia, vienen impuestas. Lo que no elijo me sienta como un tiro...

Mañana inicio mi viraje. Tengo miedo, no lo niego. Abrir la caja de Pandora, o de los gusanos, como dicen los anglosajones, no mola. Pero no me queda otra. Estoy harto. Y en perspectiva muchas cosas pueden cambiar a mejor o peor. De momento, están cambiando sin mi intervención a peor, por lo que, ¿cómo era? las personas razonables se adaptan a su entorno, pero las que no lo son no se adaptan, modifican su entorno para hacerlo más adecuado a ellas. Y de éstas últimas vienen los avances... curioso que Lytton Strachey ya dijera eso de Gordon hace casi un siglo.

Yo he sido razonable, creo... y adaptable. Y acomodaticio. Pero ya no más...

El trabajo es tan malo que te pagan por hacerlo, qué sabiduría...

Un saludo,

sábado, 3 de octubre de 2009

El club de los solipsistas misántropos

Exclusivo y excepcional a partes iguales, dicho club tiene una vida tan larga como nadie puede imaginar. Más de lo que aparenta, es un club anciano, repleto de reglas y maneras arcaicas pero constantes. Nadie podría formar parte de él si no fuera por un accidente prácticamente inevitable; la sociedad.

Y de hecho, gracias a ella formamos parte del mismo. Es curioso que la mayor contradicción permita la pertenencia a tan elitista club. Es una sociedad de uno, de uno mismo, incluso de nadie, se podría decir. Es un lugar impresionante.

Comienza con la máxima tan falsa como el "Conócete a ti mismo". Nada es posible conocer, y menos aun nosotros mismos. ¿Has estado alguna vez a solas con tu voz, escuchándola en la oscuridad, mientras hablas, sin espejos? Es el miedo quien impide reconocernos. El miedo a saber lo que hierve bajo la piel. Miedo a expresar en palabras, en ideas, en imágenes, los sentimientos abrasadores hirviendo en la sangre. Miedo... a conocernos. E imposibilidad. No nos conocemos realmente, pues, ¿acaso hemos vivido todas las experiencias para conocer nuestras reacciones, nuestras respuestas, nuestros actos, en fin?

Tras franquear el umbral de la verdad, lapidada ésta por la mentira anterior, penetramos la oscuridad. Una oscuridad sin más luz que la de nuestros ojos, sin más contacto que el tacto de los dedos. Tanteamos las paredes, y si rezuman algo ignoto, asqueados, rehuimos el toque. Lo húmedo atrapa los pies. Lo seco quema la garganta. El oído queda mudo como nuestra lengua. Somos entonces conscientes, al atravesar esa caverna mistérica, de la falsedad. La imaginación es quien manda. El ojo rellena los huecos con lo cotidiano, lo esperable, lo posible. En nuestras orejas aparece una música dulce o tenebrosa, inquietante o tranquilizadora... y el tacto recobra su capacidad de reconocer viejas sensaciones. Incluso la lengua retoma el gusto, el sabor. Los sentidos, entonces, mienten. Y estamos de nuevo en la caverna, en el pasadizo de la vida.

Si hubiera compañía, la sangre, de nuevo, llamaría. El miedo puede pedir compañeros para batirlo, o trasplantarlo al Otro. Siendo común la decepción, entonces todo se vuelve rivalidad. Rivalidad, miedo, lucha, ahogo, asfixia, un grito incontenible que brota de los pulmones llenando el ambiente de liberación.

Y entonces uno ya forma parte de su club. El de los solipsistas misántropos. El de los hombres que no saben y conocen lo que ignoran. El de aquellos que, de tanto sentir, tienen callos en la sangre y los nervios. El de los hombres solos.

Menos mal que hay redención. El amor... aunque sea imaginado. O quizá por eso es más real.

Un saludo,