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jueves, 10 de diciembre de 2015

Desmembrándose...

Usted ha nacido en Madrid en 1710. Lleva tiempo acostumbrándose a los nuevos gobernantes, "los borbones", esos que han tomado el trono tras una guerra contra los austracistas. Lo único que escucha es que "la Italia" (Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Milán) y el viejo "Flandes español" se han perdido. Quizá, si es siervo de un noble, le oiga despotricar sobre esa pérdida, diciendo que mengua el prestigio del Imperio en Europa, aunque menos mal que las Américas y ultramar siguen vivos. Pero hay nostalgia. Y un cierto enfado. A ver si la nueva dinastía recompone las piezas y retoman lo que su patrimonio exige (pues es eso, patrimonio de reyes, que no de gentes) para retornar el orgullo a los españoles. Asiente, limpia y calla.

Quizá engendre un hijo que le sobreviva, de los muchos que da a luz su primera y su segunda esposa, cuando muera la primera en parto. Le dirá que un día "la Italia" era nuestra, y el "Flandes español", también. Pero recordará Menorca y Gibraltar y callará, algo avergonzado. Y es que, además, hace poco se han hecho cambalaches en las Américas. Sacramento, que si Luisiana, que si la Florida... hilos de esperanza sobre Portugal renacen, también, aunque hay más intercambios, cosas del Brasil por de la Guinea. En todo caso, su hijo ya ha recibido la lección. Los patrimonios de los nobles son eso, juegos de casas viejas.

Muere, su hijo crece. Ahora es otro. Ahora eres tú. Y miras con curiosidad los acontecimientos. En las colonias inglesas (no usan el sistema de virreinatos tan español, tan "de dejar hacer") se han sublevado y ahora luchan por formar un nuevo país. Y lo logran, con ayuda de nuestros barcos, de nuestros hombres desde Cuba y Florida. Pero es cierto que tú apenas participas de eso. Siguen siendo juegos de mayores donde se trocean tierras, se reparten, al más puro sistema feudal y godo, de herencias romanas, donde el patrimonio son las tierras y su posesión, y se confunden ambos términos, patrimonio y patriotismo. Pero un germen de desconfianza cae en tu mollera. Los... ¿Estados Unidos de América? ¿un nuevo país, entero, republicano como la Holanda?

Creces y te casas, tienes más hijos. Y entonces sucede. En Francia, tierra de borbones, estalla una revolución. No te enteras de más, pues no llegan noticias durante muchos años. Algún veterano comenta, dice... algún marino perdido insinúa... un día escuchas que han cortado la cabeza del rey. ¡La cabeza! Pero no lo crees, hasta que ves hombres nerviosos y envíos de madera para barcos y más barcos. Se rumorean guerras, más guerras, y luchas sin cuartel. Y un día, ya mayor, descubres junto a tus hijos a los soldados franceses, diferentes, relucientes, con águilas e ideas muy extrañas. "Traemos tu libertad", dicen mientras el brillo de la bayoneta te ciega un poco. El noble para quien trabajas huye, te quiere llevar como su patrimonio, pero algo te extraña y te quedas. Por primera vez, todo parece que puede ser diferente.

No lo es. Morirás en una cuneta por no dar tu comida a los jinetes acorazados. No verás cómo violan a dos de tus hijas. Ni cómo mueren dos de tus hijos. Otro huirá al monte. Recordará que erais Imperio, pero no éste nuevo, brillante de acero y fuerza. Y tras luchas sucias, desgarradas, escucharás un término nuevo, inquietante. "Nación". ¿Nación? Tú crees en los nobles y que su patrimonio es la tierra y las gentes. Siempre ha sido así. Ellos son patrón, padre proveedor y defensor. Tú, hijo de un siglo borbónico, no sabes qué es eso de la "Nación".

En 1814 regresa el rey legítimo. Te sumas a los deseos de recuperar la grandeza, la gloria del Imperio. Pero esto pronto se va convirtiendo en malas noticias. No hay tantos hombres. No hay tantas ganas. Pronto llegan noticias. Si las Américas eran de los nobles, "vuestras para ocuparlas, hombres de España", el patrimonio real, ahora se están yendo, como los "Estados Unidos". Antes de 1830, de las Américas quedan apenas Puerto Rico y Cuba. Y descubres que puedes luchar contra tus propios compatriotas en tus tierras. Patriotismo, sí, por el patrimonio, ahora convertido en "Nación" con aquel pendón que tu padre decía haber visto en los barcos reales. Rojo, amarillo y rojo, con el escudo monárquico. De pronto, esa es la bandera de todos, pues es la bandera del rey. Tu rey.

Morirás viendo luchas civiles, hambre, miseria. Pero un hijo más te sobrevivirá. Más o menos. Conocerá Carlistas, que quieren recuperar lo perdido, pues duele como cuando te amputan. Fue la Italia, el Flandes, incluso aquel Rosellón traicionero. Fue aquella Menorca, aquel Gibraltar aún en sus manos. Fue, luego, la traición de los criollos, de las Américas, y la codicia de los nuevos "estadounidenses" que compraron y compraron tierras a los reyes, para sufragar sus arcas de guerra. Y verás isabelinos que dan golpes de estado a eso que llaman "Parlamento". Y verás luchas civiles, y una eclosión de algo nuevo llamado "republicanismo", que tanto recuerda a la infernal Holanda y la Francia decapitadora. No, todo está mal. Y por eso, viviendo crispado, pero teniendo hijos con recuerdo inculcado, llegarás al desastre.

1898. Una fecha que aún dirá mucho más de 100 años después, seguro. Cuba. Filipinas. Puerto Rico. Desmembrada de ultramar, sin nada, España se quedará abandonada a sí misma y unos pocos retales en África, la pobre África, algún parche guineano, marroquí. La moral lleva décadas por el suelo. Lo que era patrimonio de nobles, ahora es en teoría de todos, ese "nacionalismo" ha logrado extender la creencia de que los suelos cubanos, portorriqueños o filipinos, son de los "españoles", no de tal o cual familia (aunque la explotación y beneficios sean de ellos). Traga, apechuga, muerde el orgullo. Áun queda Marruecos. Marruecos, semillero de discordias. Ya has visto lo que es una República, un sin Dios descomunal. Y encima regresan las conspiraciones. Si en 1640 se habló de traición portuguesa, aragonesa, catalana, andaluza e italiana, ahora se organizan dos nuevas armadas en el mismo entramado del nacionalismo. Si se puede ser español y reclamar unos territorios con sus gentes, ¿por qué no catalán o vasco?

Más guerra civil, más trifulcas, más dolor. Más hijos. Y salta, pues el desmembramiento se ha solucionado gracias a la sangría. El semillero de crueldad que es Marruecos dará los últimos y más feroces espadones de tu historia, la que crees, esa monarquía universal, ese Imperio sin puestas de sol, mítico ya, que lleva en declive desde siempre. Patrimonio de reyes, ahora de gentes, crees en la mentira y te vistes de azul y cantas al sol que ha de iluminar las Cruzadas de antaño. Otra guerra civil, otra lucha más por defender una ilusión. Pero pasarán los años y parecerá que el desmembramiento, al menos territorial, se detiene. La gente... la gente es como la sangre. Y siempre la sangría ha sido un remedio adecuado.

Una mañana, con todo agonizando, todo, te cuenta tu hijo, de servicio en Sahara, que ha visto la escena más triste de su vida. No es como el último helicóptero de Saigón, que la televisión mostrará una y otra vez. Pero es igual de triste. Una bandera que no es arriada, la rojigualda del borbón, con un nuevo escudo y águila, pero aún en su poste, serrado. Un territorio cedido sin lucha, como otros, por incapacidad, por impotencia. Y otro desmembramiento. Abandono de gentes, de patrimonios y patrias, de naciones. Lloras, llorarás porque se une a la lista de miembros perdidos de ese gran cuerpo que imaginabas. Han logrado que creas que son partes de tu propio cuerpo, como dijo tu padre, el padre de tu padre y el padre del padre... han logrado que pienses que el patrimonio de unos debía defenderse por muchos, con hacienda y brazos. Han logrado que llores. Que te avergüences. Que te sientas un mal español. Y rabies contra los que no son como tú. Una mañana te sientes desmembrado.

Pero esto no acaba aquí. Del todo a la nada. Sigues creyendo que, aunque no vivas en esos lugares, esas tierras son tuyas. De todos. No de quienes los habitan, de quienes la trabajan. De todos los que comparten esa bandera rojigualda, esa bandera que un día ondeaba en barcos patrimonio de reyes. Otros quieren, de pronto, copiar para su territorio la idea de banderas reales, de himnos, de historias falaces de Imperios y conquistas y grandes señores. No, no acaba. Hay más hijos, y tú, el nuevo, quizá no recuerdes ya cómo comenzó esta breve historia (breve, pues apenas abarca 300 años en varias líneas) pero sí sabes bien qué es lo que te enseñaron, sea falso o ilusión. Y seguirás sintiendo ese desmembramiento, ese miembro fantasma que se levanta, se levanta y pide, exige, manda...

Vaya. Mientras, yo, siento que tengo dos brazos, dos piernas, un tronco, algo así como una cabeza. Maldito sapiens. Maldita especie. Maldita empatía por mis genes...

Un saludo,