Buscar dentro de este batiburrillo

viernes, 10 de julio de 2020

Censura, censurador, que tu vida es muy dura.

Ayer estuve con mi amigo Rafa y con Fernando Jadraque, traductor de Valdemar. Hacía años que no veía al último, casi veinte, pero fue como un retomarlo desde ayer. Hablamos de cine, literatura, mujeres y demás cuestiones. Y salió un tema clásico, el del cine español que sufrió el recorte de la censura franquista. 

Rafa rescató un clásico de los años 60 cuyo título he olvidado, como siempre. Era poco más o menos que una revista de variedades que iba a un pueblo y tenía que enfrentarse a la censura de las matronas, el cacique y el cura. Y una frase maravillosa, cuando el cura quiere meter tijera; "¡Pero si ya viene censurado desde Madrid!" le dice el responsable de esa revista. Vamos, que ni la capitalidad de un régimen dictatorial libraba de más censuras a posteriori... Salieron a colación las diferentes versiones de películas recortadas y retocadas (a veces en el doblaje, cambiando sentidos enteros) por la censura, creando, en realidad, infinitas variaciones de la obra que cada autor había intentado hacer en primer lugar.

Siempre se ha dado la censura. Normalmente, la ejercía un poder más o menos constituido, centralizado y normalizado. A veces era directa y clara (el índice de libros prohibidos, las oficinas del ejército en casi cualquier nación y guerra, las de las dictaduras...) y otras más indirecta y por indicaciones. Muchas veces era autocensura provocada por el miedo ("mejor no hablo de eso, que me va a caer la del pulpo") y otras directamente ignorancia de temas a tocar. Siempre se han intentado controlar los relatos de las personas para así configurar una realidad. Si no se habla de algo, no existe (si no hay un personaje abiertamente homosexual, por ejemplo, en una obra, no existe y pretendemos que todos son como nosotros... aunque si esto último se logra, quizá un lector que oculta su orientación sexual puede identificarse igualmente con ese personaje...) y si se habla de algo, se reviste de una realidad concreta. La historia de la literatura, sin embargo, es la de la transgresión. Y la del cine, el cómic, y casi cualquier arte, en realidad. Todo es una transgresión, porque lo que cada uno oculta en la mollera es informe, hasta que toma forma y, de pronto, se hace tangible. Y ahí ya es pasar de aquella potencia a la realidad del hecho. Por eso un sueño húmedo de todo censor es no tener que censurar, porque todos son uniformes en el pensamiento y acción y nadie, nadie, transgrede las normas que, se supone, quedan claras y nítidamente fijadas para todos. Una ilusión, por cierto.

Viene lo de la censura porque, siendo duro eso de cercenar un libro, una película o incluso una canción, más duro es convertirse en guardián de una moral que impone una visión concreta del mundo. Digo que es duro porque exige conocer las desviaciones que existen, calificarlas y decidir sobre su peligrosidad. Es una exposición constante, mortal, también aburrida y muy contaminante. Al final, uno puede no saber qué está realmente censurando, llevado por la imaginación, y generar resultados peores a los censurados (me estoy riendo con el final de "Viridiana", un ejemplo de esto) y, encima, un censor debe estar siempre "a la última" para evitar que se la cuelen. Lo de siempre de la carrera armamentística, escudo contra pólvora y esas cosas. 

Los modernos censores ya no se amparan en Estados (bueno, salvo los de autocracias dictatoriales como Corea del Norte o China, y seguramente otros sistemas de capitalismo que controla medios para su beneficio) si no que son ciudadanos concernidos (o ciudadanas) que buscan "limpiar" a la manera bíblica todo el mundo del mal. "Si no te gusta lo que tus ojos ven, arráncatelos", creo recordar que es la cita. En este caso, arrancar mejor lo que los ojos no soportan ver. La moderna censura es más asimétrica, se basa en multitudes sin más criterio que una ola emocional inspirada en alguna idea feliz sin mucho contraste. ¿Colón es un genocida, verdad? Derribemos sus estatuas. Cervantes también, que lleva golilla y es más o menos de la misma época, y es blanco y con barba. ¿Quijote y Sancho? De ficción, pero creada por ese esclavista y racista que estuvo preso en Argel y le daba igual el color de la piel de la gente. Y así, de manera efectiva, se intenta con la clásica iconoclastia que sufrió el Imperio Romano (culpa del cristianismo, otro fanatismo...) ejercer una damnatio memoriae que demuestra una falta de memoria y una ignorancia sin límite. Es esporádico, claro, pero representativo. Se sabe de siempre qué maravilloso es tener una masa detrás de algo. Les ocupa tiempo (quemar sinagogas, o iglesias, o libros, o herejes) y crean un estado de temor que provoca esa autocensura que he descrito ("mejor no hablo de eso...") y, así, parecen acercar más el mundo que creen debe venir cuanto antes. La censura de la multitud en EEUU siempre ha tenido un nombre, incluido en la no mejor película de Fritz Lang pero que es muy representativa, "Furia". Es el linchamiento  posterior silencio de los implicados. Porque una cosa es censurar, pero otra es llevar a la muerte a quienes se censuran. Entonces ya pasamos de censores a autores "intelectuales" (es un adjetivo que entrecomillo porque es darles demasiado empaque) de un asesinato. Y no debe ser literalmente un asesinato; basta con cercenar no ya su obra, si no la posibilidad de que se lucren con su obra, eliminándola del mercado y cerrando así el grifo de sus ingresos. Seguro que ya salta a tu cabeza, lector, más de un nombre de esas personas vetadas...

Los modernos censores hacen lo que siempre ha hecho la humanidad del sándwich mixto. De la exaltación de la mediocridad. Romper, gritar, negar, borrar, eliminar. Incapaces de crear con lo que tienen entre manos, deciden que es más fácil destruir. Y lo es. Montar laboriosamente algo es complejo, dedicamos tiempo, y puede salir bien, mal o fatal. Pero es un esfuerzo. Romperlo, destruirlo, sin embargo, es algo catártico y que se hace en pocos segundos. Crea la falsa ilusión de ser más eficaz. Pero si luego miramos al solar con las ruinas, nos atenaza una pregunta siempre... ¿Y ahora, qué?

Y esa es la derrota de los censores. Nunca saben qué viene después. Por eso, pase lo que pase, son derrotados. Porque no saben crear. Y los creadores siempre sabrán cómo sortear su estulticia mediocre. Sí, luego se volverán a levantar, para volver a censurar... Y así estamos media historia escrita. 

Pero por eso digo, la vida de un censor es, ay, muy dura. Hay que entenderles. Y casi, casi, agradecerles los obstáculos para esforzarse más en sortearles. Tengamos empatía con los censores; nos ayudan a hacer no un mundo mejor, si no miles... 

Un saludo,