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lunes, 5 de diciembre de 2016

"Ay, las cosas que hago por amor"

Jaime Lannister, medio desnudo salvo por un camisón medieval, follándose a su hermana Cersei en un torreón algo derruido de los Stark. Todos tenéis esta imágen (si no has leído o visto "Juego de Tronos", no pasa nada; es al inicio... y si te enfadas por el descubrimiento, no es mi problema) y sabéis qué viene a continuación. "The things I do for love". Una frase que condensa muchas cosas, aparte de un empujón aparentemente sin preocupación y que provoca un enfrentamiento épico.

Hacemos tantas cosas por eso que llamamos amor, que no nos paramos a pensar en ellas. Mentimos, ocultamos, engañamos, seducimos, tergiversamos y recolocamos. Viendo hoy "The Crown" me ha venido esa frase a la cabeza, cuando el Duque de Windsor (un David...) contempla nostálgico la ceremonia de coronación de Isabel II, su sobrina, mientras un invitado grosero pregunta "eh, y a todo eso renunciaste tú, ¿por qué?" y él mira a Wallys Simpson y cabecea, duda, hasta que ella le responde. "Por amor". Y él calla. Otra mentira sobre mentira.

Mentimos por amor. Engañamos por amor. Porque el amor es una palabra que hemos inventado para describir una situación que no comprendemos del todo. Alguien (nuestro padre, nuestro hermano, nuestro hijo, nuestra pareja) nos provoca una sensación extraña, diferente a la que otros nos generan. Y tratamos de encasillarla, como Aristóteles, en una categoría que nos permita avanzar y no morir en el intento de clasificación. Eso es amor, eso amistad, aquello vecindad, lo de ahí casual encuentro y lo de allá odio. A ese le queremos para conversar, a este para ver películas, a aquella para follar, a la de allí, para soñar. Ese será el padre de mis hijos, ese será el amigo íntimo, aquel el deudor de nuestras confesiones, aquella la receptora de nuestros cotilleos. Hay muchas personas, y muchas relaciones, y no es unívoca la categoría (se entrelaza, puede ser la misma persona, o varias...) como tampoco es único el individuo que somos. Somos muchos, somos legión, y creemos que las voces en nuestro interior están calladas cuando en realidad forman un coro ensordecedor que nos atemoriza. No soy, somos. Y muchas veces, ni siquiera sabemos qué.

Mentimos por amor, sí. Porque creemos en la felicidad. Mentimos como me mintió mi hermano aquel día, con una sonrisa. "Nuestro hermano está bien, un accidente". Y mientras, estaban amortajándolo. Mentimos por cariño. "No, hijo, no me iré lejos, es... temporal". Y mi madre vivió casi medio año separada de mi padre y de mí. En su momento, no pude comprender la magnitud de esas mentiras. Duró la incomprensión en el primer caso instantes. En el segundo, sentí odio, luego entendimiento y, ahora, admiración. Mentimos por amistad. "Es un buen chico, lo habrá hecho sin querer". Y en realidad, quería. Mentimos, en definitiva, porque es la manera de evitar que los actos trasciendan las palabras y les demos otra denominación que conduzca a la violencia. No queremos, no deseamos llamar crudamente a las cosas por el nombre que más se acerca (aunque cada vez más creo menos en la precisión del lenguaje; lo siento, Wittgenstein...) y preferimos el relato, la ilusión. La mentira, en definitiva.

Nos mentimos por amor. Hemos creado una sociedad donde hemos puesto el amor y la libertad, el individuo y otras sandeces como santos de un nuevo altar. El humanismo, el hombre como medida y fin de todas las cosas. Creemos de pronto en los amantes de Verona como el epítome del amor puro y cortés, que lleva como a Marco Antonio y Cleopatra al suicidio perdiendo imperios. Creemos en esa libertad de los individuos para forjar destinos (siempre me casa esa palabra con desatinos... no sé por qué) y liderar caminos. Creemos en la libertad de elección cuando es nuestro cuerpo, para nada individual, el que decide y luego nos vende, como buen publicista, que la idea era nuestra. Creemos en mentiras y la del amor es la mentira suprema. No es la economía, estúpido. Es la bioquímica.

Nos mentimos respecto del amor. Lo llamamos amor y en realidad es una pléyade de sentimientos diferentes. Puede ser cariño destilado con los años, puede ser arrebato pasional, puede ser necesidad física, urgencia intelectual. Puede ser dependencia, económica, sentimental o puramente visceral. Pueden ser tantas cosas que lo reducimos a "amor". Son sentidos, sentimientos, chispazos y tormentas eléctricas. Son necesidades, son temblores del yonki. "Amo las carreras". Tanto que soy capaz de estrellarme como Ayrton Senna. "Amo la caza". Hasta el punto de fallecer de pie pegando tiros. "Amo el juego". De tal manera que pierdo hacienda, nombre y familia (algo que ya pasó en mi familia). "Amo..." lo que usted elija, sagaz lector. Sabes que es mentira. Es la pasión de la bioquímica.

¿Qué queda cuando las conexiones no rinden más? El entorno, la sociedad, el relato cultural al que nos hemos suscrito. Y la mentira. Pero sobre todo, saber que la literatura es el mayor fondo humano de la mentira. Desde Ulises, las mejores historias son de mentirosos, ilusionistas, titiriteros de la realidad. ¿Alonso Quijano, qué es si no un mentiroso que se miente por amor a las novelas de caballería? ¿Es alguien Falstaff? ¿Creeríamos en un Cyrano? ¿Por qué nos gusta tanto Di Caprio como Lobo de Wall Street o cualquier otro estafador? Porque mienten.

Quizá la mayor belleza es encontrar verdad en la mentira. Un día, de pronto, examinar nuestras historias, relatos, experiencias, sentimientos, y encontrar que había una parte de engaño, ilusión, un manto sedoso tejido con palabras e imágenes que nuestro querido cerebro manipuló mientras dormíamos. Y, repentinamente, apartar ese camisón y descubrir que bajo él no habita una piel joven, tersa y resplandeciente de carnalidad sensual, si no la verdad. La edad. La realidad. La muerte. Porque si la vida es mentira, la única verdad que permanece es, simplemente, la muerte. Y entonces, como el más cuerdo sabe, hay que reír, estruendosamente, a carcajadas, perdiendo el sentido, arrebatándose a la lógica, que es otra mentira. Hay que saludar la vida con la sonrisa del que sabe que, mañana, incluso hoy, ahora, puede morir.

Eso es lo que quizá sí podemos hacer por amor. Saber...

Un saludo,