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lunes, 7 de septiembre de 2009

Annie Leibovitz y Andreita

Pasé el sábado por la tarde en la exposición de fotografía de Annie Leibovitz, disfrutando de algunas de sus fotos y los comentarios de las mismas. Me impresionó alguna como la de un saltador de natación que aparece suspendido en el aire, casi arrebatado a los cielos, rompiendo la lógica de la gravedad. También un par de fotos sencillas, una bicicleta sangrienta, que había dejado un surco rojo en el empedrado de Sarajevo, o la de los pies y manos ensangrentados en un cuartucho de Ruanda, tras una matanza. Sin duda, disfruté con los retratos, incluido el de “Los supervillanos” o el equipo de George W. Bush. O el de Isabel II, tétrico, evocador de tiempos anteriores, melancólico y feroz. También las naturalezas inquietantes, como la de ciertos árboles blancos. Y desde luego me encantó el estilo en ciertas fotos, no todas, donde se muestra tanto lo que se quiere enseñar, perfecto, como aquello que no se quiere mostrar, la realidad, juntando todo en un juego de cierto realismo sucio y preciosista, a un tiempo. Pero algo no me gustó…

No me gustó la relación con Susan Sontag fotografiada hasta la misma muerte de ella. No, ciertamente, me sentí como un entrometido en un asunto privado que no me interesaba. Y sin embargo, ahí estaban las fotos. Públicas, jugando con el morbo, mostrando la intimidad como si fuera arte. Había una foto que sí, me encantó, la de Sontag frente a Petra. Oprimida por las rocas del cañón que debe atravesar hasta la fachada, era una alegoría, una magnífica historia. Olvidando la parte íntima.

Salí de la exposición cuando cerraban, pensando en el conjunto de las fotos vistas. Me quedaba seguro con varias, pero no con todas, especialmente las íntimas. Y así estaba yo rumiando cuando un grupo de personas que también habían visitado la exposición fumaba y charlaba a sus puertas, pero no de las fotografías. Comentaban algo de un sitio llamado “Ambiciones” y una tal “Andreita”. Y por la forma de hablar sobre ellos, entendí que se trataba de algo personal, de un problema que tenían con alguien que iba por ahí insultándoles o haciendo putadas. Decidí apagar el oído y quedarme sentado leyendo un poco más sobre Leibovitz, pero la discusión crecía en intensidad y se acaloraba, con algunos férreos defensores de no se quién y otros de otras partes. Empecé a incomodarme y, cuando me quise dar cuenta, hablaban de todo ello basándose en no se qué programa visto en la televisión la noche anterior. Llegué entonces a la conclusión de que no veía suficiente televisión y de que no estaban hablando de su vida privada, si no de las vidas privadas de otras personas…

Entiendo la necesidad de saber, del cotilleo, dicho mal y pronto, de las personas. Información, curiosidad, para así saber a qué atenerse o mostrarse ante los demás como alguien capaz, sabio, inteligente, aunque no sea más que un cotilla. Estar informado es útil, importante, pero tanto como eso es el saber discriminar la información. Igual que los comisarios de la exposición de Leibovitz no filtraron y consideraron importante la vida íntima de Annie y Susan (Ya puedo tutearlas…) sucede con los medios que venden la supuesta vida privada de supuestos famosos. Y somos nosotros, al final, quienes decidimos qué queremos ver y escuchar. Yo, por de pronto, no me intereso nada por las vidas privadas de Andreita, Susan Sontag o Annie Leibovitz. Pero sí por algunas fotos de la última…

Un saludo,