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sábado, 7 de enero de 2012

Mala educación

Voy a ser sincero; con los años he relajado mi mala hostia respecto al tema de los charlatanes en el cine. Normalmente, en mis tiempos más intransigentes, me habría levantado de la butaca tras chistar y pedir silencio, habría seguramente reconvenido a los maleducados pertinaces, y si hubiera sido necesario, hubiera llegado a las manos.

Pero las cosas cambian. Ya no soy como antes. Yo también, ¡ay! hablo en el cine, cuando voy a ver una película con Oscar. De esas de palomitas. Reconozco que no hablo tanto, apenas susurro palabras al oído de mi compañero de butaca, normalmente chistes y retrancas sobre la muy habitualmente parida divertida que estamos viendo. Y eso me puede haber ablandado...

En casa sigo siendo exigente, pero también menos. Me cuesta ver una película si no es en silencio, pero suelo congelar la imagen cuando quiero comentar algo especialmente interesante con Cris. Si la veo a solas, echo cortinas, bajo persianas, situo todo para contemplar la película en condiciones...

Hoy he estado al borde de un ataque de furia. La película, la segunda parte del desdichado Sherlock Holmes (el más versionado en la pantalla) a manos del modernísimo Guy Ritchie, es muy floja, y lo que en la primera se toleraba, ahora no se soporta. Si a eso añaden que, en las más de 2 horas que dura, se tiene en la fila trasera a una familia de 6 o 7 maleducados, patanes, charlatanes, imbéciles, estúpidos, gritones, arrogantes, molestos y redundantes parloteadores, pues como que no he logrado ver la película. Y encima, conteniéndome. Porque han contagiado a la sala, consiguiendo que hablaran otros también, y no susurrando, no... a viva voz.

Hay días que uno desea el asesinato legalizado. Con más de una persona y en más de una ocasión. Y al respecto de ocasión, decía mi madre que quien evita la misma evita el peligro. En este caso, el ir a un cine de centro comercial un día después del estreno, multisala enorme y en festivo. Soy un inconsciente.

La mala educación es, en todo caso, endémica en España. Lo vivo todos los días. ¿Hacer cola? ¡amos andaya! ¿silencio en el cine o el teatro? ¡yo he pagado para expresar mis opiniones que no interesan a naide, tú! ¿compostura y alternancia en las conversaciones? ¡que se note mi chorro de voz y mi capacidad de elevar el tono, aunque diga tonterías!

Muestras y más muestras de que, en cuando a decadencia del mundo occidental, llevamos lustros en cabeza, tomando delantera...

Y como esto me ha quedado viejunísimo, diré que no todo son quejas; pero no logro encontrar el aspecto positivo, oiga...

Un saludo,