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viernes, 18 de julio de 2008

La ilusión y el cinismo

Suenan contradictorias, ¿verdad? pero en realidad uno de los estados es consecuencia del otro. No se puede ser cínico sin antes haber tenido ilusión por algo.

Primero, el que tiene una ilusión y aún no se le llama iluso, suele usar palabras llanas, ingenuas, repletas de sentimiento y ardor. Busca, con simplicidad, lograr hacer verdad ciertas cosas irreales, y en el camino choca frontalmente con muchos obstáculos, entre ellos, el último estado en que quedará el ilusionado; los cínicos. Pues éstos, en principio, se comportan, y tratan al futuro iluso con ironía, fina, hilvanada con ingenio. Pero luego, cuanto más avanza en su búsqueda de la felicidad por lo irreal, el futuro iluso la comienza a usar también más de lo que quisiera. Se pasa al segundo estadio.

El uso de la ironía presagia un estado peor. El ilusionado, aun no iluso, decide bordear los obstáculos, reales o fingidos, más potentes o más aparentes, con esa ironía aprendida, calándola entre su ingenuidad, entre su fogosidad y su simplicidad. Así pues, resulta irresistible, pues es honesto, franco y abierto, al tiempo que posee cierta maldad inteligente. Así y todo, se empieza a llevar los primeros golpes más serios, puesto que al acercarse más a la posibilidad cierta de lograr su ilusión, el resto, desilusionados, envidiosos, apáticos, rutinarios, funcionarios de la vida, despiertan y usan entonces otras armas; el sarcasmo cruel o la crudelísima llamada a la realidad, sea ésta cual sea. Y entonces es ahí donde el ilusionado va a pasar a ser iluso, puesto que es el primer insulto que recibe y el primer golpe serio que encaja. Su ironía no puede con el sarcasmo, puesto que es como usar un florete contra espadones romos. Él esgrime delicadamente ideas y espíritus, pero los demás le responden contundentemente con plomo, hierro y dolor.

Ya está entonces el ilusionado convertido en iluso, y el iluso pasará entonces, en la tercera fase, a engrosar los cuadros del cínico, del habitante del sarcasmo y la mentira conocida, de la persona que, en definitiva, abandonó los valores previos y ahora da cobijo a un nuevo adepto de la realidad, la que impone o se impone mediante brutalidad y manejo falsario de los hechos de la vida. En suma, el cínico, antes iluso, previamente ilusionado, involuciona hacia un estado deprimente, triste, encajado en lo puramente funcional, con un pragmatismo descarnado y un realismo moldeado por la distorsión negativa de la ilusión. El cínico, inteligente, sí, observador, también, sin embargo se queda en esa pose de espectador y olvida lo que impulsa muchas veces la vida; el sueño de la ilusión.

Porque con la ilusión uno puede ver más allá de sí mismo, de los demás, del mundo y de todo. La ilusión es la compañera de la imaginación, y ambas, como su padre, el sueño, son las dueñas de todo lo que nos rodea, del mundo entero, del universo. Encontrar la playa bajo los adoquines es más que un eslogan, y pretender un mundo mejor también es real. Pero ya hemos visto el camino que separa a los que tienen ilusión de los cínicos. Muchos, sencillamente, se quedan en ilusos, y con ellos, la mezquindad, el dolor, la abulia, la miopía...

Al menos, un cínico vale más que diez ilusos, y un ser ilusionado, más que mil cínicos. Porque el cínico puede revertirse a ilusionado sin pasar por iluso, ya que al menos ha llegado a cierta inteligencia...

¿O estaré siendo cínico yo mismo?

Un saludo,