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viernes, 15 de febrero de 2019

Juicios.

En la vida nos sometemos a muchos juicios ajenos. Y no dependemos de una legislación férrea, objetiva y clara. No, dependemos de prejuicios, de emociones y de interpretaciones subjetivas. Es la triste realidad.

El actual juicio a los políticos encarcelados por todo el proces nos demuestra de nuevo cómo se pueden retorcer las palabras. Por ambas partes. Porque, sin entrar a fondo en las consideraciones jurídicas, ambas partes han defendido la prístina y positiva Democracia como un tantra beatífico, para así lograr un objetivo que erosionaba un sistema que, sí, tiene mucho de democracia, pero también de ausencia.

Técnicamente, los políticos y activistas encarcelados han caído, en mi opinión, en al menos los posibles delitos de desobediencia y malversación. Sedición, quizá. Rebelión, ni de coña. Asociación criminal, bueno, si entra el PP en la terna me valdría. La cuestión, la clave, es que se ha trasladado de Cataluña a Madrid el juicio para evitar que un tribunal allí politizado (por las derechas catalanas) ejerza más poder que un tribunal aquí politizado (por las derechas nacionales). Un ejemplo de cómo y por qué vivimos en un teatrillo de trifulcas entre poderes, uno consolidado que es atacado y otro medio consolidado que es atacante. Porque no nos engañemos; esto va de poderes.

El poder lo define todo. Incluyendo el juicio que está llevándose a cabo. El poder, esa inmanencia que transmigra de alma a alma (de Franco a Juan Carlos I, por ejemplo) se sostiene por una vasta (y casi siempre, basta) red clientelar que soporta y ayuda a los rostros conocidos del público gestionado. Votantes, los llaman. Semilleros. Cada día, menos relevantes. O que nos hacen sentir irrelevantes. Me pierdo, pero vuelvo a ello con un ejemplo; hay juegos de mesa que explican la realidad política mejor que los artículos de muchos periódicos, y uno, muy y mucho español, es "Ladrillazo". Un juego sencillo que consiste en sacar adelante promociones urbanísticas y cobrar sobres (ni siquiera euros, ni millones o millardos, no; sobres) ganando el que más obtenga y ponga a buen recaudo en, no sé, Gibraltar, Panamá, Andorra...

El juego (de poder) se define por cartas que permiten jugar los proyectos. Primero, tenemos que jugar las de territorios (recalificables) y las de ciudadanos (que junto a los territorios, sirven de apoyos a las que vienen luego). Después, con ellas, podemos bajar políticos y constructores. Que tienen la posibilidad de, además de construir proyectos, hacer mamandurrias y chanchullos de todo tipo. Un ejemplo; la carta de Juan Carlos I permite robar un proyecto a otro jugador, y las de algunos políticos como Esperanza Aguirre, robar políticos "tránsfugas" (¿Quién se acuerda aún del "Tamayazo"?) a tu mesa de juego. Y gana el que más sobres obtiene, al final. En el juego, tenemos a políticos de todo tipo que pueden esconder sobres o evadirlos. Y hacer de todo, todo tipo de cosas. Nunca, en mi vida, ni con el "República de Roma" (Un juego que recomiendo siempre para conocer los entresijos de mi admirada potencia) había visto ludificar una realidad tan bien.

Y aquí hilo con una gran verdad; todos jugamos. Todos somos jugadores. Y todos caemos en la misma tentación, la de hacer trampas. Lo que pasa, claro, es que si nadie nos fuerza a seguir las reglas (recuerde, oh lector, aquellas tardes de Monopoly donde jugabas con amigos o familia y tentábais el cambio de algunas reglas, o nadie se leía bien las reglas, o había "reglas caseras" o reglas propias, y, al final, entre el azar, las cartas y algo de acaloramiento, ganaba uno y el resto se quejaba... Salvo el más purista que se las había leído bien, las reglas de ese papel doblado en dos, y quedaba arrinconado como "el pesado") pues todos acabamos haciendo el pillo. Y de esa pillería muchos viven, envueltos en banderas que expresan símbolos, alardeando de defender "Democracias" que son construcciones tan irreales como las Naciones, defendiendo, según ellos, a la Gente o el Pueblo que, honestamente, les importa un pito. Y el juicio que hago hoy, yo, del juicio que está dándose en una Sala controlada por unos jueces elegidos por políticos que juzgan a otros políticos y activistas, es que es un teatrillo de pantomima donde se han mezclado papeles que sí están en las reglas, como debe ser, y otros que se han exacerbado y sacado de quicio porque, qué casualidad, usan esas "reglas caseras". Que no gustan al otro familiar que fue a jugar... Y que se lamenta por sus "reglas caseras" no aceptadas.

Luchas de poder, siempre. Pero, oigan, cada vez lo tengo más claro; ludificar. Ludificar. Repetid conmigo (tiene un tono similar a Lucifer que me mola, y es latín, leñe) LU-DI-FI-CAR. La vida es juego. Juego de poderes. Y son, como en los juegos, ficticios. La lástima es que se juegan a veces cosas demasiado reales, como pensiones públicas, sanidades públicas, educaciones públicas, ayudas de dependencia públicas, mejoras públicas de la vida... Eso que, parece, no vemos nunca en ninguna bandera. ¿O deberíamos?

Un saludo,

martes, 12 de febrero de 2019

Perezas.

Me apellido Pérez. Y a veces he escuchado la frase de "¡What a Pérez tengo hoy!", sobre todo de una persona muy especial. Qué verdad. Soy perezoso. Un oso Pérez. No ratón, no. Perezoso. Y con el transcurrir del tiempo, más aún. Debe ser una evolución natural del cuerpo humano. Malgastar recursos en tontunas me desgasta y, por tanto, reservo energías. Una de las cosas que más pereza me da últimamente es el manoseado enfrentamiento Cataluña vs España. ¡Qué pereza, joder, qué pereza!

No es que me desentienda. Que también. Es que me resulta sorprendente. Sí, ser perezoso no resta capacidad de sorpresa. Me sorprende la emoción, entusiasmo y energías volcadas en temas que, a mí, personalmente, me resultan huecos. Y si me piden posicionarme, tras una ristra de objeciones y peros, de críticas a la estulticia y a la pesadez, diré que, si alguien formulara la pregunta de "¿Cataluña puede ser una república independiente del Reino de España?" apoyaría que se hiciera. Y ojo, incido en el verbo. "Poder" no es querer. No siempre todo se logra ni consigue con el anhelo. También apoyaría el "¿España puede ser una república democrática y moderna?". Pero ya van dos quimeras.

Digo quimeras porque somos (todos) un país especialmente crítico con nosotros mismos en todo. Y cuando nos dejamos llevar por el orgullo, nos ponemos muy tontos. Y después solemos caer de nuevo en la sima cómoda de la ignorancia, del dejarse llevar y vivir. Y vaya, al final somos eso. Un país que malgasta energías en quimeras de cuando en cuando, y de cuando en cuando con estallidos de violencia intensos, aunque llevemos décadas más o menos tranquilos y sin ánimo de pillar un fusil y matar (exceptuando los asesinatos de ETA, FRAP, GRAPO y otras siglas o sin siglas). Será que tenemos más miedo a perder el Wi-Fi y la conexión 4G que el derecho a la huelga o a un salario mínimo digno, qué sé yo.

Voy a caer en tópicos. Qué pereza tener que explicar que lo de la "Unidad de España" o "El derecho a la independencia" son construcciones, relatos, falsedades que usamos para esconder el andamiaje real que conturba nuestra existencia. Vivimos además un mundo que no es el de hace ni dos décadas. Y no somos conscientes, porque muchos hemos fijado el ánimo y el espíritu en momentos anteriores, momentos diferentes. No sabemos ir al ritmo del río que todo lo traga y desmorona. El del tiempo, digo. Los torrentes arrastran y depositan nuevos sedimentos, trazan otros cauces, recortan colinas, derriban rocas que creíamos firmes. Y nos creemos que es la meada de un niño, a veces, porque queremos seguir viendo el mismo río y las mismas cosas. Pues no. Me da pereza explicar que en lo de Cataluña confluyen decenas de causas que nadie se ha parado a desmenuzar o mirar con detenimiento para buscar soluciones convenientes, y que enseguida se ha echado el muy castizo capote de torero agitando banderas rojigualdas contra otras rojiamarillas. Vaya, la Unidad, el Separatismo, la Unidad, el Separatismo...

Si algo me hace sentir "español" es, simplemente, la sensación de comunidad. Y oiga, hace mucho, muchísimo tiempo que ser "español" me resulta un accidente y una abstracción tan difuminada como ser "europeo". O "madrileño". O yo qué sé. El mundo siempre ha sido amplio, ancho, enorme, inabarcable en una vida. Y la comunidad de uno son aquellas personas que son amigos, sus amigos, sus pares, afines, cercanos. La comunidad son aquellos que tienden una mano y ayudan en momentos de necesidad, que te preguntan cómo estás y ponen de su parte para ayudarte. Comunidad limitada, claro. Ayudas a quienes conoces. Un amigo mío, que espero a estas alturas siga siéndolo a pesar de la distancia, me decía que en Cataluña se sentían huérfanos y abandonados por las izquierdas del resto de España. Y lo entiendo. Igual que entiendo a muchos que se llaman de izquierdas y han vivido con mucho mosqueo todo lo de Cataluña. Siempre intento ponerme (a veces fracaso) en el lugar de los otros. Por eso, hoy, con el comienzo del juicio, me pongo en el lugar de muchos de sus participantes, y, ¿qué siento? Todos indignados y frustrados, y con ganas de vindicación. Pero fuera de ese ruido creciente de teatro fragoroso, hay una mayoría, una gran mayoría, que por pereza, me temo, no sienten nada. Solamente distancia.

Cuando me dicen que la sanidad pública se está desmoronando (que pasa, lentamente) o que la educación pública está cada vez menos financiada (que ocurre, más rápidamente de lo que creemos) o que el país envejece en todos los sentidos (personas e infraestructuras) y que las perspectivas de futuro para la mayoría son poco halagüeñas, desconfío del que me saque rápidamente una banderita que dice solucionarlo todo. Me da igual que lleve lazo amarillo y sea estelada o que sea rojigualda y porte pulsera similar. Me da pereza que enarbole el discurso de la unión o el de la separación como soluciones. Porque la realidad es que hay un tablero de juego, muchas piezas y... Manos para moverlas. ¿Dónde las hemos movido o dejado que nos las muevan, quizá, por pereza?

Pues así estoy. Perezoso. Distante. Sin ganas de pelea. Porque, y ahí radica mi pereza, nadie ya enarbola un relato (más bello que cualquier bandera) que incluya las cosas que realmente me preocupan hoy, a mí y para mis hijos y para lo que considero mi comunidad. No hay ideas. No hay proyectos. Y me quedo con el punk; No Future.

En fin, puede que mi pereza sea producto del cinismo (filosófico, que todo hay que explicarlo), que algunos  calificarán de hipocresía y, otros, de relativismo. No sé. Pirrón de Elis me dice hoy que... "Suspende el juicio". Válido para interpretaciones de todo tipo, e incluso para películas de todo género.

Qué pereza todo, voto a tal, pels déus...

martes, 5 de febrero de 2019

Blas de Lezo y otros olvidos.

En 2005, un historiador colombiano llamado Pablo Victoria publicó un libro llamado "El día que España derrotó a Inglaterra", donde narraba la defensa de Cartagena de Indias por parte de Blas de Lezo frente a la flota del almirante Vernon. En mi caso, debo decir que me gustó el libro, porque añadía información a una inscripción que pude leer en una catedral cercana a Cambridge y que me generó mucha incertidumbre. "Aquí yace el almirante Edward Vernon, que conquistó todo lo conquistable de la América española". Una inscripción que no comprendía, máxime por las fechas (siglo XVIII) y la integridad que aún existía del Imperio español en manos borbónicas durante ese siglo. Así que el libro de Pablo Victoria resultó un hallazgo interesante y una reivindicación de uno de esos personajes que, habitualmente, enterramos en las cloacas de la memoria histórica.

Blas de Lezo quedó en el tintero hasta que hace unos años empezó a cobrar fuerza simbólica en las redes sociales. De pronto, se quería erigir una estatua suya mediante suscripción popular. De pronto, en las redes se quería "trolear" a los británicos votando su nombre para un buque inglés (y cerca estuvo...). De pronto, Blas de Lezo estaba hasta en la sopa, se haría un cómic, se escribió mucho sobre él, la gente le decía conocer como si fuera de la familia y muchos ámbitos concretos buscaron apropiarse de su imagen, su símbolo. Ámbitos de derecha, rancia, moderna, de conservadurismo, de nostalgia (¿Cómo se pudo pasar por alto su figura en los años de Cifesa y Juan de Orduña?) pero también de profesionales de la historia, de amantes de la misma, que ideologías aparte, proponían una rehabilitación de la memoria (toda ella) sin complejo ni vergüenzas. Hasta que, de pronto, un partido que ha dado su campanada recientemente abrió la boca para criticar (seña de identidad de cualquier buen derechista en España) al cine español, que todos sabemos está subvencionando las farras y fiestas de cuatro progres trasnochados y viciosos. Y un guionista, pillado en medio, sin mucho miramiento, cometió el error de responder con un adjetivo, además, pedante. "Demediado", calificó (sí, correctamente) a Blas de Lezo. También hubo quienes respondieron de otra manera. "Si se hiciera, sería con sus luces y sombras", o "Sufrió el olvido del Estado, como siempre". Pero lo primero fue lo que los (algunos) medios destacaron. Una boutade ignorante y tan infantil como la trampa tendida.

¿Importa al espectador medio actual la historia de Blas de Lezo? Pues no lo sé. ¿Importa la del Mariscal Antonio Gutiérrez de Otero, un natural de Aranda de Duero que derrotó dos veces a los británicos (Malvinas y Canarias) y que fue el artífice de que Nelson perdiera su brazo y no tomara las islas? Nelson tiene su columna inmensa frente al British Museum, mientras que Otero posee un busto sencillo frente a la iglesia de San Juan en Aranda. ¿Importan tantas y tantas historias perdidas, olvidadas, arrumbadas? Pues depende de quienes las rescaten, amen y deseen poner de nuevo en circulación, como siempre, por motivos de todo tipo. Homenaje, oportunismo, reivindicación, política...

La historia de España es rica en acontecimientos, en personajes y en sucesos de los que no hemos vuelto a hablar. Muchos, como en el confesionario, se quedan tras el susurro en los oídos del confesor, sea éste historiador o aficionado. Estamos contaminados, como no podía ser de otro modo, de un clima que se desarrolló durante décadas, sobre todo las últimas, en que España era una gloria maltratada por los envidiosos de fuera, donde el ejército era villano para el pueblo pero depositario de grandezas pasadas que no podía emular. Estamos influenciados por visiones que algunos recopilan en la llamada Leyenda Negra (nos han hablado de ella desde Julián Juderías hasta María Elvira Roca, pasando por Joseph Pérez) y en un sistema educativo donde la historia pasó de ser alcahueta de una ideología de glorias pasadas a una recopilación desnudada y aburrida de datos y fechas y nombres hilados por acontecimientos no muy explicados. Tenemos una historia, larga, intensa, divertida a veces, cruel, rica y plena. Así que, si hubiera dinero (que no lo hay) para una película de esas que llamamos "Históricas", me da lo mismo que la hagan sobre Lezo, sobre Otero, sobre Malaspina o Carrasco. Pero mientras se busca financiación y la gente se lanza a escribir guiones al gusto de quienes les retan, yo recomendaré, por cercano, por muchos motivos, un documental de mi amigo Rafael Nieto, "Historia política de una Carabela", donde se pueden rastrear algunos de los rasgos de nuestro querido país...


(Enlace)

https://www.youtube.com/watch?v=KJ7GtceJhug&vl=es

Disfrútenlo. Con poco dinero, se pueden hacer maravillas...

Un saludo,