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martes, 27 de febrero de 2018

Hitos.

La saga de reyes que viene de Francia tiene una curiosa forma de repetir o remedar la Historia. Si uno de ellos decidió, allá por 1923, en medio de un golpe de estado, favorecerlo (y permitir que un tal Primo del actual líder de un partido llegara al poder e impusiera una dictadura, copia del modelo italiano de entonces, pero a la manera castiza, como siempre) otro que nunca fue rey quiso unirse a quienes parecían podían hacerle rey (los carlistas, por su parte, fuerza importante, dijeron que nones) y uno que fue rey gracias a que se subordinó al espadón del siglo XX llamado Franco, Franco, Franco (ya saben, podemos hacer chistes sobre él porque no murió por terrorismo, al contrario que un tal Cart Driver White al que se aplica el principio de Heisenberg, esto es, te da incertidumbre si lo mencionas) favoreció o tonteó con otro golpe de estado pero sin ser consciente de que ya existía la radio, la tele y los satélites. Y el último de ellos, el más preparado (me sale eso de JASP, ¿alguien lo recuerda?) decidió seguir la corriente de quienes un día de ¡Oh! decidieron calificar aquella pantomima de, también, golpe de estado.

Qué devaluación de conceptos. Sobre golpes de estado, en España, sabemos bastante. Desde el siglo XIX y aquellas ruines decisiones de un monarca absolutamente incompetente (el peor, pero seguido de cerca por otros) llevamos ya ni se sabe. Tres guerras carlistas, sublevaciones de pretendientes, vaya, pero con trasfondo ideológico; una sublevación africanista; varios espadones que entraban en el Congreso de turno; proclamas de partidos varios que buscaban emular a los rusos; independencias de criollos... Es un largo camino de más de 200 años que demuestran algo curioso. Desde que la rama española de los reyes franceses (extinta allí a partir de 1793, aunque con rebrotes intermitentes en Luis XVIII y Carlos X) gobierna, España, sus posesiones, lo que sea que es, demuestra una alta capacidad de autodestrucción y degradación sin fondo. Pero es divertido comprobar cómo juegan ellos, actores sin tanto caché, con los acontecimientos. "Mi abuelo permitió un golpe de estado, yo no sé si debería... dudo... a ver, a ver..."

Más que hitos, parecen ataques de hipo. O eructos.

En todo caso, mi corazón fluye entre dos orillas y muchas incertidumbres. Pues compartir un republicanismo y un antimonarquismo (más en estos tiempos...) con posiciones que resultan luego ser recelosas de mi condición por mil motivos, me empuja atrás y me lleva a la más cómoda de espectador que no sabe aún qué bando escoger. Cómoda pero terrible, pues observar sin sentirse capaz de participar es duro. ¿Cuándo es el momento? ¿Con quién? ¿En qué supuestos?

En cualquier caso, tenemos una nueva cadena de hitos. No rapear, mejor come rape. No escribas, mejor hablas. No hables, mejor calla. No calles, mejor asiente como esclavo. No seas sólo un esclavo, empodérate como individuo. Ni siquiera. Desaparece, que somos muchos.

Un saludo,

martes, 13 de febrero de 2018

Espacios seguros.

Últimamente, por diversos motivos, escucho y veo miedo reproducido en diferentes ámbitos. Miedo a la diferencia, a encajar, a luchar en un ambiente que tememos, a recibir por tanto hostias de todo tipo, violencias de todo tipo, humillaciones o dolor. 

Es comprensible en el ser humano querer evitar lo que nos hace daño. Es instinto de supervivencia, claro está. Pero desde tiempos ancestrales, quien no se enfrentaba a sus miedos acababa postergado allá en la sociedad que perteneciera. Somos sociales, algo que reivindicaba Aristóteles antes que yo, y por eso no podemos huir de la propia sociedad aunque creamos que hay maneras. Y las hay.

Los espacios seguros son muchos. Desde el carril bici que aparta en corralitos a los ciclistas miedosos de la calzada hasta los blablacar para sólo mujeres, o esa especie de habitaciones del pánico en ciertas universidades estadounidenses, pasando por los Clubs de "sólo..." o las organizaciones que te permiten ir de viaje sin mirar nada que pueda alterarte. 

Empiezo con los carriles bici, ya que es lo primero que he mencionado. Se quieren hacer para eliminar el miedo del ciclista a ser arrollado en la calzada por un autobús, un taxi o un mandanga del volante. Entiendo el miedo y la prevención, pero es un sistema que te enclaustra e impide moverte con tu bici libremente. Seguridad contra libertad. La libertad siempre conlleva lo mismo; riesgo. Y aceptar ese riesgo es la base de toda responsabilidad. Independientemente de las culpas. Mi libertad de circulación compartiendo las calzadas con vehículos motores conlleva el riesgo de accidentes por cómo se comporten otros conductores, pero es mi responsabilidad moverme de manera que pueda evitar al máximo esos accidentes y sabiendo que el azar o las variables fuera de mi control son eso, cuestiones que no controlo. Prefiero usar las vías más extendidas (calzadas) por cuestión práctica pero también ideológica; soy un vehículo en la calzada, y creo que puedo ejemplificar contra los demás vehículos motores la posibilidad real de usar un medio de transporte que no contamine y que además sea sano y cordial. Espacio seguro 0, libertad con consecuencias positiva, 1.

Sigo con los "espacios seguros" de mujeres que están extendiéndose, tan similares a los clubs de caballeros que aún perviven (en Londres, hace poco, leímos sobre uno de ellos...) y que son, a fin de cuentas, una segregación tan clara como el Muro de Berlín o los muros de Belfast. Separar para que lo homogéneo no entre en conflicto con lo extraño, lo contaminante. Un poco de racismo, vaya. Leo noticias como que Blablacar permite viajes de sólo mujeres. Es una compañía privada y por tanto, nada que decir al respecto. Si hay mujeres que prefieren eso (como hay personas que quieren los vagones silenciosos del tren para evitar niños ruidosos, esos salvajes que nos recuerdan la alegría de la espontaneidad perdida, maleducados de móvil en ristre y alto y otras execrables muestras de humanidad innecesariamente ruidosa) por mi parte, nada que objetar. Creo que son como los ciclistas miedosos, que creen que están más seguros en el carril bici, pero limitan tanto sus opciones que prefieren coartar su libertad a favor de su (presunta) seguridad. Espacio seguro 1, libertad 0.

Pero (ay, los peros...) me pregunto... ¿Es necesaria un aula donde no se hable de "Huckleberry Finn" por sus racismos varios? ¿Un museo que descuelgue obras de autores como Balthus, Egon Schiele o Waterhouse? ¿Lecturas que no incluyan "Lolita" y otras "aberraciones? Me pregunto cómo considerarán ahora aquel libro de Apollinaire de "Las once mil vergas". O el de Pierre Loüys de "Díalogos de las cortesanas". Ni hablemos de Woody Allen, o el maldito Roman Polansky. 

En la hipótesis de Godwin, una conversación se acaba cuando se compara todo con el nazismo. Pero es que debo decir que me da igual nazis, fascistas, intolerantes de toda laya (esos comunistas estalinistas, que levanten la mano) y censores que, por su miedo, buscan imponer una visión más plana del mundo a los demás. Igual que cualquier ciclista que elija el carril bici lo haga por el miedo y exija además esos carriles bici, en lugar de aprovechar una vía que ya existe amplia y extendida como la de las calzadas de vehículos motores, la mujer que elige el Blablacar de sólo mujeres o pide que en los museos no se vea una "Dánae recibiendo la lluvia dorada" de Tiziano o la "Niña leyendo" de Balthus o los coños de Schiele o el del famoso "Origen del mundo" de Courbet, o incluso los fascinus o falos romanos por eso de que son pollas que agreden, o que no quiere que exista "Lolita" (yo dudo en decir que sobre algún libro en el mundo...) o que la clase de su profesor le ha agredido y necesita terapia, lo hace siempre motivada por algo más triste que la seguridad; el miedo a lo diferente y a enfrentarse a ello.

Virgine Despentes, en "Teoría King Kong", defiende eso que Paglia (denostada en muchos círculos feministas porque se le considera hace el juego al patriarcado) decía de "¿Por qué no tenemos derecho a salir por la noche y correr el riesgo, sí, de ser violadas, pero tener la libertad de salir como los hombres a divertirnos?" Quizá se aproxima al "derecho a ser importunadas" de Catherine Deneuve, y a eso de que, en sociedad, toda relación implica un riesgo. De nuevo el miedo. 

No existen espacios seguros, señoras y señores. La naturaleza lo demuestra, por más que haya madrigueras, huecos de árbol, cuevas y nidos, grietas en las rocas y otras similares. En sociedad, ese constructo humano, lo más cercano a un espacio seguro es encerrarse en una búnker subterráneo y esperar que no nos quedemos sin comida ni oxígeno. Entiendo la violencia a la que una mujer se enfrenta y que es diferente a la de un hombre por su sexualización y lo que conlleva. Pero mi duda es, ¿segregar no implica diferenciar, no igualar, atemorizar, jerarquizar, y, sobre todo, crear misterio donde no debería haber más que información?

Libertad o seguridad. El punto medio es, siempre, el mismo. Educación. Eduquemos a los niños en el respeto y moderación y un trato igual y correcto con todos los demás. Con todas las demás. Eduquemos a las niñas en el respeto y un trato igual y correcto con todas las demás, con todos los demás. A ser ambos asertivos y reconocer qué es el dolor, qué hace daño, qué es negativo, evitando que lo sufran y que lo inflijan. No dejarse arrastrar por los demás en esa carrera de integración que puede traumatizar (sigo siempre pensando en la famosa secuencia del gato en "Léolo") y ejercitar al individuo como una persona que puede lograr felicidad sin hacer daño, ni a sí mismo ni a los demás. Lo de "empoderar", que me suena fatal (lo siento, leo o escucho esa palabra y pienso en un filete empanado...) es realmente educar. Educar para ser. Para vivir.

Los espacios seguros ahondan en el foso que separa los castillos, aumenta sus muros, eleva las almenas, oscurece las troneras y las torres. Genera la idea de que existe realmente una diferencia, alimentando los tópicos más y más. Sí, hay que reconocer las diferencias (entre sexos, la biología es así, como sabe bien Loreta y su ausencia de matriz... de lo que ni los romanos tienen culpa) y conociéndolas, aceptarlas y tratarlas correctamente. ¿Cómo? Día a día. Educando. Aprendiendo. Pero lo contrario es, para mí, matar la libertad a cambio de unas migajas falsas de seguridad. 

El miedo guía siempre los actos más viles. No es filosofía Star Wars, pero se le parece. El miedo al judío (¿Cuántos progromos y demás llevan desde hace cientos de años? Y la acusación más constante que se les hace es... que no se integran...) o al gitano, o al extranjero, o al de otro color, extendido ahora al miedo al otro sexo (todo hombre como potencial violador, abusón, corruptor de menores, violento maltratador, es una construcción de características que no difiere mucho de la del judío avaro, ladrón, comeniños, o del gitano ladrón, violento, malcarado, o el extranjero que abusa de nuestras bondades, o el negro concupiscente y lascivo, o el vietnamita que sólo vale para cavar zanjas en la Gran Guerra pero ni se acerque a las mujeres, o...)  provoca siempre lo mismo. Reacciones extremas y dolorosas. Está bien que las culpas se repartan, pero la responsabilidad de nuestras vidas, de nuestra felicidad, recae, más bien, en nosotros mismos. Y ser mujer implica muchas responsabilidades motivadas por la biología y la construcción social, igual que en los hombres. Pero en todo caso, todo, siempre, tiene un camino para aplacar esa falsa creencia de que todo es determinismo genético; educación. Que también es falso creer que todo es determinismo cultural, y para eso tenemos que conocernos como somos; biología.

El término medio, eso que Aristóteles (misógino, como griego de su época) definía como lo indefinible y casi relativo, pues el atleta profesional Milón come diez libras de pollo mientras que un principiante con media libra va que chuta... y ambos alcanzan esa virtud igualmente por medios diferentes. Conociendo, todo eso es posible... quiero creer.

En fin, regresemos a ese espacio inseguro que llamamos, acertadamente, vida. Y lo demás, como dice Harari, es pura invención...

Un saludo,