Buscar dentro de este batiburrillo

martes, 5 de agosto de 2008

Olímpico desprecio

Es interesante ver cómo cambian los tiempos. El barón Coubertín o cualquiera de los miembros de aquellas Polis que competían entre sí para ver quién corría más o peleaba mejor buscaban ambos lo mismo; reconocimiento, superación, demostración de lo que el esfuerzo podía lograr... y entonces llegó agosto de 2008. Las olimpiadas de China.

Muchos juegos han tenido polémica, y la mayor de todas, siempre, ha sido la del boicot. Ha planeado en muchas ocasiones, por motivos diversos (ideológicos, raciales) y siempre hubo juegos (excepto en las guerras mundiales) aunque tuvieran en muchos casos resultados diversos, favorables o adversos. Incluso hubo países que no fueron a algunos juegos, como aquel famoso desplante de los EEUU a la entonces URSS, desprecio absoluto y prepotente, pero que no canceló esos juegos.

Berlín, verano de 1936. En España nos estamos matando por ver quién lleva más la razón; en Etiopía, la Italia fascista está siendo humillada; en los EEUU, la Depresión está intentando ser atajada con el socialismo real de Rooslvelt; y Leni Riefenstahl prepara kilómetros de película para plasmar un documental heróico, muy al gusto de la Alemania de entonces. Lo curioso es que los recelos ante un dictador como Hitler no están tan arraigados como pensamos, y las críticas son mínimas, incluso desde grandes figuras. Se le respeta, se le conceden honores, se le califica de hombre del siglo... y la Alemania que va nacificándose con sus campos de concentración (Weyler en Cuba abrió camino) aun no arrastra sus Panzer por Europa, si no sus raciales y bellos arios competidores. Y no parece que nadie quiera discutir por no ir a un país que abandonó la Sociedad de Naciones, que maltrata a los judíos legalmente, que tiene doctrinas consideradas neutras ante otros peligros mayores, como el comunismo. La Alemania nazi de Hitler, el Berlín de 1936, será escenario de unos juegos olímpicos. Y vaya fastuosidad, propia del gusto monumental de los dictadores, autócratas y déspotas...

Pekín, verano de 2008. En España nos seguimos insultando y machacando por ver quién lleva más la razón; en África mueren de Sida millones al año; en los EEUU se vive un momento de nacificación modernizada; y Leni Riefenstahl ha muerto hace ya unos cuantos años tras vivir como una centenaria, heroicamente. Lo curioso es que el Partido Comunista importa menos que la potencia económica de China, las críticas, aunque muy extendidas por todo el mundo, no las hacen los estadistas ni los gobiernos. Se respeta al gigante asiático, se le permite censurar internet con la ayuda del Santo Google y Microsoft, se les deja seguir con sus campos de reeducación, se sigue permitiendo la pena de muerte arbitraria y el ejercicio del poder de una oligarquía que en vez de un gran emperador posee varios (El politburó a la china) y se admite que reprima la religión, las ideas y la manera de vivir de sus ciudadanos (o siervos) sin que eso implique más que sonrisas, apretones de mano y miradas a otro lado, al tiempo que se oprime a diversos grupos por no aceptar el monolito político. Porque China mueve millones, no solamente de personas (una fuerza demográfica bestial, aunque en el peor sentido de la palabra) si no de mercancías, de productos (aunque sean de calidad ínfima, producidos en condiciones que ni siquiera son tan malas como las del Londres descrito por Jack London de inicios del siglo XX o la masiva industrialización de otros países, y aunque eso produzca el empobrecimiento de millones a lo largo del planeta, aparte de proseguir a mayor y peor escala el arrase y menoscabamiento del planeta) y, por tanto, es el pozo de avaricia, de ambición, de suculentos beneficios que todos desean. ¿A cambio de unos miserables juegos olímpicos, que ya también son siempre negocio y apenas demostración de nada? pues sí, vendamos baratos los conceptos. ¡Es época de saldos!

Los autócratas, déspotas y tiranos que rigen China podrán seguir mirando, desde sus tacones de botines occidentales de gran tamaño, por encima del hombro a los occidentales. Igual de patéticos y de remilgados en la sumisión, hasta el punto que dan lástima y asco, son de jactanciosos, engreídos, vanidosos y creídos cuando tienen certeza o idea de poseer la sartén por el mango. Y con ella, a freir espárragos todo aquello que pudiera significar la antorcha olímpica, salvo el olímpico desprecio, naturalmente, a todos los valores que el mundo occidental, mal que bien, ha ido tejiendo durante varios siglos.

Yo veré, seguramente, el baloncesto de los juegos, y también sentiré un cierto orgullo si mis compatriotas logran medalla. También sentiré orgullo de los atletas que logren triunfos merecidos, sean de donde sean, si es honesta la victoria. Pero me negaré al resto, pues es mi minúscula manera de boicotear estos juegos. La verdad, he sido a ratos epicúreo en mi vida, muy escéptico casi siempre y ahora, últimamente, cínico. Serán los tiempos sin valores que poseemos, ¿o será que los tiempos siempre tienen valores pero los solemos olvidar?

Un saludo,