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lunes, 5 de marzo de 2018

Ante la huelga del 8 de marzo.

La proclama es clara. No va de hombres. Va de mujeres ("lesbianas, trans, bisexuales, inter, queer, hetero", aunque veo que se diferencia entre sexo y orientación sexual, o género según genitalidad...) y las reivindicaciones que son únicas para ellas y, en muchos casos, contra los hombres ("Llamamos a la rebeldía y a la lucha ante la alianza entre el patriarcado y el capitalismo que nos quiere dóciles, sumisas y calladas", que aunque parezcan entelequias, se suponen conformadas por, principalmente, hombres -el uso del género masculino además, delata claramente el interés connotativo en destacar tal condición- y aquellas acólitas o colaboracionistas que se presten) por más que se quiera cuadrar un círculo donde se hable de igualdad pero, al mismo tiempo, de desequilibrio.

Esta lectura puede parecer simplista, pero es la que más está llegando a muchas personas a las que escucho o leo. Hay estupefacción por el rechazo a tener hombres en la misma (de hecho, leo múltiples opciones de integrarles, pero en general, la idea es "ignorar" su existencia al respecto) y ante muchas aparentes incongruencias. Se quiere enfrentamiento pero sin que exista ese enfrentamiento. Se desea igualdad pero sin contar con la otra parte, pues se considera "el otro" enemigo, sordo y por tanto, incapaz de poderse contar con él (profecía autocumplida) Se considera, en el fondo, que el hombre, activa o pasivamente, se perpetúa en una situación privilegiada ante la mujer de manera que no desea soltar su "poltrona". Un clásico. Nunca se hace nada contra una entelequia, se hace contra alguien concreto (huelga contra los patrones, huelga contra los políticos, manifestación contra un grupo terrorista, manifestación contra un país, contra personas, contra gente mayor que copa puestos, contra extranjeros que invaden...) 

Si revisamos el lenguaje, no es inclusivo, aunque lo parezca. Se establece la consabida línea de "nosotras y ellos" (uso el género deliberadamente) para así establecer un "quiénes somos" frente a los "enemigos". No es nuevo. Y apelar a la emoción es esencial. Sin emoción no se mueve nada. Sabemos, por la neurociencia, que las decisiones se toman en gran medida por emociones a las que luego se revisten con un relato lógico que las haga aceptables (Bechara y Damasio, entre otros) y que el peso de imágenes, palabras e impactos concretos pesan más que la lenta deliberación y la reflexión. La única inclusión que se hace es dentro de la entelequia "mujer", que es biología, pero tratan de dotar de diversidad (igual que hay mujeres lesbianas, hay hombres homosexuales, inter o bi o queer o hetero o trans; igual que hay mujeres payas, gitanas, supongo que olvidamos a las gentiles y las hebreas, migradas o racializadas, hay hombres payos, gitanos, gentiles o hebreos, migrados o racializados...) siempre que se considere mujer. Es la intersección de la transversalidad. Nosotras, no ellos.

¿Existe un "Patriarcado"? Sí. No sé si con ese nombre concreto, no sé si añadiendo el "hetero", que ya es normativo, no sé si desde siempre o menos. Pero existen poderes, claro que sí. Desde la sedentarización, además, también existe el "Capitalismo". En el momento en que el cazador-recolector deja de moverse libremente y plantear su horizonte en cualquier sitio, para recluirse en territorios y hogares cerrados para cultivar sus tierras, convirtiendo esos territorios en algo parcelado y hereditario, aparece el "Capitalismo". Igual que sus rudimentos ya se muestran en los intercambios de grupos humanos ( no usaré "homo" porque más de uno se confundirá...) la realidad es que llevamos viviendo en un sistema capitalista desde siempre. Un sistema apoyado, además, en la violencia, violencia que, casi en estado de monopolio, ejerce el hombre, ejecutada desde la perspectiva de un género masculino. Un sistema donde el poder es, mayormente, de los hombres, no del hombre.

¿Implica la existencia o persistencia de algo su legitimidad? Creo que no, pero sí expone que son modelos de funcionamiento que han pervivido largo tiempo. Y que, como todo mecanismo en marcha, desea sobrevivir. El capitalismo ya no necesita, desde hace tiempo, de los humanos para ser una realidad. Es, independientemente de los grupos humanos. Que luego existan variantes que rechazamos, es otra cuestión. Como las raíces o mohos que crecen en algunos vegetales, es sano cortar y quedarnos con la patata, la zanahoria, la calabaza o lo que sea.

Así pues, tenemos al "(hetero)Patriarcado" y al "Capitalismo" como dos de las grandes entelequias a las que consideran enemigos y piden rebeldía y lucha contra ellos. Pero implícitamente se identifica a tales enemigos (recordemos, entelequias) como formados por hombres (y sus acólitas) principalmente.

Por tanto, como hombre (sexual, biológicamente y como identidad de género) mi pregunta es, ¿qué postura debo adoptar al ser identificado como un enemigo al que, en una pirueta, se pide colaboración para derrocar un "poder" en el que no tengo voz ni mando?

Desde el punto de vista clásico, binario, de un hombre (recuerdo, sexual, biológicamente y como identidad de género) se supone que debo defender una postura de privilegio, de status quo que funciona (participe o no de ella, puesto que está la potencialidad de participar; como en la corrupción, se permite si pienso que yo, un día, puedo beneficiarme de ella...) Si apelan a que no defienda esa postura, la argumentación utilizada no me hace sentir cómodo al identificarme como el enemigo por activa o pasiva. Por comparar, es como cuando el independentismo y el nacionalismo catalán apeló a la simpatía de la izquierda del resto de España y se enfadó al ver a una gran mayoría de la izquierda (real o presunta) rechazar esa simpatía (Coscubiela et al) considerándolos por tanto enemigos. La persuasión más que la confrontación, creo, ha dado siempre más frutos porque implica colaboración y no enfrentamiento.

Los argumentos dados en el manifiesto son, mayormente, compartidos por mi parte. El ejercicio de la violencia masculina es real. La discriminación es cierta. La invisibilidad de muchas mujeres, completa. La relevancia de su trabajo no remunerado, la trampa de la doble jornada (laboral y de hogar) y el cierre al acceso a puestos relevantes, absolutamente cierto. La pobreza, por aquello de que ninguna mujer ha podido heredar y obtener rentas desde la sedentarización (12000 años más o menos... hasta hace poco) es verdad. Las diferencias educativas, de oportunidad y accesos, una completa realidad hasta hace pocas décadas. ¿Por qué, entonces, me hacen sentir identificado como el enemigo a batir, en lugar del compañero a cuya solidaridad se ha de apelar?

Quizá sea emocional. Quizá intuyo la pérdida de esos privilegios, sean cuales sean, y que, sin embargo, en mi situación actual y pasada, no he sentido nunca que tuviera. Quizá pienso que viene un cambio, un "turning point" o "new tide" (no en vano, estamos hablando ya del feminismo de cuarta ola, como se indica en este artículo de El País) que siempre implica recolocarse ante los nuevos poderes. Quizá sea, por otro lado, que siempre, siempre, una lucha implica dos bandos, y que si no te posicionas en uno, te posicionan en el que se decida, pues la neutralidad (salvo si eres Suiza, estás armado hasta los dientes y puedes derretir los glaciares para convertir tu propio país en un inmenso lago...) se ve como una posición cobarde, o incluso peor, como el recordatorio de que hay alternativas a tomar posición beligerante. Y eso último es doloroso, porque implica mirarse a uno mismo y pensar si ese es el modo de tomar parte en el conflicto...

Por mi parte, dudo qué hacer el jueves. Me he planteado llevarme a mi hija al trabajo y pasar así el día, dejando al mayor en el colegio (supongo que, si me da tiempo, con una camiseta morada) pero me puede una cuestión más importante; el bienestar de mi enana. Y en algo sí soy beligerante; usar a los niños, como sea, para lo que sea, donde sea, me provoca una retahíla de sentimientos contrarios, negativos, violentos incluso... Llámenlo instinto de especie, ese homo que somos, primates, mamíferos.

Un saludo,