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martes, 13 de agosto de 2013

¿Eres padre? sufrirás... ¿y por qué, cojones, por qué?

Llevo un mes flipando con ciertas personas a mi alrededor. Saben que soy padre, y, quitando comentarios de gente que no conozco de nada, sobre si es mi hijo o no (cuando lo saco a pasear solo) u otras impertinencias, es en el trabajo donde más harto estoy acabando de determinados comentarios y actitudes. No únicamente en el trabajo, también entre personas de mi vecindario, pero sobre todo, allí.

Tengo por compañeras a unas 40 mujeres de unos 55 años de media (sí, solamente hay otros 3 hombres y más o menos la misma media) y, por supuesto, todas madres. Todas. Y es inevitable, en los trabajos, compartir un rato de asueto, ya en la máquina del café, ya en el pasillo, al entrar o salir, yendo al desayuno, o en la inevitable tarde que en su infinita sabiduría los políticos nos impusieron porque somos "vagos", donde hay que comer en la oficina.

Es curioso que, desde que soy padre (bueno, y antes cuando sabían que iba a serlo) me mortifica todo el mundo con un "Ufff... la que te espera... uff... y ahora va bien, pero luego... uff... las vas a pasar canutas... uff... duerme ahora porque luego... uff..." y tengo ese "ufff" clavado. En la columna vertebral, no sé exactamente dónde. Y claro, no puedo evitar responder, en algún momento en el que renuncio a toda corrección social... ¡¡Y entonces para qué tuviste hijos!!

Parto de la base que la madre sufre al inicio más que el padre. Mucho más. Interminables jornadas de lactancia (si esa es la decisión tomada) que hacen de la madre una esclava lechera al servicio de su hijo. Que duerme peor, come peor, apenas sí tiene tiempo para sí misma, y está constantemente agotada. Lo sé bien. Y cuando comento algo así, de pronto, las miradas convergen en mí y hay un silencio seguido de ese "Ufff"... no estallo por decoro.

Sí, seguro que pasaré tardes/noches en Urgencias por un simple moquillo mal quitado. Sí, seguro que me arrancaré los oídos cuando llore por un cólico sin parar horas y horas. Sí, seguro que iré al trabajo ojeroso, macilento y despistado por una mala noche. Sí, mil cosas más. Sí. Pero en lugar de asustar, amedrentar, mortificarme con estas cosas, ¿nadie cuenta los buenos momentos?

Mi hijo, Daniel, apenas tiene ahora 2 meses. Es un cachorro, un animalillo, una cría. Pero cuando me mira, cuando gira la cabeza, cuando duerme sobre mi pecho, cuando le veo practicar muecas de todo tipo que preludian una sonrisa, cuando hace ruiditos, cuando se tira un pedo, ya siento algo. Siento la probabilidad, el futuro, la esperanza, el largo camino que va a recorrer y que, por más que yo lo intente, no será para nada mi camino, ni el de ningún otro. Será el suyo. La responsabilidad que he adquirido es relativa; sí, darle cobijo, alimento y cariño, una educación, unas herramientas para desenvolverse. Pero la mayor de todas, la vida, es suya. Y eso es tremendo. Es abisal. Hay un futuro, hay un mundo de infinitas posibilidades que irán estrangulándose año a año, hay promesa. Hay esperanza. Y de eso, nadie habla. Nadie. Todo son quejas, mocos, fiebres, llantos, malas palabras, gestos... porque, intuyo, muchos piensan que si su hijo no hace exactamente lo que esperan de él, se sentirán agotados. Si se mueve a la derecha en lugar de a la izquierda, sentirán frustración y la corrección les agotará. Si dice "dada" en lugar de "papa", crispados tratarán de que diga bien la palabra con horas de exhaustiva repetición. Y... entonces, una labor que yo pienso es más gratificante, se convierte en alienante, granítica, pesada.

Me equivocaré, seguro. Pero estoy harto, cansado del "ufff..." y de muchas otras cosas. Que si tener un hijo solo es más agotador que dos, porque con dos se entretienen uno al otro. Ah, vale, y ya puestos, ¿por qué no atar al niño a la cama, por comodidad paterna? ¿y ponerle tapones en el culo para que cague cuando queramos nosotros? ¿o incluso un chip prodigioso manejado con nuestro iPad?...

Si me ves en la calle, no me digas "Uff". No me cuentes lo peor de esto de ser padre. No me jodas con la cantinela de dramas, trifulcas, putadas y desesperaciones. Las intuyo, las conozco porque yo también fui niño. Y, de verdad, ¿hay algo peor que una noche sin dormir? ¿que un plato sin terminar? Se me ocurren cien cosas en un relámpago. En lugar de eso, cuéntame cómo fue la primera sonrisa. Cómo la primera sílaba que parecía una palabra corta. Cómo la primera vez que sostuvo la cabeza y te miró. Cómo el coger y soltar algo con sus manos. El primer día de guarde o de cole, miedos, ansia y nervios, y luego descubrir que los niños saben adaptarse más que nosotros a todo. Los redescubrimientos que haces con tu hijo. El placer oculto y culpable de comerte los restos de su bollo y sentir que eres como él otra vez.

Pequeño, inocente, lleno de futuro. Eso merece algo diferente al "Ufff". Quizá, no sé, algo tipo... "¡Guau! vas a flipar con eso de ser padre. Sí, se sufre... pero las recompensas son... y no es solamente biología, tío. Es más. Mucho más."

Y, desde luego, quien tiene hijos puede no querer más. Quien no los tiene, puede no desearlos  o no poder tenerlos. Y cada uno es diferente. Cada uno puede albergar propósitos dispares. Un hijo que sea mejor que él, o peor y manejable, o un futuro genocida líder mundial. 

Yo tengo esperanzas... pero no las voy a contar. Son, como mi pequeño, pueriles. Y por tanto, muy serias.

Un saludo,

viernes, 9 de agosto de 2013

Sentado en mi hamaca, viendo el hongo nuclear...

¡Dong! Un poste golpea la campana.
¡Dong! En Hiroshima, donde cada 6 de agosto rememoran, con un trasfondo de mar limpio y un edificio ruinoso superviviente, el lanzamiento de la primera bomba atómica.
¡Dong! Mientras, en Fukushima, el mar recibe vertidos radioactivos. Está lejos, casi en la otra punta de la gran isla de Japón.

¡Dong! En los años 70, Supertramp saca un disco llamado "Crisis? What Crisis?". Lo más llamativo, la portada.
¡Dong! Un tipo sentado en su silla plegable playera, con toalla, sombrilla y cóctel, en bañador. De fondo, fábricas echando humo, vertederos, suciedad, grúas, piedras ennegrecidas de petróleo.
¡Dong! El fulano lleva gafas de sol, cruza las manos sobre la tripa, blanca. 

¡Ping! Entonces veo reflejadas en sus gafas un hongo nuclear. El de Hiroshima, puede ser. O Nagasaki, que nunca lo mencionan tanto. O las pruebas nucleares del Pacífico. Tanto da.
¡Pong! Es nuevo, diferente, etéreo. Sale desde los bancos y expande su radioactividad por doquier, a casas, pisos, chalets, urbanizaciones, ciudades, comarcas...
¡Ping! Lo conforman sustancias del tamaño de un guisante machacado, como la niebla londinense de río, como un puré de patatas mal pasado. Y parecen monedas...
¡Pong! Una vez que ha recorrido mundo, queda suspendido en el aire, flotando con maligna pesadez. Y abajo, sentado en mi hamaca, tras haber visto el hongo nuclear, espero. Esperamos. Esperan.

¡Ding-Dong! No sabía que la muerte había cambiado la guadaña por un smartphone, y la túnica raida por un Adolfo Domínguez negro y corbata de seda. Yo seguiré siendo de bermuda y chancla...

Un saludo,