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jueves, 31 de enero de 2008

Vienen cambios...

La vida es eterno devenir, o eso pensaban algunos griegos. Tambien constante cambio, dicho de manera más clara. O no, según el filósofo que consultemos. En general, yo creo que la vida se debate entre el cambio y la calma, entre el movimiento y la quietud. Yo ahora estoy inmerso en la fase de movimiento.

Mañana inicio un nuevo trabajo, que teóricamente es para toda la vida. Esto es, soy funcionario de carrera, o más específicamente, estatutario fijo. Pero no contento con éste cambio, también estoy buscando un nuevo coche, dado que el mío ya está dejándome de dar alegrías para darme solamente disgustos en forma de averías. Y para rizar el rizo, antes del verano, espero, cambiaré también de casa.

Tres ces que son las de muchas personas; curro, coche y casa. Todo al cambiar de década (estoy en los treinta) y manteniendo lo único que me va dando alegrías continuadas, a veces, incluso, grandes alegrías. Ella sabe a qué me refiero...

Los cambios estresan. Los cambios modifican comportamientos, hábitos, rutinas. Siendo como soy persona inquieta, nunca he tenido una estabilidad salvo ciertas atípicas, y si bien tengo algunas cuestiones asentadas, no las considero eternas e inmutables. Todo cambia, nada permanece, salvo la muerte... y la nada en que no existimos antes de nacer, incluso, antes de ser.

Accidentes aristotélicos, ondas concéntricas de una piedra tirada al estanque quieto y corrupto... cambios, inmutabilidad falsa, quietud incierta, todo se modifica, todo varía, nada permanece. Y la esencia de aquello que queda, suele ser siempre ligera, imperceptiblemente diferente. Nunca un segundo es igual al anterior, a pesar del tic-tac del reloj y la mosca que se da contra el cristal en tediosas mañanas de lunes. Yo, simplemente, afronto algunos cambios de consumo, de adquisición, que me cambiarán en cuanto a comodidad para la vida, creo, y poco más. Y quién sabe si éstos cambios, como suele ser, no serán base de estabilidad y por tanto inicio de otros después...

Un saludo,

miércoles, 23 de enero de 2008

Todos odiamos algo

Voy en Metro y descubro que los viejos macarrillas de los años 80 que iban con un "loro" sobre la chepa, un mamotreto de radio, han cambiado por inmigrantes de cara orgullosa, estética yanki y desafío en la mirada con móviles de última generación que escupen a las siete de la mañana o a cualquier hora bachata tan inmunda como aquella otra música de los macarrones de la movida.

Y el Metro depara otras conductas interesantes. Gente que no se lava, gente que no cede el asiento, gente que escucha conversaciones ajenas, gente que se comporta como monos... el Metro como submundo madrileño en el que se revuelve la hez de cierta sociedad maleducada.

Pero salgo a la calle. ¿Qué vemos? Gente que no respeta el paso de cebra y cruza por donde quiere, coches que no paran ante el paso de cebra, ni el semáforo, personas que escupen o tiran papeles, colillas, envoltorios, cualquier cosa al suelo. Golpes al pasar por aglomeraciones, y lo peor de Madrid y casi cualquier ciudad de España; las colas.

No existe idea de cola en España. Existe el pensamiento de que ponerse en una fila es momentáneo, provisional, porque puedes tener a un conocido delante, o delante de nosotros puede abrirse un mostrador o sitio al que correr antes que los demás, o si es distraido el de delante, sortearlo y colarte... y el colmo de los colmos, el pedir "la vez" para luego irse a otro sitio y coleccionar "veces" en otras filas, sobre todo del mercado. Muy castizo, eso. Entiendo que una persona mayor en un lugar donde puede sentarse solicite la vez para descansar, pero no así en el mercado y otros lugares.

Y del tráfico... decir que Nápoles es la única ciudad que condensa mi horror al automóvil. Que aparte, por lo visto, está Pekín, o China en general. Pero es cierto que, siendo otros lugares peores, en España se conduce, generalmente, mal. Pero con esa mezcla de victimismo y macarrería del sujeto que busca pícaramente avanzar diez metros más que el otro... para toparse con un semáforo. Un vendedor de coches me ha comentado que él los llama, a cierto tipo de conductores, los "azufrados". Van oliendo a azufre... con razón. Los encabronados son otra raza; los maleducados, la más numerosa; los machistas, algunos ya silenciosos o silenciados (pero no educados) mayoría en la carretera. El coche, personalmente, es para mí como el microondas o la lavadora, un electrodoméstico más. Pero para muchos otros, por desgracia, es prueba de virilidad o logro vital...

El país del "pilla-pilla", expresión que copio de mi hermano, del que con picardías trata de ponerse por encima de los demás, es éste. Tampoco me voy a poner a denigrarnos colectivamente, porque fuera hay otros muchos vicios y defectos comunes. Pero sí es cierto que todos odiamos algo; yo, personalmente, odio entre otras cosas las que describo.

Un saludo,

lunes, 21 de enero de 2008

Absoluta vergüenza

Juego mi tercer o cuarto partido "oficial" en ayuntamiento, el domingo. A las 18.30, horario maldito para los futboleros pues hay un partido del Atlético de Madrid y el otro Madrid, el Real. Toca jugársela contra los segundos, siendo nosotros terceros. Hay opciones, aunque los primeros van de largo y no hay mucho que rascar.

Antes de comenzar, me comentan que el árbitro que nos toca el anterior partido hizo unas cuantas cosas inauditas, como detener el juego para contestar a su móvil, pitar técnica por levantar las manos en defensa o mandar la prórroga en dos partes de 2,5 minutos. Exageraciones de mis compañeros, pienso. Todos siempre nos quejamos del árbitro. Pero es que ese partido se ganó... y a pesar de ello, se quejaron del árbitro.

Comenzamos. Nos endosan un parcial espectacular de 18 a 1 en el primer cuarto. Corren bien, contraatacan, cortan, tiran con mano... el árbitro no pita ni una sola violación de pasos, y de faltas, no existen las de ataque. Ni en el rebote. La cosa no va bien. La auxiliar de mesa, mientras, desganada, ni me da el tiempo y tanteo. Pasa de todo.

Y llega el comienzo del fin. Segundo cuarto, estamos defendiendo en 3-2, logramos detener la sangría, remontamos algo, y Pepe hace una falta. Con balón muerto, pido cambio rápido en la mesa; ésta no avisa al árbitro, éste mira y se encoge de hombros y sigue el juego ¡con 4 en mi equipo! intento saltar y no me deja, ni a Pepe volver, grito, pataleo, me quejo, y mientras mis compañeros se desgañitan tratando de llamar la atención al árbitro, nos hacen un 6-0. Harto de quejarme, viene el árbitro a la mesa, ésta se levanta y se queja de que la llame "poco profesional, inepta, maleducada" y otras lindezas que nunca llegan al insulto soez. El árbitro, con tono chulesco, hace lo que nunca he visto hacer a otro, ni a mí mismo (he pitado casi 8 años, he estado con todo tipo de gente... he vivido y sufrido insultos muy graves... incluso intentos de agresión) y es lo siguiente; apoya su mano en mi hombro, como si me fuera a dar una paliza, y me dice chulesco "A ver, qué número tienes, ¿el 27? ¡pues te has ganado una técnica!"

A partir de ahí, el partido está perdido (lo estaba antes, pero para mí ahí es definitivo) y encima, para colmo, se me hace peligroso. Tengo una lesión, y veo que mis compañeros ruedan por el suelo, empujados, a codazos, alguna patada... y el árbitro no pita o pita en contra nuestra. Se le calentó la cabeza, pero le puede la chulería. El partido sigue, me niego a seguir jugando y aviso al árbitro cuando salgo por la quinta de Pepe que si me lesiono, le denunciaré. Se ríe...

Acabamos. Frustración, ira, impotencia. Nos estamos yendo y de pronto, la frase. "Los de ese equipo son todos gilipollas". Un árbitro insultando. Y lo dice con suficiencia, prepotencia, sabedor de que si le pego, si le pegamos, nos retiran las fichas. Aprovechando su teórica preeminencia en el juego (que no muestra pues no corta para evitar más faltas y por tanto, posibles lesiones) se queda con suficiencia. Yo no doy crédito y tras confirmar el insulto personal, me voy.

He visto muchas cosas, de toda laya. Pero esto ha sido lo más espeluznante que he sufrido nunca. Yo, que he sido árbitro, que he soportado verdaderas barbaridades, que he jugado y nunca insulté a un árbitro; yo, que les respeto, más que nada por su labor invisible y moderadora, por su autoridad de gente que debe tomar decisiones difíciles. Yo, que les admiro, como a muchos jugadores, a éste, cuyo nombre no tengo cerca, le tengo un odio absoluto. Ha logrado lo que mis lesiones varias, la gravísima de rodilla y recaídas, no han logrado.

Que pierda el gusto por saltar a una cancha a jugar al baloncesto.

Por cierto, hay reclamación. Y habrá protestas si nos arbitra de nuevo. Nadie saltará a la cancha con él dirigiendo el partido.

Un saludo,

viernes, 18 de enero de 2008

Dedicado a muchos hombres...

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

- Sor Juana Inés de la Cruz -

jueves, 17 de enero de 2008

Lo público y lo privado

Dicotomía como cualquier otra, entre lo público y lo privado en ciertos servicios y sectores, hay muchas diferencias. Tantas, que escandaliza escuchar a quienes degradan lo público y magnifican lo privado. De hecho, suele estar en lo público la clave de que un servicio funcione... o no.


Yo he tenido que aguantar a muchos cínicos o desinformados comentar que "ahorcarían" a los funcionarios (más si son de Madrid) o que éstos "viven" muy bien. En comparación con lo privado, claro. Pero lo cierto es que, en el sector público hay de todo. Como en el privado. Con la diferencia de que lo primero es para todos, y lo segundo, para unos pocos.


Diferencia que puede parecer simple y tontorrona. No lo es. Podemos quejarnos de lo mal que funcionan los hospitales y centros de salud (ahí quiero ver al ciudadano medio protestando en los EEUU...) y de su gestión y hasta despilfarro (Aguirre ha tomado ya el "model Alzira" para Madrid... tiemblen todos) pero lo cierto es que nadie, repito con mayúsculas, NADIE, está desatendido. Un sistema de carrera universitaria duro, exigente; un sistema de acceso limitador; una criba, a fin de cuentas, para contar con especialistas. Y tenemos una sanidad pública que empequeñece a la privada (yo he trabajado en ambas, y la diferencia, digan lo que digan, es abismal...)


Podemos quejarnos también de los servicios de limpieza. De los transportes públicos. De la educación. De ciertos servicios sociales. De los parques y jardines públicos. De las bibliotecas. De los policías y bomberos. De la vivienda protegida. De los militares. De la guardia civil. Podemos quejarnos de todo el mundo que nos atiende tras una ventanilla, pero desde luego, y por mucho que denigremos, lo público supera con creces lo privado en cuanto a satisfacción social. Lógico, por otra parte, pues esa es su función.


Leo que Pizarro dice (flamante anticatalanista fichado por el PP en plena crisis gallardonista) que él considera que el dinero del contribuyente está mejor en su bolsillo que en el de todos (Hacienda) con lo que aboga, clara y sin concesiones, por la política derechista y neocon de los ahora mal llamados "liberales"; nada para el Estado, todo para (ciertos) individuos.


Ciertos individuos que mantengan su posición oligárquica y predominante. Colegios de elite. Sanidad privada. Interna de sudamérica. Coches con chófer. Jardinero asiático. Chalé en urbanización de lujo. Vigilancia privada y escolta. Tienen a Adam Smith en su biblioteca, pero prefieren leer a Fukuyama o el boletín de las FAES. Convenientemente resumido todo, claro.


Yo prefiero el dinero de los contribuyentes (todos) en el bolsillo común de Hacienda, y un eficaz equipo que lo gestione, repartiéndolo eficientemente en forma de servicios variados. Prefiero un sistema así, que compita con el privado en calidad, sí, incluso en cantidad, antes que otro que excluye a gran parte de los ciudadanos. Es una teoría de cajón, y mejor ejemplo que los EEUU para entenderlo no hay. Si bien admiro la flexibilidad, adaptación y pocas cortapisas de la Administración allí, tampoco quiero un liberalismo que no sea social, esto es, que no encaje con la sociedad en la que se imbrica. Cualquiera puede poner un negocio, pero que esté controlado bajo ciertos parámetros de seguridad para el ciudadano. Y no todo puede ser negocio, como la sanidad, la educación o ciertos servicios en sociedad.

Un saludo,

miércoles, 16 de enero de 2008

¿Nuevos partidos políticos?

Hoy ha sido un día de sobresaltos. Primero, que si Zapatero había "confesado" en El Mundo que había roto su palabra de negociar con ETA tras los atentados de Barajas, siguiendo con el diálogo cuando decía que no; luego, algunos aspavientos de un par de conservadores que conozco ante la posibilidad de que el aborto siga siendo "camino de rosas" y sobre todo para inmigrantes; unámoslo a la manifestación de Democracia Nacional y rematemos con la decisión de Gallardón de dejar la política. Lo cual, dicho sea de paso, es motivo de éste escrito y también hilo conductor de las reflexiones que vienen a continuación.

Volviendo de la piscina con un amigo, ambos coincidíamos en que la magnífica oligarquía partidista montada en España estaba firme y asentada, e incluso en el futuro, pienso, pueden dejar fuera de juego a la famosa espita nacionalista, esa fuga necesaria de votos para hacer muelle. También que los políticos vivían alejados de la realidad, y que no deberían cobrar esos sueldos "profesionales", si no más bien vivir de lo que trabajaran y tener complementos con máximos para no pasarse de la raya. Hay codazos por estar en una lista con posibles, porque se tiene de todo; coche, comisiones con sueldos extras, guardaespaldas, dietas, sueldo por poco trabajo y luego, encima, pensión vitalicia... en Roma, cuando un político no cumplía o era torpe, acababa a la mañana siguiente en el Tíber con unas cuantas puñaladas en la espalda y moratones de la paliza de la plebe. Entonces había otra rabia...

Los políticos viven alejados de los ciudadanos. Así de crudo. No ya por el café o el sueldo, o por las recomendaciones o culpabilizaciones; no. Viven aislados porque si un diputado tuviera hipoteca, contrato precario, fuera mujer vejada cada día, sufriera listas de espera, sus hijos no aprendieran en la escuela pública y además viera que la costa no está para veranear, seguramente en menos de 3 meses cambiaba muchas de esas cosas. Pero es como Lula; ¿hambre en las Favelas? Primera medida, doblarse el sueldo todos los señores diputados. Leguina dijo no ha mucho que los políticos de ahora no tenían un oficio al que volver. Los había profesores, químicos, fontaneros... ¡Si hasta Corcuera era electricista!

Ahora, algunos políticos siguen la senda del malogrado Pimentel. Piensan en partidos nuevos, como Ciutadans, como el de Rosa Díez, como el que posiblemente acabe montando Gallardón. Partidos que traten de robar votos a los asentados como el PPSOE, dos caras de la misma moneda o mismo perro con distinto collar, me dice siempre un amigo sevillano. Novedades políticas...

Gallardón me da pena. Jugó a dos bandas con cierta inteligencia, y no le falta, pero en tiempos de mediocridades, lo tosco y chulesco vende más que lo mañoso y cocinado entre bambalinas. Gallardón me da pena porque hizo concesiones vergonzosas, trató de seguir el Diktat del Partido pero al tiempo ser individualista, un cierto liberal de los de antes en un sitio donde el liberalismo ha perdido el sentido primigenio. Me da pena, en suma, porque a pesar de buscar su poder personal, su engrandecimiento, alimentar su vanidad y querer pasar a la historia, el tipo tenía ideas, algunas buenas, y también capacidad. Ahora, con ésta su última pataleta, ha dejado el partido como quería que estuviera; en la derecha formalmente cavernaria.

El futuro... ¿un nuevo partido político con Rosa Díez, Gallardón, Pimentel, Leguina, Albert Rivera, Savater, Rodríguez y otros excluidos? No, eso es una fábula. Gritarán, patalearán, llorarán, pero el poder está bien repartido entre dos partidos. Ellos ganaron la "transición" neocanovista, y no tienen intención de perder la hegemonía de los partidos. El individuo, o se somete, o perece, arrumbado en la cuneta de la política. Disciplina de voto, aunque cada diputado o senador debiera ser libre de pensar y actuar por su cuenta. Disciplina de la mayoría, que mediatiza, logra crear una caterva de mediocres y, lo más terrible, abre la senda para un futuro que me recuerda demasiado al pasado, a los muchos pasados de España.

¡Lástima de Manzanares, nunca ha sido un río para arrojar en él a los que lo merecían!

Un saludo,

viernes, 11 de enero de 2008

Una cuestión teleológica

Siempre que hablo con alguien, parece que todo en la vida tiene un fin, una meta. Nada menos cierto, me temo. Y explico el porqué.

Aristóteles ya trataba de hablar de varias causas, con las que quería explicar el Universo, tratando de dar orden a ese Cosmos del que hablaba en otras ocasiones. Sin embargo, incidía, como harán luego los cristianos y demás religiones, en una causa final, en un objeto por el que existimos. Las preguntas de "¿Por qué vivimos? ¿Para qué?" están en nuestra mente desde siempre.

Resulta hipnótico y esperanzador pensar que nuestra existencia tiene una utilidad, una razón, una finalidad. La utilidad, se la vamos dando nosotros poco a poco. Las razones, las podemos encontrar también en el tiempo. Y la finalidad, aunque resulte simple decirlo, también la ponemos nosotros.

No hay una finalidad inherente al ser humano, a su existencia como especie. No hay finalidad en la existencia de nuestro planeta, ni siquiera hay una para la existencia de un Universo. Fríamente, podemos sentir que nada intrínseco da sentido al Cosmos. Suena desesperante, es claramente un desasosiego pensar que no tiene sentido existir o la existencia de lo que nos rodea. Sin embargo, es al contrario. Despojados de finalidad, tenemos una libertad conceptual que antes no había.

Librados del determinismo de las estrellas, como Yago o algún otro personaje de Shakespeare, encontramos nuestro sentido. Se abre un campo de opciones, de posibilidades, que únicamente culminan con la última y más fuerte de todas las opciones, la que cancela cualquier otra; morir. Antes de eso, tenemos más, mediatizadas, sí, por los diversos condicionantes, pero no por ello dejan de estar ahí.

Naturalmente, no niego la finalidad de ciertos objetos y procesos, pero en el caso del ser humano, creo firmemente, por lo expuesto, que no existe finalidad alguna en su existencia. Únicamente, la que nosotros, como animales racionales, encontremos para cada una de nuestras vidas individualmente.

No hay que sentir miedo, antes, maravilla por el azar que ha permitido nuestra conciencia, nuestro mundo, y nuestra lógica búsqueda de explicaciones. Pero es sencillo caer en los que nos prometen finalidades, sentidos a nuestras vidas; para defendernos de ellos, parásitos del ser humano, nada mejor que una sonrisa, un "no, gracias" y seguir en el camino que nos tracemos cada cual. Salvo que lo intenten violentamente.

Un saludo,

jueves, 10 de enero de 2008

Ese maldito laicismo...

Un ejemplo de por qué se ha de separar religión y ciencia está en el manido debate sobre creacionismo y evolución. La primera no es más que un intento desesperado de adecuar el inconexo libro llamado "Biblia" a una realidad cada vez más fulminante, que deja claro nuestro papel en la Tierra. La segunda, una teoría más que sólida que, en líneas generales, no ha sido rebatida.

No me preocupa ahora hablar de si hay un solo dios, dos, tres o mil. Personalmente, no creo que haya uno. Estamos en un Universo descarnado, algo que querríamos fuera Cosmos pero del que desconocemos gran parte de sus reglas de ordenamiento. Algunas poco a poco van saliendo a la luz, y otras quedan obsoletas. Lo cierto es que, en todo esto, las sociedades ayudan o perjudican.

Ya he dicho alguna vez que no creo en la "evolución" social o histórica. No hay un "progreso" que vaya desde el paleolítico hasta nuestros días, en una línea ascendente. El positivismo decimonónico al respecto está ya, creo, superado, porque el mundo puede mejorar su tecnología, pero no modificar al ser humano. Y aunque la civilización se instale para protegernos mutuamente de la depredación, no es suficiente, aunque sea la solución menos mala.

Dentro de esto, el maldito laicismo trata de protegernos de un Estado que rija nuestras vidas mediante leyes inspiradas por teóricos voceros de uno, dos, mil dioses variados. Porque esos voceros enturbian la mirada ante temas de moral y ética espinosos, gritan y vociferan cuando algo se aparta de su "recto" vivir, amenazan, juegan al victimismo, traicionan, ejercen un papel inquietante en la pretensión de domeñar al hombre y hacerlo servil, bovino. El laicismo, quieran o no los creyentes, es su mejor salvación. Más que la fe.

Si en un Estado se dejara que la ley la hiciera una religión, se podría ver una escena de las consideradas atávicas y del pasado; una ejecución pública, una quema de libros, una marcha agonizante de miles de esclavos... si la moral, la ética, la enseñaran las organizaciones religiosas, tendríamos hombres y mujeres llenos de prejuicios, de falsas visiones del mundo, de su sexo, de su papel en la vida. Y si el Estado se dejara influir por éstas religiones en lo tocante a la administración, se malgastarían recursos y medios en fines ineficaces.

Pues pasa. Lamentablemente, ocurre. Ahora mismo, en España, todo lo anterior, excepto algunas de las cosas más radicales, suceden. Y encima con un gobierno "socialista" que ha sido quien más ha dado a la Iglesia Católica. Es lamentable, pero cierto.

El maldito laicismo, sin embargo, que nadie defiende, o, cuando se hace, se llama "marxismo", "comunismo", "cosa de rojos y ateos", y otras lindezas espetadas como insulto, es la línea que hace posible la estabilidad de una civilización. Ese valladar que impide la caída en fanatismos, pérdidas de la condición humana, la realmente humana, y otros cientos más de cosas.

Naturalmente, sacar la religión del Estado es una premisa de muchos liberales, de los de verdad, desde finales del siglo XVIII hasta hoy mismo. Y hasta hoy mismo, eso es muy pero que muy difícil. No es anticlericalismo, una forma radical, ni tampoco un ateismo absoluto. Antes es una fórmula de respeto, de esa manida "convivencia pacífica" que todos mencionan pero nadie practica. Yo, ateo, puedo vivir con un creyente de otra fe... siempre que no me la imponga o imponga a la sociedad y por tanto indirectamente a mi persona. Ésto último es lo que pasa ahora mismo en España. Lo otro, en lugares radicales (o así nos los venden) como países musulmanes. ¿Se logrará algún día, o veremos el resurgir de anticlericales quemaiglesias? ¡Difícil estar en medio y tener convicción en tus propias ideas!

Un saludo,

miércoles, 9 de enero de 2008

Ofertas a cascoporro

Comienza la nunca acabada campaña electoral que debe culminar en marzo, y estamos ya unos cuantos cansados. Una amiga de mi novia, residente en París, apagó la televisión el día que comenzó allí la segunda vuelta de las presidenciales. No la ha vuelto a encender (también por otros motivos) Quizá aquí haga yo lo propio, aunque es difícil sustraerse a toda la propaganda que hay en otros medios.

Las ofertas son, como en ciertas empresas, publicidad engañosa. El pretendido radicalismo de unos y otros es, en el mejor de los casos, mascarada. Y las soluciones propuestas para problemas reales, chistosas. Lo peor es lo de las soluciones para problemas que no existen o son irrelevantes. Y mientras, los ciudadanos miramos todo con ojos cansados y andar pesaroso.

El debate ahora va por temas de laicismo radical o catolicismo herido. Entre impuestos e impuestos. Educación (como todos los años) desempleo, ETA, vivienda… todo temas recurrentes. Parece que viviéramos un perpetuo estado de malestar inconformista, que no avanza, ni retrocede, porque se tironea por los cuatro puntos cardinales. Y digo yo, ¿acaso no hay solución práctica que dure más años que los puñeteros cuatro de rigor?

En Francia no hay problemas con la Educación. En ningún país europeo subsiste un terrorismo nacionalista como en España. Los impuestos son siempre un tema de los tecnócratas, que los reparten entre los que se necesitan para pagar a la elite gobernante, a sus administradores o empleados públicos, y el resto para el bien general del país. El desempleo, coyuntura económica, requiere leyes sociales cambiantes (las únicas que deben modificarse) y mentalidad empresarial diferente, aparte de cambios administrativos fáciles de hacer (un amigo, Chus, me comentaba sobre éstos y los resultados en otros países, positivos…) e igual sobre la vivienda, aparte de una cierta educación del consumidor, que le haga ser más exigente y menos anclado.

Cada español esconde un entrenador de fútbol, un estadista en ciernes y un prohombre sin par. Yo no creo que nuestros políticos, por el hecho de dedicarse a ese mundo, sepan más que un ciudadano de a pie. Pero sí conocen mejor los resortes de un poder establecido y gestionado por ellos, usando y manteniendo las oligarquías partidistas y sectoriales, lo que les hace más capaces de dirigir nuestra vida pública y también privada. Quizá cambiando esa estructura cambiaran los enfoques de muchos problemas. Creo que, hoy día, todos aceptamos la democracia, aun cuando no es absolutamente real como en nuestros tiempo, como un sistema adecuado. También que merecemos soluciones prácticas y reales ante problemas serios, y el derecho a reclamar si no se arreglan convenientemente. Y por supuesto, un Estado donde no hubiera interferencias de grupos de intereses privativos. Pero todo esto suena a utopía…

En todo caso, ya llevamos meses y meses de ofertas. A cascoporro, como dicen los chanantes.

Un saludo,

miércoles, 2 de enero de 2008

Un europeo más

El día de año nuevo, me tomé una merienda con amigos en una cafetería de esas que están clonadas por todo Madrid. Al salir, eché un ojo a los libros, que a veces están de oferta, y me topé con dos de Punset a buen precio. Los tomé y fuí a la caja. Allí, delante de mí, había un tipo de unos 40 años que al verme comentó que qué caros estaban los libros en España. Le dije que sí. El tipo tenía ganas de charla, y comenzamos a hablar. Me contó, a grandes rasgos, su vida.

Venía de Ghana, y se fué a Alemania con la caída del Muro de Berlín. Allí se quedó ocho años, en los que ganó bastante y se rió cuando una niña le preguntó si tenía los dedos así de negros de tanto comer chocolate. Pero se casó con una española y el país que era de vacaciones se convirtió en lugar de trabajo.

Lleva 18 años en Europa, como dice ufano. Se siente europeo. Cotiza, sostiene y participa del sistema (pero no tiene algunos derechos) paga impuestos y se queja del precio de los libros, que él, como obrero de la construcción, apenas puede comprar. Va a un par de bibliotecas públicas, creo que a la de Iglesia, la central de la Comunidad, y otra cercana. Lee cuando puede, pues trabaja casi 12 horas y donde le lleve la construcción. Ese día descansaba, pero al siguiente o así se volvía a Pola de Lena, en Asturias, donde tiene el tajo. Y todo le parecía caro, todo había subido, menos su salario. Que cobraba mal y a regañadientes.

Se quejaba de que él, siendo ghanés de origen (colonia británica, me dijo, aunque le dije que "excolonia" y él se echó una risa) se veía aun rechazado y mal visto en España. Le decían en algunos bares que si acababa de bajarse de una patera. Me preguntó si había estado en Alemania y le dije que no, que viví un poco en Londres. Eso le entusiasmó y comenzó a hablarme directamente en un buen inglés. Me preguntó por los salarios y los trabajos, y se sorprendió cuando le dije que se pagaban semanalmente y no se hacía contrato escrito casi nunca, al menos cuando yo estuve. Preguntó el nivel de vida, el precio de las cosas... después, inevitablemente, se quejó del racismo de muchos. O al menos, el desprecio al diferente. Que si siendo negro le tachaban de ladrón, o de ir a violar a las hijas de los españoles, o a quitarles el trabajo o los servicios sociales (tenía hipoteca, creo, y como todo buen asalariado, por 40 años) y toda la sarta de tópicos del tema. Oyéndole, recordé las historias de mi padre en Bélgica, cuando los españoles salían de aquí (a mi padre, como ahora las pateras, le trincaron con menos de 18 años cerca de los Pirineos, tratando de pasar a Francia, y le devolvieron con susto en el cuerpo) y allí eran considerados ladrones, gitanos, violadores, ilegales... quizá el tono de piel era similar, pero el prejuicio seguía siendo el mismo.

Al poco, nos separamos. Le deseé lo mejor para el año nuevo y él se quejó de la bajada de la construcción; por eso iba donde había curro, decía. Y con solemnidad de esa que ya no hay, como obrero, me pidió que intentáramos todos cambiar las cosas. Él se siente europeo, cotiza, lee, viaja, está casado, con hija e hipoteca. Y había mucho por hacer. Mucho trabajo.

Desde luego, ni se puede generalizar ni extrapolar, pero quede este comentario como pequeño homenaje a este ghanés de 38 años, del barrio de Chamberí, otro europeo que emigró o inmigró. O simplemente, buscó una vida mejor, como todos queremos pero no todos podemos lograr.

Un saludo,

martes, 1 de enero de 2008

Elogio de la brevedad

Me acusan mis amigos y conocidos que me leen o escuchan de ser, entre otras muchas cosas, "Un brasas, un pesado, un pedante, un cansino, un rollero, un charlatán, un peliculero..." y también, para colmo, suelen meterse conmigo; por mi pelo (que por mí me quedaría y dejaría más largo... es mi sueño adolescente incomprendido) por mi forma de hablar, por lo que digo, por lo que hago, por mi cara, por... tantas cosas.

Lo que siempre me ha jodido más es que se me acuse de pesado. De escribir largas y largas tiradas de palabras. Si me molesta es porque suele ser cierto. Tiendo a ser alambicado, abusar del circunloquio, rodear las cuestiones, reiterarme demasiado y estirar ideas que no dan más de sí. ¿Cómo se resuelve esto?

Practicando. Para eso nació, entre otras razones, esta bitácora. Para que yo pudiera escribir, para probar. Sigo buscando mi tono, mi estilo, mi ritmo. Tras muchos años de hibernación en tantos sentidos, puede que los cambios que se me vienen encima, o más positivamente, que se me avecinan, me sean útiles.

Mientras, diré que aprecio a unas cuantas personas. Aunque de vez en cuando eche de menos algún comentario elogioso hacia mí. Desde luego, con ellos no puedo cultivar mi vanidad, no tienen compasión...

Mientras, seguiré practicando aquí y en otros ámbitos.

Un saludo,