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miércoles, 6 de julio de 2022

Claramente, soy un facha (según quién lo diga)

 Desde hace muchos años, soy o me considero un tipo de izquierdas. Ostias, con la que está cayendo, eso es una cosa difícil. Primero porque no soy un ortodoxo (me pregunto quién crea esa línea, y pienso en Nicea y esas cosas) y segundo porque ha variado tanto el contenido de ese izquierdismo, que hace mucho que estoy no desorientado, solamente observador.

El último debate ha sido a colación de, tachán, la extrema derecha. Un término que, de tanto usarse, se ha vulgarizado. Vox es extrema derecha, mi vecino con el que no me hablo es extrema derecha. No vale decir eso de que "oye, pero es que eso era..." porque la adjudicación del término ya es sólida. Todo lo que no comulga (incido, comulga) con el credo de la llamada izquierda actual, es extrema derecha o tiene algún otro fallo. 

Las izquierdas han logrado lo que los físicos tardaron décadas. La ruptura de átomos nunca más indivisibles. Si Marx levantara cabeza, se la afeitarían por barbudo marichulo que nunca pensó en las mujeres en sus textos (ejem...) y por no saber comulgar con los racializados (otro neologismo interesante) o los pueblos originarios (¿Neandertales? ¿Sapiens? ¿Erectus? No, lo último es machismo claro). Si cualquier viejo casposo de editorial de los setenta en Argentina o México intentara comprender los tiempos actuales, no podría. El mercado, amigo. Se han generado tantas marcas de "la izquierda de verdad", que ya no sabemos ni cuántas ni qué peso tienen. Ninguno, a decir verdad. En nuestro tiempo, todo es etiqueta, cosmética, moralina, revolución de sofá.

Yo escribo por desahogo, que conste. Ya ni me creo la idea de microrrevolución de Michel Onfry, otro candidato a facha. El debate que ha motivado esta entrada en mi bitácora de navegante sin rumbo ha sido este:

https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-05-29/vuestros-hijos-fachas-hay-mas-jovenes-reaccionarios_3432534/

Que es respuesta a este:

https://blogs.publico.es/otrasmiradas/59942/nuestros-hijos-fachas/

Y de este otro que motivó un hilo en una lista de crianza natural que se etiqueta como feminista y todos los -ista que se suponen deben componer el buen Catón del izquierdista de hoy:

https://osalto.gal/extrema-derecha/ultraderecha-cuela-institutos-antifeminismo

Ya tenemos los hitos para el pisapapeles. Tras leer los lamentos y meas culpas y ofensas indignadas, me dio por compartir el de Soto Ivars. Un personaje incómodo que lo mismo critica a Macarena Olona que te escribe lo anterior. Porque es un provocador que, como polemista, busca el debate. Pena que hoy día no se debate nada, porque debatir significa reconocer contrarios y propuestas opuestas a la propia. Y el fanatismo, del signo que sea, no acepta eso. Cada cual en su casa y su Moral alrededor de los muros. 

Algunos comentarios me han dejado de piedra. Mientras que algunas frases como esta, me intrigan:

"Los fachas que me encuentro yo en mi instituto son los que menos respetan mi identidad trans, y los que más bromas hacen sobre minorías y problemas sobre los que no tienen derecho a hacer bromas”

¿No tienen derecho a hacer bromas? ¿Quién arroga o quita dicho derecho? ¿Acaso ahora todo es punible? Cuando la sociedad restringe algo, si no hay ley, se busca el vacío del que infringe esa norma. Sea abortar cuando hay una moral religiosa, sea votar comunista cuando es una moral ultraliberal, sea hacer bromas de cojos cuando es una moral... Ni sé llamarla. 

Moral. Al final, todo se reduce a eso. Una moral o una ética que imponga lo que las leyes, emanadas de las instituciones, no imponen. Y cuando lo hacen, tibiamente, no es más que un peldaño en la larga escalera al cielo de la perfección. Mientras, los que incumplen el campo de minas moral son fachas, machistas, masculinidad tóxica con patas y otras similares. 

En el discurso beligerante me voy, históricamente, a momentos similares, donde el péndulo (como en la obra de Poe, que a estas alturas debe ser un maltratador de libro, como Nietzsche un machista impenitente) se lleva a un extremo para luego caer derribando todo y yendo al otro extremo. No soy un fanático del anarquismo, pero los que lo sean, encontrarán en este magnífico discurso actual un aliciente para ver cómo se diluyen las instituciones, se agujerea su fibra moral, por medio de otra moral, y se logra desprestigiarlas más de lo que solitas consiguen. Y los discursos beligerantes, al final, siempre, generan lo mismo. Dos bandos enfrentados.

Volviendo a la frase anterior, me parece aberrante que no respeten su identidad trans, aunque tengo que decir que el tema identitario, de minorías, de racializados, de pueblos originarios y otras etiquetas me parece el mayor triunfo del capitalismo para, recórcholis, capitalizar esas nuevas etiquetas a las que poner un precio. Cualquier falta de respeto a los demás por el motivo que sea es un problema, pero todo depende de cómo lo abordemos. Una persona trans, una gorda, una con gafas, una con problemas de movilidad, etcétera, puede hacer pivote de su identidad esa etiqueta en lugar de tomar el tobogán del resbaladizo y maduro sistema que llamamos "melasudismo". Y si queremos prohibir todas las bromas ofensivas, vamos a lograr lo que vi una vez en un gran cómic; una manifestación de gente que llevaba pancartas en blanco y la boca tapada con celofán. 

Y las bromas, gusten o no, se llevan haciendo siglos. Que se lo digan a los abderitas. O a los pitagóricos. O a los de Atenas. O a los peluqueros en Roma. Las bromas son una magnífica forma de disfrutar del humor que sana, que estimula la inteligencia y agrede al estómago o desinfla el ego. Sobre todo, las bromas son, como bien sabían los cínicos con Diógenes a la espalda, la forma de desmaquillar el artificio social. Sin humor, somos menos que animales políticos. No somos.

Así que todo se reduce a la moral, a lo que uno puede decir o no. Yo, que soy un metepatas bocazas profesional, he aprendido a disculparme si veía en un rostro ajeno una reacción negativa a mi impertinencia nunca malintencionada. Pero también a no hacerlo si creía que la reacción era excesivamente moralista y falta de honestidad, simplemente una mascarada social. Y últimamente, con las redes sociales ardiendo de nuevos inquisidores, siento eso, moralina, moral, pero no... Ética.

Volvamos a mi izquierdismo originario. Lo siento muerto, enterrado y vapuleado tras desenterrado. Ya no importan las clases sociales (¿Qué clases?) ni la riqueza en qué manos está o quién la gestiona. No importa ya la conquista de derechos, ni tampoco comprender esa tontería de infraestructura, estructura y superestructura. No es relevante conocer, ni menos aún contrastar, porque la dogmática de mi moral, la que me etiquete, ya es suficiente. Y en esa atomización, ¿cui bono? Dijo el facha en latín. ¿Quién se beneficia? Es una pregunta básica de procesos históricos. Pues ni usted ni yo.

Lo peor, lo que más me jode, es la incoherencia entre discurso y actividad. Como dice mi amigo Alejandro, la estética es lo único en que se fija la gente. No hay ideas, sólo eslóganes. No hay discurso, sólo márqueting. Y si la derecha, extrema o suave, se lo está llevando crudo, quizá es que lo hace mucho mejor que la llamada izquierda, exista aún o siga en coma irreversible. 

Por eso, claramente, soy un facha, estoy convencido. Malditos virajes de la edad... Aunque lo que me jode, en realidad, es esta reflexión:

Así, podemos creer que la juventud tiene asociada una ideología, cuando lo que tiene asociado es un temperamento. El temperamento de la juventud es la rebeldía. Ellos detectan lo que irrita a sus padres y a sus profesores y, por este motivo, exclusivamente por este motivo, lo hacen. No porque los odien, no porque quieran hacerles daño, no para destruir el mundo, sino porque necesitan afirmarse como seres humanos autónomos y el camino más directo es convertirse en antagonistas de sus padres. Si yo soy lo contrario que vosotros, entonces soy, existo, intuyen."

Tristemente, verdad. Mi hijo mayor es futbolero y del Real Madrid, cuando yo he sido siempre más de baloncesto y proclive al Estudiantes. Pero no lo he forzado ni querido obligar a ello. Simplemente, ve mi reacción. Y cuando me preguntó si me molestaba que a él le gustara el fútbol, le dije, con candor, que a mí no me gustaba nada, pero que si a él le gustaba, no tenía ni que aprobar o desaprobarlo. Simplemente, teníamos gustos diferentes y no pasaba nada. Le descolocó. Pero sigue siendo futbolero del Real Madrid. Porque realmente, está haciendo grupo, y al final, el grupo es lo que importa. Seas un facha rompecráneos, un izquierdista de palestino, un revolucionario de salón o un juntaletras como yo que mantiene los mismos amigos de hace 35 años. El grupo, el grupo...

Y con estas reflexiones de pacotilla, os dejo los artículos y decidid por vosotros mismos qué es demencial, qué es una barbaridad, qué es un reflejo de lo malo de estos tiempos (todos, como decía Cicerón) y demás.

Un saludo,