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lunes, 29 de diciembre de 2014

¿Fin de qué?

Según nuestro bonito calendario, adaptado del romano e incluyendo en él un cambio fundamental, acabamos un año más... aunque, realmente, si nos fuéramos al siglo III a.n.e., comprenderíamos que hace 2.300 años, más o menos, el año no terminaba ahora, si no en marzo.

Y es que es absurdo, cuando existen cuatro estaciones tan claras que Vivaldi o Piazzolla les dedicaron composiciones propias. En pleno invierno, de pronto, el año termina y comienza otro. ¿Y eso por qué? Aún queda en nuestro cerebro codificado un rasgo del cazador-recolector, el de emigrar en este tiempo y buscar abrigo para luego celebrar el renacimiento de la vida allá por el mes de marzo, esto es, la primavera. Que es cuando comenzaba el año romano y muchos, muchos años en muchos calendarios.

¡Oh, qué revelación! En absoluto. Pero vivimos un mundo tan cuadrado, tan tecnificado, tan troquelado, que hemos olvidado que las cosas no "son así". No lo son. Hace 2.300 años, un suspiro, ya nos sentíamos "modernos" con nuestra escritura, tablillas (de barro cocido o cera sobre madera) y transportes, establecimientos de comida rápida y espectáculos casi casi de masas. Pero aunque un decreto administrativo de un poder jerárquico que nadie recordaba por qué estaba ahí (¿los dioses? ¿las elecciones? Elijan su ficción...) determinara que el año comenzaba el 1 de enero, mes de Jano, nadie se confundía. Septiembre a diciembre eran los meses 7 al 10. Y los otros dos hasta marzo hacían el completo de 12, un ciclo. Y marzo, marzo era el mes del nuevo año...

Saco esto a colación por las muchas y diversas ficciones y creaciones que nos creemos con profunda devoción. Me da igual que sea el cristianismo o el ateísmo furibundo y troll. Aunque puestos a elegir yo soy de la segunda opción. Me da igual que sea creer en un hombre vestido de color Coca-Cola o tres (¿tres? ¿no eran más?) señores que abandonan sus reinos para peregrinar llevando regalos que hoy nos parecen absurdos. Me da igual que sea pensar en un tipo loco de un desierto que se creía más que ciertos judíos o cristianos, al final todos megalómanos. Es el gusto por la ficción y nuestra afición a convertirla siempre en realidad cuando es eso, una mentira.

Yo escucho y veo ficciones todos los días. De algunas participo por pura complicidad social y no quedarme aislado de la tribu. De muchas reniego y las evito si puedo. Pero esta del calendario, las horas, los minutos y segundos, los días, las planificaciones y las particiones, aunque no puedo escapar, no puedo evitar tampoco odiarlas. Tiempo... siempre insuficiente porque una vez cuantificado descubrimos qué escaso es. Y aunque no sea más que un humilde peatón de la historia, permítanme decir; ¿valía la pena que por llegar a tiempo a las fábricas y así hacer prosperar las producciones decimonónicas, base de muchos de nuestros males, quedáramos todos esclavizados por un ente llamado "reloj" y "calendario"?

Me imagino la carcajada, si pudiera, de un hombre como nosotros, pero hace 15.000 años, otro suspiro, al conocer tras arduas explicaciones qué es eso de lo que hablamos. Él, desde luego, reiría pero se pensaría después, rascando la cabeza, si, en términos de especie, no estaba haciendo algunas cosas mal...

Un saludo,