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martes, 20 de noviembre de 2007

Lecturas (1)

Uno de los mayores placeres es leer. Sentarse, acomodarse en un lugar propicio, y tomar el libro (O el cómic) donde te van a contar una historia que, si es buena, te hará formar parte de la misma. En silencio, con música, en un día de sol, de lluvia, en la playa, dentro de casa, sobre la hierba... casi cualquier lugar es bueno. Incluso yendo a trabajar en el vagón de metro o tren, en el autobús, si vas sentado. Tengo un tic, que es curioso, cuando salgo. Siempre miro algún libro que me pueda leer en parte durante el trayecto, y eso me sucede incluso cuando voy a coger el coche. Alguna vez me he sorprendido llevando un libro y dejándolo en el asiento del copiloto...

Siempre descubres autores nuevos, lecturas nuevas. Incluso géneros. Hasta el año anterior (o el otro, no sé ya) no conocía las "Ucronías". Ciencia ficción de la historia, imaginativa, estudiada, sorprendente. Una de ellas es sobre la guerra civil española, la última, y se titula Franco, una historia alternativa. Otra del mismo tema es La historia de España que no pudo ser. En ambas ucronías se despliega, durante varios relatos, alternativas a los hechos históricos que todos conocemos o deberíamos conocer. Y así resulta curioso ver que la Historia no es inmutable, no es fija, ni tampoco hierática. Es un ente vivo constituido por los seres que la narran, los que la protagonizan y los que quedan fuera del foco. De éstos últimos, de la historia de los que no salen nunca, es interesante ver que nadie habla. Franco, Azaña, Rojo, Negrín, Caballero, José Antonio, Yagüe, Companys... pero nada de los García, los Pérez, los González o Villuegas que hay por la historia protagonizada por otros.

Si las ucronías son para mí una revelación (Parte historia, parte ensayo, parte Ci-Fi y parte novela) también lo son algunas biografías y memorias. Guardo buen recuerdo de las de Cansinos Assens, La novela de un literato, así como de las que tienen Stephan Zweig con El mundo de ayer o la de Miguel Torga de La creación del mundo. Ahora mismo estoy con las memorias de Pablo de Azcárate, Mi embajada en Londres durante la guerra, que también recogen un período interesante de la historia. En todos los casos, son memorias de un siglo, de momentos entre el final del XIX y el XX. En ellas, la memoria es interesante ante ciertos aspectos conocidos; la Gran Guerra (Luego, por eso de dar ordinales, Primera Guerra Mundial) los felices años 20, la Depresión y las crisis de los años 30, los totalitarismos, la Segunda Guerra Mundial, las posguerra y el fin de un mundo... con ellas, uno se da cuenta de que no hay "cierres" temporales, puertas o paredes que delimiten un siglo respecto de otro, salvo el cómputo del calendario. El siglo XIX casi comienza en la revolución francesa (e incluso en la independencia nortemericana) y termina allá por Nagasaki, en medio del siglo XX. A los que gustan de la categoría aristoteliana, ésto les parecerá un horror, pero es la conclusión a la que llega uno.

Pero las memorias, que suelen dar una luz sobre el mundo histórico, suelen ir acompañadas de esa especie de crónica literaria de actualidad mezcla de biografía, de historia y de sensacionalismo que es el periodismo. Tres buenos periodistas del siglo XX, Josep Plá, Eugenio Xammar y Ryszard Kapuściński, tienen obras buenísimas que trascienden el periodismo. Los dos primeros cubrieron, respectivamente, uno la II República española (Inicialmente con entusiasmo no exento de ironía e incluso algo de escepticismo, pero turbadoramente optimista... hasta que se pasó al otro bando) y otro la República de Weimar y el ascenso de Hitler y el partido nazi en Alemania. En sus crónicas, recopiladas en La segunda república española y los dos libros de El huevo de la serpiente y Crónicas desde Berlín, ambos muestran oficio, manejo de la palabra pero, sobre todas las cosas, percepciones certeras, análisis muchas veces confirmados con el tiempo y, en suma, clarividencia. Pero Kapuściński no queda atrás. Desde su desolador relato de la URSS en El Imperio, o El Emperador, soberbia narración de la Etiopía de Haile Selassie, logra dar voz precisamente a esa parte del mundo que, tras la Segunda Guerra Mundial, quedó aislado del resto; el mundo de la distopía comunista. Así, estas personas nos regalan impagables imágenes, palabras, hechos, cosas diarias que engrandecen a los pequeños protagonistas de la novela del mundo, los que no tienen foco, los que lo reciben de éstos hombres. Porque en Pla o Xammar hay figuras de gran calado, pero también sitio para panaderos, soldados, conductores de tranvía y otras personas anónimas que son quienes constituyen la verdadera afluencia de la vida. Y en Kapuściński mucho más, incluso, y encima, la valentía de contar un mundo separado, autónomo, impagable el relato que nos regala siempre de cualquiera, desde un monje armenio hasta un pilluelo de Adís Abeba o la desaparición de todo un río en medio de la inmensidad de Rusia...

Ucronías, memorias, biografías, periodismo... todo se entremezcla, ningún género es puro. Todo queda al final fuera de la comodidad de las etiquetas, de la facilidad del prejuicio. Leer es por ello interesante, un pasatiempo, sí, pero también una ventana más amplia al mundo, abierta por seres excepcionales, a veces, o simplemente testigos que intentan contar lo que ven, oyen, olfatean, degustan y palpan. Todos somos así, no digo cultos, si no, más bien, alfabetos.

Un saludo,