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viernes, 3 de agosto de 2012

De discusiones políticas entre amigos.

Tengo algunos amigos a los que le gusta hablar de política, y más en estos días. Otros no, prefieren escuchar, o guardarse la opinión para cuando hay menos gente. En todo caso, es muy significativo ver reflejado en ellos, a escala micro, lo que sucede a escala macro.

Siempre pasa lo mismo, en toda discusión. Hay personalismos, hay filias y fobias personales, prejuicios, intentos de monopolizar la conversación subiendo el tono o usando términos cortantes... nada nuevo, algo que lleva sucediendo desde antes que lo describiera muy divertidamente Arthur Schopenhauer en el libro de "El arte de llevar razón expuesto en 38 estratagemas". La cuestión es, ¿qué objeto tienen estas discusiones?

Ninguno, salvo el de simple intercambio de impresiones. En todas partes habrá discursos dogmáticos, inexactos, incluso falsos o basados en premisas erróneas. En todo lugar, los argumentos parecen definitivos cuando los manejamos solamente nosotros pero luego resultarán inválidos al contrastarlos con otras personas. El problema mayor es no sentarse dos segundos a escuchar al contrario y tratar de ver qué defiende, por qué lo defiende, en qué se basa para ello y qué creemos es correcto y qué no.

Entre mis amigos, como digo, hay de todo. No me considero a mí mismo el mejor, ni mucho menos. Yo tengo también mi mezcla de esperanzas y deseos, mis conocimientos de cosas incómodas de las que prefiero no hablar, para fortalecer mis argumentos, y mis recursos para convencer o, al menos, desprestigiar los argumentos contrarios. Pero es que no tengo ganas de convencer a nadie desde, al menos, 1999. Por poner una fecha.

Hablar de política puede ser sano, necesario y enriquecedor, siempre que todos participen con un mínimo de respeto y, sobre todo, una expectativa realista, que es, simplemente, saber que no lograremos NADA por el mero hecho de discutirlo en voz alta con otros. Esto es, somos opinión, no realidad. Podemos afirmar que defendemos una opción, pero no significa que esa opción quede victoriosa por nuestra mera defensa. Podemos atacar otra opción, pero no por ello estará derrotada. Hay que evitar la frustración que genera pensar que hemos defendido o atacado con ardor para un resultado nulo. Y, desde luego, si salimos pensando que el interlocutor es imbécil, incapaz o algo así, hemos perdido el tiempo y una relación amistosa.

La política lo impregna todo, aunque no lo creamos. Todo es política. Aristóteles ya nos definía de esa manera, zoon politikon. Y vivimos forzados a la búsqueda del bien común, obligados a ello porque la alternativa es siempre el perjuicio de todos. Sin embargo, es cierto que, en los últimos tiempos, en el mundo occidental hemos creído estar a salvo de esa necesidad, y hemos cultivado un aislamiento falso y peligroso, donde creemos ser autosuficientes, mientras mantengamos nuestro acceso a internet, al crédito de la tarjeta y a las compras de lo que queramos. Nos hemos aislado tanto que nos hemos creído dioses, y no somos más que animales... pero de nuevo, una y otra opción es, simplemente, política.

La Historia se repite en forma de farsa, dice un amigo mío, y tiene aspecto helicoidal. Sentencias muy rotundas que muestran el escepticismo y desencanto de este amigo mío. Y que comparto, no exentas de un cierto optimismo en el ser humano, pues, a fin de cuentas, soy uno de ellos, aunque mi misantropía sea cada día más galopante. Yo seguiré disfrutando de una discusión política, pues todas lo son, sobre el tema que sea, ya tenga conocimientos del mismo o sea un ignorante, porque en el primer caso se puede demostrar que no sabía tanto o eran erróneos, y en el segundo, siempre, aprenderé.

Claro que, como digo, sabiendo que no son más que lo que son, pasaratos de bar...

Un saludo,