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jueves, 1 de marzo de 2012

Hasta los cojones (y van...)

Estoy harto. Cansado.

Vivo en Españistán. Anteriormente conocido como "España". Un país que ha negado miles de oportunidades a excelentes estudiantes, investigadores y personas que podrían haber hecho avanzar las ciencias y tecnologías, equiparándonos a otros países donde eso produce riqueza y bienestar social. Un país que ha hecho de la corrupción política la enseña más duradera para cualquier gestor que se precie, puesto que aquí apenas se castiga eso, salvo si se denuncia, investiga y persigue. Vivo en un país que está dando los pasos de competir contra China acercándose a su modelo precario, nulo de derechos y basado en salarios de subsistencia, recortando, eliminando y arrojando al cubo de la basura de la historia todo lo peleado con sangre y con esfuerzos por nuestros padres y abuelos. Vivo en Españistán.

Durante la década que dejamos atrás, en este lugar se construyó Españistán. Un espacio donde dilapidamos fortunas en infraestructuras innecesarias, donde ganaban todos con el simple juego de pedir dinero y luego... ya se vería cómo y cuándo se devolvía. Un espacio que desaprovechó la bonanza para asentar otras bases distintas al turismo y la especulación inmobiliaria.

El servicio público decayó, corrompido por el político y desprestigiado ante el ciudadano. De pronto, un médico o un policía se encontró con que su trabajo no se valoraba. Y se le pedían esfuerzos que a otros, más ricos, no se les exigía. La derecha campó por campos más tradicionalistas y morales que realistas. La izquierda divagó y se perdió en lugares ridículos y alejados de la gente. Y la gente... poco a poco se cabreó, se manifestó, salió a la calle, soltó gritos, pegó patadas a las paredes, acusó con el dedo a los muchos provocadores de la ruina de España y gestantes de Españistán. Y, sin embargo, mucha otra gente quedó callada, en casa. Porque ellos aprobaban la creación de Españistán. El estado cuya bandera era la mediocridad, el "virgencita que me quede como estoy" y otras sandeces del estilo.

Y los que estamos hasta los cojones, tenemos pocas salidas. Las habituales, las de irnos fuera, algo que da pereza a cierta edad y con cierto grado de consolidación de nuestras vidas. Las seculares, del exilio interior, callando y dejando entrever poco. Y las radicales, que aun no afloran como parece, por falta de dirección. Esas, quizá, sean las únicas que arrumben ese trabajo de españinistización realizado en estos años...

Hoy estoy hasta los cojones. Y es uno de marzo de dos mil doce.

Un saludo,