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domingo, 28 de octubre de 2012

Enmudecer

Posiblemente, cuando uno no tiene palabras para describir un pensamiento, es que no hay pensamiento real. En esos casos, si es honesto, enmudece. Calla. Si por el contrario no es honesto, puede hablar, usar todo tipo de verbos, sustantivos y adjetivos, en un afan de, quién sabe, mentir, o, quién sabe, aproximarse a tal o cual idea. Hay más deshonestos que honestos. 

Somos hijos de una cultura, y dentro de ella, de un sistema de valores. Esos valores nos indican qué situamos más alto en la pirámide y qué consideramos menos importante. Jerarquizamos. Los valores son susceptibles de cambio. Hoy podemos considerar la vida poco importante, y mañana defenderla a ultranza desde posiciones a cual más radical. Ayer podemos creer en el egoísmo, motor indiscutible de la riqueza, y hoy denostarlo absolutamente. Los valores no son inmutables. Tampoco la cultura.

Dentro de la cultura, hay que prestar especial atención al vehículo que la transmite. El lenguaje. Éste, con sus múltiples diferencias regionales, producto de una larguísima evolución de los sonidos y su transcripción, tiene sin embargo una importancia fundamental. La tiene porque el lenguaje es limitado. No siempre hay palabras exactas para expresar una idea. El pensamiento abstracto requiere, como he dicho al inicio, de su descripción. Si no, no existe. Y si ya el lenguaje es limitado, sumado ésto a la capacidad más o menos amplia, o no, del que lo usa, pueden imaginar cuánto se pierde por el camino y las confusiones generadas. Vaya, Platón estaría encantado. Yo, no.

Así pues, hay que buscar, dentro del lenguaje, que ya nos limita, la forma de expresar la idea, zarandeada por los valores que conforman nuestra cultura, y, por último, encima, la capacidad receptiva de quienes han de escuchar esa idea y, ojalá, comprenderla. Toda una proeza.

La cultura, por tanto, es un bien de intercambio que se adultera más que un kilo de cocaín antes de su puesta en venta.

Siempre he pensado que la cultura es un absoluto que trasciende territorios, desconoce fronteras imaginarias, de las marcadas por el hombre, y, encima, no tiene un lenguaje único. Sí, es cierto que los humanos, según lo que aprendimos, sabemos usar éste o aquel sonido, y otros no. Habilidad de especie. El lenguaje es pluriforme. Su contenido, aun más.

Quizá soy atrevido. Pero tengo que decirlo. Mi cultura no es mi tierra. Es lo que he captado, lo que he comprendido y lo que no. Son las películas de Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Canadá, de Francia, de Alemania, de Egipto, de Japón, de Rusia, de la India, de Italia, de Grecia o Portugal. Son los escritos de Baroja, de Muñoz Molina, de Gramsci, de Chandler, de Lovecraft, de Nabokov, de Conrad, de Simon Leys, de Luciano de Samosata, de decenas de autores, ensayistas, historiadores, narradores de todo tipo. Mi cultura es la música que disfruto, escocesa, irlandesa, turca, árabe, klezmer; decenas de grupos de diferentes lugares. Es aquello que pude aprehender, por estar en un idioma que domino o al menos, con esfuerzo, entiendo en parte. Y mi cultura es el bagaje interior, la posibilidad de recurrir a los lugares donde ampliarlo, o donde reformarla. Es un patrimonio intangible, a veces absurdo, otras innecesario, las más anecdótico. Mi cultura es mi herencia, la que yo he querido recibir, no la legada por otros obligadamente. Mi lenguaje es parte de mi cultura, y si ésta no está atada a un territorio...

He decidido ser de muchos sitios, y sería de más si pudiera. No me importaría vivir en diferentes ciudades, en otros países, en lugares distantes. También aprecio vivir cerca de las personas a las que quiero. Lo único que nos impide ser de cualquier lugar es nuestro miedo.

Miedo a ser más de lo que nos dicen que somos. Porque es la imagen que otros forjan de nosotros lo que suele mostrársenos como real. Y es una grotesca falsedad, como las que describía Valle-Inclán sobre los espejos deformantes del callejón del Gato. No nos vemos en los demás, vemos lo que ellos nos dicen que ven. Para vernos a nosotros mismos, no hace falta más que un espejo y honestidad.

Naces por accidente, pero eres de donde decidas ser.

Y por eso, ahora mismo, cuando me pregunten sobre algunas cuestiones de actualidad, estoy pensando que, por mi parte, lo más honesto y menos ofensivo es, simplemente, callar, pero no enmudecer.

Eso, quizá, más adelante y por otras cuestiones.

Un saludo,