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martes, 14 de octubre de 2008

Privatiza, que algo queda...

Lo reconozco, soy un maldito creyente en la intervención pública sobre determinadas esferas. Soy tan estúpido, que pienso en servicios como la sanidad o la educación y veo tontamente que la calidad de los mismos viene de la mano de un funcionariado profesional y capaz, estable y suficiente, que cure, enseñe y sobre todo mejore nuestra calidad de vida sin pensar en su posible despido o falta de salario. Soy tan memo que creo en una policía o bomberos públicos, gestionados por Administraciones, o en servicios tan poco esenciales como el agua o la electricidad en donde antes que el beneficio de unos pocos se tenga primero el buen servicio de muchos ciudadanos. Finalmente, soy un inepto total por no darme cuenta de que todo eso genera pérdidas inasumibles, aunque pagáramos más impuestos, porque se los quedan los políticos corruptos, contrariamente a la viva imagen de la probidad, honestidad y buen juicio de empresarios cuya benevolencia es infinita, y que en su consecución del beneficio, de la obtención de la plusvalía (ah, ese Marx, qué cascajo más desagradable...) solamente piensan en el mejor de los resultados para los usuarios y consumidores.

Desde luego, mi estulticia me impide darme cuenta de los inmensos y positivos beneficios de la privatización de todos los servicios posibles. Así, un día, cuando tengamos a Robocop o nos graven el aire que respiramos (quizá porque hayamos llegado a Marte) me daré cuenta de cuánto ha mejorado la policía y el buqué del oxígeno. También tendré una sanidad envidiable, donde antes que obtener dividendos para su junta de accionistas, mediante edificios construidos en plena crisis inmobiliaria con dinero público, se lograrán grandes resultados para los pacientes. Y mi educación será inmejorable, patrocinada por Coca-Cola y Ketchup Heinz, puesto que nada de inútiles trabajos de etnografía, paleografía, etología y cualquier otro palabro que acabe en -grafía o -logía y no tenga que ver con ¡Termodinámica! no no, pelotazo más bien... naturalmente, mis hijos (porque la moral me impedirá usar condones) disfrutarán de ventajas sumas como pavimentación a cargo de empresas sub-sub-sub-sub-sub-subcontratadas, iluminación mediante antorchas y hachones portados por nuevos esclavos de sus deudas, seguramente viejos profesores de gramática clásica (no la magnífica SMS) y sobre todas las cosas, mis hijos podrán decir que viven en la única Comunidad del mundo donde viajar en Metro desde Puerta del Sol a Plaça Catalunya se puede hacer con un Bono mensual, o siguiendo la M-90, anillo circundante a Madrid que pasará por Córdoba, Valencia, Bilbao y quizá con suerte Lisboa.

Desde luego, soy un viejo dañino. Tendría que morirme y ser enterrado, o mejor, incinerado en alguna de las empresas privadas de la ciudad que vierten cenizas a los parques (es bueno, porque fertiliza) y que son un negocio inacabable y, por supuesto, para no variar privado.

Claro que, privatizando los beneficios... hemos hecho públicas las pérdidas.

Un saludo, antes de privatizar este Blooog...