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lunes, 31 de diciembre de 2012

¡Fuera caretas!

Pues así de claro. Ni feliz año nuevo ni hostias. ¡A la mierda! ¡Que las cosas cambien de una vez! 

A ver si el año nuevo trae lo que necesitamos de verdad; cambio. Cambio que no nos puede seguir siendo dado por otros, dejando que la inercia nos coma vivos. La inercia y la estancia en la inopia, inopinadamente, inicuamente. Un cambio. ¡Cambio! 

Que los políticos se quiten las caretas, aunque tan importante o más que eso, que los ciudadanos veamos las caras de éstos DE VERDAD. Que nos atrevamos a mirar. A ver. A escuchar. A entender. No a quedarnos en la superficie, cómodamente instalados en nuestra estulticia material.

¡Que haya cambios! No puede ser que el año que empieza, o continúa, o acaba, sea un constante sangrado de todos para lograr mejorar al enfermo. ¡La sangría como método curativo! en el siglo XVIII aun podía creerse en ello, pero varias revoluciones después, me parece que hay que ser muy estúpido o ser complaciente para creerlo...

¡Que entendamos de una vez de qué va todo esto! Porque el nombre "Crisis" está ya en crisis. No, no puede ser, no podemos creer que es así constantemente. Tenemos que entender qué falla, qué está estancado, como un charco sucio e infecto donde crecen los bichos y el paludismo y otras enfermedades. No, no es posible que sigamos eligiendo la ignorancia, pretendiendo eludir siempre la responsabilidad de conocer la verdad. ¡Responsabilidad!

El año puede comenzar con un paso atrás de quienes lo cerraron protestando. Puede parecer que hay recule, huida, abandono. ¡Ni de lejos! Hemos tanteado, probado fragmentariamente, intentado de manera aislada fórmulas de protesta, de solución. Lamerse las heridas de la triste realidad (un estado alejado de sus ciudadanos, protegido por sus fuerzas y cuerpos de seguridad, y la seguridad de su fuerza, así como la inseguridad de su sinrazón...) no debe ser trabajo para mucho tiempo. ¡Cambio!

¡Jóvenes bárbaros de hoy, abandonad los televisores e Internet! ¡Quemad las consolas! ¡Tirad los móviles! ¡Levantad el velo de la realidad, una puta sifílitica, descarnada y roída, y morreadla, comprended sus pústulas, sus grietas, sus bilis! ¡Folláos a los que os sodomizan, dad por el culo a quienes os rompen el vuestro! ¡Que el miedo no lo tengáis vosotros! ¡Que lo tengan quienes os están fallando, follando y destrozando! ¡Si mienten, echadle huevos! ¡Si hacen lo que no deben, oponeos! ¿Y cómo? ¡SABÉIS CÓMO!

Si no buscáis el cambio, si aceptáis la situación, si preferís vivir cómodamente instalados en la desasosegante pero agradable conformidad, si queréis gritar, hablar y dar palique pero no mover las manos, los pies y el cuerpo, entonces... ¡QUE OS JODAN!

Y diréis, ¡tú qué! Yo estoy harto de gritar, de usar palabras, de abrir la boca como un pez y boquear en el silencio. Por eso, porque no puedo hacer nada de lo que pienso solo, necesito ver movimiento. Necesito ver una riada de gente yendo a los lugares que siempre apunté con mi dedo. Si veo esa masa, individual, colectivamente consciente, entonces caminaré, iré por el mismo sitio. Y recordad; el agua siempre pasa. Hasta la roca más dura se disuelve. Con ese agua o, mayormente, con dinamita.

No esperéis a que otros resuelvan vuestros problemas, pues son VUESTROS PROBLEMAS. No los de ellos...

¡CAMBIO!

martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad...

Llegan estas fechas "tan entrañables" que tienen un común denominador; el arrejuntamiento de los miembros del clan familiar en torno a hogar, consumiendo los alimentos recolectados a lo largo del año en un festín proteico, grasuzo y pantagruélico, necesario para combatir el fuego. Y todo se hace por lo que se hace, por tradición.

Una tradición que no es cristiana. Es sedentarista desde los tiempos en que el ser humano comenzó a cultivar, a crear hogares estables y a vivir controlando un territorio, en lugar de atravesarlo. Más o menos, esto comenzó en Mesopotamia y luego se traslado a Europa, hace unos 12.000 años, siglo arriba o abajo. Que luego se adorne de mil maneras y se le llame, desde que tenemos tradición escrita, culto a Sol Invictus, a Marduk o a Horus, da igual. Eso es el revestimiento. Los mitos son eso, mitos creados por el hombre. Algunos triunfan y se les da categoría de "religión". Hoy convivimos con un mito convertido en religión, el cristianismo.

Lo curioso es cómo la historia es la misma en cuanto a sus factores. A sus hechos concretos. El buen historiador marxista hablaría de infraestructura. Yo simplemente hablo de repetición, de farsa constante. Generación tras generación, como en una versión larga del "teléfono escacharrado", transmitimos falsedades útiles en principio para un fin concreto pero que luego han ido adaptándose y modificándose. Los memes, o los memos, puede ser. A veces, cuando una generación se corta abruptamente por la muerte en guerras o epidemias, se ve claramente la creación de una nueva falsedad. La adopción de la cultura de los vencedores, la creación de una nueva... somos animalicos sociales. Necesitamos mentiras que lubriquen nuestro entorno.

Yo aborrezco la Navidad, lo que significa y lo que es, para muchos. Para mí, individualmente, es recuerdo de discusiones familiares, de tristezas, de dolores de cabeza, de malas noticias, de muertes crueles, de obligaciones que no deseaba tomar ni respetar. Mi iconoclastia puede datarse en comienzo allá por los años 80, con siquiera 8 o 9 o 10 años, cuando decidí llevarme una figura de un Belén. Luego adopté la costumbre de que fuera un romano, una manía como otra cualquiera, o de poner al soldado romano apuntando al niño en el pesebre. También la de mangar una bolita de adorno de árbol, o tantas otras que tuvieron efímero comportamiento. No hice de ello una tradición. Los días de comilona me encerraba en mi cuarto, donde leía o escuchaba música, y salía justo para cenar, comer, pasar un rato y luego huir de nuevo. El momento de fin, de conclusión, era en el año nuevo. Con mi hermano, salíamos al balcón de casa y saludábamos al año entrante con un grito de las entrañas, desde las tripas, aullando con mucha fuerza. Liberábamos tensión. Después venía el día de año nuevo, donde solía darme un paseo entre los despojos de la fiesta. Tuve como tradición unos cuantos años quedar con un amigo y ver una película, elegida por uno u otro alternativamente, hasta que comenzamos a quedar con más gente en sus casas. Una mejora. Lo prefería a salir a una fiesta absurda, innecesaria, molesta y frustrante. Otros años los pasé leyendo un buen libro en la cama, elegido para el momento. Éste, me parece, lo pasaré en mi casa, con mi mujer, tranquilos, y quizá con visita de algún amigo.

Aborrezco éstas fechas. Fechas de colonias y solidaridad en la televisión. De felicitaciones que prefiero hacer el resto del año. De comidas, alcohol, excesos y abandono. Ligereza calculada, libertad vigilada.

Un saludo,

sábado, 22 de diciembre de 2012

Querido político mío...

... estoy preocupado. Mucho. Realmente, mucho. Desde hace tiempo, te observo, en el Congreso de los Diputados, oculto en el Senado, aislado en la Asamblea de Madrid. Te veo en la televisión, leo tus declaraciones en medios impresos e internet. Escucho lo que dices, en la radio. Suelo informarme de lo que suelen dejar informar los medios. Y me preocupa.

Tu valoración es baja, la media no supera el aprobado. En un colegio, estarías repitiendo curso. Y quizá por eso haces esas reformas en educación. Pero la peor parte la llevas en la calle. Tienes gente protestando todos los días. Frente al Congreso. Frente a los Ministerios. Frente a la Asamblea y Consejerías. Hay convocatorias de huelga, manifestaciones, pitadas, pancartas. La calle está incendiada. Y lo peor es que, aunque se dirijan en su mayoría contra el político que gobierna (sueles ser del PP) ninguno lo hace por confianza hacia los otros (sean del PSOE o de cualquier otro partido).

Se supone que estás para representarnos a los ciudadanos. Que te hemos delegado un voto, en unas elecciones, para realizar un programa político que, sinceramente, tú sabes que nos leemos muy poquitos. Vives de las declaraciones brillantes del momento, algunas inventadas, otras pensadas. Lo que expones en folletos y programas no tienen el valor de un contrato o de un folleto de la CNMV. No cotizáis en Bolsa, lo hacéis en la urna. Y cuando ésta os da el voto... olvidáis, si tenéis la mayoría, durante cuatro años, a quienes os cedieron temporalmente su representación. Te recuerdo que la Constitución (a la que sueles aludir con pomposa gravedad cuando te interesa) dice en su artículo 1.2, que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del estado". Esto es, no eres un poder en tí mismo, lo eres porque hemos decidido que lo seas.

Pero, ah, el gran problema... tú sueles ir en una lista. Salvo los primeros nombres, famosos, conocidos, publicitados, tú puedes ser un apellido tapado en una lista que no sabías si saldría. Puede que hayas entrado de chiripa, tras años de esfuerzo en una localidad concreta, moviéndote aquí y allá, prometiendo, zalamero, todo tipo de apoyos a éste o aquel, o presentándote como el adalid de unos y otros. Es casi seguro que has bregado en el partido, buscando el apoyo del partido, afirmándote dentro del partido. Y has olvidado que no eres un miembro de un partido, sin más. Eres un político. Un representante de un colectivo más amplio. Los ciudadanos.

Por eso algunos se acuerdan de otra cosa que dice en la Constitución (la Biblia que agitáis de cuando en cuando) en su artículo 67.2, y es que "Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo." Si eres un diputado, o un senador, no tienes por qué votar lo que dicta tu partido. Sí, es cierto, llegaste ahí por esa razón. Pero te votaron ciudadanos. Sin su voto, no eres miembro de esos parlamentos. Recuérdalo.

Claro que me puedes responder, "si logro entrar y encima con mayoría absoluta, tranquilo; ya me aseguro el futuro. Dejaré en manos de amigos y empresarios varios los mejores negocios y asuntos, y luego ellos me recibirán con los brazos abiertos." Es posible que sí, que te sepas esa parte de la Iliada. El caballo de Troya. Pero entonces, amigo político... no eres un político.

La ciudadanía está viendo cómo hay colectivos enfadados, claramente hostiles, contra los gobiernos en los que formas parte. Y está pensando en cómo, tras varias décadas, se ha dejado secuestrar. Ojo, no eres tú el primero. Empezó con un tal Suárez, siguió con su breve sucesor, Calvo-Sotelo, y llegó la "década" de González. Después, uno de los más odiados, Aznar, y tras él, Zapatero, aun más odiado. Ahora está Rajoy. El ciudadano que dedica unos minutos a pensar, se queda perplejo. Abre los ojos, las orejas y la boca con un "¡Oh!" exclamativo, refunfuñando un "¿cómo llegamos a ésto?". Y sabe la respuesta, lo sabe bien. Pero hay un factor que os ayuda mucho. Nuestra falta de cultura. En todos los sentidos.

Sí, siempre habrá grupos críticos, incluso muy respondones. Pero son facilmente evidenciables. Si son muchos, podéis hacer como el otro día Ignacio González, presidente no electo de la Comunidad de Madrid, con ayuda de la Delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes; llevar una manifestación a favor de la Sanidad pública y en contra de los planes privatizadores por calles y recodos alejados de la Asamblea donde impostábais un teatro democrático. Sin embargo, eso no impidió que varios cientos, un par de miles, quizá, llegáramos a la misma y pudiéramos corear gritos en contra de vuestro juego. Y nos vísteis, fuísteis a ver a esa muchedumbre, esa masa negra que puede derivar en oclocracia según vosotros. Si sabéis lo que significa el término. Pero lo lográsteis; apenas trascendió. Los miles de médicos, enfermeras, sanitarios y no sanitarios, pacientes y ciudadanos que formaban parte de aquella manifestación, quedaron perplejos al sentirse criminalizados por la policía. Fue curioso.

Porque tenéis a la policía y demás Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (qué bien suena, así dicho...) bajo vuestro control. Y aseguráis que es para proteger el normal funcionamiento de las instituciones. Vaya, si es que muchos ciudanos van a gritaros de pura impotencia, porque no saben ya qué cauce es el adecuado. No respondéis a periodistas (cada día más sumisos y serviles) ni tampoco proporcionáis datos concretos (valga el ejemplo de Lasquetty, incapaz en 50 días de decir cómo ahorra dinero su plan para la Sanidad, salvo cuando le han obligado un puñado de médicos que se han leído la ingente cantidad de BOCM y documentos públicos para espantarse...) y mucho menos admitís los gritos colectivos, prefiriendo el silencio, para vosotros mayoritario y aprobatorio, de quienes no saben, no tienen tiempo o tienen miedo o incapacidad para protestar.

Querido político mío; no creo que lleguéis todos juntos al medio millón en España, chupando del bote, como afirman unos cuantos. No, no salen las cuentas, entre parlamentos y demás. No llegáis a cien mil. Y muchos ni siquiera cobran en ayuntamientos, donde ejercen como un verdadero Zoon Politikon de los de Aristóteles (griegos... ya sé, ya sé, molestan). Pero mi duda, mi gran duda, es si llamarte siquiera "político".

Un político, según la RAE, "interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado." Eso lo hacemos todos, como indica en otra acepción, ejerciendo la "actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo." Por tanto, político, eres ciudadano, y como ciudadano, si llegaste aquí, te darás cuenta de la implicación que eso tiene. 

Así pues, querido ciudadano mío...

martes, 4 de diciembre de 2012

El fin de una edad.

Ayer miraba con ojos tristes el Puente de Toledo. Hacía frío, y la roca porosa seguía siendo áspera y sucia. El cielo gris, la superficie alisada con placas y los escasos árboles, esqueléticos, parecían servir de marco para la puerta de la muerte. En otoño, casi invierno, esto es habitual.

Cumplí 36 años no hace mucho. Una edad que, a los 20, se me antojaba casi de anciano. Recuerdo a los que comenzaban la treintena como si fueran mitos. Casados, con hijos, trabajo, hipoteca, coche... "no quiero eso", pensaba. Pero quería casi todo eso. Mientras, jugaba. Jugaba mucho. Jugaba a estudiar, a ser adulto, a hacerme mayor y a creer en la madurez. Jugaba a crear mis redes sociales, de la forma vieja, sin internet, con un teléfono fijo en casa, horas de llamada y horas en las que la ausencia se entendía natural. Jugaba mucho, y aprendí a conocer a los demás jugadores.

Un juego que siempre me ha gustado es el del rol. Llevo más de un cuarto de siglo practicándolo, y como buen aficionado, sigo jugando con defectos, fallos y vicios. También me pasa con el baloncesto, coincidente en el tiempo de práctica. Jugar requiere amigos, y los amigos, afinidad. Yo tenía muchos conocidos a los que llamaba sin reparo alguno amigos, y amigos a los que aun no conocía. El tiempo siempre destila, pero entonces uno bebe a grandes tragos.

En aquellos años, uno podía levantarse a las 11 de la mañana, holgazanear, perder el tiempo. Podía ir o no ir a las clases de la Universidad, podía salir de paseo, perderse entre calles y visitar tiendas sin ánimo, ni dinero, para comprar. Todo era flexible. Se veía a un tipo trajeado, aspirante a yuppie, corriendo con frenética desesperación, y uno se reía. Era lejano, un universo paralelo. Todo tenía atractivo, sí, pero también uno creía saber las líneas que no hay que cruzar.

En aquellos años, las noches eran interminables, y dormir era innecesario, pero no soñar. Siempre soñábamos. Algunos más que otros, otros menos de lo debido. Todos los días eran de descubrimiento, o, mejor aun, de dilapidar las horas a manos llenas, como ricos sin tasa. El tiempo no tenía fin. Las horas eran infinitas. La luz siempre brillaba y la sonrisa vivía instalada en el rostro. El pasado maquilla también aquellas caras, pero éramos jóvenes, conscientemente inconscientes, hijos de una clase media acomodada con maneras de revolucionarios de todo tipo; conservadores, hedonistas, radicales de izquierda o transeúntes.

Poco a poco, esas luces se han ido apagando. Incluso en los días de verano, largos y morosos, todo discurre más deprisa. Es como aquel ejecutivo vestido a la moda de los 90, maletín y melenita, puños y chaquetas vistosas. Sigue corriendo, incapaz de tener un minuto. Los hombres de gris se lo han quedado todo. Y el tiempo, ese valioso don, ese recurso mayor, se ha convertido en un bien tasado, limitado. Horarios, fechas, límites, preparativos... agendas, preavisos, alarmas... ya no existe el placer de la improvisación, de tocar un timbre y visitar a un amigo recién despertado de su siesta. Ya no hay decisión de última hora que conduce a horas largas sin dormir y conversaciones interminables, fogosas, arrebatadas. 

Ahora solamente queda la apatía, la desgana, la pereza. El deber que agota y genera esos sentimientos. Es el fin de una edad, de una idea, de una rebelión. La del tiempo. Y ahora... se siente la madurez, pero entendida como dolor, como umbral del destino. Olisqueando el aire, percibimos la extinción, la muerte. Y olvidamos las canciones del pasado pensando en las tallas en piedra del futuro. El presente... se hace lento, maquinal, tedioso. La edad es un corte, un límite falso e inexacto. Pero es.

No debería costar tomar aire y cerrar los ojos y sentirse de nuevo como entonces. Pero requiere tiempo para olvidar el tiempo y ganas de tener ganas. Pide ilusión, pide soñar, pide equivocarse y no sentir vergüenza o miedo. El fin de toda edad no es más que el comienzo de otra. Y todo fluye igual, todo continúa, constante, agua siempre fresca de arroyo vírgen.

Quiero beber hasta saciarme, pues nunca me hartaré.

Un saludo,