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domingo, 23 de agosto de 2009

Levante ruidoso y chabacano

He estado de vacaciones en Alicante, casi 15 días. Fruto de los cuales he estado en la molesta arena de la soleada playa, bañándome en un Mediterráneo cada vez más sucio y contaminado, pero de aguas agradables en ciertos días. Aunque yo soy más de piscina. En esos días, he tenido la oportunidad de volver a experimentar, más que otros años, la calidad cívica propia de éste lugar y momento de la costa.

Primero, el poco aprecio a las propiedades ajenas. Tres veces he encontrado que mi coche ha estado bien aparcado, pero tres veces he visto cómo un prepotente con todoterreno urbano (un psicólogo lo definiría claramente…), un señor de edad madura con sentimientos vacacionales acentuados y un niñato pisaverde de novia chulesca han decidido que yo no tengo por qué poder entrar en mi coche. Así de sencillo. Habiendo capacidad para aparcar bien, en distintas plazas, ellos han decidido que su entrada es más importante que la mía. Hasta el punto que han llegado a abrir con evidente mala hostia sus puertas rascando las mías. Naturalmente, ni cuento la multitud de coches que no respetan las paradas, stops o semáforos en rojo, con el peligro consiguiente. Educación vial, cero.

Segundo, el poco aprecio por la cultura y el dinero que nos cuesta a todos, ya sea yendo al cine o al teatro. En el cine, he tenido que soportar largas conversaciones de niñatos, de señores de cierta edad, de imbéciles que ni sabían a qué sala iban, molestando, hablando alto, haciendo ruidos y pasando de las llamadas de atención. Peor en el teatro, donde tuve que aguantar una organización chapucera, provinciana y de poco lustre para ver una obra magnífica, "Fuenteovejuna", de Lope de Vega, ahora bajo la férula del impuesto revolucionario de la SGAE. Ahí el público ya fue lamentable en todos los aspectos. Gente entrando y saliendo iniciada la obra, entorpeciendo la visión y audición del texto, incluso gritando a los actores para que éstos elevaran aun más la voz, aunque eso era casi de corrala coetánea. La compañía, magnífica. El público, digno de un Casino local. No obstante, el público fue acorde a la obra del viernes, "El reino de la tierra". Ambos, mutuamente mediocres.

Y el final viene de noche, aunque también algo hay por las mañanas. De noche, los niñatos y niñatas (¡Biba la igualdad en el lenguaje, que es sexista, machista y engorda!) dedicándose a pedorrear con sus motos a las 3 de la mañana, haciendo alardes de control, esos que suelen acabar con cuellos rotos y otras heridas, o apedreando casetas de Protección Civil, coches de los aparcamientos u otras gamberradas sonoras. En el agua, igual, los socorristas no son más que accesorios curiosos para muchos de ellos, que viven a tope sobre sus mocarros y vómitos de la noche anterior.

Acaso aguanto menos, gruño más y soy más intemperante. Pero lo cierto es que me siendo, como todos antes y después de mí, en la última generación equilibrada, la que sabía distinguir entre rebeldía gratuita, infantil berrinche, y la que produce cambios positivos en la autoridad, cuando ésta no es autoritaria, sana y necesaria. Quizá sea el mismo problema de siempre para que el que siempre doy la misma solución. Una educación, no en maneras o formas, eso va después; en el contenido. El continente, cada cual lo forje, labre y esculpe a su gusto.

Un saludo,