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martes, 5 de diciembre de 2017

Western, feminismos y opiniones varias.

Alcancé a ver "Godless" por un comentario de alguna plataforma social sobre que era un "western feminista". Me vi la miniserie (siete capítulos) y descubrí una serie que retoza sobre los clásicos elementos del western, sí. Espacios abiertos, enfoques fordianos (la puerta, la eterna puerta...) diligencias, forajidos implacables, tabernas, prostitutas de corazón noble, agentes de la ley esforzados, el choque de civilización y tierras salvajes o no tanto, indios... y mujeres. Es una serie muy interesante (los títulos de crédito tienen elementos copiados de "True Detective", que también bebe, como casi todo, del western) con personajes que entran en la categoría de "mola" y momentos épicos, como debe ser. Pero el feminismo...

Leo la columna de El Diario, panfleto como tantos otros (incluyo en la categoría, algunos con tipología de libelo, a El País, El Mundo, ABC, Público, La Razón, Libertad Digital, La Vanguardia, etcétera...) un artículo sobre dicho western. Y un dato me llama la atención, algo que me ha parecido  una tontería. A mí. Explico por qué.

Dice el artículo que se vendió como "western feminista" y luego tuvieron que girar todo precipitadamente en el último episodio. Bueno, en realidad, el último es el corolario de la persecución que se inicia en el primero. Y el duelo tiene el sentido que tiene (a pesar de que me sobran balas y forajidos) y es lo que es... más no puedo decir sin desvelar la trama. Es coherente, y respeta el tono y estilo que se ha dado a sí mismo desde el primer episodio, aunque tenga algunas debilidades a lo largo de las casi 7 horas.

Me resulta curioso en el artículo que se haga un análisis de la presencia femenina por el número de líneas de diálogo que dicen unos y otras. Al parecer, 3/4 partes de los diálogos los dicen hombres. Y así, de manera "científica", queda claro que no son las protagonistas. Vaya. Bueno. En las películas de John Ford no sé qué porcentaje tenían hombres y mujeres, pero yo no sé cerrar los ojos, imaginar un western o película suya y no ver a una mujer, su presencia, tan dura como el pedernal y más poderosa que un James Stewart, un John Wayne o un Henry Fonda. Porque ver a Maureen O'Hara, Katharine Hepburn, Vera Miles, Natalie Wood, Elizabeth Allen o las "siete magníficas" de su última película, por citar a las más conocidas (hay muchas más... y desde el mudo, que Ford hizo más de 100 películas...) es una gozada. Es sentir ese contrapunto, silencioso, que no silenciado, fuerte, potente, claro y certero. No tienen más líneas de diálogo, no aparecen más minutos en pantalla, estoy seguro de que cobraban menos, estoy convencido de que se intentaba dar al público un florero (pero a ver, ¿qué florero es ese de Maureen O'Hara mostrando a John Wayne cómo de testaruda es una irlandesa, que tiene que llevársela a azotes por el campo en una secuencia que hoy sería vista como la apología del maltrato más Technicolor de la historia del cine? O... ¿qué florero muestra Elizabeth Allen en "La taberna del irlandés", donde pasa de recatada y modosa bostoniana a mujer que toma las riendas sin ningún problema, en una muestra de "empoderamiento" que ya quisieran muchos hoy día? y son algunos pequeños ejemplos...) pero realmente, ellas, y John Ford lo sabía, se comían la pantalla. No existía hogar, no existía civilización sin las mujeres, y John Ford lo exponía. Y eran sufridas, sí, porque la violencia era el recurso natural, salvo en aquellos hombres extraños que no la ejercían contra ellas y por tanto, destacaban especialmente. Y reitero, sus porcentajes de diálogo eran, estoy seguro, muy inferiores a los de los hombres.

¿A qué viene la diatriba? A que en el cine importa lo que se muestra más que lo que se dice. Incluso aunque seas Lubitsch o Billy Wilder, o Woody Allen (seguro que es otro apestado ya...) y el diálogo sea necesario, ese diálogo ingenioso, chespiriano y heredero de las "Screwball Comedy" o el cine negro de los 30 y 40. Mostrar es, en el cine, lo más esencial, porque muchas veces, y ¡atención, revelación! lo que un personaje dice y lo que el espectador ve pueden ser dos cosas totalmente contradictorias. Y da para mucho esa contradicción. Un ejemplo más, esa magnífica historia mítica que desmitifica, de John Ford; "El hombre que mató a Liberty Valance". Que vale como puede valer "Rashomon" de Kurosawa, para ver que el relato no es plano. Porque hay diferentes puntos de vista.

Un espectador puede, en su buena voluntad, ver la serie y contar las líneas de diálogo que interpretan unos y otras. Y decidir que no es feminista como anunciaban, porque 3/4 partes las realizan actores, y la trama principal está llevada por los hombres. Me parece una manera muy ruinosa y poco dedicada de ver cine, televisión o cualquier otra cosa, estar contando así, pero lo respeto. Por mi parte, no me parece un western feminista, no. Pero no porque los diálogos o la trama se queden en los actores. No es feminista porque no necesita serlo, aunque se etiquete así para vender más "a la moda". Es una aventura. Es Western. Es una buena manera de revitalizar un género que nunca muere. Y Michelle Dockery, Merritt Wever o Callie Dunne, por poner a tres de las actrices principales, realizan un papel muy certero y que engancha desde el principio.

En suma, otro debate acerca de si se puede etiquetar todo para lograr un fin concreto. Vender más.

El artículo en cuestión.

Un saludo,

martes, 21 de noviembre de 2017

¿Pero qué cojones está sucediendo?

Me imagino que más de uno se hace esa pregunta. Yo he huido del Facebook y apenas participo en Twitter o redes cualesquiera (salvo chats privados de WhatsApp y visto lo visto, más bien poco y de manera más humorística) porque me siento abrumado. Hasta los cojones, diría aquel. 

En el mundo moderno (y hace 2000 años también) uno siempre la sensación de que se le escapa algo. O falta información o esta es excesiva y provoca ruidos. Sobre el asunto de Cataluña, me he visto de pronto superado. Independentismo, nacionalismo (de ambos lados) o el llamado "constitucionalismo" o "unionismo". Emociones. Mi opinión debería ser clara. Pero se da golpes con cada nueva afirmación o comentario o información que leo. Opinión también. Y me parece que la mía queda tan abollada e incierta que me cuesta emitir una.

Hay una guerra de propaganda brutal, por todas partes. No la había notado tan virulenta desde que tengo conciencia. Desconexión emocional lograda por mi parte, contemplo obnubilado relatos de tantas partes como agendas hay. Hechos que parecen claros de pronto son controvertidos, inexactos o malinterpretados. No hay verdad. Hay un objeto que, contemplado desde mi fantasiosa epoché, destella o muestra suciedad en tantas de sus facetas que ni sé qué objeto estoy contemplando.

Esa desorientación se hace más aguda cuando las etiquetas libran la batalla. "Las izquierdas". Los que, emocionalmente, son mis "buenos", me parecen absolutamente perdidos. Zombies. La izquierda debe apoyar el independentismo catalán aunque éste no sea absolutamente nacionalista porque es un modelo de revolución nuevo (¿Nuevo? ¿En serio?) que va a terminar con el sistema corrupto de la II restauración postfranquista. Y otro que dice que la izquierda no puede ser nacionalista nunca (dogma incansable) porque el nacionalismo es todo lo contrario que la izquierda (jerarquía vs horizontalidad, por ejemplo) así que "las izquierdas" son, ahora mismo... ¿Qué? ¿Quiénes?

El relato de Cataluña lo están manejando muy bien los partidarios de la independencia, sea por  los motivos que sean. La muchachada (y no muchachada) está viviendo una efervescencia revolucionaria como la de un Mayo del 68 o un París de la Comuna, sin fusiles, sin prusianos o adoquines, pero reconvirtiendo esos hechos en símbolos con la policía nacional o la guardia civil como enemigos y representantes de un Estado represor. ¿Dónde empieza la defensa de la Constitución y dónde empieza el Estado que reprime? ¿Se unen, tienen caminos paralelos, entrecruzados, divergentes? En mi reflexión sobre el relato de Cataluña vuelvo a perderme en paralelismos y sonrío ante la "Revolución de las Sonrisas" que ya no sé si es de los que saben algo y no lo comparten o del resto ante los que dicen saber algo pero no saben nada.

Puede que mis fallos de entendimiento vengan de la desconexión emocional que he alcanzado, como dije, y no me zambulla intensamente en los remolinos sensitivos que pueden estar agitando el pantanoso debate, limitándome a contemplar la superficie oleaginosa y cambiante de ese inmenso pantano. Puede ser eso, o también mi incapacidad para extraer, separar, revisar y unir los datos que llegan día tras día por tantos y diversos medios. Al final es cuestión de aceptar un relato o no, de creértelo o no, de permitir que avance una historia cuyos protagonistas generan empatía o no, donde suceden giros de trama creíbles o no. La suspensión de la incredulidad que pedía Hitchcock y que dejaba paso a la lógica emocional y dramática de la historia que narraba en imágenes.

¿Se puede no aceptar el relato de una Cataluña oprimida en la España postfranquista y represora que busca su libertad con paciencia y en paz, tanto como el relato de una España potente que sufre el acoso indigno de una panda de insolidarios egoístas y criminales que rompen con esa potencia? ¿Se puede no estar de acuerdo con que se mande la policía a la expresión, sea charada o entusiasta, de una votación por la independencia, y de que la violencia ejercida además de un error se ha magnificado en exceso? ¿Se puede estar en desacuerdo con Rajoy y su gobierno y con Puigdemont y su govern? ¿Se puede estar en desacuerdo con los supremacistas que piden sólo catalán y los que sólo piden castellano? ¿Se puede no estar de acuerdo con que España es un estado de fascistas y que tampoco son fascistas los que buscan la imposición de un estado en Cataluña? ¿Se puede? ¿Puedo?

Si puedo, entonces tengo libertad de expresión, un derecho fundamental, aunque hoy día no sirva para nada, porque la libertad de expresarte no dignifica la expresión ni obliga a escucharte a nadie. Simplemente, sigo preguntándome... ¿Pero qué cojones está sucediendo?

Un saludo a todos,

viernes, 3 de noviembre de 2017

Hogar.

El día 31 de octubre de 2017 fue la primera noche que pasé en mi vieja casa, la casa de mis padres, de mi familia, el hogar en que viví 32 años hasta que me independicé en 2008 y me marché. Hasta 2017 he vivido en compañía de Cristina, con quien me casé en 2011, y de quien ahora me he separado para divorciarme. En el camino, 7 años en Alcorcón, 2 en Madrid, viviendo juntos, dos hipotecas y dos hijos. Y un gato. Ese balance, en crudo, no expresa los sentimientos y emociones, como cuando nació mi primer hijo y le sostuve en brazos como algo nuevo, extraño, un cuerpo ajeno al propio pero completamente propio en todo sentido. No muestra los momentos de tensión, de descubrimiento, del día a día donde evolucionaba, crecía, mostraba su personalidad y la influencia de nuestra crianza. No habla de los momentos de duda, de crispación, de duelo, de dolor, de miedo, de inquietud. Nuestro gato, mi gato, cayó en 2016 por la ventana de la casa, cinco pisos hasta el patio, salvándose milagrosamente, aunque herido. Lo pasé muy mal, me hizo rememorar el dolor de la pérdida, transmitido por mis padres tras sentirlo respecto a mis dos hermanos. Y mi hijo mayor se hirió varias veces, caídas, golpes, sangre, gritos de dolor, aullidos que queman la piel y penetran hasta los nervios haciéndolos hervir. El mundo se ha tornado carne palpitante, sensible, doliente. Emociones puras, sentimientos sin doblez, perspectivas sencillas.

En 2017 tomé la decisión de separarme. Arreglé mi casa, la casa donde nací y viví con mis hermanos y mis padres mientras los iba perdiendo. Mi hermano mayor, Carlos, un modelo y un enigma. El siguiente, Félix, un caso perdido según todos, extrañamente blando en mi memoria. Luego mi madre. Después mi padre. Las marchas, huidas, gritos, portazos, abrazos de reconciliación y frases de enseñanza, refranes que no lo eran y sabidurías manadas de silencios o palabras en cascada. Las resistencias a la realidad, a los cambios, a las novedades, o su búsqueda impulsiva, creyendo en ello hallar soluciones, respuestas. La vida es un continuo transitar por falsas certezas y sombras de certidumbre. Arreglé la casa, como digo, y el martes 31 de octubre pasé mi primera noche en ella.

Al contrario de lo que temía, ningún fantasma me acosó, ningún recuerdo pendiente de resolver me hizo mella y atrapó mi sueño. Dormí como nunca, cansado de la excitación del nuevo hogar, mi hogar, nuestro hogar, el nuevo hogar de mis hijos y mío. El día siguiente hice la presentación, afrontando el examen más exigente que recuerdo, más nervioso que ante un final de carrera. Estuvieron mis hijos conmigo. El mayor durmió en su nueva casa, despertó conmigo, me abrazó, me besó, me quiso, me habló, sentí la cercanía de su piel, de su cuerpecito, de su voz, de su mirada anhelante, repleta de cariño, de inteligencia, de amor. De futuros posibles sin escribir, por escribir, por desear. Y tras un día intenso, rutinas, colegios, parques, tareas varias, le dejé en su otra casa, la de su madre. Y volví a la mía.

Me volqué en varias tareas. Me distraje viendo series. Limpié, ordené, arreglé, planifiqué, pensé. Y entonces entré en su habitación. Vacía, los juguetes aún sin recoger en la alfombra, el vacío de su ausencia, el eco apagado de su voz, sus palabras, su sonrisa, su cariño. Toqué la cama donde reposó mi hija, dormida plácidamente, ausente, creciendo entre leche materna y abrazos, voces cálidas y pequeños paseos. Y me sentí solo. Como nunca.

Perder a mis familiares me debería haber preparado. Esto es una separación temporal. Apenas hay 1400 metros de distancia, un cuarto de hora andando, cinco minutos en bicicleta. Un río entre medias, ese río frontera de mi infancia, adolescencia, juventud y vida adulta que separaba el barrio del anhelo, del sueño, de la aspiración que situaba en el otro lado. El río que delimitaba tantas cosas y cuyo cruce suponía incursionar en la novedad, la excitación del explorador que holla tierras promisorias. Ahora al otro lado se encuentran dos tesoros, dos nada ocultos, que ningún pirata lograría intercambiarme por miles de gemas o el tesoro del galeón español más rico del océano. Dos personitas que son mi prioridad, coordenadas y deseo mayor. Al otro lado del río se encuentran de nuevo mis deseos, aspiraciones y anhelos.

Mi hermano, el que me queda, Ángel, ese bruto sabio que sintetiza la poliédrica realidad, me advirtió. Vivir en soledad no es fácil, no todo el mundo está preparado para ello. Nunca. Hay que ser consciente que algunos saben y pueden y, otros, no. No sé qué tipo soy aún. Sé que sin mis hijos mi vida sería infinitamente más triste, gris y opaca. No son excusa de nada. Con ellos he escrito, leído y hecho mis primeras pequeñas obras. Tras ellos, junto a ellos, seguiré haciéndolo. No escribo casi nada desde inicios de año, apenas leo, pero mi ingenio, el que tenga, lo invierto en cuentos, historias, relatos y distracciones para el mayor e ideas para que pueda recibirlas la pequeña. Mi mejor obra no existe aún, ni siquiera puedo decir que sean ellos, porque fue en común, una labor compartida y que seguiré compartiendo con su madre, aunque no la quiera, aunque no sienta el amor del que dudé y he certificado que desapareció hace tiempo. El afecto de adultos es extraño. Se compone de miles de pequeñas cosas, pero lo puedo reducir a complicidad, pasión y compromiso. Queda el compromiso. Y es el compromiso más importante que he adquirido jamás, por encima de hipotecas, deudas, libros por escribir o éxitos cualesquiera. Cambio mil premios por la mirada anhelante y sonrisa de mi hijo al contarle una historia, embelesado y perdido en mis palabras entonadas para hacerla más viva. Trueco cualquier nuevo aparato electrónico por un juguete con el que verle disfrutar, sean mis enanos pintados hace 25 años o un pequeño muñeco de plástico. ..

Y es extraño, pero en mi casa nueva que es vieja se superponen todas. Veo el mismo suelo de cerámica negra y nubes blancas a las que asignaba formas, caras, imágenes. Allá el viejo filósofo, en el baño los patitos caminando tras la madre, en la cocina la vieja de nariz ganchuda, en la terraza las trincheras de mis soldaditos de plástico. Veo el mismo mueble donde había de todo, herramientas, clavos, tornillos, cartas, libros, manteles, fotos, toallas, licores que probé a escondidas, la televisión que no podía ver salvo cuando me dejaban. Sigo en la misma penumbra que siempre he sentido (toda la vida me ha parecido una casa oscura, aunque ahora luce iluminada como nunca; quizá ensombrecida por las tragedias...) a pesar de disfrutar de iluminación LED. Aún evito mecánicamente puertas, huecos, trozos de pared que ya no existen. Miro en dirección distinta a pesar de saber que no estoy mirando a la acostumbrada. Siento, veo, percibo, y todo se superpone, se mezcla, aunque la realidad que mis ojos me muestran sea otra. La que he configurado, la que he modificado para lograr un sueño.

Un hogar. Un hogar parcialmente vacío, preparado como un mausoleo sin vida que torna hogar cuando él está en la casa, emanando más calidez que cualquier estufa, radiador o chimenea. Mi hijo llena con su presencia cualquier espacio en el que esté, y sé que más pronto que tarde lo hará igual mi hija. Ellos, en realidad, y no las paredes de esta casa, son mi hogar. Siempre. Y en él moraré hasta que ellos me dejen.

Llegar a estas palabras me ha costado mucho. Es un punto de partida, un cruce de caminos o un final, no se sabe. Me da igual. Mañana les veré. Y siempre que pueda, quiero verles. El amor que siento hacia ellos es tan superior que lo envuelve todo. He tomado mis decisiones. Sé por qué. Ahora falta que, en este primer día de más de diez mil, de muchos más, aprenda a seguir el consejo de mi hermano y sepa hacer de mi soledad un motor provechoso. Cuando vaya liberando mi mente como desembalaba cajas, cuando ordene y sitúe todo en su sitio, sabré que no he hecho más que una porción del camino. Como siempre. Como es.

No tengo más patrimonio que mi tiempo, y eso, todo, derrochando o gastando sin tasa, será de ellos. Junto al don de la risa y la certeza de que el mundo está loco, podré seguir haciendo de la soledad una aliada.


Un saludo,

martes, 31 de octubre de 2017

República, republiqueta, publicanos y republicanos varios...

Una nación es un estado de ánimo. Puramente. Un estado que se constituye en Estado cuando se van creando las situaciones que lo cimentan. En 1931, tras las municipales, muchos republicanos de pro fueron a tomar los despachos ocupados por monárquicos según se iba sabiendo que Alfonso XIII se había ido. Lo cuenta muy bien y de manera divertida un catalán en Madrid llamado Josep Pla (que hoy será calificado de facha por más de uno, aunque a mí me parece, simplemente, un buen escritor) narrando cómo poco a poco se desmorona un estado anterior para dar paso a otro que irrumpe con chulería, gracejo y casticismo. Realmente, la II República española triunfa porque es abril, primavera, el pueblo se divierte y hay detrás muchas fuerzas que desean esa república en toda España. Un estado de ánimo que se convierte en Estado.

Horacio Altuna tiene cómics brutales. Hay uno, en concreto, "Ficcionario", donde su protagonista, Beto Benedetti, un inmigrante latino en una gran urbe tipo NY, vive las distopías imaginadas por Altuna. En un episodio, "Special Forces", Beto se topa con un viejo amigo que es ahora miembro del ejército, un macarra chulo y bastardo de pro. Una de las frases que más se me quedó marcada, no sé si por los acontecimientos de estas semanas, era aquella de "¿A quién manda El Poder cuando hay dos republiquetas indecisas sobre a qué bloque apoyar?". El Poder. Y las republiquetas, esa manera despectiva de minimizar un Estado, me parecía impresionante. Un estado, sea el que sea, puede reducirse a expectativa o ilusión si no tiene arraigo de poder. Poder que viene de lo que viene. El impuesto.

Los publicanos eran aborrecidos en la antigua cuenca mediterránea por ser aves rapaces que sangraban y desmembraban con sus exacciones a los habitantes de las zonas controladas por Roma. Su cargo, vendido en subasta (pujaban aportando el dinero que luego suponían iban a recaudar, y por eso luego recaudaban más para obtener beneficios...) aparece incluso en el Nuevo Testamento como símbolo de hijoputismo absoluto. Mateo el evangelista fue primero publicano y luego... converso. Pero ejercían una función básica; recaudar. Sin dinero no mantienes nada. Si no mantienes nada... todo es entelequia.

En España hemos tenido dos Repúblicas como sistema de gobierno. El 11 de febrero de 1873 y el 14 de abril de 1931 se declararon, y ambas intentaron ser solución a conflictos sociales y económicos varios. La de 1873, respuesta a los generales golpistas monárquicos, la abdicación de la última solución monárquica foránea (Amadeo de Saboya) las guerras carlistas y las luchas de Cuba, entre otras. Muchos frentes que la destrozaron, y acabó, como dijo uno de sus presidentes, Estanislao Figueras (catalán) en un "señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros". La de 1931, menos sorprendente pero más rápida y plagada de ilusiones, nació en medio del Fascismo, el Nazismo y el Comunismo, donde las democracias eran vistas como algo endeble. Tarde, y con tensiones internas de los africanistas y los sectores de siempre (Iglesia católica, nobleza terrateniente y conservadores de todo cuño más carcundios que nadie) contra los intentos de modernización de una endeble línea de pensadores modernos y progresistas y las tensiones revolucionarias de una masa que no quería represión policial del ejército si no cambios de inmediato. Murió varias veces, política y militarmente en diferentes años, y quedó su halo hasta 1975, esperando que éste fuera suficiente para resucitar, pero no. Quedó como reliquia inmaculada y aspiración de pasado más que de futuro. Y...

Yo siempre me he considerado republicano. Una forma de gobierno abierta, amplia, que sea racional y permita el control de las corrupciones, obligue a la separación de poderes para que el contrapeso haga reflexionar a los gobernantes elegidos, un sistema que colme las aspiraciones de la mayoría y sea sensible con las de las minorías, tratando de buscar encajes que permitan, a fin de cuentas, lo básico. Una vida feliz. Lo dice la constitución de los EEUU, y son palabras, pero las palabras se hacen realidad con los hechos. Hechos que requieren valentía y coraje. Hechos que sólo suceden cuando, aunque parezca de perogrullo, se hacen.

Durante mis años de vida he pensado que, quizá, vería una III República. No sabía qué podía desencadenarla. Al inicio, pensaba en lo utópico, una educada ciudadanía que votaría y exigiría a sus representantes la reforma de la CE de 1978, un instrumento así reformista. Viendo la verdad del funcionamiento de la política, descubrí términos más chabacanos después, como el chalaneo de cargos y otras menudencias de reptiles. Sopesé que sólo la violencia valdría, viendo el estado de corrupción y despilfarro aflorado tras la crisis de 2008. Me entusiasmé pensando que Podemos era la vanguardia de la primera utopía, la ciudadanía educada. Me decepcioné (como antes con el PSOE, con IU...) y caí en un estado en el que lo personal ha sido crudamente lo más importante. Me trajo al pairo que hubiera o no una República. Y hete aquí que, la semana pasada, de pasada, entre acontecimientos que darían mucho material a Valle-Inclán y a Berlanga, se proclamó una en Cataluña.

¿República o republiqueta? Yo tengo mis ideas al respecto. Si prescindo de mi "españolidad" (¿Qué es, a fin de cuentas? ¿Qué me convierte en español, aparte de accidentes geográficos y poco más?) contemplo con susto y curiosidad todo lo que está pasando. Percibo la ilusión, ese estado mental que aún no ha derivado en un Estado propio. Percibo el enfado, el cabreo, los mil motivos que han movido a esto y a muchos para apoyar a los mismos que antes les daban ostias (los Mossos) o les ninguneaban en servicios sociales (CiU, hoy PdCat y demás) pensando que, traspasada la puerta de la independencia, de la República soñada, anhelada, lograrían el Edén de pan y leche. O no. Al margen de los motivos de muchos y de algunos pocos para impulsarlo (no creo en el idealismo; estoy convencido de que incluso Robespierre tendría alguna motivación más práctica que la revolucionaria...) me planteo muchas dudas y muchas incertidumbres. ¿Es preámbulo de una III República en España? ¿Es una secesión que costará sangre? ¿Nos parece una opereta porque tenemos ese estado mental que el Estado nos ha modelado? ¿Llegará a algo que, principalmente, haga feliz a la gente?

He perdido las cejas leyendo, viendo, escuchando y conversando con muchas personas de diferente pelaje y sensibilidad. Me ha sorprendido la altísima carga emocional que este asunto conlleva (lógico, por otra parte, porque ninguna independencia o secesión, como se le quiera denominar desde el punto de vista que convenga, se hace con números fríos, realidades y pragmatismos) y la virulencia de carga contra tantos y tantos, convulsión que ha tensado tantas relaciones. Me cuesta elegir bando. Lo digo así de claro. No sé, no puedo, no quiero. Ni la calabaza ni la sandalia de Brian, aquel pobre peatón del mar Muerto que se veía perseguido por todos. Quizá sea cobardía o falta de carácter, pero prefiero pensar que es porque siempre, siempre, me sigo haciendo la misma pregunta que se hacía Burt Lancaster en "Los profesionales". "Quizá sólo exista una revolución desde el principio. La de los buenos contra los malos. La pregunta es... ¿Quiénes son los buenos?"

Y yo no sé qué contestar...

Un saludo, y si me dispara alguien, que sea en la cabeza.

lunes, 16 de octubre de 2017

Clamando en el desierto.

Disfrutemos de espectáculos circenses y malabarismos. Trileros, saltimbanquis e iluminados. Nos hipnotizan con sus palabras y mientras escamotean cubriéndose la realidad. Hurtan usando los pechos de los más fervorosos creyentes, que se disponen frente a ellos. No hablo sólo de políticos, sí de quienes gestionan, tienen y usan su poder. Que son unos cuantos.

Galicia arde. El Segura está seco. La sequía y desertificación de España avanza. Los recursos hídricos menguan al tiempo que suben las ventas de vehículos. La urbanización del modelo de vida extrae las últimas posibilidades de un territorio, un planeta, que sufre cambio climático. Pero en lugar de unirnos en pos de un futuro mejor que nos afecta por más que pongamos fronteras, hablamos de poner fronteras y demostrar ser mejores que el vecino.

Las historias post apocalípticas de los años 80 implicaban bombas nucleares que dejaban el mundo convertido en páramo. Nos hemos olvidado. Después fueron monstruos, invasiones alienígenas, y algunas de desastres naturales. Pero al final la mano del hombre se quedaba atrás, retrasada. El Antropoceno no existe en la posverdad (pamema, paparrucha, mentira a secas) y lo estamos viviendo, para bien y sobre todo, para mal.

Somos nosotros los que estamos arruinando nuestro futuro. Emisiones. Talas. Contaminación. Estilo de vida. Nada nuevo. Los romanos ya contaminaron con plomo, arrasaron mediante sus minas, removiendo tierras, fértiles lugares. Talaron. Quemaron. Y tardamos unos cuantos cientos de años en recuperar...

Hay incluso una página que lo describe. No, de Ecologistas no...

http://www.mapama.gob.es/es/desarrollo-rural/temas/politica-forestal/desertificacion-restauracion-forestal/lucha-contra-la-desertificacion/lch_espana.aspx



Indica bien claras las causas:

* Clima semiárido en grandes zonas, sequías estacionales, extrema variabilidad de las lluvias y lluvias súbitas de gran intensidad.

* Suelos pobres con marcada tendencia a la erosión.

* Relieve desigual, con laderas escarpadas y paisajes muy diversificados.

* Pérdidas de la cubierta forestal a causa de repetidos incendios de bosques.

* Crisis en la agricultura tradicional, con el consiguiente abandono de tierras y deterioro del suelo y de las estructuras de conservación del agua.

* Ocasional explotación insostenible de los recursos hídricos subterráneos, contaminación química y salinización de acuíferos.

* Concentración de la actividad económica en las zonas costeras como resultado del crecimiento urbano, las actividades industriales, el turismo y la agricultura de regadío, lo cual ejerce una intensa presión sobre los recursos naturales del litoral.

La última, en especial, aunque situada al final y mezclada, es realmente lo que está sucediendo y causa de las otras. La mano del hombre...

Siempre vuelvo a Discépolo. Un trocito de su letra, de "Cambalache", que es muy profético en este mes de octubre tan caluroso...

"Dale nomás, dale que vá, / Que allá en el horno nos vamos a encontrar."

Un saludo,

jueves, 12 de octubre de 2017

La sacrosanta Constitución Española de 1978.

Antes de comenzar, yo ya he hablado de muchas maneras sobre la CE de 1978. Conozco el texto por tres vías. Leerlo en el colegio, que lo enseñaban (en Ética, sobre todo) estudiarlo en la carrera (con Ignacio Astarloa, que aunque político del PP, daba clases en la Carlos III de Getafe, y un par de clases extraordinarias y sorpresa con un "pater", Gregorio Peces-Barba) y especialmente machacarla en las oposiciones (sí, ahí es donde se disecciona de manera diferente)

La CE de 1978 es imperfecta. Como todas. No es un texto redondo. Pero hay una peculiaridad sobre el mismo que es relevante; desde el día uno, muchos de sus preceptos se han conculcado, se han torcido o reventado, y ha sido con la complacencia de quienes la redactaron y sus sucesores. Vista gorda o mirar a otro lado, qué más da. Así, cositas que parecen sin importancia se han revelado importantes. ¿Que los diputados y senadores no estarán "ligados a mandato imperativo" (Art. 67.2)? Pues sí lo están, mediante la disciplina de partido. ¿Que primero declaramos que la nación está unida sin solución de disolución (Art. 2), pero que existe autonomía? Pero... ¿Qué es nación? ¿El pueblo español del que emanan los poderes del Estado (Art. 1.3)? Y eso qué significa, ¿Que los ciudadanos (Art. 9.1 y 9.2, o la Sección II del Capítulo II del Título Primero) son entonces la fuente del poder y por tanto ellos constituyen la Nación, independientemente del territorio? Pero... eso choca con la realidad. Los ciudadanos, ¿cuándo hacen que sus poderes "emanen"? En las elecciones (Art. 23) que son... cada cuatro años. (Art. 68.4 y 69.6)

Así que tenemos que nuestra soberanía nacional se cede en unas elecciones cada cuatro años a unos representantes que no están ligados a mandato imperativo y... ah. Error. Sí lo están. A un partido. A su línea. Y esos partidos a su vez están forzados por los lobbies y grupos de presión que corresponda en cada momento. Con lo que, por el camino, hemos perdido la representación. El diputado que elegimos por Cuenca en realidad ni sabemos quién es. Es el partido. No el diputado. Ni el senador. De hecho, ni siquiera hace falta que esté en esa circunscripción (como los "cuneros" de la I Restauración) ni que la represente ni que se plantee siquiera pensar en sus necesidades. Desconexión total. 

Claro que hay más vías para lograr que el ciudadano participe. La ILP (Iniciativa Legislativa Popular) que está en el Art. 87.3. Medio millón de firmas. Pero en materias muy limitadas. Porque, ¿no lo había dicho? En el periplo de ceder la soberanía nacional a nuestros representantes, ni siquiera ellos hacen leyes. Las hacen los grupos de partido, y mayormente, el Gobierno. Así, el Ejecutivo se hace con el poder Legislativo. Supongo que a esta hora Montesquieu está rabiando en su tumba. Y no digamos el Judicial de los altos tribunales (Supremo y Constitucional) donde Gobierno y partidos cortan. Pero me estoy yendo. Las ILP serían una forma de participación más directa, ¿no?. A ver, veamos cuántos Decretos Legislativos se han aprobado de los presentados y cuántos de ILP. 

ILP: 142 presentadas. 1 aprobada. En casi 40 años...

https://es.wikipedia.org/wiki/Iniciativa_legislativa_popular_en_Espa%C3%B1a

Decreto Ley. 73 aprobados de 143 proyectos de ley. En la anterior legislatura...

https://politica.elpais.com/politica/2015/08/19/actualidad/1440011805_580128.html

Vale, descartado entonces que el ciudadano pueda votar. Pero... ¡Eh! Seguramente, en las decisiones importantes se hace un... REFERÉNDUM. La palabra más usada estos últimos meses. Esta forma de participación (Art. 92.1) parece importante. La propia redacción de "Las decisiones políticas de especial trascendencia..." ya lo indica, pero entonces topamos con... "podrán". PODRÁN. Esto es, el Presidente PODRÁ convocarlo. Desde 1978, ¿Cuántos?

3. 

https://es.wikipedia.org/wiki/Referendos_en_Espa%C3%B1a

3 veces, que incluyen el de aprobación de la propia CE de 1978 (obligado por el Artículo 167.3 y 168.3) y por tanto era insalvable. Los otros dos, la entrada en la OTAN y la aceptación de la Constitución Europea (que nadie habrá leído...)

Por ello, el ciudadano de a pie, puede preguntarse. ¿Qué me queda para participar? Las elecciones municipales y autonómicas, los referendos de sus Estatutos en cada comunidad... y poco más. 

Cuando desde el 15M se empezó a hablar de II Restauración, yo aplaudí. Es lo que llevo pensando desde que tengo conocimiento de nuestra Sacrosanta CE de 1978. La Transición (también "sacrosanta") fue en realidad la copia de un modelo que funcionó más o menos bien desde 1874 a 1931. Sin descartar sus tensiones (Guerra Carlista, desastre de 1898, huelga revolucionaria de 1917, Marruecos en 1909 y 1923...) el modelo funcionó por la connivencia de poderes. Militar (como policía interna) Eclesiástica (como educadora principal) y Económica (como motor e impulso y control de los súbditos). Hoy día eso no ha variado tanto, a pesar de las libertades concedidas (que no ganadas...) y de la práctica copia del modelo autonomista de la CE de 1931 (que, por cierto, y tal y como me reconoció el propio Ignacio Astarloa, no había sido derogada formalmente por ninguna cámara legítimamente elegida, si no inter armas...) donde además se intentó una integración de los modelos nacionalistas en un marco amplio. ¿Error? En la indefinición del modelo constitucional, se buscó un presidencialismo de hecho que no de derecho, un reparto de competencias que satisficiera a todos pero también creara sensación de poder, y un modelo de ciudadano que no viera sus derechos muy recalcados ("De los principios rectores de la política económica y social", Capítulo III del Título I, donde hay "poderes públicos" pero no realmente derecho alguno...) y que se dejara guiar por el intrincado laberinto de leyes que España, con profusión, genera. Chapó. Tenemos todo atado. 

La CE de 1978 es imperfecta pero también porque se ha buscado su imperfección erosionándola desde dentro. No es inamovible (recordemos cuántas reformas ha habido y cómo se han llevado a cabo...) ni tampoco insustituible. No es más que una redacción o contrato legal de ciudadanos, algo que, como decía Thomas Jefferson, cada generación tiene derecho a revisar. En más de 40 años, el inmovilismo y la inercia la han dejado obsoleta. Por mal uso o desuso, por uso torticero o por abuso. Y hoy, si estamos donde estamos, es porque los ciudadanos han perdido la confianza en ella. Nunca fue un texto sagrado, pero ahora mismo, ni siquiera es un texto que genere confianza.

Animo a todos a leerla una vez, que seguro está en el estante, al lado de "Don Quijote", otro libro que todos poseemos pero prácticamente nadie lee. Quizá se sorprenda. Quizá se asuste. Quizá se enfade. Pero seguro que podrá encontrar (yo no he hablado ni de una centésima parte...) cosas que le sorprenda al lector. Y quizá, la próxima vez que haya un "Rodea el Congreso", se plantee llevarla en la mano, como el "Libro Rojo" de Mao, y diga algo así como... 

"Eh, que aquí pone..."

Aunque me da que es tarde. Como siempre. Marca España. O Hispánica. 

Un enlace para recordarla...

Un saludo,

martes, 10 de octubre de 2017

Autobombo y promoción.

Aborrezco mucho eso de tirar de redes sociales para promocionarme. Bueno, de redes de cualquier tipo, te acabas enredando en una falsa sensación de amor colectivo que no existe, y cayendo en peleas que tampoco tienen sentido alguno. Alguna vez lo he dicho, no sé hasta dónde se está vendiendo el producto (libro, película, música) y desde dónde o cuándo el autor. Es una especie de prostitución.

De todos modos, y por eso de que no es únicamente mi libro el que se vende, lo promociono aquí (y os pido que lo difundáis) porque forma parte de un pack interesante de Ebrolis. Seguro que disfrutáis de los demás libros tanto como yo he disfrutado con alguno de ellos... :)

Aquí podéis comprar el pack


Un saludo,

martes, 26 de septiembre de 2017

El estado de las cosas (o de la gente)

Parto de varias premisas.

Odio el nacionalismo. No me aporta nada una ideología excluyente, racista, prepotente, miope, orgullosa y vanidosa. No me gusta. En el siglo XXI no le veo valor alguno. 

Odio las simplificaciones. Me da igual que me acusen de plasta escribiendo o hablando. Necesito desarrollar mucho los temas porque, si no, se quedan escuálidos.

Odio las verdades (o mentiras) absolutas. Todo es una parcialidad, basada en percepción, en punto de vista, en subjetividad. No hay visión objetiva, si no completa de varias subjetivas, tratando de armar una visión lo más completa (y aun así, incompleta) de un hecho o tema concreto.

Cataluña y España. Estados, naciones, historia, rebelión, legitimidad, razones. 

Hasta el siglo XVIII, con el advenimiento de la revolución en Francia (aunque ya antes experimentos ha habido...) cambia el panorama político. Y aporto el dato esencial; no penséis en derechos, ideales o demás mandangas. Poderes. Clases sociales. Dinero. Ejercicios del poder. Quién crea un relato que ampare el ejercicio de su poder. Entonces se usa la historia (alcahueteando sus contenidos) para justificar esto o aquello. Territorio, lengua, racialidad. Unidad. Es la forma de uniformizar para heterogeneizar (el sueño de todo gobernante) mediante el ciudadano, libre e igual en derechos y obligaciones al resto (en teoría). La revolución francesa logra el sueño húmedo de todos los reyes; la conscripción obligatoria, de buen grado (por el ideal) de todos. Ni la Unidad de Armas ni los intentos de muchos reyes lograrán esto antes. La guerra ha comenzado. 

El siglo XIX es un hervidero de pruebas. Muchos se dan cuenta de que la Nación es como el Reino pero cambiando las caras de quienes gobiernan. Hay reacción, intentos de romper ésta y progresistas que buscan la igualdad mediante la desaparición de las clases... utopías que serán en un futuro distopías. O no. Entre medias, los verdaderos señores del tiempo y el espacio, como siempre, se adaptan. ¿Que hay que lograr una República porque los dineros fluyen mejor? ¿Que es mejor la Monarquía porque si no pierdo mi patrimonio? Acción o reacción. Quizá el único momento de la historia en el que unos radicales convencidos, minoría, logran su objetivo a pesar de millones, es en la Revolución rusa. El momento en que las oligarquías palman a espuertas y las nuevas no se conforman con solidez, pues hay un nuevo poder, que decide quién vive y quién muere tenga lo que tenga.

Llegamos al XX. Ni lo menciono. El XXI, tras la caída de esa anomalía llamada Unión Soviética, es el de la progresiva unificación. Ya lo he dicho, se quiere uniformidad, hetereogeneidad, simplicidad. La globalización logrará eso. Todos tendremos un móvil, internet, acceso a las mismas tonterías y las mismas franquicias en cada ciudad mediana. ¿Importa el idioma en un momento que, quizá, con un Google translator en la oreja se hará innecesario aprender otra lengua? ¿Realmente molesta el color de la piel cuando interactuamos a través de pantallas? (Lector, no sabes si soy negro, mulato, cobrizo, blanco, pálido, tostado o moreno...) ¿Influye la procedencia si sé qué debo decir o hacer respecto a tal o cual programa o algoritmo informático? Seremos igual de necesarios y prescindibles. O... no.

Vamos al tema catalán.

Las derechas en España siempre han sabido robar y prevaricar apelando al patriotismo. PP y CiU, hoy PdCat, lo han hecho con maestría. No significa que PSOE y otras formaciones de izquierdas no hayan hecho lo mismo apelando al idealismo y utilitarismo. Es el poder. Su ejercicio. Pero en el caso de Cataluña, hay un desarrollo claro. Se ha avivado el nacionalismo para hacer patria y se ha juntado al independentismo. Pero son cosas diferentes.

CiU siempre ejerció la presión de usar el sentimiento nacional de los catalanes para exigir mejoras económicas para su partido y su red clientelar (no para la ciudadanía) y por ello siempre logró más de lo que esperaba. Pero sucede que un día sus casos de corrupción le llevaron a huir hacia delante. Igual que el PP huye por donde puede, CiU canalizó un sentimiento antiPP y por tanto antiespañol (entiéndase en términos nacionalistas, esto es, excluyentes, miopes, fragmentarios y salazmente falsos) y encaminó hacia donde podía ir; la independencia. Los independentistas, al margen de si son más o menos nacionalistas, vieron la oportunidad. Y así están ERC y la CUP de pronto pilotando o dirigiendo a CiU. Compañeros de viaje por diferentes motivos; unos porque huyen del proceso penal por corrupción (CiU) otros por nacionalismo de izquierdas (ERC) y otros por independentismo de izquierdas anticapitalista (CUP). Todos comparten una misma visión; fuera de España, y luego nos pelearemos.

Se ha utilizado el sentimiento inculcado en escuelas y entornos (más constante y activo que en otras partes de España, pero no por ello el adoctrinamiento no se ha dado en todos los rincones de España...) como humus para desarrollar ese camino. ¿Es ilegítimo? No más que cualquier otra decisión de los poderes que han gobernado en todas partes de España. Partidismo, sectarismo y diferenciación es importante para desviar a los ciudadanos (si aún se les puede denominar así) de los problemas que realmente no solventan los poderes políticos por que su agenda política es otra. No ha ayudado que a los catalanes se les odie en casi toda España (atizado este odio por sentimientos futboleros, el idioma y la sensación de quién es mejor o peor, algo que se inculca en cualquier sitio, desde el barrio más pequeño de Cádiz a la masía más pegada a los Pirineos) y nadie haya hecho por moderar eso. Los catalanes no son mejores que el resto de los españoles, ni los españoles son mejores que los catalanes. Cada individuo es una simple persona que vive como puede. La abstracción identitaria, una máscara o anteojera. Y el idioma hablado, que puede verse como barrera, es simplemente la herramienta cotidiana de muchos. ¿Que hay miles de adolescentes que no saben hablar bien el castellano en Cataluña? Vayan a infinidad de lugares de España, no cito ninguno por no cabrear a nadie en concreto, y el problema es el mismo. Pero la realidad es que, mientras en Cataluña se ha mantenido, porque se usa, el catalán (y ahora a cabrear a los vascos y sus vascuences inventados, como el Batúa) en el resto de España muchos localismos, dejes y demás se han pasado por simple deriva del castellano, se han entendido como lenguas españolas y se han tratado con igualdad aunque un señor de El Ferrol charlando con un señor de Cartagena en castellano tienen todas las papeletas de entenderse igual de bien que un esquimal y un brasileño... muchas señas, sonrisas torpes y nerviosas y chapurreos.

El odio a catalanes en España se ha cultivado, bien por activa o bien por pasiva, mediante el fútbol, mediante conversaciones de bares, mediante actos políticos, mediante mil pequeñas cosas. El odio a lo español, entendido como el franquismo, la II Restauración y su CE de 1978 (la Transición) que dejó pervivir muchas cuestiones sin resolver y otras muchas tonterías (de nuevo el fútbol, conversaciones de bares, actos políticos, mil pequeñas cosas) también se ha cultivado. El resultado es que nadie quiere escuchar a nadie, armados todos de verdades puras e inalienables, empezando por una clase dirigente que o no sabe resolver esto o no quiere porque es más beneficiosa la crisis nacionalista que resolver los problemas diarios de la gente.

Cierto es que los independentistas se han sumado a los nacionalistas porque ven un posible proyecto, una utopía o distopía, según se mire. Y los que no son independentistas ni nacionalistas están huecos de proyecto, ya que nadie rellena el llamado "España" salvo con topicazos y lugares comunes. Hay independentistas no nacionalistas, muchos, más de lo que se cree. Y muchos que ven en este movimiento una revolución para sacudir el Estado y a España. Una vez más, la conciencia de cambio viene de Cataluña, guste o no, con más fuerza que en otras partes. Y ningún político ha sabido hacer de esto una corriente útil, ni siquiera Pablo Iglesias y su Podemos desnortado y fragmentado, peor equipado que los hombres de Pancho Villa. Nos encontramos en un momento de altavoces simplones y ojos abiertos, estupefactos e hipnotizados mientras vemos un acantilado acercarse a nuestros pies y nos preguntamos quién conduce. Porque nosotros, no. Ni siquiera las masas entusiastas de Cataluña conducen. Sólo son los peones de la partida más gorda que juegan otros con ellos.

El estado de las cosas y de la gente es penoso. Así, en bruto. No escucho, ni leo, voces pertinentes, moderadas, claras, inteligentes. Las que hay, o se ahogan en un "aquí conmigo o allí contra mí" o se callan porque no quieren ser señaladas por el poder que haya de surgir. ¿Que es una revolución? Tengo mis dudas, pues carece de los cánones clásicos de violencia y caos propios. Revuelta no es. Proceso, como lo llaman, sí. Eso lo tengo claro. No sé si es un plan o un surfear sobre la cresta del tsunami...

Personalmente, he visto tensadas las relaciones de amistad y afabilidad que tengo con mucha gente allí y en otras partes. Personalmente, creo que se podía haber pactado un referéndum dentro de la CE de 1978, un marco jurídico valiente donde hacer Foro de lo que se está cultivando en las calles. Personalmente, creo que la crisis de Estado que vivimos está siendo más larga de lo debido y no sólo por la situación internacional, si no porque da miedo a no estar alineado con los demás, en un alarde de mediocridad y cobardía que me confirma mi frustración por éste país, sea el que sea. Personalmente, diría que es una cuestión económica, en términos marxistas, de luchas de clases, de pelea por los recursos, de ricos contra pobres, como siempre, pero seguro que suena anticuado... aunque real. Personalmente, diría que todo parece que se va a la mierda, pero conociendo la adaptabilidad del homo sapiens, pienso que no, evolucionará, simplemente, ya sea mediante acción o reacción.

Personalmente, estoy, como dijo Pi i Margall, hasta los cojones de todos nosotros.

Un saludo,

jueves, 31 de agosto de 2017

Agendas políticas.

Mi percepción es que el mundo funciona por chapuza. No sé si por colisiones físicas de hadrones o sapiens, incontroladas a pesar de que creamos conocer sus caminos, pero claramente, las relaciones humanas son tan flexibles, volubles y cambiables que no hay un control pleno sobre ellas. Quizá ahí se encuentra el libre albedrío, en la esencia del caos, no lo sé. Pero también sé que existe gente que cree poder controlar parte de esas colisiones y lograr un resultado más o menos similar a lo que esperaban.

Resumo un poco. Sin ponerme histórico, Cataluña lleva unos 150 años (como las Vascongadas o algunas más recientes, León, Asturias, Baleares, Andalucía o la Cartagena cantonal) hablando de ser independiente y largarse de aquel constructo llamado España. Algunos lo retrotraen a la guerra de sucesión, casi 300 años, y más incluso otros a épocas pretéritas, no sé, aquel Wilfredo el Belloso o el Conde Berenguer. Tanto me da. Igual que el mito de construcción de España se asienta en creer que hubo una línea de reyes Godos y luego reyezuelos cristianos que echaron al pérfido mahometano para construir un país de color rosa, cada nacionalismo hace lo propio con la Historia, la prostituye y la alcahuetea para ver cuánto rédito logra. Mi percepción, pues, es que igual de mentira es la construcción nacional de España que la de Cataluña o la de Pedralbes del monte.

Pero claro, entonces vienen las agendas políticas. En el mundo anglosajón es un término muy en uso, en boga, y consiste en aplicar una idea política clara mediante medios poco claros. Difusos, podría decirse. Incluso cínicos o hipócritas, si no directamente torticeros y retorcidamente falsos. Nada nuevo, de nuevo. En nuestra geografía (me abstengo de decir de momento “España” por eso de que aún me intento aclarar de qué lado estoy…) nos encontramos una agenda que dicen va de construir un país mejor, entre todos, esforzándonos mucho y logrando los mejores servicios sociales y de bienestar para… ya no sé de qué país hablo, porque todos chacharean con lo mismo. Sean sinceros. ¿Se creen ustedes algo? Igual se ponga en una Constitución vetusta de 1978 que en otra nonata que provoca apelaciones al TC.

En Cataluña se produce una extraña circunstancia que en el resto de España no percibo. No viajo tanto, pero la sensación que tengo es de siesta perenne en casi todos los lares de la geografía (vaya, y ya he dicho “España”… unos que se ofendieron se sentirán aliviados y otros se ofenderán ahora… no daré una a derechas ni a izquierdas, qué torpe) y sin embargo de viveza y ganas en aquella otra tierra, la catalana. O quizá sólo sea Barcelona y aledaños que contagia al resto. No sé. Tener un idioma propio que hablan varios millones es un aliciente, da sensación de comunidad (a pesar de que, como en Castilla, si traspasas ciertos valles o pueblos a lo mejor se tiene sensación no de compartir lengua si no de haber encontrado una comunidad magiar indescifrable…) y de unión, de pertenencia, de punto de vista cultural y social, de valores. Quizá sea propaganda y en Cataluña se haga más ruido al respecto que, no sé, Cantabria o Navarra. En todo caso, sí es cierto que hay gente haciendo, moviéndose, creando banderas e himnos, generando la parafernalia que arrope sus ideas y actuando como si de veras fueran un Estado nacional que debe salirse de otro Estado nacional. Rápidamente, todos vendrán a decir “balcanización” y otras cosas similares, aparte de “¡Artículo 155 y Ejército!” como si fuera aquel episodio de los Simpson de “¡Seguro dental!”. Y mil cosas más. Pero lo cierto es que, los hechos son, en Cataluña hay algo que se mueve y en resto de España o las Españas o la geografía nuestra (incluyendo el casillero de las Canarias) hay… reacción. Cuando no simple siesta producto de la pereza mental.

Agendas políticas. Las he visto muy activas desde los atentados de Barcelona y Cambrils (igual que siempre las he visto, desde los 80, con el terrorismo, un tema que galvaniza al poder para ejercerlo aún más profundamente) y multitud de debates, elucubraciones, afirmaciones y respuestas, todas ellas desde la agenda política de cada cual. Unos y otros, aquellos y estos, los suyos y los nuestros, incluso los que paseaban por allí (no sólo por las Ramblas) han participado de alguna manera. Desde su punto de vista, su agenda política, reitero. Y la pregunta del millón es… ¿quién lleva razón? ¿Los que acusan al gobierno de Rajoy y del PP y los poderes fácticos y al Rey y quien más pillen del tema de haber orquestado o al menos dejado que pasaran los atentados para lograr que el “proces” se ahogara en otro tema más importante y así dejara de molestar? ¿Los que acusan al gobierno de Puigdemont y socios y a Colau y los progres y los neos y los demás de haberse llevado una hostia fulminante de un terrorismo por culpa de la dejadez de sus gestiones públicas pero de paso demostrar que son un Estado de facto por lo bien que lo han gestionado y a ver si ya se independizan y tal? ¿Los habituados a conspiraciones que mezclan wahabismo yijadismo club Bilderberg CNI y un señor de Moratalaz que seguro hizo de Paesa por el camino? ¿Quiénes afirman que la humanidad pierde y los musulmanes más? ¿Quiénes creen que los musulmanes tienen un grave problema por no separar religión de legislación y no tener valores realmente humanistas? ¿Las que piensan que es un acto más del heteropatriarcado machista insensible y capitalista que nos comemos todos con patatas? ¿Aquellos que creen que todo se va a la mierda y nada nos puede detener? Yo pienso que todos tienen un punto de razón. Algo llevarán. Porque nadie lo sabe todo. Y menos aún, todo cómo ha salido y se ha hecho, mucho menos cómo se ha pensado y planificado (si es que se planifica algo…)

No invoco una sana epoché, que debería estar, ni siquiera para lograr también una más sana aún ataraxia que nos dejara de tonterías varias. Pienso, únicamente, que lo de Barcelona y Cambrils, reducido al mínimo, me queda así. Unos tipos planearon un atentado de bajo coste (furgonetas, cuchillos, bombonas de gas… igual a lo que usa Arabia Saudí en Yemen o Rusia en Siria o EEUU en Irak, vaya…) porque pensaron que era una buena idea (idealistas… siempre creen que es una buena idea matar por sus ideas…) y merecía la pena. Que se ampararan en el Islam o una interpretación del mismo (hoy día, lo más cercano al nazismo que conozco, por aquello de plantear genocidios y discriminaciones y tal…) no es anecdótico, pero casi. Que luego decenas de grupos e individuos con una agenda política hayan sacado su tajada, es absolutamente cierto. Sobre sangre (ajena, a ser posible) se edifican los imperios… y a ti te encontré en la calle, como decían “Siniestro Total”.

Qué mezcla para una novela de misterio, intriga, política y violencia. Islam, terror, independentismo, un estado en crisis, un mundo en guerra, mossos y guardias civiles… o no. Qué mezcla para el mismo esperpento de siempre, que en España (en nuestra geografía, vaya) conocemos bien y más desde que el ínclito Valle (-Inclán) lo describió tan bien. Qué mezcla para afirmar que en las presuntas lucideces de todos los que saben a ciencia cierta qué ha pasado, pasó y pasará hay un punto de soberbia producto de la creencia, que no el saber, en qué está pasando o debería pasar. Qué merengue, que diría Discépolo.

Me reafirmo en que las ideas, creencias y demás, para mí no son objeto de respeto. Misma idiotez me parece el mito de España como el de Cataluña o el País Vasco o Pretalaterra de Monforte. Mito, porque la Historia, en clave marxista, esto es, económica, deja claro que siempre es la misma cosa; quién tiene y quién no, y cómo desde casi siempre, aun cuando parece lo contrario, son los que manejan los que gestionan y los que no, quienes ponen el pecho y paran las hostias. Ya puede parecernos bella la Revolución Francesa (otro mito) o terrible la Revolución Rusa (otro mito) que al final, y en eso no digo nada nuevo, es cuestión de quién logra hacerse con el poder real o tan real como crean los demás…

Pero eso es otra historia, y no merece la pena que sea tantas veces contada como nunca escuchada. A fin de cuentas, el autoengaño es necesario para que nuestra especie continúe en marcha… “¡Hasta la extinción!”. Si es que, cuánta sabiduría hay en “Siniestro total”, más si se escuchaba en bares de Oporto a punto de cerrar y con alguna cerveza calentando el buche… o quizá no. Quién sabe. Quizá todo este texto es, simplemente… mi agenda política.


Un saludo,

martes, 15 de agosto de 2017

A different point of view.

No es la canción de los Pet Shop Boys, no. Que oye, tiene su gracia. Es una expresión británica que siempre me ha gustado. Esa forma de decir que hay más ojos con los que mirar el mundo, e incluso con los mismos ojos, perspectivas que difieren según la posición del observador.

Nada nuevo. Es la empatía, idiotas. El poder adquirir los puntos de vista de otro observador y hacerlos propios, incluyendo los valores, los prejuicios, las sensibilidades y las argumentaciones. Es algo muy complejo de tener, más de adquirir y mucho de ejercitar y demostrar. Pero ojo; empatía no significa aceptar sin más todo eso, aunque sí adoptar para comprender. Se puede empatizar con Heydrich, con Stalin, con Mao o con De Gaulle, pero no significa que se acepte acríticamente lo que implica comprenderlos. Es un grave error que parte de una de las necesidades sociales básicas del ser humano; el refuerzo personal.

¿Qué es eso? No me estoy metiendo en jardines de la psicología (chamanismo, como el médico) si no en los sociales. El refuerzo personal es la necesidad que tenemos de sentir que estamos integrados en el entorno y el entorno es amistoso. Un ejemplo; un ateo viviendo en una comunidad Amish no se sentiría muy reforzado, igual que un calvinista en Roma o un salafista en Las Vegas. Todo es contrario a sus puntos de vista, sus valores y percepciones. Por eso, el refuerzo personal requiere de varios mecanismos, y el más sencillo, el que lleva siglos funcionando desde que nos estabulamos en el Neolítico, es... la comodidad de la aceptación. Aceptamos valores y hechos aunque no estemos de acuerdo con ellos para encajar. La comodidad. Nos refuerza, incluso si jugamos a ser rebeldes contra ese sistema cómodo, donde encajamos... comfortably numb.

Existe entonces, si no encajamos, una acción o reacción típica; luchar ferozmente para que el entorno se moldee a nuestro gusto, según nuestras percepciones y valores. Así la empatía se reforzará con la aceptación. Será más fácil empatizar con quien comparte los mismos valores y visiones. Si no es así, sale a la luz otro de los tipos más clásicos; el zelote.

Me ahorro la clase histórica. Los zelotes también triunfan si el resto se acomoda, siempre es así. Por eso, quienes se ven rechazados suelen engrosar sus filas. Porque el rechazo es el reverso de la empatía; si no sabemos empatizar, rechazamos. Odiamos. No comprendemos, no queremos entender y nos dedicamos a destruir lo que pueda representar el otro. El que sea. Carecemos de la capacidad de comprender otro punto de vista.

Y lo he dicho al inicio; saber percibir otros puntos de vista no implica aceptarlos sin más, sólo comprender las razones de algunas acciones, las argumentaciones que cubren el esqueleto de la decisión. Comprenderlos puede servir para algo básico en el ser humano; su política de relación social. Como digo, podemos comprender a un pedófilo, un racista, un machista, un egoísta, un conservador o un progresista, un cobarde, un valiente, un tradicionalista, un revolucionario, un asesino, un salvador, un explotador, un cínico, un mentiroso, un hipócrita, un violento, un celoso, un enamorado. Pero cuesta comprender a alguien que no tiene, o no expresa, emociones. Y aún así, se puede empatizar con ellos... pero no aceptarlos.

La empatía es una necesidad del homo alimentada mediante el lenguaje. En todas sus facetas. La interacción social, ese zoon politikon que tantas veces refiero, es una básica, pues somos individuos agrupados para sobrevivir recolectando y cazando, y mantenemos la herencia genética que nos hacía pegarnos como tribu para lograr un fin. Cuando alguien se salta esas reglas no escritas, afronta la soledad, la exclusión, pero incluso ahí, se puede comprender al que se siente sólo, siempre que uno haya estado antes en la misma situación emocional. Y luego hacer, o no, algo.

En todo caso, es mejor aceptar y tener puntos de vista diferentes, porque el mundo es caos, choques inestables y remolinos en los que chocan emociones. Aceptarlo nos lleva a comprender que la sensación de orden y la comodidad son eso, sensaciones. Endebles sensaciones. 

Pero es sólo un punto de vista.

Un saludo,

miércoles, 26 de julio de 2017

Decisiones.

La vida es un constante juego matemático de toma de decisiones. Muchas se toman por nuestras tripas, mediante la intuición. La consciencia juega un papel menor de lo que creemos, aunque relevante.

Imaginemos un escenario en el que una persona toma la decisión de estar con otra persona, un escenario muy habitual. Aparte del pegamento del sexo inicial (que no es perfecto, pero los inicios son siempre estimulantes) cree que hay muchas cuestiones por las que estar juntos es interesante. Se genera el apego mediante una primera complicidad, visiones comunes, proyectos... pasión, complicidad y compromiso. Pero la pasión puede ceder con el tiempo (aunque claro, el ritmo es siempre diferente en cada una de las personas...) la complicidad puede ser realmente acuerdo no instintivo si no calculado y el compromiso convertirse en la piedra angular que sostiene, con una sola columna, todo lo demás. ¿Qué sucede entonces?

En las relaciones hacemos cálculos, siempre. ¿Esa persona me cuidará si me pongo enfermo? ¿Esa persona criará a mis vástagos correctamente? ¿Esa persona me dará el cariño o afecto que requiero cuando lo necesito? ¿Esa persona participará cómplice de mis deseos y aspiraciones? ¿Esa persona contribuirá económicamente o con su esfuerzo en los asuntos diarios o a largo plazo? Cálculos que podemos creer racionales pero no lo son. La pérdida de atractivo físico, la reducción de la pasión, la pérdida si hubo de complicidad y por tanto la fractura del apego no son decisiones racionales. Podemos creer que sí, pero no es así. Son de nuestro ser.

El amor romántico ha sido uno de los grandes ideales de Occidente, en contraposición al "salvaje arreglo matrimonial" que hasta el siglo XX era la norma (y sigue en muchas partes del mundo). Pero la realidad es que el amor no es sólo enamoramiento o apego, son emociones y placer físico. El placer puede diluirse en el tiempo, pero la emoción no, aunque ésta se alimente de aquella. La necesidad de observar a la otra persona y no preguntarse, con voz clara o subterránea, si se ha tomado una buena o mala decisión, es habitual. Y tendemos a convencernos según nuestros prejuicios, valores y experiencia. 

En las relaciones, como digo, se hacen cálculos. Conscientes e inconscientes. Pero pesan más los inconscientes, pues en realidad son el sustrato sobre el que se montan los conscientes. Si en una relación vemos que no sentimos placer, emoción, pasión, complicidad ni ningún otro sentimiento agradable, pero la mantenemos porque económicamente nos es rentable o porque hay una responsabilidad (mascotas, hijos, hipotecas) es probable que hayamos tomado una decisión fría en contra de la realidad. Y que busquemos vetas de felicidad en otros lugares ajenos a la relación que mantenemos. A fin de cuentas, dejarse llevar es más fácil que tomar una decisión y parar de seguir ese camino. Eso ha sido así siempre, y la estabilidad de las sociedades se entiende por esta razón. Existen condicionantes, frenos éticos o morales, incluso coercitivos. Y siempre, siempre, se busca una verdadera cuestión social; impedir el cambio. Por eso las decisiones que implican romper una relación son calificadas de muchas maneras (inmaduras, egoístas, impropias, locas, absurdas, estúpidas...) porque es un cuestionamiento de todas las demás relaciones y su concordancia con lo que debe ser esa sociedad y el "tablero" del mundo.

Y, sin embargo, casi toda la literatura aborda un mismo tema; infidelidad, adulterio, engaño. En las historias de las relaciones, casi todas abordan el cómo vivirlas en contra de la sociedad. Madame Bovary, Las amistades peligrosas, Lolita, Ginebra en el mito artúrico, El maestro y Margarita, Elena de Troya (antes de Esparta), Las brujas de Salem... casi todas protagonistas, por cierto. En el caso de ellas existe más trampa, pues son vistas como quebradoras del orden "natural" de la sociedad (¡una mujer que elimina del sexo la parte reproductiva y procreadora para centrarse en su placer!) pero no se pone el acento en el hombre porque... es normal. Me contaba un amigo mío que en el Liceu de Barcelona finisecular era habitual que una respetable pareja burguesa observara con sus prismáticos a los Russoll y dijeran, despectivos "Mira, allí están con la amante de los Espil... pero la nuestra es más guapa, ¿verdad?"... una convención social hipócritamente aceptada por la sociedad. Igual que la prostitución (en España, hasta los años 50 era habitual seguir el modelo de casa de putas controlado por los servicios sociales y sanitarios) y muchas otras cuestiones que, como he dicho, forman parte del sistema de coerción de los individuos. "Apechuga", sería la palabra más castiza para definirlo. 

Nuestro cerebro calcula, emocionalmente, creando relatos con la lógica para justificar las decisiones que hemos tomado así. Aunque Harari ya lo ha expuesto (los algoritmos), antes que él gente como Kahneman lo había tratado. Hoy, la neurociencia sabe más del comportamiento en las decisiones, y los biólogos sonríen al ver cómo somos tan mamíferos ("¿debo esconderme en aquel arbusto ante el ruido no reconocido que he escuchado mientras bebía en el arroyo?", nos imaginamos que siente un cervatillo abrevando y justo en el momento o instante en que eleva la cabeza atento al ruido...) y no nos alejamos tanto de nuestra condición de Homo. La verdadera cuestión, pues, no es sólo tomar la decisión, sea la que sea. Es aceptarla como la correcta, aunque no estemos seguros. Quizá nos empobrezcamos materialmente (y por comparación) en ciertas decisiones (divorcios, por ejemplo) pero sí nos enriquecemos profundamente en cuanto a sensación de felicidad, de plenitud y de vitalidad. Porque hay decisiones que nuestras "tripas" tomaron antes que nosotros, y luego, el buen cerebro, construyó el relato que debemos a los demás. 

En todo caso, la libertad, que es lo que se presupone de base para la decisión, es otro aspecto a estudiar. Aunque si se toma una decisión y se cumple, entonces... sí que puede existir esa libertad. ¿O no?

Un saludo,

lunes, 17 de julio de 2017

Tristelicidad.

Estar triste y feliz al mismo tiempo parece un trastorno psicológico, pero no es tan raro. Hay situaciones que generan tristeza y uno sin embargo puede ser feliz en su interior, proveyendo de luminosidad las áreas tenebrosas que le rodean. Estar feliz es un antídoto contra la tristeza y genera placer, pero sin sentirse triste no podemos saber qué echamos en falta y qué buscamos para lograr la felicidad esquiva.

Esta vida es un surfeo entre ambas emociones, transitando otras muchas. Lograr la paz en la nada, esa ataraxia epicúrea o el nirvana budista, pasando por la epoché escéptica, se me antoja aceptar la muerte en vida. Reconozco la necesidad de aplacar las emociones y no dejarse conducir por ellas sin rienda alguna, pero también la necesidad de saber soltar las riendas y dejarse arrastrar por ellas de manera pasional. Porque la vida es finita. Y en mi duda cabe la posible certeza de que única e irrepetible (ni ciclos de reencarnación, transmigración de almas o metempsicosis, lo lamento) por lo que hay que ser consciente de la inconsciencia tanto como de la propia consciencia... sin tomarla en serio.

Sin duda, la vida trae inmensas amarguras. Desde la pérdida de un juguete hasta la muerte de alguien muy querido o cercano, pasando por decenas de frustraciones, rechazos, fallos, errores, obstáculos y demás. Pero todo, absolutamente todo, es no sólo habitual (una vida sin traumas o frustraciones me parece carente de chispa, de vitalidad, apagada y yerma) si no necesario. Necesitamos experimentar lo peor para conocer lo mejor. El sabor de lo salado no puede disfrutarse sin lo dulce, y lo sabroso queda apagado cuando no conocemos lo insípido. La felicidad, una tapada del mundo, queda estigmatizada como algo de ingenuos, idiotas, atrevidos ignorantes y otros muchos insultos que los denominados realistas aplican recelosos.

"Los idiotas" de Lars Von Trier, de hecho, me parece un ejercicio muy inteligente para mostrar eso que comento. La felicidad instantánea, absurda, transgresora, el placer y el gusto quedan retratados desde el punto de vista de los miembros de una sociedad (que somos todos, a fin de cuentas) que busca limitar, atrapar entre cuatro definiciones todo lo que debe ser correcto, sin más. Y la transgresión es fundamental. Pues revela la realidad tal como es, nos guste o no. La finitud, la necesidad de atrapar la oportunidad, de vivir.

Mi vida está cambiando. Lleva haciéndolo mucho tiempo, pero hay épocas en que los cambios se aceleran (y aquí me planteo como con la evolución qué sucede, si el cambio es abrupto o espaciado en el tiempo... creo que ambas cuestiones se dan a lo largo del tiempo) y ésta es una de ellas. Me produce tristelicidad. Tristeza por algo de lo perdido, felicidad por volver a experimentar la oportunidad de hacer otras cosas (o muchas que ya me gustan) de otra manera. Sin cambio la vida no es vida, es agua estancada. Y nadie bebe de ese agua, si no de los manantiales que corren frescos sobre lechos de roca...

Un saludo,


miércoles, 14 de junio de 2017

La presunta educación de los mayores

Navalón escribe un artículo sobre los "Millenials" poniéndolos a parir. En el Congreso, se habla de "circo podemita" y de novias, puestas de largo y otras sandeces de los tiempos vieneses (valses y salchichas...) y, en general, se hace cierta la cita de Cicerón:

"Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros."

En suma, generaciones vs generaciones. Ya no es hablar de cintas rebobinadas con un boli Bic, de peta zetas o la EGB. Tampoco de Pikachus o youtubers o instagramers. Es hablar de lo crudo; la edad.
En este tema me jode la presunta educación de los mayores. No, lo siento. No. Dos experiencias de hace menos de un par de semanas me refrendan. La educación no mejora con la edad. A veces ni está, ni se le espera.

Uno, un señor que deja su Seat León nuevecito en medio del carril bici. El de la calle Toledo. De subida... Al recriminarle educadamente, se lanza al insulto, descalificación, tú más, insolencia despectiva y condescencia matona. Y desde luego, educación, buenos modales, ausentes.

Otro, el hombre que para su coche en medio del paso de cebra cuando vas a cruzar con tu hijo pequeño y no se corta en decir burradas y tacos. Miradas de invitación al orden y, aún así, idéntica respuesta.

Y hay más... "señoras que" que olvidan la maternidad o la paternidad. Señores que tratan sin empatía a niños pequeños. Gente mayor impertinente, sin educar, en realidad. Personas que representan una realidad; la educación no tiene edad. Se puede tener edad provecta y abyecta educación.

Yo no soy joven. No me gusta YouTube. Paso de Instagram. Pero eso no implica que acepte lo que dice Cicerón sin más. Sí, cualquiera escribe libros (yo mismo) pero desobedecer es, como Jefferson indicaba, necesario. Aceptemos el desafío, enriquezcamos el debate con diferentes perspectivas. Aceptemos que un muchacho puede tener conocimientos y puntos de vista nuevos, frescos, flexibles. No aceptemos lo que una persona de edad, cierta edad, diga sin más, como tabla mosaica. Que seguro se puede romper...

Pero es pedir mucho. Concretamente, educación...

Un saludo.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Ajedrez.

Hay una película que me marcó. "Fresh", de Boaz Yakin, de 1994. La sinopsis es ésta:

"Fresh es un niño de 12 años de Brooklyn que trafica con droga y pasa crack a los camellos locales. Fresh viaja a escondidas para jugar al ajedrez con su padre, un medio genio vagabundo al que tiene prohibido ver"

Fresh tiene como padre a Samuel L. Jackson (Sam) En uno de sus mejores papeles, creo. Pero es la historia la que me marca. Fresh lucha contra una madre drogadicta enganchada a la heroína y un novio camello hijo de puta, su padre al que no debe ver, su familia extensa que le impide jugar al ajedrez o dormir a secas, los camellos para los que trabaja, el colegio donde se duerme, los compañeros que le hacen la vida difícil... y cuando intenta aplicar la lógica del ajedrez a la vida, vence. Pero pierde.

Es una lección importante. Puedes lograr tu objetivo y, sin embargo, perder. Es así. Puedes haber obtenido un premio y vivir envenenado porque no es disfrutable. Es así. Puedes decidir hacer algo que crees lo correcto y provocar resultados muy negativos. Es así. Quizá en "El perdedor gana" de Graham Greene hay más respuestas... como casi en todo Greene.

Yo no soy un buen jugador de ajedrez. Era muy emocional. Observaba qué pieza le gustaba más al rival (como bien le enseña Sam a Fresh) e iba a quitársela, aunque perdiera más en el camino. A veces eso le desestabilizaba lo justo para ganar, aunque era más común perder (la frialdad gana...) y no era muy buena estrategia. Soy de caballos de ajedrez (odio los de verdad) y me encanta la honesta sencillez de las torres, de frente, atrás, de lado a lado... los alfiles me parecen atravesados, siniestros. La reina, sobrevalorada por su versatilidad pero importantísima. El rey, un capullo. Los peones, la infantería, la carne de cañón, lo más prescindible (por mucho que puedan promocionar) y el tablero... limitado. Pero suficiente. Y real.

Las lecciones que da el ajedrez son infinitas. Aunque puedes caer en la tentación de aplicarlo (como Fresh) a la vida, sin más. ¿Soluciones? Ninguna es la correcta, porque siempre hay consecuencias inesperadas o esperadas y descartadas porque importen menos. Igual que el ajedrez, la vida se constriñe por un tablero temporal que impide ir atrás, únicamente hacia delante, sin presente real, porque es instantáneo. Es el límite legal de nuestro contrato vital. Igual que el ajedrez, hay torres, alfiles o caballos, reinas y reyes, peones, y blancos y negros (pero no significa que unos sean buenos y otros malos; siempre jugamos intercambiando posiciones, y jugamos con blancas y negras todo el tiempo, a veces simultáneamente en diferentes lugares) y hay reglas básicas, de apertura, de enroque, de movimiento, de respeto de turno... es la falsa sensación de ausencia de azar, de dados, porque eres tú y tu intelecto. En eso no puede aplicarse a la vida. El azar y lo extraño ocurren. Vaya que sí. Y remueven cada jugada que creas debes hacer. La correcta se convierte en incorrecta antes de darte cuenta.

Digamos que yo, en esas enseñanzas, no quiero perder a la reina. Ninguna en ningún juego de la vida. Que me joden los peones caídos porque a ellos va mi simpatía proletaria. Que la torre es capaz de soportar muchas cosas, excepto un alfil cabrón, y la respeto por su rocosidad. Que el caballo es lo más cercano al caos y por eso me parece bello, porque dibuja los mejores arabescos del tablero. Y que el rey, si soy yo, ha dado en mal lugar, con un republicano guillotinador... 

Recomiendo "Fresh". Encarecidamente. Verle al final, junto a un Sam que no sabe dónde esconder sus limitaciones (ajedrez como escuela y nada más) sabiendo que ha ganado en la vida una partida pero ha perdido en cambio algo más importante, es brutal. Demoledor. Impactante.

Aunque, como en la novela de Zweig, el ajedrez puede ser motivo para una novela de salvación personal... también la recomiendo. El ajedrez da para mucho...

Un saludo,

lunes, 8 de mayo de 2017

The Macho.

Es curioso cómo en el inglés americano ha entrado la palabra "macho", viajada desde España y pasada por el tamiz mejicano o latinoamericano. Duro, asertivo, planta cara y resolutivo. Al estilo John Wayne, Clint Eastwood o Pérez-Reverte. 

Las palabras se mueven, cambian, mutan, añaden o pierden, pero eso es algo lógico, en consonancia con los tiempos. Me vienen a la cabeza dos películas de naturaleza similar, "La chaqueta metálica" de Kubrick y "El sargento de hierro" de Clint Eastwood. Ambas, con marines, creo, una ambientada en dos escenarios (Kubrick, siempre, sube la montaña, hace cima, baja la montaña...) que son el campo de entrenamiento y luego Vietnam. Otra, la de Eastwood, el campo de entrenamiento y aledaños y, luego... la risible invasión de Granada, un cachondeo. En ambas, hay instructores. La de Kubrick, uno real (qué pedazo de director...) que daba miedo y al que se enfrenta Matthew Modine con su genial "¿Eres tú John Wayne o lo soy yo?" y que provoca la reacción airada del instructor. Otra, la de Eastwood, donde es casi paródico de aquel, con su discurso de "He bebido más cerveza, meado más sangre, echado más polvos y aplastado más huevos que todos vosotros juntos, mierdecillas". En ambos vemos eso, el "macho". Ambos instructores. Y son penosos...

John Wayne era un modelo. Pero también lo era (manos a la cabeza) Jack Lemmon en "El apartamento". "Sea un mensch", le increpa su vecino médico. Jack Lemmon era empatía, gracia, inteligencia, cobardía, tristeza, mirada melancólica pero anhelante, mil cosas llenas de profundidad... ¿Mola más John Wayne o Jack Lemmon? ¿Molan más los "machos" o los "mensch"?

Al final es un problema de indefinición. La masculinidad (sin ser contraposición a la femineidad) está en constante desarrollo, proceso de cambio y redefinición. Hoy, en el mundo de mil redes para comunicar (aunque no comuniquen una mierda) y miles de censores agazapados, la corrección de lo que debe ser permisible es una tiranía, pero también una valla erigida desde cimientos básicos. Que denigrar, insultar, humillar o, hablando como un macho, putear, es un error, creo que todos estamos de acuerdo (aunque hay contextos, claro...) Pero también censurar, callar, obviar, recortar o perderse en perífrasis para decir algo resulta, a mi juicio, un error igual o más grave. El lenguaje debe usarse para describir con la mayor capacidad posible la realidad, para forjarla, delimitarla o rellenarla. El lenguaje preciso es una riqueza inasible pero inmensa, un premio por la claridad que aporta y los resultados que genera, las puertas que abre. Si se le obliga además a sortear obstáculos, puede suceder que caigan los menos ingeniosos y queden únicamente los más capaces, logrando cimas inéditas. Pero, al mismo tiempo, esa "clase media" quedará sometida a la mediocridad que nada aporta. El lenguaje debe ser, servir, fluir, sin obstáculo ni cortapisas más allá de las más básicas (no agredir gratuitamente, no mentir sin objetivo alguno o dañino, no ser innecesario, quizá, a mi modo de ver, el mayor pecado...) y poco más. O mucho más. Quizá me equivoco... pero el lenguaje y la masculinidad van unidos (como el lenguaje y la femineidad) porque sin el primero no se define el segundo. Por más que adelantemos un paso y demos un puñetazo en la barbilla a alguien, derribándolo.

Reviso el "Macho" yanqui y me sonrío. Entran personajes como David Hasselhoff (por cierto, icono kitsch de los 80, rejuvenecido y adorado en pelis raras como "Kung Fury" o "Guardianes de la Galaxia 2") o Bruce Willis, Kurt Russell (sí, sí, lo sé, adoro "Escape de..." y alguna más...) el citado John Wayne, claro, Clint Eastwood, Bogart, Steve McQueen, Mel Gibson, Charles Bronson... testosterona, pelo abundante, licor, sonrisa cínica, dureza, puños, armas, rebeldes, cinismo, resolución, liderazgo a la vez que se es fieramente individualista... y más, muchos más rasgos. De eso hemos bebido muchos, durante mucho tiempo. Y por supuesto que en los corrillos privados de amigos (los íntimos, los de confianza) decimos aquellas cosas de "jo, qué tetas más grandes" o "qué culo más imponente" o "vaya cuerpo tiene" y demás cosas. Pero eso, que en privado es un momento de culpable satisfacción, en público puede ser ofensivo. Los feminismos (que hay de todo color y pelaje) suelen responder, atacar los estereotipos, jugar contra los roles, principalmente, éste, el del "Macho". Y muchos hombres, por otra parte, seguimos revisando nuestros roles, nuestros modelos, nuestras enseñanzas, pensando que una cosa es la ficción, la intimidad, la esfera de lo lúdicamente privado, y otra la pública, ese espacio donde aunque parece que se tiene que mover uno con pies de plomo, hay que saber cuándo no ofender gratuitamente (otras veces, ofender a sabiendas, buscando la herida verbal, la agudeza de la palabra que penetra exactamente donde debe, es una necesidad de la inteligencia molestada... pero el momento, el tiempo, la situación, la reacción, la capacidad... tantas cosas...) o cuándo no hacer daño. De nuevo, lenguaje...

Yo no quiero abolir el "Macho". No quiero tampoco el modelo feminista de réplica en espejo. No quiero tampoco la censura, venga de donde venga. No quiero el lenguaje limitador, expropiador, pobre. Querría, de verdad, a Jack Lemmon, por poner un ejemplo, de modelo. Sí, me gustan William Holden, sí. Sí, y Sam Peckinpah. Sí. Y más. Muchos más. Pero creo que nadie ha tomado en serio (quizá porque no es su objetivo) pensar en un modelo así... 

Además, como él mismo dice en "Con faldas y a lo loco"...

"No me comprendes, Osgood. Soy un hombre". 

Y todos sabemos la respuesta, perfecta, de un perfecto Wilder, que incluye todo (hombres y mujeres) y que es sublime. 

Nadie es perfecto.

Un saludo,