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miércoles, 31 de mayo de 2017

Ajedrez.

Hay una película que me marcó. "Fresh", de Boaz Yakin, de 1994. La sinopsis es ésta:

"Fresh es un niño de 12 años de Brooklyn que trafica con droga y pasa crack a los camellos locales. Fresh viaja a escondidas para jugar al ajedrez con su padre, un medio genio vagabundo al que tiene prohibido ver"

Fresh tiene como padre a Samuel L. Jackson (Sam) En uno de sus mejores papeles, creo. Pero es la historia la que me marca. Fresh lucha contra una madre drogadicta enganchada a la heroína y un novio camello hijo de puta, su padre al que no debe ver, su familia extensa que le impide jugar al ajedrez o dormir a secas, los camellos para los que trabaja, el colegio donde se duerme, los compañeros que le hacen la vida difícil... y cuando intenta aplicar la lógica del ajedrez a la vida, vence. Pero pierde.

Es una lección importante. Puedes lograr tu objetivo y, sin embargo, perder. Es así. Puedes haber obtenido un premio y vivir envenenado porque no es disfrutable. Es así. Puedes decidir hacer algo que crees lo correcto y provocar resultados muy negativos. Es así. Quizá en "El perdedor gana" de Graham Greene hay más respuestas... como casi en todo Greene.

Yo no soy un buen jugador de ajedrez. Era muy emocional. Observaba qué pieza le gustaba más al rival (como bien le enseña Sam a Fresh) e iba a quitársela, aunque perdiera más en el camino. A veces eso le desestabilizaba lo justo para ganar, aunque era más común perder (la frialdad gana...) y no era muy buena estrategia. Soy de caballos de ajedrez (odio los de verdad) y me encanta la honesta sencillez de las torres, de frente, atrás, de lado a lado... los alfiles me parecen atravesados, siniestros. La reina, sobrevalorada por su versatilidad pero importantísima. El rey, un capullo. Los peones, la infantería, la carne de cañón, lo más prescindible (por mucho que puedan promocionar) y el tablero... limitado. Pero suficiente. Y real.

Las lecciones que da el ajedrez son infinitas. Aunque puedes caer en la tentación de aplicarlo (como Fresh) a la vida, sin más. ¿Soluciones? Ninguna es la correcta, porque siempre hay consecuencias inesperadas o esperadas y descartadas porque importen menos. Igual que el ajedrez, la vida se constriñe por un tablero temporal que impide ir atrás, únicamente hacia delante, sin presente real, porque es instantáneo. Es el límite legal de nuestro contrato vital. Igual que el ajedrez, hay torres, alfiles o caballos, reinas y reyes, peones, y blancos y negros (pero no significa que unos sean buenos y otros malos; siempre jugamos intercambiando posiciones, y jugamos con blancas y negras todo el tiempo, a veces simultáneamente en diferentes lugares) y hay reglas básicas, de apertura, de enroque, de movimiento, de respeto de turno... es la falsa sensación de ausencia de azar, de dados, porque eres tú y tu intelecto. En eso no puede aplicarse a la vida. El azar y lo extraño ocurren. Vaya que sí. Y remueven cada jugada que creas debes hacer. La correcta se convierte en incorrecta antes de darte cuenta.

Digamos que yo, en esas enseñanzas, no quiero perder a la reina. Ninguna en ningún juego de la vida. Que me joden los peones caídos porque a ellos va mi simpatía proletaria. Que la torre es capaz de soportar muchas cosas, excepto un alfil cabrón, y la respeto por su rocosidad. Que el caballo es lo más cercano al caos y por eso me parece bello, porque dibuja los mejores arabescos del tablero. Y que el rey, si soy yo, ha dado en mal lugar, con un republicano guillotinador... 

Recomiendo "Fresh". Encarecidamente. Verle al final, junto a un Sam que no sabe dónde esconder sus limitaciones (ajedrez como escuela y nada más) sabiendo que ha ganado en la vida una partida pero ha perdido en cambio algo más importante, es brutal. Demoledor. Impactante.

Aunque, como en la novela de Zweig, el ajedrez puede ser motivo para una novela de salvación personal... también la recomiendo. El ajedrez da para mucho...

Un saludo,

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