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viernes, 28 de agosto de 2009

La ética del fracaso

Sin duda, el mayor fracaso que tenemos en nuestra vida, inasible para muchos, es el de la muerte. Dejar interrumpidas todas las actividades, sueños, ilusiones, todas las capacidades...

Un amigo mío cumplía años ayer. Medio en broma, hemos comentado el tema de la inmortalidad. Y he recordado la historia de Borges sobre aquel hombre que quería ser Inmortal y después quiso recuperar su mortalidad, como se dice en el relato:

"La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales"

Pero al hilo del asunto, él deseando lo inalcanzable, la inmortalidad (queda un tipo real, el recuerdo en otros, pero es un tipo de inmortalidad sucedánea, puesto que es la muerte segura y el recuerdo, dudoso, y además, como con la Historia, reescrito siempre...) y yo defendiendo la belleza de la mortalidad, me ha surgido una pregunta. ¿Estamos preparados para el fracaso, comenzando por el mayor de todos, el único insalvable, el de la muerte?

Creo que no. Ilusos, consideramos que somos capaces de vencer los obstáculos, de superar las pruebas, de maquinar soluciones a todos los problemas. Es cierto en parte. No siempre lo logramos, y el fracaso nos puede convertir en muchas cosas. En mezquinos, en cobardes, en retraídos, en obsesivos, en pobres hombres sin felicidad. Porque mi descubrimiento, nada nuevo, es que lo que nos salva de todo el fracaso es la felicidad.

Tengo un trabajo que no me aporta nada, pero una rica vida fuera del mismo. Tengo la suerte de sentir amor por una mujer desde hace años, y por extraño que parezca, siento en ella la misma roca firme y a la par despeñada a la que asirme, tanto para hundirme en oscuras aguas como para nadar en océanos claros. Tengo también la suerte de contar con amigos de distintas clases, a pesar de la criba del tiempo, tan certera, que ha dejado en la cuneta a otros muchos. Tengo la suerte de tener un hermano al que temo, pero respeto y adoro, aunque él a lo mejor no lo sepa... y de tener aun un padre, aunque me vaya acostumbrando poco a poco a la futura ausencia. Tengo, en suma, felicidad en muchos lugares, en pequeños sitios, escondida como el alcohol que guarda un borracho, expectante en rincones insospechados. Tengo la felicidad de la ignorancia que conoce la sabiduría y no se mezcla en sus marañas insalvables.

Y esto lo traigo a colación porque uno de los argumentos de mi amigo Andrés es que, si fuera inmortal, podría disfrutar de todo, aprendiendo todo, conociendo todo, logrando, en suma, el sueño absurdo de la totalidad. Absurdo porque, viviendo con una física, que no es teórica, pero tiene su base, sé que el mundo es muy poliédrico, y aunque uno fuera inmortal, nunca estaría en todos los lugares en todos los momentos al mismo instante para ver todo desde todos los posibles ángulos y lugares... y entonces, así, seguiría conociendo únicamente de manera parcial la realidad, siendo ésta, siempre, como decían mis adorados escépticos primeros, algo incognoscible, imposible de aprehender...

En el fracaso al que nos lleva reconocer ésto hay que entonces plantear una ética. Si no queremos ser un Sísifo cargando con el fracaso, tenemos que liberarnos de la roca, dejando que caiga siempre, sin obligación alguna de cargarla. No hay dioses que nos castiguen, a pesar de que aceptemos castigos absurdos. Ni caer en la obsesión, en el miedo, la cobardía, la mezquindad, el retraimiento, la infelicidad en suma. Del fracaso siempre logramos las mejores lecciones, más que de las victorias. Y como he dicho, el primero de todos los fracasos, el que hace la vida sublime, es saber que, inexorablemente, morimos.

"¡Ética!", gritaba Caspar, en "Muerte entre las flores"...

Un saludo,