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miércoles, 23 de enero de 2008

Todos odiamos algo

Voy en Metro y descubro que los viejos macarrillas de los años 80 que iban con un "loro" sobre la chepa, un mamotreto de radio, han cambiado por inmigrantes de cara orgullosa, estética yanki y desafío en la mirada con móviles de última generación que escupen a las siete de la mañana o a cualquier hora bachata tan inmunda como aquella otra música de los macarrones de la movida.

Y el Metro depara otras conductas interesantes. Gente que no se lava, gente que no cede el asiento, gente que escucha conversaciones ajenas, gente que se comporta como monos... el Metro como submundo madrileño en el que se revuelve la hez de cierta sociedad maleducada.

Pero salgo a la calle. ¿Qué vemos? Gente que no respeta el paso de cebra y cruza por donde quiere, coches que no paran ante el paso de cebra, ni el semáforo, personas que escupen o tiran papeles, colillas, envoltorios, cualquier cosa al suelo. Golpes al pasar por aglomeraciones, y lo peor de Madrid y casi cualquier ciudad de España; las colas.

No existe idea de cola en España. Existe el pensamiento de que ponerse en una fila es momentáneo, provisional, porque puedes tener a un conocido delante, o delante de nosotros puede abrirse un mostrador o sitio al que correr antes que los demás, o si es distraido el de delante, sortearlo y colarte... y el colmo de los colmos, el pedir "la vez" para luego irse a otro sitio y coleccionar "veces" en otras filas, sobre todo del mercado. Muy castizo, eso. Entiendo que una persona mayor en un lugar donde puede sentarse solicite la vez para descansar, pero no así en el mercado y otros lugares.

Y del tráfico... decir que Nápoles es la única ciudad que condensa mi horror al automóvil. Que aparte, por lo visto, está Pekín, o China en general. Pero es cierto que, siendo otros lugares peores, en España se conduce, generalmente, mal. Pero con esa mezcla de victimismo y macarrería del sujeto que busca pícaramente avanzar diez metros más que el otro... para toparse con un semáforo. Un vendedor de coches me ha comentado que él los llama, a cierto tipo de conductores, los "azufrados". Van oliendo a azufre... con razón. Los encabronados son otra raza; los maleducados, la más numerosa; los machistas, algunos ya silenciosos o silenciados (pero no educados) mayoría en la carretera. El coche, personalmente, es para mí como el microondas o la lavadora, un electrodoméstico más. Pero para muchos otros, por desgracia, es prueba de virilidad o logro vital...

El país del "pilla-pilla", expresión que copio de mi hermano, del que con picardías trata de ponerse por encima de los demás, es éste. Tampoco me voy a poner a denigrarnos colectivamente, porque fuera hay otros muchos vicios y defectos comunes. Pero sí es cierto que todos odiamos algo; yo, personalmente, odio entre otras cosas las que describo.

Un saludo,