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jueves, 29 de noviembre de 2007

Lecturas (2)

Retomo este tipo de escritos, porque me encanta hablar de los libros que pasan por mi manos y ante mis ojos.

Últimamente he dejado un poco de lado la novela sin más, la novelita, el librito instrascendente, el relato sin complicaciones. Y cuando vuelvo a ella, logro retomar las ventajas de la imaginación, del vuelo libre, del sueño lánguido y perezoso. Me vuelvo a sumergir en mundos ficticios, muy reales, propios y ajenos, tenebrosos y soleados. Las palabras deciden entonces jugar una danza que entrelaza descripciones de lugares, hechos y personas, un baile del tipo de Salomé, ejecutando así la decapitación de mi cabeza que no puede dejar de leer, hipnotizada. Estos libros son, en definitiva, un Maelstrom voraz, un vórtice turbulento, una llamada al fondo de mis entrañas...

Como el hombre que estaba enamorado del amor, yo estoy como lector enamorado del hecho de la lectura, sea ésta la que sea. Leer es un acto entonces libidinoso, sensual, pornográfico, reverencial, mágico, anodino, susurrante, soso, especial siempre. Leer, como amar, se convierte de pronto en el acto en sí mismo, no en lo que se lee. Puede ser un libro de Pérez-Reverte, como el último de Un día de cólera que he comprado ahora mismo y ya estoy terminando, arrebatándome del tiempo, del espacio y de la realidad para llevarme a otro Madrid que no es el de ahora, pero lo fue. O el de Julia Lovell sobre China, La gran muralla, apresando mi crítica hacia ese país, esa forma de pensar, ese lugar exótico y también destartalado, si he de dar crédito a lo que Rafa (Tardaba en asomar aquí, mi Rafita...) me cuenta. Pero también es la novela épica, chusca, española, castiza, grandiosa y triste de Pérez Galdós (Otro Pérez famoso) sobre Trafalgar, primero de los Episodios Nacionales, iniciados con una derrota, por orgullo, por decencia, por ineptitud, por honor... y puede ser el libro de un español con seudónimo anglosajón como J. S. Charles, con La caída del Águila en donde mezcla para mi júbilo dos mundos, el de Lovecraft (Maestro de pesadillas, de ambientes, de deformadas realidades) y el de la historia de Roma... también Javier Negrete, primero con Señores del Olimpo y después con la magnífica ucronía de Alejandro Magno y las Águilas de Roma... también me ha hecho soñar León Arsenal y su exploración en La boca del Nilo, novela histórica cuyo género cada día copa más el mercado. Pero no olvido a mis fieles escritores, y no puede pasar un año sin que relea con gusto Cosecha roja, de Dashiell Hammet. Todo está ahí, todas las muertes, toda la sangre, todo el cinismo, toda la reserva última de decencia del hombre, todas las mujeres, todo delito por dinero, toda corrupción... sin estas historias, sin estas novelas, el mundo sería gris. Y si no hubiera una voz como las que las narra, alguien debería impostarla. Yo me siento agradecido a todos ellos, porque me han dado su verbo, su letra, su imaginación, y me la han regalado, pagando el mezquino precio del libro que abro. Como mi novia (Ojalá, futura esposa) sabe, mi idea de ir de compras es asaltar las librerías, y lamentarme del tiempo que falta para leer.

Añado también a esta relación, escasa, minimalista, inútil a fin de cuentas, un tipo de lectura que la gente que me conoce entenderá y los que no, pues lo siento por ellos. La que hago cuando escucho a mis amigos interpretando, en una mesa, con simplemente hojas de papel, lápices, gomas y dados, personajes, situaciones y momentos que nunca más se darán. Hablo de esos juegos de imaginación que algunos desconocen (¿Acaso leer no lo es? ¿O ir al teatro?) y que se llaman de rol por la interpretación que uno hace de personajes ficticios, inventados por uno mismo. En ellos, yo, como lector, y como narrador al mismo tiempo, disfruto. La imaginación entonces no tiene un límite, no tiene barreras. Pero, como en la lectura, es imaginación...

En fin. Éste no sé si es mi último año consumando mi placer absoluto de ir a una librería y encontrar un libro que enseguida catalogo para lectura inmediata, como el de hoy de Pérez-Reverte (Y al tiempo, dos más, uno de narraciones verbales de Oscar Wilde y otro biografía de Hitler, de Kershaw... las memorias de Azaña son para lectura tranquila y estudiosa) o de otros que me doy una espera o incluso me pienso para una enfermedad o lesión (¡Falso! Nunca he leído más en esos casos... la fiebre ya teje fantasías suficientemente coloridas, y el dolor de las lesiones incapacita para disfrutar... no entiendo a los que dicen haber leído en esas épocas; yo, a lo sumo, me meto en una cama, en pleno día, con un libro, y al calor de las mantas, leo, luego duermo, luego leo... y ahora encima, sin necesidad de quitarme y ponerme las gafas...)

Quizá el año que viene mis lecturas sean, desgraciadamente, pdf's marginales, obtenidos clandestinamente, o libros descuartizados, maltratados, de bibliotecas de las que me gustaría salvarlos y darles acogida en la mía, que espera, para el 2008, un lugar no sagrado, pero sí respetado y cuidado. Mi nueva casa...

Un saludo,