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lunes, 22 de junio de 2009

Impertérrito

Definitivo. Solamente alcanza la epoché aquel al que todo o casi todo importa una mierda. En el curro, se tiene cuando te dan igual las cosas. Si te preocupas por ellas o mantienes interés, te parten la cara. ¿Cómo evitarlo? siendo impertérrito, o lo que es lo mismo, teniendo la cara cemento y no padeciendo nada...

¿Quién dijo miedo? Hay ocasiones en las que cuando alguien (un jefe, principalmente, o compañeros) te dice que has hecho algo mal, suele ser que esa persona no hizo bien su trabajo y busca ahuecar la responsabilidad y cargarte a tí con ella. Suertudo si lo logra, y también idiota si lo aceptas. Yo no suelo empollar la mierda de otros porque de ese huevo salen pocas cosas buenas... y lo único que te queda es plantearte qué hacer y cómo para pasar las magníficas 7 horas que la Administración de turno te dice regalar para que hagas cómodamente tu trabajo. 7 horas, colega. Quítale 15 o 20 minutos de entrar o salir fuera de tu hora, quítale los 30-40 minutos del desayuno, quítale un rato de gestiones variadas, y te quedan menos, quizá entre 5 y 6 horas. Y piensas en el contribuyente que se caga en la madre que parió al funcionario de turno, y recuerdas... ah, que soy estatutario, que es lo mismo pero peor, porque estoy en sanidad. Y piensas en los planteles directivos que juegan a ser de empresa privada y muy competentes, pero que en realidad fingen para salir y decir que han hecho un buen trabajo, siempre que hayan quedado bien con quienes hay que quedar bien (el resto, filfa) Piensas en el usuario, aquel buen señor (paso de paridad o paridas, como se prefiera) que llega y se queja de lo mal que va el servicio que das, porque claro, eso con dos golpes a un botón o haciendo una llamada se arregla... piensas en los compañeros, que como a la familia no los eliges pero pasas con ellos un cuarto o quinto de tu tiempo de vida, y lo que hay que aguantarles. Piensas en los jefes y en lo bien que lo harías tú si fueras ellos, mintiéndote. Piensas, en suma, que qué carajo haces en un lugar que ni te va ni te viene, con unas tareas que te la sudan, con un ambiente al que prenderías fuego tras rociarlo de veneno y gasolina, fifty-fifty, y dices, ah, claro, el sueldo... la paga... el salario...

El salario del miedo, siempre. El miedo a no tener con qué pagar y seguir viviendo en el magnífico sistema que unos cuantos privilegiados tienen y del que te dan algunas veces migas o incluso pedazos ya rancios. Voto a bríos, o voto a tal, que si pudiera, más bien le botaba...

Y con todo ello, llega el lunes, tras la reflexión del descanso autorizado, y descubres que la epoché, la mierda de la ataraxia, el superhombre o supermiembro, el estar más allá del bien o del mal o de la Línea de la Concepción es cuestión de ser un ser impertérrito. Juan Sin Miedo. Juan Sin Pelotas para reivindicar de alguna manera algo mejor. Juanito el de los Palotes, los que marcas en la celda de tu curro como días pasados o días hasta que llegue... ¿qué?

Pero no me quejo. Como digo, soy un privilegiado... y me gusta escribir.

Un saludo,