Buscar dentro de este batiburrillo

viernes, 11 de enero de 2008

Una cuestión teleológica

Siempre que hablo con alguien, parece que todo en la vida tiene un fin, una meta. Nada menos cierto, me temo. Y explico el porqué.

Aristóteles ya trataba de hablar de varias causas, con las que quería explicar el Universo, tratando de dar orden a ese Cosmos del que hablaba en otras ocasiones. Sin embargo, incidía, como harán luego los cristianos y demás religiones, en una causa final, en un objeto por el que existimos. Las preguntas de "¿Por qué vivimos? ¿Para qué?" están en nuestra mente desde siempre.

Resulta hipnótico y esperanzador pensar que nuestra existencia tiene una utilidad, una razón, una finalidad. La utilidad, se la vamos dando nosotros poco a poco. Las razones, las podemos encontrar también en el tiempo. Y la finalidad, aunque resulte simple decirlo, también la ponemos nosotros.

No hay una finalidad inherente al ser humano, a su existencia como especie. No hay finalidad en la existencia de nuestro planeta, ni siquiera hay una para la existencia de un Universo. Fríamente, podemos sentir que nada intrínseco da sentido al Cosmos. Suena desesperante, es claramente un desasosiego pensar que no tiene sentido existir o la existencia de lo que nos rodea. Sin embargo, es al contrario. Despojados de finalidad, tenemos una libertad conceptual que antes no había.

Librados del determinismo de las estrellas, como Yago o algún otro personaje de Shakespeare, encontramos nuestro sentido. Se abre un campo de opciones, de posibilidades, que únicamente culminan con la última y más fuerte de todas las opciones, la que cancela cualquier otra; morir. Antes de eso, tenemos más, mediatizadas, sí, por los diversos condicionantes, pero no por ello dejan de estar ahí.

Naturalmente, no niego la finalidad de ciertos objetos y procesos, pero en el caso del ser humano, creo firmemente, por lo expuesto, que no existe finalidad alguna en su existencia. Únicamente, la que nosotros, como animales racionales, encontremos para cada una de nuestras vidas individualmente.

No hay que sentir miedo, antes, maravilla por el azar que ha permitido nuestra conciencia, nuestro mundo, y nuestra lógica búsqueda de explicaciones. Pero es sencillo caer en los que nos prometen finalidades, sentidos a nuestras vidas; para defendernos de ellos, parásitos del ser humano, nada mejor que una sonrisa, un "no, gracias" y seguir en el camino que nos tracemos cada cual. Salvo que lo intenten violentamente.

Un saludo,