Buscar dentro de este batiburrillo

domingo, 29 de enero de 2017

Oposiciones.

El 1 de febrero haré 9 años desde que tomé posesión de la plaza pública que gané en un concurso-oposición. Lo hice tras unos años de estudio, abandonando un empleo que tenía en una gran empresa (tenía contrato indefinido y algunos beneficios, sí) y bajo las miradas algo escépticas o irónicas de más de una persona. Desde 2003 a 2008, estudié y ocupé algunas plazas de interino, en diferentes administraciones (Universidad, General del Estado y Comunidad) aprendiendo labores similares a las de la empresa privada y también las peculiaridades de cada lugar concreto.

Sí, hay muchos (seguro que más de un lector) que inmediatamente me ha encasillado en su prejuicio de "bah, otro funcionario vago de mierda". Sí, soy personal público. Pero desde luego, no me considero vago. El estudio que tuve que realizar para obtener mi plaza, por miserable que sea, me costó años de esfuerzo, dinero invertido en academias y libracos, horas de encierro en mi casa o la biblioteca olvidando que hacía sol o llovía o hacía frío en la calle, así como amistades, eventos, amigos, e incluso relaciones, que preterí para obtener esa plaza. Eso fue un sacrificio. No fue como la carrera o el Máster, donde a fin de cuentas si suspendes puedes repetir un examen e incluso abandonar y empezar otra carrera, o enquistarte años y años en ella y sacarla en nueve o diez, sin que nadie te mire especialmente mal. No. Fue dedicar una parte importante de mi intelecto a una labor que pocos conocen y casi nadie comprende, salvo cuando se dedica a ella de verdad.

Opositar.

Reconozco de partida algo. Opositar no es aprender una serie de labores concretas que te permitan ejercitar un trabajo en condiciones de profesionalidad. No. Es un filtro para acceder a las posibles labores que mejor se ajusten a tu perfil en unas condiciones favorables. Opositar es memorizar leyes que es posible no tengan impacto directo en tu labor diaria. Opositar es aprender conceptos que en la práctica se hacen de manera muy diferente. Opositar es demostrar que puedes vencer el filtro que otros antes han dispuesto para ti. Opositar es, simplemente, aprender unos arcanos místicos para superar una liturgia creada de antemano por quienes ya superaron la anterior.

Pero es también un proceso de conocimiento que va más allá de la memorización y del aprendizaje de los trucos. Es un proceso de conciencia. Entender qué es eso de "lo público". Entender qué son los conceptos de muchos pensadores que se traducen en lenguajes intrincados, barrocos, de burocracia que pretende encapsular comportamientos humanos. Es comprender.

Durante un par de años, me dejé las pestañas. Luego, de pronto, vinieron los frutos. No obtuve nada por regalo o condescencia, aunque, como en todo, hubo una cuota de azar. Azar que busqué torcer a mi favor.

Y dentro de esa cosa llamada "lo público", puedo decir algo. No somos "privilegiados", al mismo nivel que los nobles del XVIII. No somos una "casta". No hemos accedido por graciosas dádivas (eso es para definir más bien al personal eventual y los directivos a dedo...) ni somos beneficiarios cual sanguijuelas del "verdadero" trabajo de otros. Somos, simplemente, empleados.

Normalmente, ya no respondo ni tuerzo el gesto cuanto alguien me suelta lo de "qué morro, qué bien vivís los funcionarios, cuántas vacaciones por no dar palo al agua, qué cara tenéis" y otras estupideces similares. He conocido la empresa privada, como digo, y en ella existen los mismos individuos que se pasan por el forro su trabajo y viven a costa de parasitar a otros, de adular, mentir, halagar, escamotear y demás. He conocido a los que no paraban en el trabajo mediante inventos y artificios. He visto a los que hacían trampas de manera fenomenal. Quizá desde los Recursos Humanos que he ocupado tantos años es más sencillo encontrarse con eso, pero lo he visto. Y por eso, me sonrío por la estupidez de quienes emiten juicios huecos, faltos del conocimiento preciso, aunque sea de segunda mano, y normalmente guiados por un sentimiento muy clásico; envidia.

Yo siempre he respondido lo mismo. ¿Tienes envidia de mis derechos? Reclama para tu persona y trabajo los mismos derechos. Del sueldo casi nadie me envidia, eso sí. Por eso, simplemente, si ya me tocan las narices, diré una palabra.

Oposita.

Un saludo,