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miércoles, 29 de marzo de 2017

Ambientes literarios.

Hoy me descuelgo por los caminos del ego creador y esas tonterías de medianoche. Así, a pulmón abierto.

He escrito un libro, autopublicado, que aún se vende en Amazon, y una serie de relatos que recopiló y editó para su publicación una editorial nueva, Newsline Ediciones. Ya. Esa es mi magra producción literaria. Aún me cuesta, a día de hoy, por más que escriba este blog, por más que pergeño, redacto, y luego lucho por hacer relatos, cuentos, historias, novelas, considerarme a mí mismo un escritor. No es una definición que tenga de frente, tipo luminoso chillón y atractivo cual lámpara a los insectos. No me siento cómodo. Pero sé que escribo. Lo que puedo, cuanto puedo y con la calidad que espero tenga lo que hago.

En mi vida he ido a muy pocas presentaciones de libros, o discos, ya puestos. Me dan grima. Me he sentido siempre como el cliente del prostíbulo que va por la mercancía y que ésta es la carne, la mirada y la voz del que presenta su libro o disco. Cuando fui a la de Rodrigo Leao en la FNAC, montada por Trecet, hace años, me sentí fuera de lugar. En la Feria del Libro siempre me encuentro molesto si hay un escritor (o famosete disfrazado de escritor) en la caseta. Salvo alguna rara, rarísima ocasión, no me gusta que me garabateen los libros con dedicatorias que suelen ser de compromiso y tan genéricas como los escasos segundos tiene el autor para intuir el carácter del comprador. Los dos últimos que he dejado que me firmen son el de "Balada del norte" de Zapico (un dibujo leonés, a pico, precioso, cuyo proceso mostré a mi hijo en brazos, ensimismado) y el de "Quién quiere ser madre" de Silvia Nanclares. Me siento cohibido en todas las ocasiones. Siento que es un poco ceremonial, y odio las ceremonias. Quizá la que menos con mi amigo Alejandro Carneiro, cuando presentó en Estudio en Escarlata, donde fue lúdico (estaba flanqueándole vestido de romano) y familiar.

Claro que me ha tocado presentar mis dos libros. El primero lo hice yendo, picando puertas, pidiendo, mendigando... mi primera presentación fue en un club de juegos de mesa. Nervioso, con dos amigos y varios miembros del club que me hicieron preguntas que no buscaban la respuesta que les dí. Vendí 1 ejemplar. Luego, en la biblioteca Ana María Matute, en mi viejo barrio, dos veces, de hecho, pues me tocó la presentación y luego una charla digna de Holly Martins en el club vienés aquel con varios miembros que me preguntaron lo mismo ("¿Cuáles son tus influencias? ¿Qué autor moderno blablabla?") y sintiéndome igual que él con la directora de la biblioteca. Después de aquello, en Barcelona, el mismo día que cerraba la librería, lleno de amigos, y en Bilbao, idéntico, aunque allí conseguí endosar dos libros a un señor que pasaba distraído. Aburro, como dice mi amigo Jordi, porque mi libro es más interesante que yo (que no soy el producto) y cuento cosas peor de lo que hago por escrito. En el caso de los relatos, he hecho únicamente dos presentaciones. En Madrid y Barcelona, desganado, descreído, burlón. Y no me apetecen más...

Cuando pienso en "los círculos literarios" pienso en amigos. En Joaquín, poeta al que veo poco. En Alicia, escritora que quiere serlo con ahínco. En Alejandro, a quien me gustaría ver mucho más. En Rafa, con quien comparto mucho más que escritura o investigación. En Silvia, que es maestra y fulgor del mundillo. No pienso en cócteles, trajes, imágenes, sensaciones de bohemia y calidad, notables de la palabra y aristócratas de las letras. No pienso ni quiero. Me sentiría obligado a burlarme de ellos, de la situación y de todo. Huyo, parte miedo a no ser capaz (sí, claro, miedo a fracasar en términos ajenos) y parte porque me la refanfinfla tanto que paso. Compre usted un libro, una película, un disco, lea, vea, escuche, y juzgue ese producto, no a los que los crean. Quizá si me mintieran diciéndome que, yéndome de saraos, de venta de la carne, pesaje del alma y exhibición, iba a ser millonario, rico, el Tío Gilito o Bill Gates, diría "va, venga, probemos". Pero incluso así siempre tendría en mi fuero interno la sensación de impostura, de ser un impostor, falsario, mentiroso, usurpador de talentos de otros que merecen ese puesto más que yo. No es falsa humildad, no es falsa modestia. Es una sensación real. Si la he vivido con veinte o treinta personas escuchándome (y me pasa igual cuando he dado charlas de romanos), no quiero imaginar decenas más. O un puto auditorio pendiente de las tonterías que debo decir para rellenar su tiempo y hacerlo valer brillando en prestigio. No...

Mis "círculos literarios" son charlas, amigos, compañeros... pero, sobre todo, los autores que me van asaltando la cabeza, la mente, el alma y el cuerpo. Muertos muchas veces que me susurran en el tono de mi voz sus palabras, sus imágenes, me transmiten sus sensaciones, pensamientos, vivencias... yo no sé si conversaría con Pío Baroja (seguro que me mandaba al cuerno) o Valle-Inclán (me daba un bastonazo, el hipster gallego) o con Zweig (me da que me decepcionaría) pero también porque vivir en el mismo momento no significa vivir el mismo momento. Las coordenadas físicas, espacio y tiempo, no son las mismas que las emocionales. Vaya, que los muertos molan más. No contaminan con su presencia viva lo que hicieron...

En fin. Si un día me dan un premio o reconocimiento de grandes cifras, no creo que borre este mensaje. Pediré que me lo recuerden ("recuerda que eres mortal"... esa hubris a calmar...) para preparar ese discurso que todos, secretamente, llevamos anotado en el papel mental del orgullo, riéndome de mí mismo y, si puedo, de todo lo demás... ¿me lo prometes, supuesto lector invisible?

Un saludo,

martes, 21 de marzo de 2017

"Las puertitas del Sr. López"

Adoro a Carlos Trillo y Horacio Altuna. Mi hermano compraba sus recopilaciones de Toutain, creo, esos cómics que se me asocian a Zona84, Cimoc, etc. "Las puertitas..." son historietas del Sr. López, así, a secas, sin nombre. Un funcionario barrigudo, cincuentón, calvo, timorato, casado con una mujer que le maltrata, igual que le hacen en el trabajo, en la vida diaria... 

López tiene una peculiaridad. Cuando le humillan o está incómodo, puede escaparse por una puerta (del baño, normalmente) a una realidad paralela, una fantasía donde puede enfrentarse (o sufrir) la humillación e incomodidad que le impulsó a abrir dicha puerta. Hay moraleja, siempre, claro que sí. Y es amarga. Dura. Porque López siempre elige lo mismo. La frustración. De hecho, hay una historieta especialmente dura, en la que tras portarse "mal" López (dar una patada donde no debe, arrancar una flor, burlarse de la autoridad, robar pan, piropear a una moza, no ir a trabajar y pasa el día al sol...) se le hace un juicio por parte de "La sociedad", en el que se le dan dos alternativas en forma de puertas. Una azarosa, difícil, dura, llena de riesgos; "Libertad". Otra cómoda, sencilla, sin sobresaltos. "El Molde". Y López elige... claro, vaya pregunta.

El ser humano es social. Le cuesta la soledad. La soledad, creo, es un privilegio de unos pocos, de aquellos que pueden vivir junto a sí mismos sin suicidarse. Es dura, porque no puedes atribuir a otros tus errores. Sabes que son tuyos. Es difícil, porque careces de ayuda inmediata, empática, de esa que nos cuesta dar pero damos. Puede separar, pero también hacer más pura la experiencia de la compañía. Sólo cuando estamos realmente solos sabemos quienes somos. Aceptarnos, con nuestros errores, es complicado. Preferimos las loas y elogios de los demás. El refrendo en la conversación a una opinión de la que dudaríamos mucho en privado. El asentimiento y la aceptación. La controversia para afianzarnos. Preferimos, siempre, una persona a nuestro lado con una voz que acalle la interior, la silencie.

Las puertitas suelen confundirse. Siempre ha sido así. Nos engañamos, pensamos que "El molde" es la libertad hecha elección, o que la "Libertad" es un molde más lleno de clichés y estereotipos. Nada es sencillo. Todo contiene esas partes de culpa e inocencia, de bondad y maldad, de un poco de aquí y allá. Vivir con ello en soledad es todavía más difícil, pues ser juez de uno mismo es lo peor que puede pasarnos. Si hemos sido sinceros con nosotros mismos. Oh, y lo somos, aunque nos queramos mentir.

En cualquier caso, yo tengo claro que quiero conservar esos cómics o tebeos para mis hijos. Por una razón; fue una educación en mi vida. Muy amplia. Quiero que aprendan a ver tantos caminos como sea posible. Que puedan optar a ellos, o al menos ser capaces de tomar unos u otros. Quiero que aprendan, yerren, acierten, vivan. Y si eligen hacerlo en libertad y son felices, seré tan feliz como si eligen hacerlo en El Molde y también son felices. Pero de verdad. Y siempre con una cuestión clave; poder volver a elegir entre las alternativas que se les presente o ellos mismos construyan...

Un saludo,