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martes, 4 de noviembre de 2014

La corrupción Delos...

Tres historias voy a mezclar.

Cuando tenía, no sé, 8 o 9 años, mi hermano, que me doblaba en edad, me propuso compartir una hucha de hojalata que me había regalado mi madre. En ella meteríamos lo que ganáramos cada uno y lo sacaríamos luego más adelante para alguna cosa que nos apeteciera a ambos. Parecía una buena idea. Entonces acumulé monedas de cinco duros, tan preciosas para jugar a las maquinitas entonces, o incluso las gruesas de cien pesetas, las "libras". Llené la hucha de hojalata con el tintineo de las monedas al caer, primero sobre el fondo cantarín y despues sobre el hueco lecho de más monedas. Y pasó el tiempo. Pero un día sucedió algo extraño; eché una moneda y sonó de nuevo cantarín, un fondo metálico nuevo, liso... vacío. Descubrí que la hucha tenía la ranura ensanchada y las monedas salían fácilmente con ayuda de algún cuchillo o similar. Y me di cuenta que mi hermano mayor se lo había quedado todo. Lloré, pataleé, me quejé... y aprendí la lección.

En el año 480 a.n.e., los griegos siguieron el consejo de un tipo listo, Arístides. Ateniense de pro, no quería que los persas volvieran a coger a los griegos de las diversas polis con el himation sin abrochar, y para eso convocó una federación con un tesoro común, cuya idea era la de financiar la defensa de la Hélade contra el bárbaro persa. Juntaron plata, oro y cuanto tuvieran de talento y lo ahorraron en Delos, ciudad con vinculación religiosa y que por tanto parecía proteger la parte ética del asunto. A saber, que el dinero era únicamente para pelear contra los persas. Pero los atenienses, que usaban funcionarios de su ciudad para la gestión y protección del tesoro de la Liga, pronto fueron corrompiéndose hasta el punto que con el bueno de Pericles, ese gran estadista, tomaron el tesoro de Delos para otra finalidad; embellecer Atenas y legarnos, por medio de esta corrupción, un patrimonio arquitectónico casi completo (si descontamos lo que anda disperso por el British y otros museos o colecciones privadas) aparte de una ciudad enriquecida no solamente con el trabajo en sus minas. Los griegos aprendieron también la lección... y cada uno guardó su dinero en su casa.

Durante los años 50 de nuestro viejo siglo XX, muchos países de Europa, entre medias del capitalismo salvaje de EE.UU y el asfixiante y bondadoso abrazo soviético, desarrollaron una socialdemocracia que buscaba un término medio. Y en él, consideraron que estaría bien lograr que los ciudadanos contribuyeran, según su renta y patrimonio, a la causa común de tener una seguridad social universal, con asistencia sanitaria y prestaciones de jubilación y similares, así como una educación y servicios públicos de calidad que beneficiara al total de la población. La idea cuajó y se copió en otras partes, incluso la democracia orgánica de Franco, Franco, Franco. Y así nació un sistema que guardaba en una hucha, llamada "de las pensiones", lo que pagaban como cotización los que entonces trabajaban, pensando en ellos como los siguientes que disfrutarían de ese beneficio. Esto es, un trabajador que tuviera 30 años, pensaba que podría llegar a los 60 o 65 (gracias a la asistencia médica universal) y disfrutar de una renta cuando dejara de trabajar, igual que los que entonces y en su momento ya tenían esa edad. Se suponía que era un esfuerzo a largo plazo, de solidaridad mutua, y con una visión de bienestar que trascendía nuestra individualidad pero no nos alienaba. Cuando la crisis de 2008 estalló en todo su esplendor, Europa entera descubrió que ese beneficio estaba en un brete, y que sin una URSS amenazando, no pasaba nada si se desmontaba (algo que Reagan y Thatcher ya habían comenzado a hacer en los años 80 como si los soviéticos se fueran a desintegrar...) y se usaba el dinero ahorrado para otros menesteres. En España, en concreto, se ha usado ya casi el 100% de la llamada "hucha de las pensiones" para pagar la deuda, y a día de hoy cotizar no significa tener dinero para una jubilación futura y una pensión, e incluso tampoco para una sanidad gratuita, cada vez más copada de repagos. Ese dinero se ha convertido en una fuente para pagar la deuda que los gobernantes tomaron en nuestro nombre... sin usar el suyo como responsables.

Tres buenas ideas que terminaron en corrupción y desviación, en un cambio de sus objetivos. Siempre con lo mismo, cuando hay mucho dinero (y ese "mucho" depende de cuánto tenga alrededor para comparar el aspirante a corrupto) hay mucha tentación. Y la tentación se debe controlar. Si mi hucha la hubiera controlado mi madre, o el tesoro de Delos funcionarios espartanos, o el dinero de las pensiones un cuerpo de funcionarios ajenos al Estado, quizá, quién sabe, a lo mejor... pero ya saben que los funcionarios públicos somos escoria agarrada cual garrapata al pelaje del animal al que chupamos la sangre. Esto es, gentuza. O quizá no tanto...

Un saludo,