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miércoles, 27 de febrero de 2013

Nosotros y ellos.

Siempre ha ido de lo mismo. Desde que nos sedentarizamos hace dos instantes (12.000 años, mes arriba o mes abajo) jerarquizamos, estratificamos, creamos escalones, niveles. Estatus social. Y la brecha es esa. Nosotros y ellos.

Nosotros podemos ser muchos. Ellos, no tantos. Sin embargo, ellos viven más, son más guapos, altos, mejor alimentados, mejor educados. Tienen mejores oportunidades, claro. Nosotros tenemos el número. Ellos, la calidad. Nosotros, la esperanza. Ellos, la certeza.

Hace brevísimos momentos, unos 200 años, día arriba o abajo, una sociedad donde nosotros éramos muchos, hambrientos y desesperados, decidió gritar "¡Basta!". Tenían detrás algunas cabezas pensantes de llos, incómodos ante su propia situación privilegiada. Eso no impidió que se cortaran muchas cabezas, de ellos y de nosotros. De todos los que olieran a reacción, a peligro, a estancamiento. A mantenimiento del status quo. Rompieron las reglas, pero en el camino, crearon algunas nuevas. Y de paso, las renombraron. Y cayeron en los mismos errores, claro. Generaron una nueva categoría para ellos. Nosotros siempre somos iguales, y estúpidos; se nos desliza la victoria entre los dedos.

Después de zarandeos varios, hace nada, ayer mismo, unos 100 años, otra sociedad donde nosotros estábamos hartos, en medio de una guerra donde servíamos de carne de ametralladora mientras ellos degustaban caviar, se levantó. Esta vez, las cabezas pensantes venían sobre todo de entre nosotros, no tanto de ellos. Y experimentaron, logrando impresionantes resultados, así como atroces verdades.

Hoy, nosotros no sabemos que somos nosotros. Ellos sí, saben quiénes son y quiénes somos. Lo saben. No tienen miedo. Su sonrisa perenne en el rostro es la falsa amabilidad del patrón, del señor, de quien puede mostrarse amable porque luego usará los métodos que desee. Ellos siempre han sabido quiénes son, porque lo viven en casa, en sus colegios, en sus universidades, en sus círculos. Externamente, nosotros orbitamos, curiosos, envidiosos, asomándonos a un mundo que no es nuestro, que anhelamos y respetamos. El respeto y el anhelo es su victoria, la de ellos. Disfrutamos del morbo en las revistas de grandes fotos y colores, pensando que les conocemos. Ellos se dejan. Disfrutamos cuando caen, cuando yerran, cuando se equivocan. Ellos saben gestionarlo. Nosotros, en cambio, no podemos aspirar al ascenso. Si lo hacemos, su Sol, el de ellos, nos derrite las alas. No caben advenedizos en el Paraíso.

Ser uno de ellos o uno de nosotros, depende de una pregunta sencilla: "¿Quién soy?"

Si es uno de los nuestros, y se engaña, siempre será de ellos. Nunca de nosotros.

Un saludo,