Buscar dentro de este batiburrillo

lunes, 20 de mayo de 2019

¿Dar lo que otros quieren?

Desde que era niño y recuerdo querer escribir, siempre tuve una (gran) duda. ¿Lo que yo quiera o lo que otros quieran? Me explico. En mi primera clase de escritura creativa, hace ya tiempo, se nos preguntó por qué queríamos escribir. Hubo muchas respuestas, algunas impostadas, otras auténticas, no sé si alguna errada. Una en concreto me resultó conocida. "Para hacerme rica y famosa, que la gente me lea, me conozca, me admire". No pude evitar una sonrisita que oculté pronto. La chica que lo decía era más joven que yo, en esos veinte años que aún recuerdo. Yo también viví esa duda. ¿Quería escribir para ser rico y famoso o para contar mis historias? Transité por ambas, incoherente, puerilmente. Y un día, de pronto, decidí que no quería escribir, si no leer. Leía, claro, pero de pronto ahí me entró (16, 17 años) la necesidad de leer mucho y de todo. Libros de bibliotecas a paletadas, manoseados, garabateados, usados, doblados. Leyendo aprendí mucho, pero sobre todo disfrutaba. Rechacé manuales de escritura (libros de fórmulas, los considero) y me centré en leer. Recomendaciones, riesgos, valores seguros... Algunos libros me parecieron un tostón y otros una maravilla. Comprendí que las valoraciones de críticos reputados a veces son flatulencias pomposas que persisten en valorar un ataúd vacío, y que a veces el ninguneo de determinados autores o libros escondía una envidia producto de la división de la literatura en "alta" y "baja". Para mí no hay de eso. Hay buena o mala, entretenida o aburrida. Y literatura, que no ensayo, porque algunos buscan en la literatura un remedo barato del ensayo, y esperan de los ensayos arideces que no tienen que darse.

¿Por qué cuento esto? En unas horas se estrena el último episodio de la última temporada de la serie de televisión de "Juego de Tronos". Y he vivido debates intensos tras dos de los episodios más polémicos, el tercero y el quinto. Lo que más me ha sorprendido es la reacción furibunda de muchos respecto a NO haber visto lo que (no sé qué esperaban ver) querían. Y mi sorpresa (aumentada con esa petición en Change.org, de traca) se ha resumido en una cuestión que abre esta anotación de bitácora digital. ¿El autor debe dar lo que otros quieren? Mi respuesta, tras muchos, muchos años, es tajante. No.

Se puede ser previsible (es imposible evitar serlo en un mundo digitalizado, analizado, conectado, donde uno puede sacar pronto el punto de conexión y distribuirlo a miles en segundos) y se puede ser simple. Se puede contar lo mismo con códigos de sobra conocidos (el zeitgeist de por dónde soplan en cada momento, comprendidos aunque a lo mejor no reconocidos conscientemente) y por tanto narrar una historia más, sin más. Pero si se construye un giro, y ese giro funciona, y es coherente, pues miren, me la sopla el personal. Un ejemplo, ¿Jamie tirando a Bran por la torre, era previsible? No, fue una resolución humana. Como muchas de los libros de Martin, y como muchas de las tomadas (escasamente) en la serie. La del quinto episodio, por ejemplo, puede molestar, joder, chascar dientes. Pues entonces los narradores, los proxys de Martin, han logrado lo que éste logra casi siempre; provocar una reacción. Y fundada. Demasiado, incluso. Si no gusta por repetitiva, tiene un pase. Si no gusta porque no se quería, se quería otra, es cuestión aparte. Se llama, gran problema de nuestros días, falta de atención y memoria. 

Vivimos tan bombardeados de información de todo tipo a todas horas que ya no sabemos discriminar o dedicar un poco de tiempo. Hoy, un Chaplin es imposible de ver. Un Lubitsch, rareza. Incluso un Wilder, provocaría mosqueo. Hoy sólo podemos ver videoclips epilépticos y raciones mínimas. De manera general. Por eso, dar otra cosa diferente de lo esperada es, para mí, un éxito. 

Una serie que nunca dio nada de lo que sus espectadores podrían querer fue "The Wire". Pero porque cumplió una máxima del arte; te doy lo que no sabes que necesitabas. Puede repugnarte, puede estremecerte, hacerte sentir mal, sucio, podrido, puede aterrorizar, incluso hacer reír por algo que no merece risa. Te provocará sentimientos que tú, como espectador, como receptor de una narración, no querrías reconocer que posees. Si lo ha logrado, para mí, personalmente, entonces ha conseguido un éxito absoluto; ha hecho arte y te ha abierto los ojos como a Alex en "La naranja mecánica". Y una vez abiertos...

Yo prefiero que no me den lo que (se supone) quiero que me den. Para eso ya elijo aquellos libros o series o películas que sé casi de antemano qué me van a dar. Marvel lo ha hecho en sus películas, por ejemplo. Prefiero un bofetón y una risa (como hacía Chaplin, por ejemplo) o un empujón y una carrera (como hacía Wilder) o varios puñetazos (como hacía Peckinpah) o... Al final, se trata de lo de siempre. Ver, leer, escuchar mucho. Y no una vez, muchas. Entonces nos daremos cuenta de que nos han dado lo que no queríamos, pero necesitábamos. Y eso es oro puro, por lo visto, cada vez más y más escaso.

El final que viene en escasas dos horas no gustará a todo el mundo. No gustó el de "Los Soprano". Ni el de muchas obras (yo sigo odiando el epílogo absurdo de "El cuento de la doncella") y este no gustará. Cuando lo vea, dejaré que acaricien mi gusto, bueno o malo, y que exciten mis emociones y razones. Y veremos el resultado. Pero ojalá, y eso es lo que pido, ojalá no me den lo que quiero. Más bien, lo que necesitaba y desconocía que lo necesitaba.

Un saludo,