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martes, 18 de agosto de 2009

Frente al mar

Escribir frente a una playa tiene algo de místico. Uno se sienta y contempla las luces de faros o barcos lejanos navegando en la oscuridad, una negrura infinita donde las estrellas apenas dan algo de luz, y siente, con la pequeñez de un individuo urbanita, que hay misterios más allá de la noche, cosas hurtadas al saber, pero no a la imaginación. Puede uno imaginar de todo, cualquier cosa; historias de contrabandistas, gente de puerto, tatuada, malcarada, con los ojos caídos y resabiados. O también historias de amor en la playa, parejas dulcemente arrulladas por el mar, acariciadas las plantas de los pies por olas rumorosas sobre su lecho de arena fina. Incluso ser prosaicos y pensar en pescadores deslomados, en estibadores con el espinazo roto de cargar, o en marineros de barcos de bandera y tripulación multinacional, con una única patria, el mar. Uno recuerda incluso la novela de “El pirata” de Conrad, de ese revolucionario confinado a la costa, rencoroso del pasado, hundido en miserias propias de la edad. Uno piensa en qué extraño país es el mar, sea el Mediterráneo, ya casi un lago, sea un océano como el Atlántico, separador de continentes. Un país de apátridas, una nación de excluidos. En el agua, nada es firme salvo uno mismo, nada se queda quieto salvo que uno mismo lo fije, con reglas y normas estrictas, las propias de la supervivencia. Sé que hay una ética propia en el mar, unas leyes internas casi inamovibles desde que el hombre vació un tronco y se echó a navegar. Sé que hay también un sueño, un deseo, el mismo del cosmonauta que abandona la orilla de su planeta para surcar un espacio infinito, repleto de misterios abisales, un ansia de conocer, de buscar, de encontrar. Y sé que el mar no es para todos, aunque pueda ser de todos. El mar, el océano, los ríos, los lagos, incluso los charcos. Tiene su propio lenguaje, rico, amplio, generoso como los frutos de la pesca. Y con todo ello, códigos, lenguajes, costumbres, habitantes, entonces, ¿no estamos ante un extraño país?

Yo soy de tierra firme, soy un urbanita que apenas sí estuvo un día en algún ferry, como quien toma el autobús. Soy alguien que apenas sí ha remado, que desconoce el ritmo de los vientos y de las corrientes. Soy alguien que sabe del mar por lo leído, por lo visto, nada más. Pero no puedo por ello dejar de admirarme y sentirme parte, aunque sea simplemente honorífica, intrusa siempre, de esa gran nación, de ese país inmenso, que bien podría haber cambiado el nombre de nuestro planeta llamándolo, más que Tierra, planeta Agua.

Un saludo,