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miércoles, 2 de enero de 2008

Un europeo más

El día de año nuevo, me tomé una merienda con amigos en una cafetería de esas que están clonadas por todo Madrid. Al salir, eché un ojo a los libros, que a veces están de oferta, y me topé con dos de Punset a buen precio. Los tomé y fuí a la caja. Allí, delante de mí, había un tipo de unos 40 años que al verme comentó que qué caros estaban los libros en España. Le dije que sí. El tipo tenía ganas de charla, y comenzamos a hablar. Me contó, a grandes rasgos, su vida.

Venía de Ghana, y se fué a Alemania con la caída del Muro de Berlín. Allí se quedó ocho años, en los que ganó bastante y se rió cuando una niña le preguntó si tenía los dedos así de negros de tanto comer chocolate. Pero se casó con una española y el país que era de vacaciones se convirtió en lugar de trabajo.

Lleva 18 años en Europa, como dice ufano. Se siente europeo. Cotiza, sostiene y participa del sistema (pero no tiene algunos derechos) paga impuestos y se queja del precio de los libros, que él, como obrero de la construcción, apenas puede comprar. Va a un par de bibliotecas públicas, creo que a la de Iglesia, la central de la Comunidad, y otra cercana. Lee cuando puede, pues trabaja casi 12 horas y donde le lleve la construcción. Ese día descansaba, pero al siguiente o así se volvía a Pola de Lena, en Asturias, donde tiene el tajo. Y todo le parecía caro, todo había subido, menos su salario. Que cobraba mal y a regañadientes.

Se quejaba de que él, siendo ghanés de origen (colonia británica, me dijo, aunque le dije que "excolonia" y él se echó una risa) se veía aun rechazado y mal visto en España. Le decían en algunos bares que si acababa de bajarse de una patera. Me preguntó si había estado en Alemania y le dije que no, que viví un poco en Londres. Eso le entusiasmó y comenzó a hablarme directamente en un buen inglés. Me preguntó por los salarios y los trabajos, y se sorprendió cuando le dije que se pagaban semanalmente y no se hacía contrato escrito casi nunca, al menos cuando yo estuve. Preguntó el nivel de vida, el precio de las cosas... después, inevitablemente, se quejó del racismo de muchos. O al menos, el desprecio al diferente. Que si siendo negro le tachaban de ladrón, o de ir a violar a las hijas de los españoles, o a quitarles el trabajo o los servicios sociales (tenía hipoteca, creo, y como todo buen asalariado, por 40 años) y toda la sarta de tópicos del tema. Oyéndole, recordé las historias de mi padre en Bélgica, cuando los españoles salían de aquí (a mi padre, como ahora las pateras, le trincaron con menos de 18 años cerca de los Pirineos, tratando de pasar a Francia, y le devolvieron con susto en el cuerpo) y allí eran considerados ladrones, gitanos, violadores, ilegales... quizá el tono de piel era similar, pero el prejuicio seguía siendo el mismo.

Al poco, nos separamos. Le deseé lo mejor para el año nuevo y él se quejó de la bajada de la construcción; por eso iba donde había curro, decía. Y con solemnidad de esa que ya no hay, como obrero, me pidió que intentáramos todos cambiar las cosas. Él se siente europeo, cotiza, lee, viaja, está casado, con hija e hipoteca. Y había mucho por hacer. Mucho trabajo.

Desde luego, ni se puede generalizar ni extrapolar, pero quede este comentario como pequeño homenaje a este ghanés de 38 años, del barrio de Chamberí, otro europeo que emigró o inmigró. O simplemente, buscó una vida mejor, como todos queremos pero no todos podemos lograr.

Un saludo,