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martes, 27 de octubre de 2015

La compuerta.

Un extraño bullicio de ideas se agolpan en mi mente. O cabezota. Lo jodido del asunto es que no pueden salir, ni siquiera tamizadas, porque una compuerta amplia retiene todo. A cambio, se ha abierto una esclusa diferente, un canal que no conocía y se ha ido construyendo estos últimos años. Dice algo así como "Paternidad".

Es jodido, en serio. Tengo una idea. Y de pronto, ésta se difumina, vibra como un mal holograma en una peli de Ci-Fi B. Puede que esa idea ramifique y fertilice otras, pero no. Suele fosilizarse y crear una espina rígida incapaz de crecer, pero difícil de romperse. Se convierte en un proyecto más. Abandonado o aparcado, según se quiera tener esperanza en él. A esa idea le siguen más ideas, y más, y parecería que cultivo un vergel paradisíaco en mi sesera, lo que no es verdad. Tengo, simplemente, una presa que retiene tanto y tanto que no sé cuánto aguantará.

Por eso, de cuando en cuando, la compuerta no puede más y se activan los automáticos de la desazón y la sinrazón. Filtra, salen cosas, ideas, palabras, frases e incluso párrafos completos. En ocasiones puedo apuntar todo eso, como quien cuenta las gotas de agua que fluyen desparramándose en el salto de la presa, pero las más, se vierten al vacío y se mezclan con el charco del fondo, con el afluente lateral o el río general. Y se pierden para siempre en el mar de la indiferencia y el océano del olvido. Qué poético. Pero qué cierto, joder.

No culpo a nadie de eso. Cuando comencé mi vida laboral, siguiente paso en la institucionalización de todo individuo en nuestros días que quiere tener un cierto "éxito", comencé a embalsar. Embalsé mi deseo de hacer una carrera de Historia. Embalsé los relatos y las palabras que enladrillaban su fachada. Embalsé las ganas de rebelarme cada mañana al sonido del despertador, de contestar a las hirientes falsedades que proclaman todos en su ánimo robótico de hacer sociedad. Embalsé sueños variados. Y, de pronto, un día, las esclusas dejaron salir arroyos o torrenteras. Y salió un libro. Y salió la decepción y realidad de la carrera. Y salió la rebelión de baja intensidad, la respuesta sonriente pero afilada. Salieron muchos sueños. Uno se convirtió en realidad. Se llama Daniel.

No culpo a mi hijo de mi estado actual de embalsamiento. Trabajo, hijo... y una relación que se ha convertido en contractual pero llena de amores y deseos cubiertos por ropa de bebé, cunas, chupetes, biberones y colchas con dibujos animados. La presa acumula cada vez más y más agua, pero hay fugas de la conciencia, o de la inconsciencia, que permiten que aguante y no haya grietas. O eso creo. Quizá porque la compuerta sigue funcionando, a veces en forma de entrada en este blog, a veces en forma de relato, a veces en forma de historias de rol (maldigo a los creadores de La Llamada de Cthulhu, carajo...) o personajes y trasfondos e historias. A veces, simplemente, de noche, soñando.

Y menos mal que aún puedo leer todos los días algo. Si un día quisieran encarcelarme, lo tendría crudo. No podría hacerme un ajedrez o tallar figuritas. Quizá tampoco hacer música. Y solamente me podría quedar, como a Sade y otros grafomaníacos, que alguien me pasara papel y boli o lápiz para recrear historias ya leídas o inventar otras nuevas, so pena de volverme tan loco que acabaría dibujando letras con mis heces. Algo que, por otro lado, quizá no está lejos de lo que ya sucede...

Un saludo,