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viernes, 25 de marzo de 2022

Arbeit Match Frei.

Impresiona, sabiendo la Historia, este lema alemán colgado en las puertas de tantos campo de concentración y exterminio. Es cínico, es revelador, y es tenebroso. Pero, como siempre he pensado, contiene una parte de verdad aceptada por muchos. El trabajo te libera. ¿De qué?, dirán muchos. De vivir, claro.

En ese sentido, es el mismo cinismo que reflejaban los guardianes de dichos campos. Sabiendo que ordenaban tareas arbitrarias, sin objetivo alguno más allá de rellenar las horas de su vigilancia, con el objeto de maltratar, vejar, y extenuar, sobre todo, a sus prisioneros, hasta la muerte, el que la "liberación" proviniese de un tiro en la nuca, vuelve a ser tétrico. Muere y dejarás de arrostrar las penalidades que, giro cínico, te hemos impuesto.

¿Por qué hago esta introducción tan cruda? La hago por muchos motivos. El primero, porque siempre he comprendido, perfectamente, el trastorno de aquellos que, imbuidos de una mínima autoridad, prontamente maximizan su escaso poder sin tener control ni conciencia de qué significado tiene. Y lo hacen como sólo los mediocres e inútiles saben; atemorizando, vejando, insultando, menospreciando. El maltrato psicológico es una realidad documentada desde hace siglos, especialmente en las humillaciones de los reclutas de los ejércitos, pero en cualquier institución, realmente. Escuelas, talleres, cualquier organización que posea, inevitablemente, una jerarquía. En dicha realidad, el esbirro que ejerce su violencia, física o psicológica, contra los considerados inferiores, logra un status nuevo de aceptación por parte de sus superiores, pues estos, realmente, dejan que se ensucie las manos por ellos el mando inferior, dejándole que se extralimite si no supera ciertas barreras. Es interesante ver cómo el reparto de prebendas es también un elemento fundamental. Que un sádico guardia sin más rango que el de soldado pudiera nombrar a un "kappo" de barracón, por ejemplo, era muestra de autoridad, y la autoridad es, en esencia, imponer miedo. Y el miedo, finalmente, es el arma más poderosa que tiene cualquier autoridad, pues el miedo, ese inmenso banco de sombra y brumas, estimula la imaginación del que lo percibe y a quien se quiere hacer sentir. Y es peor lo imaginado que lo ejercido, aunque lo último se haga. Miedo, terror... Esa es y ha sido, en general, la más horripilante enseñanza de la Historia sobre el ejercicio de la autoridad. Miedo. Pero es necesario otro factor; identificar aquello a lo que más teme el prisionero de esas situaciones, para así, jugar con su esperanza y su miedo, íntimamente conectados. Pues si hay esperanza, hay miedo a perder lo que se espera. Y sin esperanza, queda sólo un crudo y nuclear asunto; sobrevivir.

Hace muchos años, empecé un relato, inspirado en la Historia, llamado "Hitler tenía razón". Era una barrabasada que acabé desechando. El nazismo, en realidad, me ha hartado, después de la fascinación inicial. Pero quedan posos. Uno que siempre me ha aterrado es el del trato dado a los considerados intelectuales. Por parte del nazismo o cualquier otro sistema autoritario, sea el comunismo estalinista, el fascismo italiano o sus malas copias como el nacionalcatolicismo franquista. Un intelectual tiene varios aspectos reprensibles por parte de los que son mediocres, envidiosos, inútiles y con un cargo minúsculo que pueden ejercer de manera mayúsculamente atroz. El reírse de lo ridículo, el reconocer personas y situaciones sin caer en hipocresías, el demostrar habilidades que hacen rabiar a los que no las tienen, la valoración que reciben frente al anonimato de Procusto que una mayoría de los mortales tiene y no quiere reconocer... un llamado intelectual es peligroso, pues es el maldito Diógenes con su candil en el Ágora, es Platón poniendo en boca de Sócrates preguntas incómodas, es Nietzsche burlándose de todo sin dejar títere con cabeza. Un intelectual, además, asume muchas veces el compromiso moral de, como el bufón del Rey, señalar el problema. El segundo se tolera porque es un cierto contacto con la realidad, pero el primero es la realidad que se quiere segar. Pero en esta larga digresión, me doy cuenta que he olvidado el hilo de lo que me interesó más. El del mediocre aupado por el menos mediocre que aquel, pero igualmente estúpido y penoso superior que tiene. Y la cadena, además, suele trepar hasta lograr hacer verdad el principio de Dilbert. O peor aún, y usando a nuestro castizo Ortega y Gasset, aquel "todos los empleados públicos deberían descender a su puesto inmediatamente inferior, pues han sido ascendidos hasta volverse incompetentes."

He pasado bastante tiempo trabajando en la empresa privada. Gestorías, empresas de renombre, asesorías... he estado, principalmente, en puestos de RRHH, ya que es mi formación. Siempre he vivido esa atmósfera de miedo y secretismo, desconfianza, recelo y envidias que hay en todas partes. El mayor miedo, claro está, era ser despedido. Más a partir de cierta edad, por cuestión de lograr otro trabajo, dinero para vivir, reputación y demás. En un solo caso, y fue hasta divertido, fui despedido... al día siguiente de ser contratado. En los demás, me he ido voluntariamente o he negociado terminar mi contrato. Cuando decidí marchar del último sitio, donde daba formación (me gusta enseñar), fue porque acababa de obtener plaza de empleado público. Estuve un par de años de interino, también, en diferentes puestos y administraciones, viendo, aprendiendo y comprendiendo. Y finalmente, tras muchos periplos, llegué y me asenté en el que ha sido, de momento, el más largo período de estabilidad laboral en un sólo lugar. Y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que el síndrome de Procusto es tan frecuente como frecuentes son los mandos intermedios, y subiendo. 

Eso lo comparte un "kappo" y un jefecillo, un Account Dealer for Management of Excess of Laughing y un Gerente Universal. Todos tienen siempre un mismo miedo (que es no dar miedo) y un mismo ejercicio (mono estresa a mono) que es ejercer la autoridad porque... para eso la tienen. Nadie ha leído de ellos aquel maravilloso primer tebeo de Corto Maltés, donde afirma, sin despeinarse, que la autoridad se tiene... hasta que se ejerce. Y es así. Una vez la autoridad se ejerce de manera abusiva, arbitraria, vejatoria, infame en definitiva, como suele ser lo habitual, el receptor puede tomar dos caminos, al menos. Obedecer y maldecir en bajo, con esperanza de cambio, o desobedecer y aceptar las consecuencias, sean las que sean. Como digo, vengo de RRHH, de una carrera que es mitad derecho y normativa. Y me pirra lo legal. Es el contrato social más eficaz que nos legaron desde Roma, porque evita que resolvamos las cuestiones litigiosas a cuchilladas. Como dijo Cicerón, "cedant arma togae". Por eso siempre hay un tercer camino. Invocar el Derecho.

Una enseñanza primeriza que aprendí de la carrera fue que, precisamente, el Derecho era el nivelador de las relaciones laborales, inequívocamente desiguales desde el primer momento en que hay patrono que ejerce autoridad (recordad el dicho de Corto Maltés y lo anterior). Gracias al Derecho laboral, hemos logrado que millones de personas dejen de poner bombas, matar, hacer huelgas salvajes contra su extrema pobreza y pasen a financiar sindicatos que dedican su influencia a vivir bien y no dar mucha ayuda al empleado. Aunque no por ello pisotear y abandonar sus principios al final en cuanto tenían opción, claro. Gracias al Derecho laboral, hemos podido dar respuesta a las mediocres, inicuas y arbitrarias órdenes o actuaciones que muchas veces ejerce el Procusto de turno. Gracias al Derecho laboral, podemos creer, seriamente, en la Democracia, el bienestar de vivir en paz y hacer una vida en la que ningún Procusto o similar pueda meter sus napias molestando. Gracias al Derecho, uno puede sentir seguridad en su vida.

Y diréis, ¿Qué tiene que ver todo esto con el título? Sois listos, entendéis los paralelismos. Y las derivadas, las tangentes y los ángulos muertos. Decía un inclasificable argentino (como todos) que, "fíjate si será malo el trabajo, que nos pagan por hacerlo". Y es que es así en nuestro tiempo. Colegio, instituto, universidad, oficina... Arbeit Match Frei, Juden. Procustos hay miles, esperando. Y todos, todos, son siempre esbirros de sus valedores, porque éstos dejan en esos el ejercicio sucio de la vejación, el maltrato, el menosprecio y la arbitrariedad e irracionalidad de sus decisiones. El miedo, esa es la más importante de las armas... hasta que deja de haber miedo. Porque, y acabo ya, que no soy un intelectual, sólo un señor con barba, el miedo se disipa como las brumas cuando hay risas. Cuando uno se ríe, fuerte, de muchas maneras (hay risas sin reír, carcajadas silenciosas y felicidad oculta) el miedo desaparece. Pero cuidado con chuparte el dedo antes de pasar la página del libro de Aristóteles, so memo, que entonces tu última risa será en un estertor...

Por eso, ya he reído suficiente con esta entrada de hoy. Y recordad, niños. El dinero, importante, no lo es todo. Todos somos putos, sí, y la cuestión está en el precio (otra frase de un argentino genial, Ricardo Darín) y ahí es donde faltan financistas. Por eso, mejor ser libre, claro. Libre, a secas.

Un saludo, con la B dada la vuelta...